Crónicas de Nueva York: ser rico es como ser un superhéroe

Crónicas de Nueva York: ser rico es como ser un superhéroe

Crónicas de Nueva York: ser rico es como ser un superhéroe

El coronavirus no ha afectado por igual a todos los habitantes de Nueva York. Las personas adineradas han podido hacerse test serológicos en clínicas privadas o, directamente, dejar la ciudad. En los barrios más lujosos de la ciudad, hasta un 40% de los vecinos se han marchado a segundas residencias


Argemino Barro | Especial para El Ágora
Madrid | 29 mayo, 2020


Los millonarios neoyorquinos viven entre nosotros, pero no es fácil reconocerlos. Ya no llevan chistera ni van en carruaje. No tienen monóculos ni hablan, como solían hacer, con acento británico. La democracia se ha vuelto estética: todos vestimos igual y tenemos el mismo teléfono móvil. Lo que diferencia a los ricos, quizás, es su actitud: la mirada cortante de un cerebro que mide y calcula, el aplomo de quien marca el ritmo a los demás y dispone del tiempo a su manera. Los millonarios son pequeños imperios de carne y hueso, mini-gobiernos, parlamentos unipersonales que dictan sus propias leyes.

Algunos ricos se mueven en helicóptero, saltando de azotea en azotea como zánganos de hierro. Otros pasan desapercibidos entre la multitud.

Central Park y el Upper West Side de Nueva York. | Foto. Francois Roux

“Aquí se aprende a no juzgar a un libro por su portada”, me dijo el portero de un hotel de Madison Avenue. Una vez un señor desaliñado le pidió que le encargara un taxi. Al portero le extrañó, pero así lo hizo. El señor, que tenía pinta de haber pasado la noche en un banco de Central Park, le dio una buena propina. Era Johnny Cash.

«El dinero da superpoderes y en ningún lugar se ve tan bien como en la Gran Manzana. Sobre todo en mitad de una pandemia»

Una de las primeras cosas que llaman la atención al vivir en Nueva York son las jerarquías materiales: cualquier segmento de la vida está dividido, a su vez, en muchos otros segmentos. La sanidad, las tiendas, las guarderías, la comida, el transporte. Cada uno de estos territorios tiene muchos niveles: para pobres, para menos pobres, para la clase media, para ricos y para los dioses del Olimpo. Como en cualquier otro país capitalista, pero multiplicado. Una desigualdad con esteroides.

“Ser rico es la hostia”, dice un personaje de la serie de televisión Succession, en la HBO. “Es como ser un superhéroe, solo que mejor. Puedes hacer lo que quieras. Las autoridades realmente no te pueden tocar. Y llevas traje, solo que está diseñado por Armani”.

El dinero da superpoderes y en ningún lugar se ve tan bien como en la Gran Manzana. Sobre todo en mitad de una pandemia.

Acceso a la sanidad

El primer uso de los superpoderes se ejerció a mediados de marzo. El estado de Nueva York, con una población de casi 20 millones de personas, solo podía realizar unos centenares de pruebas diarias de Covid-19. Miles de trabajadores sanitarios y personas sintomáticas no tenían acceso a los tests. Mientras, no había día sin que al menos una docena de políticos, actores, influencers o estrellas de la NBA anunciasen estar o no enfermos. Clínicas exclusivas como Sollis Health, por ejemplo, ofrecían la prueba a sus clientes desde el 6 de marzo (1).

Un cartel de moda en una de las calles del So Ho neoyorquino. | Foto: Eric Laudonien

Los mortales tuvimos la impresión de que el virus había hecho estragos entre los titanes y los dioses. La presencia del bicho en las altas esferas se debía a la abundante vida social de los VIP, como dice el biólogo teórico Carl Bergstrom, y a su acceso inmediato a unas pruebas que para el resto de las personas seguían estando muy restringidas.

«En el Upper East Side, el West Village y el SoHo, donde residen los bolsillos abultados, el 40% de los habitantes se han marchado de la ciudad de Nueva York durante el coronavirus»

A medida que Nueva York decretaba el cierre de colegios y negocios, los superhéroes ahuecaron el ala en dirección a sus casas de campo. Un estudio de datos móviles concluye que el 5% de los neoyorquinos ha dejado la ciudad desde el principio de la crisis. Una cifra relativamente pequeña, hasta que desglosamos los números por cada vecindario. En los barrios más humildes la población apenas se ha movido. En el Upper East Side, el West Village y el SoHo, donde residen los bolsillos abultados, la espantada supera el 40%.

Los habitantes de estas zonas tienden a ser más acaudalados, más formados y más blancos. Otras mediciones, como la recogida de basura o el número de personas que solicitaron al servicio de correos un cambio de dirección para recibir su correspondencia, confirmaron estas cifras.

“Aunque hay una fuerte retórica de ‘estamos juntos en esto’, en realidad ese no es el caso”, dijo a The New York Times la profesora Kim Phillips-Fein, autora de un libro sobre los cambios económicos en la ciudad.

Algunos vecinos airean su resentimiento, como la escritora Amy Klein. “No quiero ser el canario en la mina. No quiero sacrificarme yo y sacrificar a mi familia por el bien del resto del mundo”, escribió. “Los ricos han huido de Nueva York. Estoy harta de que me digan que me quede, porque también quiero escapar”.

La playa de Montauk Point Light, en Long Island, uno de los lugares de esparcimiento para gente adinerada cercano a Nueva York

Los neoyorquinos saturaron los pueblos de alrededor, los parajes idílicos del mar y de la montaña: desde los Hamptons a los Catskills, desde Long Beach al Hudson o Jersey Shore. Los gritos de la periferia suenan tan fuerte que se escuchan en la ciudad. En estos sitios, los lugareños, ya de por sí recelosos del estilo muchas veces avasallador y desconsiderado del urbanita, empapelaron las redes sociales de amenazas y llamadas de auxilio.

Protestas contra los neoyorquinos

“Coloquen a la Guardia Nacional en el maldito río Hudson o en otros puntos, que nadie cruce esa línea”, escribía un vecino del condado de Rensselaer, al norte de Nueva York. “Pensad también en nuestras familias: QUEDAOS AHÍ ABAJO”. Varios alcaldes de los Hamptons, una región playera de Long Island, pidieron responsabilidad a los neoyorquinos. “Es un cálculo sencillo: cuanta más gente venga, más propagación y más casos confirmados”, declaró Scott Russell, alcalde de Southhold, a finales de marzo.

Los regidores alertaban sobre las tiendas vacías y los exiguos recursos sanitarios, incapaces de lidiar con el rápido aumento de los vecinos. Algunas localidades, como la de Township, triplicaron su población en unos días. “La infraestructura local, especialmente la infraestructura sanitaria, no está preparada para el influjo de residentes a tiempo parcial. Por favor, quédense en sus primeras residencias”, dijo el gobernador de Nueva Jersey, Phil Murphy.

Rhode Island fue más lejos y estableció puestos de control en las carreteras. La policía tenía orden de localizar a los neoyorquinos y asegurarse, si entraban al estado, de que guardasen dos semanas de cuarentena. «Ahora mismo hemos identificado un riesgo que tenemos que abordar y tenemos que tomárnoslo muy en serio», dijo la gobernadora del estado, Gina Raimondo. “Y ese riesgo se llama Ciudad de Nueva York”.

«Es en los barrios, lejos del Olimpo, donde los mortales siguen con sus vidas haya o no haya pandemia»

Algunos propietarios de Airbnb se negaron a aceptar reservas. Otros multiplicaron por cuatro el precio de alquiler. Las agencias inmobiliarias, al contrario que el resto de la economía, hicieron su agosto. Los neoyorquinos ricos están comprando propiedades en los pueblos menos congestionados de Connecticut, Nueva Jersey o Long Island. Los agentes mostraban las casas por internet y recibían a los potenciales compradores en mascarilla y guantes.

“La demanda en mi comunidad es excesiva”, declaró Ann Hance, broker de la agencia inmobiliaria Daniel Gale Sotheby’s. “Hemos tenido guerras de precios”. En solo una semana Hance dijo haber hecho cinco visitas virtuales y vendido tres casas.

La llegada del buen tiempo amenaza con llenar las playas. Dado que en Nueva York aún no están abiertas, los poblaciones de fuera temen una nueva avalancha de neoyorquinos. El condado de Suffolk se dirigió al alcalde de la Gran Manzana, Bill De Blasio: “Haga su trabajo. Busque un plan para reabrir las playas de forma segura”.

Cartel publicitario de Rhode Island, destino vacacional cercano a Nueva York

Los titanes y los dioses han dejado solos a los mortales. Algunos, como los jardineros, paseadores de perros, entrenadores personales, secretarios, estilistas y asistentes varios se han quedado inactivos: sus clientes se han marchado. Pero los millonarios no son de piedra y algunos les mantienen, generosamente, el sueldo.

Los corresponsales extranjeros muestran los barrios prototípicos de la ciudad, el centro, Times Square, el East y el West Village, el SoHo, el Upper East Side. Y dicen: Nueva York vacío. La ciudad que nunca duerme, parada. Momento histórico. Quieren tocar las cuerdas más facilonas de la audiencia: explotar los estereotipos.

Pero esa solo es una rodaja de Nueva York, el Nueva York que ahueca el ala y deja las calles vacías, el Nueva York de los superhéroes. Es en los barrios, lejos del Olimpo, donde los mortales siguen con sus vidas haya o no haya pandemia.



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