La Tierra alcanzará un récord de contaminación pese a las reducciones

La Tierra alcanzará un récord de contaminación pese a las reducciones

Uno de los efectos positivos producidos a raíz de la crisis del coronavirus ha sido la reducción de gases contaminantes en muchos núcleos del planeta. No obstante, según detallan los expertos, se trata de un fenómeno que no afectará de forma significante en la tendencia de contaminación atmosférica global, que este año batirá un récord


Una de las noticias positivas relacionadas con la cuarentena que ha recorrido el mundo durante las últimas semanas es la caída en la concentración de diversos gases de efecto invernadero en las ciudades europeas, como Madrid o Milán.

El dióxido de nitrógeno (NO2) se presenta como la principal víctima, ya que las restricciones en la movilidad que han ejecutado los gobiernos han permitido que los vehículos, principales emisores de este gas, dejen de producirlos de forma masiva. Solo en España, la Dirección General de Tráfico (DGT) señala que el tráfico de vehículos ha disminuido un 80%, al igual que las ventas de carburantes.

Las fuentes de CO2 también se han visto reducidas en el mundo como consecuencia de este estado atípico. La reducción en la demanda de energía eléctrica y, como consecuencia el decrecimiento en su producción, son en este caso dos eventos que han motivado el descenso del CO2.

Sin embargo, aunque este hecho se trate de una buena noticia para la salud de nuestro planeta, lo cierto es que se trata de un fenómeno con un impacto “ridículo” o “insignificante” sobre la tendencia de contaminación atmosférica global que lleva sufriendo el planeta desde hace décadas.

Para el director del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña, Emilio Cuevas, la prueba reside en que este año las emisiones de dióxido de carbono, principal gas de efecto invernadero, alcanzarán un nuevo máximo histórico, haciendo visible que el efecto del COVID-19 en el volumen de emisiones de CO2 en la atmósfera «ni se nota ni se va a notar”.

La razón de que no se aprecie una alteración en la tendencia se debe a que los gases climáticos son acumulativos, por lo que en la actualidad se está midiendo todo el COy otros gases de efecto invernadero que se han ido almacenando en la atmósfera en los últimos 50 o 60 años.

«El COVID para nosotros (la medición de GEI) es ridículo. Habrá una reducción de emisiones por el coronavirus, pero como la hubo en otras etapas, como en la crisis del petróleo de los años 70 pero, esta rebaja no se nota en la atmósfera. Para ello la reducción de CO2 debería ser mucho mayor», detalla Emilio Cuevas.

El experto compara la menor emisión de CO2 por el COVID con quitarle una gota a un cubo lleno de agua. «No se nota porque estos gases tienen una vida muy larga, de más de 50 años hasta que se disipan, por lo que su efecto se nota mucho más allá».

Con todo, lamenta que este año se llegará a un nuevo máximo, tras incrementarse en un margen parecido al del año anterior. Así, según los datos de Izaña, la concentración media diaria de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzó en el mes de abril de 2019 un total de 415 partes por millón (ppm), un valor que no se alcanzaba desde hace 3 millones de años, cuando el hombre aún no habitaba la tierra.

Precisamente, el 8 de abril el observatorio de Mauna (Hawai, Estados Unidos) alcanzó también una media diaria de 417 ppm de CO2, el valor más alto, y Cuevas señala que la curva gráfica de Hawai e Izaña son similares por lo que espera que la inminente publicación de estos datos del observatorio canario será prácticamente idénticos pese a estar a 13.000 kilómetros de distancia.

«En Izaña estamos muy cerca de llegar al máximo anual que será más de 2 ppm de CO2 superior al máximo de 2019”. En definitiva, ha insistido en que «para notar algo» se debería reducir muchas más emisiones durante un tiempo mayor.

«La reducción motivada por el coronavirus no altera la tendencia porque estos gases tienen una vida muy larga, de más de 50 años hasta que se disipan»

En la misma línea, Mar Gómez, responsable de Meteorología de eltiempo.es, apunta que a nivel global los niveles de este gas siguen aumentando porque a tan corto plazo la reducción de las emisiones no se ve reflejado. Del mismo modo, señala que para que se notara algún efecto tendría que disminuir un 10% el uso de combustibles fósiles en todo el mundo durante un año.

En todo caso, comenta que el Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio en Finlandia muestra como en las últimas tres semanas, las emisiones de carbono de China se han reducido aproximadamente 100 millones de toneladas.

Esto equivale a una reducción de más del 25% de las emisiones de dióxido de carbono desde que comenzó el brote de coronavirus, en comparación con el mismo período en 2019. Esto, según esos cálculos sería un 6% de las emisiones globales de dióxido de carbono.

«Si la situación se alarga si podríamos experimentar un descenso en los niveles de emisiones globales más notable pero que, en cualquier caso, tendría impacto mínimo en los niveles de CO2 acumulados en nuestra atmósfera a lo largo de varias décadas», ha indicado.

En todo caso, considera que la situación actual es relevante para reflexionar sobre cómo nuestro estilo de vida impacta en la calidad del aire y el planeta, pero son a la vez anecdóticos, puesto que lamenta que cuando se recupere el ritmo de vida diario, basado en un transporte contaminante y en industrias que emiten altas concentraciones de gases contaminantes, los niveles de gases volverán, «muy probablemente», a su estado habitual.

«Este es un momento de reflexionar sobre los cambios que debemos hacer y que tenemos que cumplir para mitigar los efectos del calentamiento global. Recordemos que hay que reducir las emisiones a cero para mediados de siglo y mitigar el aumento de la temperatura a 1.5ºC para evitar los graves impactos del cambio climático que en unos años serán cada vez más notorios», concluye.

Mismos niveles que en épocas de extinción

Los niveles de CO2 atmosférico al final de la era del Triásico, un momento de extinción en la historia de la Tierra, eran casi los mismos que los pronosticados para el siglo XXI, según evidencia obtenida en rocas de basalto de Marruecos.

El período Triásico describe el tiempo en la Tierra desde hace aproximadamente 252 millones de años hasta hace 201 millones de años, un período que comenzó y terminó con grandes eventos de extinción.

En este nuevo esfuerzo, los investigadores estaban estudiando los eventos que llevaron al evento de extinción que terminó con el Triásico. Con ese fin, estudiaron rocas de basalto que se han asociado con CAMP (Provincia Magmática del Atlántico Central), una provincia ígnea grande continental compuesta principalmente de basalto que se formó antes de la ruptura de Pangea cerca del final del período Triásico.

Al estudiar las rocas (que se formaron a partir del magma), los investigadores descubrieron que estaban marcadas con burbujas creadas por bolsas de CO2.

Después de determinar que las burbujas se formaron debido al CO2 en la atmósfera, los investigadores compararon el tamaño de las burbujas como una forma de medir la cantidad de CO2 en el aire en el momento de la formación de burbujas.

Tal y como publican en Nature Communications, descubrieron que la cantidad de CO2 era aproximadamente equivalente a los niveles que se habían pronosticado para el siglo XXI. Sugieren que un solo pulso producido por una erupción habría bombeado suficiente CO2 a la atmósfera para elevar las temperaturas globales en un promedio de 2 grados centígrados.

Sin embargo, una erupción no habría sido suficiente para calentar la Tierra durante mucho tiempo, pero las rocas de basalto mostraron una larga serie de erupciones que ocurrieron durante millones de años, elevando los niveles de CO2 durante todo el período, el tiempo suficiente para crear cambios importantes, como acidificación del océano, que en conjunto condujo a una extinción masiva: aproximadamente el 75% de todas las especies terrestres y marinas desaparecieron.

También se ha teorizado que esta mortandad en masa fue lo que llevó a los dinosaurios a convertirse en la especie dominante.


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