En El Ágora estamos recogiendo dibujos y reflexiones de los niños sobre el coronavirus. Pueden enviarlos al correo redaccion@elagoradiario.com o compartirlos en redes con la etiqueta #AgoraKids. Nos encantará atender a lo que pasa por sus cabezas y sumarlo a esta página que es de todos vosotros
¿Quién no tiene una historia que contar sobre el coronavirus? Cuando acabe todo esto, recordaremos lo ocurrido en 2020 como una película en la que de un día para otro, sin tiempo a darnos cuenta, nos vimos todos envueltos.
Así es como se lo explico estos días a mis hijos, dos críos que aún están en Primaria. Trato de hacerles ver que si todo lo que están viviendo les parece raro es… porque lo es. A los niños no hay que contarles tonterías. Son más listos e intuitivos que nosotros.
«Lo que está pasando saldrá dentro de poco en los libros de historia, y vuestros nietos lo estudiarán en clase«, les digo. «Vendrán a preguntaros si vosotros estabais allí, cuando todo el mundo tuvo que quedarse en casa y no se podía salir a la calle«, les añado. Y agrego lo de comer palomitas y ver cosas en la tele para que vean que es un chollo. Y ellos me miran con esa cara de pensar «mi padre está un poco majara», aunque creo que, por debajo, el mensaje les cala; creo. Yo, mientras, les voy haciendo la cena.
«Cada vez estoy menos afirmado en mis convicciones de siempre y sí más seguro de los sentimientos, como el amor irrenunciable que uno siente por sus hijos»
Julia, de 10 años, enseña su dibujo
También es verdad que los niños ya no dicen «majara». Para ellos debo ser un «frik», aunque a veces soy un «pro», que ya he pillado lo que es. Es lo mismo que ser antes un «crack», y tiempo atrás un «as», pero eso ya está pasado de moda. De hecho, cuando les dije que yo ya me veía «carroza» me miraron sin entender nada, como si hubiera llevado a cabo el acto de surrealismo lingüístico más atrevido desde Louis Aragon.
Tati, de 11 años, anima a quienes nos cuidan. | Crédito: Tati
Da igual. La lengua cambia pero no la relación entre padres e hijos, entre generaciones, entre edades distintas; creo. Bueno, yo qué sé. ¿Por qué digo esto? A estas alturas, cada vez estoy menos afirmado en mis convicciones de siempre y sí más cierto de los sentimientos, como el amor irrenunciable que uno siente por sus hijos.
También se me ha hecho fuerte, sin poder evitarlo, la aversión por todo lo que no es inocente, por lo avieso, lo retorcido, pero eso es algo que dejaremos pasar, porque ahora no toca. Lo que nos ocupa son los niños, ay, los niños. Y los niños son la sal de la vida, la sal de la tierra, la sal de nuestros días. Los niños.
«Como informador, mi intención al principio fue llamar a pedagogos, profesores, psicólogos. Escribir un reportaje sobre cómo la pandemia afecta a la imaginación y los ojos de un niño»
¿Cómo han pasado los niños este confinamiento? Ellos son un buen porcentaje de la población española. Podríamos decirlo así, imitando el tono habitual de la comunicación pública al que nos hemos acostumbrado en esta época de tribulación.
Quique tiene 12 años, sí, pero también tiene una tablet. Con ella realizó ese montaje. | Crédito: Quique
Ese aire de declaración solemne del que se ha revestido toda la comunicación estas semanas. Nos ha faltado humanidad; sí, nos ha faltado. Era todo demasiado numérico, demasiado estadístico, demasiado pautado. Fase I, Fase II, Fase III. Normas, decretos, ojo, cuidado, ahora sí, ahora no. Esto sí. Esto no. Un porcentaje de la población. Los niños, los niños. Seguramente el segmento poblacional que menos titulares ha protagonizado estos días.
El virus, un bicho verde pintado con acuarela por Telmo, de nueve años. | Crédito: Telmo
Mientras hablábamos así, solemnes, como mayores, ellos estaban ahí, a sus cosas, a sus cosas de niños. ¿Los hemos escuchado? No lo sé. Pero sí he leído a muchos adultos. Porque en estos dos meses de confinamiento hemos tenido tiempo de hablar de todo.
Hemos aprendido de curvas de enfermedad, de epidemiología, de virología, de murciélagos y de pangolines… Hemos llorado las muertes, hemos llamado a amigos que hace años no vemos, a novias perdidas, a familiares con los que estamos reñidos… hemos hablado con nuestros padres, tíos y abuelos más que nunca; hasta hemos conectado con los cuñados, caramba … Nos hemos preocupado por las UCI, los guantes, las mascarillas, los respiradores… Hemos visto aplausos, caceroladas, decretos de alarma, dimes y diretes, acuerdos que se firman y luego se borran…
Así ve Pedro, de nueve años, el #QuédateEnCasa. | Crédito: Pedro
Hemos entendido de fases, de desescaladas, de suministros médicos, de horarios de paseo y de actividades permitidas… Hemos visto escenas de abnegación, humildad, responsabilidad y heroísmo… Hemos visto a la gente dar la talla; la gente, la humilde gente, todos nosotros…
Hemos descubierto las llamadas a tres, a cuatro y a mil, los grupos de WhatsApp, el Zoom, el HangOut y el no sé qué… y hasta las señales de humo… Nos hemos cocido en nuestra propia salsa. Ni los vampiros podían salir por su ración de sangre cada noche. Ay, el toque de queda, la alarma, el confinamiento. ¿Y los niños? ¿Cómo ven los niños todo esto? ¿Recordamos acaso cuán impresionables éramos cuando niños? Y sin embargo… son tan fuertes, tan elásticos, tan adaptables… ¿Verdad? Lo son, ¿no? Lo somos… ¿Verdad?
«Hemos aprendido de curvas de enfermedad, de epidemiología, de virología, de murciélagos y de pangolines… hemos hablado con nuestros padres, tíos y abuelos más que nunca; hasta hemos conectado con los cuñados, caramba»
Los mayores hemos aprendido, sobre todo, a vivir con el miedo a la enfermedad y con el temor a no saber si vamos a poder trabajar. ¿De qué vamos a vivir? ¿Qué va a pasar con nosotros?
Todo eso también lo han vivido los niños. ¿O es que los niños no aprenden también lo que les pasa a sus padres? Y más cuando no han dejado de estar más que nunca a nuestro lado.
Como informador, mi intención al principio fue llamar a pedagogos, profesores, psicólogos. Escribir un reportaje sobre cómo la pandemia afecta a la imaginación y los ojos de un niño. Pero lo dejé. Una mañana vinieron mis hijos con los nuevos rotuladores y el bloc de dibujo, que les había dado para que disfrutaran del gusto del papel de 140 gramos. Y me enseñaron, con esa alegría con la que los niños muestran sus cosas, lo que habían pintado mientras yo me afanaba en editar el último breaking news del periódico sin poder hacerles todo el caso.
Por si no nos ha quedado claro, Lola, de 8 años, nos lo dice en dos idiomas: «El coronavirus es malo». | Crédito: Lola
¿De qué iba lo que yo escribía esa tarde? ¿Virología? ¿Efectos del parón sobre las emisiones contaminantes? ¿Crack del petróleo? ¿La fauna que retoma la ciudad? ¡Qué más da! El dibujo era más sugerente que cualquier dato. Era un satori, una iluminación, una epifanía. «Vale más ese dibujo de gente con máscaras que todo lo que yo llevo haciendo un mes tecla sobre tecla», me dije.
Y entonces ya no quise llamar más. No quise expertos. Ya lo habían publicado otros medios. Quería que los niños hablasen. Quería atender a mis hijos, escucharlos, aprender de ellos. He tenido desde entonces conversaciones que antes nos costaba anudar. ¡Tantas cosas que hacer! ¡Tanto movimiento!
Chutar al balón, salir a la calle, correr, andar por ahí, no parar… todo eso ¿une? a padres y a hijos. El día a día. El ajetreo. La actividad extraescolar, la actividad extra escolar que va después de la extra escolar. La merienda atropellada entre el semáforo y venga que llegamos tarde. Ay, el cinetismo de los niños, que siempre nos coge mayores; ay, la normalidad perdida que tampoco era normal…
¿Pero qué pasa si tenemos que estar encerrados y no hay donde correr? ¿Qué ocurre si no tenemos que ir a ningún sitio? ¿Qué sucede si no vemos a nadie durante semanas?
Entonces nos encontramos solos frente a su frescura y la erosión de los años. Ay, los niños, los niños que fuimos, los niños que éramos. Si el coronavirus me ha dado algo es poder estar con mis hijos largas horas, hablando, viéndolos, haciendo cosas con ellos como en un encierro de albergue de montaña en un fin de semana de ventisca. ¡Cuánto he aprendido! ¡Cuánto he ganado en conocerles! ¡Cuánto he recuperado del niño que fui!
El virus, visto por una niña de 11 años. No sabemos si es horizontal o vertical. Sea como sea, es un bicho desagradable. | Crédito: Irene
Me llamo Berta Martín y tengo 11 años
Cuando el coronavirus estaba en China nadie le daba importancia, pero ahora que está en España todos hablan de él. Yo personalmente creía que era una simple gripe contagiosa pero ahora sé que es también peligrosa.
Al principio de la cuarentena creía que eran como unas vacaciones, pero al tiempo me di cuenta de que no lo eran. El coronavirus se ha extendido y ahora es una epidemia mundial. Por las mañanas hago deberes y por las tardes hago ejercicio y hablo con mis amig@s.
Al principio de la cuarentena nos instalamos una aplicación para hablar. Para no sentirnos solos o para no aburrirnos. Nos echamos mucho de menos.
Para hacer ejercicio mi madre y yo nos hacemos recorridos por la casa saltando y corriendo.
Mi madre hace la compra por mi abuela para que no se contagie y yo algunas veces me quedo sola porque no puedo salir con mi madre y en ese tiempo hago deberes o juego con aparatos electrónicos. También hago manualidades con los materiales que tengo en casa.
Después, todo fue fácil. Le dije a mis hijos que avisaran a sus amigos. Si quieren, que os manden sus dibujos, sus historias, sus cartas. Los niños, y más los niños hoy en día, «tienen vías de comunicación que los mayores no entienden», que diría Blaise Pascal.
Un nuevo virus verdoso, hecho con la tablet por Quique, de 12 años. ¿Por qué hay tantos virus pintados de verde?. | Crédito: Quique
Me han llegado dibujos y cartas maravillosas. Y los comparto aquí, como miembro de la redacción de El Ágora, y como padre confinado. Miren esos dibujos, mírenlos. Y después de mirarlos, si tienen hijos, disfrútenlos. Y si no los tienen, busquen al niño que ustedes fueron. ¿Cómo hubieran llevado ustedes la pandemia hace 10, 20, 40, 60 años? Piensen. Nada más resiliente que un niño ante la adversidad, pero también nada más sensible ante la incertidumbre y la inseguridad.
Hola, me llamo Irene y tengo 11 años.
Cuando el coronavirus estaba solo en China yo decía, “está en China, no pasa nada”. Pero cuando llegó aquí, todo el mundo se excitaba, pero yo no me excitaba mucho.
Cuando nos pusieron en cuarentena me asusté un poco más. El coronavirus para mí es como una gripe pero más contagiosa. También es bastante peligrosa y dañina.
Yo, para no aburrirme canto, pinto, bailo, juego, etc. También hablo y hago videollamadas con mis amigos y familia.
Yo tengo una idea, si los mayores o los que tiene enfermedades son los que corren el riesgo más grande, los que no sean ninguno de esos pueden salir antes a la calle.
El estupor del coronavirus pintado por una niña de 11 años. | Crédito: Irene
Esta crisis, que a todos nos ha tocado, también dejará cosas en nuestros pequeños. Aprender con ellos a llevarlas, compartir las propias incertidumbres con ellos, es lo que se me ocurre que puedo hacer como pequeño líder de la manada que formamos mis pequeños y yo.
«Era un satori, una iluminación, una epifanía. «Vale más ese dibujo de gente con máscaras que todo lo que yo llevo haciendo un mes tecla sobre tecla», me dije»
Estoy seguro de que serán ellos, los niños y jóvenes, los que nos sorprenderán con su visión de lo que ha pasado. Espero, al menos, haber ayudado a que los míos interpreten los hechos con… ¿cómo podría decirlo? Con la libertad de hacerlo como ellos quieran. Pero con serenidad y alegría que yo haya podido transmitirles.
«Nos ha faltado humanidad; sí, nos ha faltado. Era todo demasiado numérico, demasiado estadístico, demasiado pautado»
Desde El Ágora, les invito a disfrutar de sus pequeños. Y si quieren compartir con todos nosotros lo que ellos escriben, piensan o dibujan, pueden hacerlo en redes sociales con la etiqueta #AgoraKids. Y si no tienen hijos, mírense en ellos para recuperar lo que del niño que fueron queda en ustedes.
Todos hemos despertado muchos demonios interiores en este encierro, supongo, pero ya que estamos removiendo cosas, anímense también a despertar al niño, al niño interior, a su niño interior.
Agradezco a mis hijos su amor y compañía durante estas semanas. Por ellos, y gracias a ellos, el confinamiento ha sido mejor, mucho mejor. Os quiero, hijos