En estos momentos de cuarentena, nos damos cuenta de que la naturaleza nunca se ha despegado de nosotros y, como buena compañera de nuestras vidas, reclamamos volver con ella. Ahora es nuestra la responsabilidad convertir ese deseo, germinado en el confinamiento, en el sincero y leal compromiso personal de protegerla
En estos días de confinamiento domiciliario por la crisis sanitaria provocada por la pandemia de COVID-19, son muchos los que están compartiendo en las redes sociales sus ansias por salir al campo.
Parece como si el encierro preventivo hubiera avivado en ellos una vinculación con la naturaleza que hasta ahora desconocían, o en todo caso, que no habían alcanzado a dimensionar debidamente.
Ese sentimiento de añoranza, esa noble sensación de anhelo, es la clara demostración de que nuestra vinculación con la naturaleza, nuestra dependencia de ella, es un rasgo atávico que permanece en el subconsciente, aunque llevemos mucho tiempo sin atender a su llamada, alejados del monte.
Resulta verdaderamente emocionante ser testigo de todo ese apego a la naturaleza a través de los muchos mensajes que estoy recibiendo al respecto. Gente que agradece las imágenes de un simple petirrojo, una lagartija o un caracol grabadas en el entorno doméstico durante este período de clausura y compartidas en las redes a través del hasta #NaturalezaenCasa.


Son muchos los que están descubriendo durante estos días que la naturaleza está presente en nuestro entorno inmediato, que lo ha estado siempre y que tan solo era necesario corregir la mirada, poner las cortas, pasar de lo macro a lo micro y atender a las pizcas de vida silvestre de nuestro derredor más próximo.
Descubrir la belleza de esa pareja de golondrinas que llevan años posándose en los cables del tendedero y a las que nunca habíamos prestado atención. Lo bulliciosos que pueden llegar a ser los gorriones disputándose las migas de pan que les hemos dejado en el balcón. O la hipnótica manera que tienen las salamanquesas de salir de caza por las paredes de la terraza en cuanto empieza a oscurecer.
Las redes se están llenando de repente de imágenes en las que se recogen todos esos instantes de naturaleza doméstica que, sin tener nada de novedoso, están siendo descubiertos y compartidos con un entusiasmo ciertamente enternecedor y que apela a la esperanza. Pero hay más.
La mayoría de los mensajes suelen acabar con un “que ganas tengo de salir al campo” o un “no sabía lo mucho que llegaría a añorar algo tan simple como pasear por el bosque”. Bien.


De lo que se trata ahora es de convertir ese deseo de salir a la naturaleza en el sincero y leal compromiso personal de protegerla.
Que la añoranza de paso a la responsabilidad, que esta inmensa melancolía que intentamos sobrellevar los que amamos a la naturaleza buscándola en nuestro entorno doméstico se transforme en fidelidad hacia ella cuando volvamos a emboscarnos, cuando subamos al monte, bajemos a la cala o nos escapemos al río. Una fidelidad basada en el respeto, el cuidado y la protección.
Ojalá una de las enseñanzas que nos deje de este período de confinamiento, este arresto domiciliario que está viviendo el mundo entero y que no olvidaremos mientras vivamos, es lo mucho que necesitamos a la naturaleza y lo mucho que debe cambiar nuestro trato hacia ella.
