El cubano no puede aislarse. Está más preocupado por qué va a comer el día de hoy, o el de mañana, cuando se materialice el confinamiento. La escasez de productos de primera necesidad hace mella en la disposición de la gente a seguir un aislamiento indispensable para frenar el contagio
Aunque es domingo, Yanelis se despierta a las cinco de la mañana. Lo primero que hace, como cada día desde que se declaró la pandemia, es escribirme por WhatsApp para recibir mi “parte diario”. De este lado del Atlántico ya hemos empezado hace unas horas otro día de cuarentena en un Madrid que vive de puertas hacia dentro.
“Cuba oficialmente se encuentra en fase pre epidémica” en la pandemia por Covid-19, según comunicó este domingo el ministro cubano de Salud Pública, José Ángel Portal. La mala noticia es que, según el mismo comunicado, el país entra “en la fase más compleja”. Con 4 muertos y 170 contagiados, la isla por fin se ha cerrado al turismo y las autoridades han prohibido el transporte entre provincias, han suspendido las clases y las actividades recreativas, pero los restaurantes siguen abiertos. Igualmente, sigue funcionando el transporte público con la aglomeración de gente que resulta de la merma progresiva y permanente de este servicio a lo largo de los años.
Le comento a Yanelis que las cifras de contagiados y fallecidos aquí crece cruel y exponencialmente. Que allá tienen que cuidarse y tomar precauciones extremas. Cada día anuncian por acá que estamos llegando al pico de la curva, pero la cima no se ve y, mientras, esta batalla se lleva por delante a cientos, casi mil personas cada día en España. La tranquilizo diciéndole que cumplo mi confinamiento disciplinadamente y sin aflicción. El teletrabajo es algo habitual y me sumerjo en él, me evado.
«El escaso jabón se deja para el baño y hablar allí de gel hidroalcohólico es como preguntar por caviar a un limosnero».
Esta vez, de manera única y excepcional, vivimos una circunstancia muy similar a ambos lados del Atlántico. Una circunstancia terrible. La pandemia me demuestra que el mundo se hace más pequeño cada día, y que todos estamos unidos por algo intangible, pero muy real, tan real como los océanos que nos separan. También nos une el hecho de que nuestras vidas dependen de las personas destinadas, por sus cargos, a tomar decisiones, los dirigentes políticos de cada país.
Yanelis vuelve a escribirme. Le han avisado que “sacaron” picadillo de soja (carne picada de cerdo -supuestamente-, mezclada con soja). Sale corriendo a comprar porque en casa ya no tienen nada de proteína que comer. Me angustia que salga. Le pido nuevamente que tome precauciones. Me calma diciéndome que lleva una mascarilla que le ha hecho nuestra madre y unos guantes que venían con un tinte de pelo. Yanelis roza los 30 años, pero nuestros padres pasan de los 70, lo que se considera población de riesgo. Le ruego que extreme las medidas de higiene. Nuestra madre también le ha preparado una solución de agua con cloro y con otros antisépticos que se lleva en una botellita. El escaso jabón se deja para el baño y hablar allí de gel hidroalcohólico es como preguntar por caviar a un limosnero. Mi hermana terminará sin piel en las manos, pero sin el virus, o eso espero.
Si en España sobrepasamos los 7.000 muertos -ya superamos a China- ¿qué será de los cubamos que a duras penas tienen comida? Cuba cuenta con un capital humano solvente en cuanto a personal sanitario. Por lo demás, las infraestructuras están semidestruidas. Si aquí faltan respiradores, mascarillas, test… ¿qué van a hacer allá donde falta de todo y en todos sitios? Hasta el momento se han realizado sólo unas 1.600 pruebas diagnósticas. Gracias a los eficaces mecanismos de control del gobierno no es difícil establecer un protocolo de detección de casos a través el sistema de atención primaria de salud. Pero los portadores asintomáticos son indetectables sin el test, y el SARS-CoV-2 ha demostrado que rebasa todas los límites. El virus parece tener inteligencia propia para expandirse.
«Si no podemos salir, no nos matará el coronavirus, sino el hambre».
Yanelis me escribe después de tres horas. La cola para el picadillo se convirtió en una aglomeración impenetrable y decidió no correr el riesgo por nuestros “viejos”. Al menos pudo comprar cebollines y tomates. Le envío una nota de voz porque, en mi angustia, me desespera escribir. Le sugiero que llame a amigos comunes para saber dónde puede haber algo de pollo, o cerdo, ¡o algo! Le digo que no la detenga el precio que le mandaré un extra de remesa este mes. Y me responde con otra nota de voz:
—No es un problema de dinero, el problema es que ya no hay nada. Están vendiendo las cosas por la libreta [cartilla de racionamiento]. Las colas son horribles. Tampoco voy a moverme en transporte público porque es una locura. Las guaguas van llenas de gente que anda sin mascarillas ni guantes. No debí decirte nada. No te atormentes. Cuando llegue el peor momento el gobierno repartirá comida porque si no podemos salir, no nos matará el coronavirus, sino el hambre. Así que, no te angusties. Sobreviviremos.
«El coronavirus tiene en el desabastecimiento a su mayor aliado».
La palabra sigue percutiendo en mi cabeza y en mis entrañas. Sobreviviremos. Ojalá tenga razón. Ojalá ni el coronavirus ni el hambre pueda con un pueblo en el que la adversidad y el hambre han creado callo. El cubano no puede aislarse. Está más preocupado por qué va a comer el día de hoy, o el de mañana, cuando se materialice el confinamiento. La escasez de productos de primera necesidad —y no me refiero al papel higiénico, carencia superada con un uso alternativo de la guía telefónica— hace mella en la disposición de la gente a seguir un aislamiento indispensable para frenar el contagio. El coronavirus tiene en el desabastecimiento a su mayor aliado. Los cubanos se enfrentan a la disyuntiva de correr el riesgo de contagio o pasar hambre. Los servicios básicos aún funcionan. El agua sigue llegando con la regularidad habitual a los hogares, igual que el gas o la electricidad, ésta con sus altibajos de siempre, según haya más o menos petróleo suministrado por Venezuela.
Hoy mi hermana ha elegido sabiamente. No exponerse al contagio, sobre todo para proteger a nuestros padres. ¿Cuántas veces más podrá elegir esta opción? Enfermedad o hambre, ese es el dilema.