La fauna retoma la ciudad durante el coronavirus

La fauna retoma la ciudad durante el coronavirus

La fauna retoma la ciudad durante el coronavirus

Halcones, jabalíes, pavos reales, delfines … hasta un osezno en un pueblo asturiano. Se suceden en redes sociales las fotos de observaciones de animales silvestres en las ciudades y pueblos vaciados de personas. Los expertos en fauna ponen las cosas en su justo término. Siempre han estado ahí, pero no nos fijábamos


Pedro Cáceres | Director adjunto
Madrid | 3 abril, 2020


Estas semanas de epidemia no se ve un alma por las calles. A las 6 de la mañana aún es de noche. Si te asomas a la ventana puedes admirar un Madrid silencioso y quieto. A estas horas, otros días, ya se deja sentir el tráfico madrugador y el rumor de una ciudad que se despereza. Hoy no se oye nada. Ni un coche. De repente, una sombra pasa sobre los edificios. Es un búho, un búho real. Vuela pausado, moviendo densamente sus alas redondeadas y se aleja hacia el oeste, surfeando los edificios, sin hacer ni un ruido. Tardo rato en salir del embrujo. La aparición del búho en estos tiempos de irrealidad sobrevenida ahonda la sensación de estar viviendo un sueño.

Un ejemplar de búho real en vuelo. | Foto: Martin Mecnarowski

No es la primera ave singular que veo desde mi ventana estos días. Los pájaros carpinteros, los pitos reales, se han adueñado de los plátanos de las aceras. Vienen volando a plena luz del día y se plantan en los troncos que dan a la vía de cuatro carriles. Antes del coronavirus circulaban por aquí decenas de coches y jamás se hubieran detenido en el árbol mal podado y lleno de agujeros. Ahora, ese fragmento de acera con un poco de hierba adosada es suyo.

Todos los días, además, veo volar al halcón. Cada vez más valiente, más suelto. Planea y se cierne sobre un paisaje de cortados urbanos. En su presencia, los bandos de cotorras argentinas vuelan en bloque, en grupos de 20, raudos como pájaro al que persigue el diablo. El halcón domina el cielo al mediodía y no se ve a las ruidosas aves invasoras mientras él está cerca.

Un halcón vuela sobre los tejados del centro de Madrid en una imagen de archivo. | Pedro Cáceres

Por las tardes, cientos de gaviotas pasan altas, volando en uve, camino de su dormidero en el embalse de El Pardo. Por las mañanas, como commuters urbanas, las veo regresar de camino al sur, embocando hacia su punto de alimentación en el vertedero de Valdemingómez. Al anochecher, vuelven a casa.

Fauna urbana y coronavirus

Estas son algunas observaciones recientes de un aficionado a ver aves, un principiante, nada que ver con los pajareros devotos que he conocido. Pero como me ocurre a mí, miles de personas están redescubriendo la fauna urbana en estos tiempos de reclusión y estado de alarma.

En los últimos días se suceden las noticias que hablan de una invasión de animales silvestres en las ciudades vacías y han corrido como la pólvora algunos posts en redes sociales que señalan tal o cual animal en un lugar insólito de alguna ciudad.

Suena muy bien, tremendista, como los tiempos que corremos. El escritor estadounidense Alan Weisman escribió un superventas titulado El mundo sin nosotros (Debate, 2007) donde explicaba eso, cuánto tardaría la naturaleza en apoderarse de la ciudad si la abandonáramos, qué tiempo necesitarían los animales para recorrer las calles vacías y las plantas trepadoras para crecer sobre los rascacielos.

Pero no es eso. La fauna silvestre no está invadiendo la ciudad. En realidad, ya estaba ahí, siempre ha estado ahí, como señalan estos días los expertos en fauna, muchos de ellos técnicos de fundaciones y ONGs volcados en la conservación de la naturaleza o de la administración local y autonómica dedicados a la cuestión.

Una de las entidades destacadas en este campo es SEO/BirdLife, la sociedad científica centrada en las aves desde 1954 y que moviliza a miles de voluntarios que participan en programas de ciencia ciudadana para el seguimiento y conteo de avifauna por toda España, cuadrícula a cuadrícula del mapa, año tras año, para ofrecer series históricas que alimentan las estadísticas de biodiversidad que España entrega a la UE.

Literalmente, no hay un ave que pise la península que no sea registrada por los voluntarios de esta ONG o las hordas de birdwathchers que comparten en grupos cualquier avistamiento de un espécimen extraño para el lugar o el momento.

SEO/BirdLife explica que ver algún ejemplar de fauna salvaje en lugares poco poblados y poco ruidosos «no es nada nuevo ni nada raro«. Lo que sucede ahora, añaden desde esta organización, es que durante la cuarentena por el coronavirus «hay menos ruido y se escucha más el canto de las aves y eso antes pasaba desapercibido», según declaraciones que recoge Efe.

También resulta más fácil avistarlas porque hay menos molestias que las perturben. Quizá, haya un factor psicológico. Y es que todos estamos más atentos y mirando por la ventana.

Fauna en la ciudad

Hay un programa de SEO/BirdLife que monitorea desde hace años, con el esfuerzo desinteresado de muchos voluntarios y propietarios de viviendas, las puestas y el rendimiento de los halcones urbanos de Madrid, que instalan sus nidos en azoteas y jardineras de pisos altos. Hay varias parejas anidando en sitios conocidos, como el Hospital Gómez Ulla o la Torre del Rectorado, en la Complutense. Y otros que se mantienen en el anonimato, porque son casas de vecinos en pisos altos que encuentran un buen día un nido de halcón en su balcón.

Un halcón, junto a su nido en un edificio de viviendas particular en Madrid. | Foto: SEO/BirdLife José Miguel de la Cruz

También han ampliado su población y presencia en determinadas épocas del año en las zonas del interior las gaviotas, que aprovechan la disponibilidad de recursos que le ofrecen los basureros. Sí, los basureros. Porque estos son un hábitat que ha potenciado también la expansión de poblaciones de otras especies como el milano o la cigüeña común, que si está dejando de migrar no es solo por los cambios en la temperatura global, sino especialmente porque ya no tienen que viajar al sur para encontrar alimento en los meses duros del año.

Bandos de gaviotas en el vertedero de Valdemingómez, en Madrid. | Foto: delfingofe.blogspot.com)

En el Manzanares de Madrid, desde que la ribera del río empezó a manejarse para dejarla recuperar un estilo más natural y menos dominado por el cemento, vuelan ya desde hace tiempo los martines pescadores y han asomado el hocico las nutrias. Todo eso ocurre, desde hace tiempo, y sin coronavirus, junto a la concurrida M-30 madrileña.

Hay toda una literatura científica y una corriente de estudio sobre la biodiversidad urbana en nuestro país. Y también numerosas iniciativas para impulsar su aprecio entre la población y potenciar su presencia con mejoras en la infraestructura verde en las ciudades.

Por eso, aunque parezca increíble, es fácil ver fauna silvestre, o fauna silvestre urbana, mejor dicho, desde casa. Durante estos días de encierro, se ha creado un grupo en redes sociales de personas que se dedican a observar la fauna que ven desde la ventana. Se llama Aves desde Casa Covid-19 y ya aglutina en Facebook a más de 900 aficionados. En este tiempo, desde todos los puntos de España, y desde el balcón, han visto cientos de ellas, muchas de las cerca de 500 especies de aves distintas que hay en la Península.

Un martín pescador posado junto al cauce del Manzanares en el centro de Madrid. | Foto: Ecologistas en Acción

En ese grupo, por ejemplo, he podido compartir mi avistamiento del búho en plena ciudad de Madrid y la respuesta de los conocedores ha sido unánime. Es totalmente posible, ya que los búhos anidan desde hace años en algunos sitios concretos de las afueras de Madrid, muy cercanos a mi bloque de vecinos en un barrio populoso del noroeste de la capital. Los lugares conocidos de anidamiento no se comparten por precaución y para que nadie moleste a las aves. Pero es tan sabido por los expertos que hay búhos en Madrid que poco les ha faltado para darme el nombre y el DNI del ejemplar que me dejó boquiabierto y me animó a escribir estas líneas.

Sin frontera entre lo silvestre y lo urbano

Al margen de las grandes ciudades, son también comunes los avistamientos de fauna silvestre en lugares más pequeños.

Esta semana inundaba las redes un tuit compartido que señalaba que un oso joven había sido visto cerca de un pueblo asturiano. Según Miguel Ángel Valladares, responsable de comunicación de WWF-España, son «cosas normales”. En localidades próximas a parques naturales o reservas puede haber osos que bajen al pueblo en busca de alimento. Sin embargo, dice, «no dejan de ser anécdotas» que demuestran «que sin influencia humana la naturaleza va recuperando su lugar».

De hecho, en España se han visto osos cruzando autovías en años pasados, o urogallos, de los que apenas quedan unos centenares en la Cornisa Cantábrica, paseándose en la plazas de los pueblos, como el apodado Mansín, que fue famoso hace una década larga en Asturias.

El urogallo apodado ‘Mansín’ en la plaza de un pueblo asturiano. | Foto: Efe

Lo que ocurre, explican los entendidos, es que cuanto más avanza la presencia humana sobre el territorio, más fácil es que fauna silvestre y personas se crucen. Esto, por otra parte, es también una de las causas que ha llevado a la emergencia del coronavirus y otras zoonosis de los últimos años, como hemos contado en El Ágora.

Se solapan dos efectos. Por una parte, hay un abandono del medio rural, tanto de usos del suelo como de población, con lo que animales generalistas como jabalíes o zorros son más abundantes y prosperan en terrenos dejados de gestionar. Es decir, el campo se asilvestra. Por otra parte, la ciudad se extiende más y más hacia lo rural. Y debido a ello chocan dos mundos, el urbano y el del medio natural asilvestrado.

En redes sociales se han compartido estos días imágenes de jabalíes entrando en el casco urbano de distintas ciudades. Pero esto es algo que ocurre desde hace años en localidades de la periferia de Madrid, donde los adosados chocan literalmente con montes de encinas y de jaras enmarañados; en localidades ultramasificadas como Benidorm – donde hace dos años bajaron jabalíes a la cala de Finestrat – o la zona de Barcelona colindante con Collserola, donde han sido continuos los avistamientos de cochinos salvajes.

Estos hechos suceden, porque el proceso de urbanización lleva la huella humana cada vez más lejos. Antes pasaban más o menos inadvertidos, pero ahora se está creando un relato en redes sociales que invita a pensar que en tres semanas la naturaleza puede retomar la ciudad. Ni es tanto ni es tan poco. La naturaleza ya estaba, y por eso se la ve; pero no se recupera tan rápido como gustaría creer.

Ojo con las ‘fake news’ de bichos

A escala internacional, está ocurriendo lo mismo que en España. Muchas personas comparten tuits afirmando que tal o cual especie ha sido vista en un lugar insospechado. Por ejemplo, los ciervos en la ciudad japonesa de Nara. Pero lo que no se explica es que la ciudad de Nara es conocida por tener un templo-parque poblado de ciervos que, a menudo, salen del recinto.

El National Geographic, una entidad de referencia en estas cuestiones, ya publicó hace días una noticia desmintiendo – para decepción de muchos – estas noticias ilusionantes.

Ha sido muy sonoro el tuit que señalaba que se habían visto unos delfines en las aguas de Venecia, o que por fin nadaban los cisnes en ella. Pero luego se aclaró que el vídeo de delfines era de hace años y correspondía a otra localidad italiana. Y los cisnes pueden estar en Venecia como en cualquier otro lado, porque es un animal de parques y no precisamente un ave silvestre propia de esa zona del Adriático.

La persona que lo envió ha obtenido más de cinco milllones de «me gusta» y 280.000 compartidos. Aunque públicamente ha admitido que el tuit era un error, se ha negado a borrarlo porque … le ha gustado a la gente.

Es un caso similar al de los pavos reales paseándose cerca de la plaza de O’Donnell, en Madrid. La foto fue muy comentada. Pero como luego aclaró el Ayuntamiento, en el cercano parque de la Fuente del Berro hay pavos reales sueltos y no es la primera vez que se escapan. Y suelen hacerlo más en esta época del año, la del celo de primavera, donde están más revoltosos.

La fauna se acostumbra

Al margen de las anécdotas, están sucediendo cosas que interesan, ilusionan o preocupan a los gestores de fauna. Por una parte, está claro que las poblaciones de animales silvestres gozan estas semanas de unas condiciones nunca antes vistas. Y es un momento especial del año, porque la primavera es el momento de cría para muchas de ellas. Hablamos no ya de la fauna urbana o periurbana, sino de la fauna del campo y el medio rural.

Por una parte, se considera que habrá más éxito reproductor en muchas especies, porque por primera vez carecen de las molestias habituales que a menudo malogran sus puestas y camadas. Esto es especialmente importante para las más amenazadas y escasas, como explica la entidad conservacionista Grefa, que señala el caso por ejemplo de la escasísima águila perdicera.

Pero, al mismo tiempo, se da un fenómeno opuesto. Lo que estamos viviendo es un espejismo. Tarde o temprano la situación volverá a la normalidad. Y si los ejemplares se han acostumbrado a estas condiciones de tranquilidad o, sobre todo, los jóvenes del año han nacido en estas condiciones, es posible que tengan problemas cuando el movimiento de gente o el tráfico de vehículos recupere el nivel habitual, indican los especialistas a El Ágora.

Ejemplar de lince ibérico. | Foto: Ramón Carretero

Preocupa por ejemplo lo que pueda suceder con el lince, un mamífero emblemático que está viviendo desde hace años un lento y trabajado renacer en la Península. Los atropellos son una de las causas de mortalidad más acusada que padecen. Y durante unas semanas se han acostumbrado a que no haya apenas coches en la carretera. Ni que decir tiene que los cachorros de este año han nacido en una España sin apenas tráfico que no se había visto desde hace décadas. Cuando las condiciones cambien estará por ver lo que ocurre.

Recuperamos el silencio

Estamos viviendo una situación extraordinaria también en lo que se refiere al efecto de las actividades humanas sobre la naturaleza. En cierto sentido, hemos vuelto atrás en el tiempo. Lo explica muy bien el naturalista Carlos de Hita, autor de la sección Cuando el agua suena en nuestro diario.

De Hita es un experto de reputación internacional en la grabación de sonidos de naturaleza. Comenzó su trabajo en el equipo de Félix Rodríguez de la Fuente hace 40 años y suyas son las grabaciones sonoras de animales y elementos de la naturaleza que pueden escucharse en largometrajes de ficción como Entre lobos (Gerardo Olivares, 2010) o recientes largos documentales estrenados en cine como Guadalquivir, Cantábrico y Dehesa (Joaquín Gutiérrez Acha, 2013, 2017, 2020).

El naturalista Carlos de Hita, grabando sonidos en la naturaleza en una imagen de archivo. | Foto: Pedro Cáceres

Lo que es extraordinario para Carlos de Hita es “el silencio que hemos recuperado”. Explica que nunca en su vida había disfrutado de unas condiciones de limpieza sonora como está sintiendo estos días. Habitualmente, afirma, es imposible grabar un sonido en la naturaleza sin que este se contamine por el rumor de un automóvil lejano, el zumbido de un avión, el ruido de una motosierra o cualquier máquina funcionando, y esto ocurre incluso en los rincones más recónditos a los que acude a realizar su trabajo.

Su aguzado oído está apreciando estos días una condición nueva: el silencio, el bien más preciado para él. Lo está notando desde el pueblo segoviano donde reside y donde guarda reclusión como el resto de los españoles. Ha dejado testimonio de ello en su último artículo publicado en nuestro periódico, Diario sonoro de un encierro, donde nos invitó a escuchar lo que un naturalista puede grabar desde su casa, del mismo modo que el grupo de Facebook de observadores de aves comparte lo que ven desde su arresto domiciliario.

Lo que Carlos de Hita está sintiendo es que “por una vez, no se oye nada, nada”. Es como si hubiéramos vuelto a un mundo sin máquinas, al siglo XIX, explica. Una de las técnicas que emplea De Hita es dejar un aparato registrando durante horas los sonidos de la noche o el día. Habitualmente, las decenas o cientos de coches que pasan por el puerto de Navacerrada, a kilómetros de distancia, invaden sus dispositivos de grabación, especialmente sensibles.

“Ahora, no pasa ninguno”, dice De Hita. “Cuando lo hace”, afirma, “lo puedo seguir en la grabación” añade. “Lo escucho bajar, dar cada curva, voy siguiendo a kilómetros de distancia el rumor de ese coche solitario en todo el día”.

El experto en sonido está acostumbrado a limpiar de ruido de fondo humano sus grabaciones de la naturaleza. Ahora casi no tiene que hacerlo. “Hay alguien, lejos de aquí, que tiene encendido un grupo autógeno de electricidad de los que funcionan quemando diésel. En mitad de este silencio, lo puedo escuchar por encima de todo. Antes, hubieran sido muchas más las distorsiones. Ahora, es una cosa que lo llena todo, como un sonido constante de fondo”, afirma.

El silencio es, posiblemente, el material más etéreo y extraordinario que hemos ganado estos días. Ese mismo silencio, acústico e interior, que ha hecho que muchas personas, de repente, empiecen a ver y sentir la fauna que las rodea y nos permite a otros darnos cuenta de que un búho vuela ante nuestros ojos en la ventana de nuestra casa.



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