España se desangra en el peor momento. A la espera de que se empiecen a notar los efectos de la cuarentena, las cifras de contagiados y muertos no paran de aumentar, y los errores del Gobierno, como la compra este jueves de 9.000 kits de detección defectuosos, dificultan la gestión de la crisis



La guerra sin cuartel contra el coronavirus en España ha entrado de lleno en su semana más dura. El país ya es oficialmente el segundo del mundo en número de fallecidos, tras Italia, y los nuevos contagiados diarios superan ya a los del país transalpino. A la espera de que se empiecen a notar los efectos positivos de la cuarentena, esas escalofriantes cifras de contagios y muertos no dejan de aumentar y los hospitales de varias comunidades están ya saturados. Una difícil situación que se está viendo agravada por errores del Gobierno como la compra de material defectuoso o las dificultades de Sanidad para centralizar la gestión de la crisis.
56.188 contagiados y 4.145 fallecidos. Casi un 20% más que el día anterior. Las cifras por sí solas asustan, pero la fría estadística esconde una realidad mucho peor: la de las miles de familias donde el dolor de enterrar a un ser querido se entremezcla con la angustia de no haber podido despedirse de él. También ocultan la experiencia de las decenas de miles de contagiados, asustados y aislados, que temen las consecuencias de una enfermedad que ni siquiera entendemos del todo todavía.
A estos sentimientos se suma la incertidumbre sobre el futuro. España es ya el epicentro, aunque sea de manera temporal, de una pandemia global, pero seguimos sin saber cuánto va a durar la crisis. El número de muertos per cápita ya es tres veces mayor que el de Irán, y 40 veces mayor que el de China. Y la curva, lejos de aplanarse, por el momento sigue creciendo, dando la sensación de que estamos perdiendo esta guerra tan particular contra un enemigo que, aunque invisible, es implacable.
A pesar del negro panorama que pinta el campo de batalla, el Gobierno sigue haciendo llamadas al optimismo que buscan ir más allá de la gota de agua en el desierto. Según el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias y uno de los máximos coordinadores de la respuesta a la crisis, Fernando Simón, el número de personas que superan el coronavirus es cada día mayor y es muy superior al de fallecidos, lo que hace albergar «cierta esperanza» de que el «ansiado pico» está cerca.
Errores no forzados
Sin embargo, la confianza en la respuesta del Gobierno está resultando más complicada de lo esperado, sobre todo por los errores que han ido cometiendo a lo largo de la gestión de una crisis que se enfrentó de manera tardía. El gobierno de Pedro Sánchez ha reaccionado tarde a una situación de la que ya nos alertó las experiencias italiana y china. España carecía además de suficientes equipos esenciales y materiales básicos para el sistema de salud como los ventiladores, la ropa protectora para los sanitarios y las pruebas de coronavirus.
Pero además se actuó con cierta torpeza, como demuestra el desastre que ha acabado siendo uno de los primeros pedidos que ha hecho Sanidad de material: concretamente, tests de detección rápida adquiridos en China y que han acabado siendo defectuosos. Las pruebas, que se iban a destinar sobre todo a los sanitarios, uno de los colectivos que más las necesitan, tienen una sensibilidad excesivamente baja y dan negativo en casos en los que la prueba tradicional certifica el positivo.
Un error difícil de comprender si se tienen en cuenta las declaraciones oficiales de la embajada de China en España. Al parecer la empresa a la que le compró los tests el Ministerio, Shenzhen Bioeasy Biotechnology, no se encontraba en la lista de proveedores clasificados que ofreció el Ministerio de Comercio del gigante asiáticos. Y lo que es peor: ni siquiera tiene licencia.


A pesar de todo esto, el Gobierno asegura que la partida de test rápidos defectuosos, que según apuntan ya ha sido devuelta a los fabricantes, contaba con homologación europea para su compra y comercialización en todo el espacio comunitario. Además, afirman que esta operación, que no está relacionada con la compra de material sanitario anunciada el miércoles por el ministro Salvador Illa, se inició antes de que las autoridades chinas facilitaran nuevos listados de sus proveedores al Gobierno de España.
Es cierto que las dificultades para comprar material sanitario (tanto protección como pruebas) se están revelando globales, porque la producción de estos productos está concentrada en muy pocos lugares y el mercado actual, en el que reina la especulación, se ha visto saturado de pronto por las enormes demandas de los países afectados. Pero también es verdad que varias comunidades han criticado desde el principio la decisión de centralizar en el Ministerio de Sanidad la gestión de la crisis y la compra de material, que tildan de «caótica».
Algo que podría parecer comprensible si se tiene en cuenta que Sanidad lleva sin tener competencias reales desde hace años y que desde entonces han sido las autonomías las que han desarrollado el necesario savoir faire que necesita una gestión sanitaria eficiente. Esto ha llevado a varios dirigentes regionales, sobre todo del PP, a quejarse de que el sistema centralizado derivado del estado de alerta «no ha funcionado», por lo que han decidido ponerse manos a la obra y comprar el material por su cuenta. También muchas empresas están intentando ayudar a conseguir suministros vitales como mascarillas o líquidos desinfectantes.
Tregua temporal al Gobierno
A pesar de las críticas a la gestión, más o menos veladas, y los llamamientos a fiscalizar la tardía reacción del Gobierno, en el plano político está prevaleciendo la unidad, algo absolutamente necesario para ganar en una guerra frente a un enemigo común que debería estar más allá de ideologías y colores. Por eso, el Congreso de los Diputados ha autorizado con una abrumadora mayoría la prórroga del estado de alarma que ha defendido Sánchez como una dura medida para la sociedad, pero «indispensable» frente al coronavirus.
Curiosamente, los únicos que se han abstenido en esa votación de apoyo a las políticas del Gobierno son los teóricos socios de la coalición de izquierdas que logró la investidura hace apenas unos meses. Las formaciones independentistas y soberanistas catalanas, vascas y gallegas, es decir, ERC, JxCat, EH Bildu, la CUP y el BNG, fueron las únicas en no apoyar expresamente la prórroga del estado de alarma.
Sin embargo, el apoyo que han dado el resto de fuerzas no significa incondicionalidad, por lo que no se han evitado ni reproches ni advertencias al Ejecutivo. El líder de la oposición y presidente del PP, Pablo Casado, ha subrayado su respaldo a la prórroga, pero también el cuestionamiento de la gestión del Ejecutivo, que cree afrontó tarde la crisis del virus, sobre todo al permitir las manifestaciones feministas del 8M, y acusa a Sánchez de «negligencia grave».


A todo esto hay que sumar las desavenencias declaradas que ha habido dentro del Gobierno de coalición, donde Unidas Podemos y PSOE no parecen ir de la mano en todo. Además, los del partido de Pablo Iglesias han criticado abiertamente la filantropía de líderes empresariales como Amancio Ortega, que ha puesto las redes logísticas de Inditex al servicio del Ejecutivo y se está encargando además de intentar conseguir acelerar el suministro de mascarillas.
También insisten en medidas como la suspensión de los alquileres, lo que podría tener unas consecuencias terribles para pequeños inversores inmobiliarios. Una muestra de que, a pesar de lo terrible de la crisis, algunos partidos son incapaces de despojarse de sus anteojeras ideológicas.
Eso sí, a pesar de esta falta de coordinación al más alto nivel, de los errores cometidos y de las críticas cruzadas, la unidad frente al coronavirus parece asegurada. No solo por parte de los políticos, sino también gracias a un sector privado que ha dejado de lado cualquier rencilla para arrimar el hombro y aportar su conocimiento, sus recursos y su capacidad de gestión a intentar resolver una crisis sin precedentes. Los avances médicos, tan necesarios también, se están empezando a producir, por lo que no hay que abandonar la esperanza.
En el momento más oscuro de la contienda no hay cabida para las cuitas personales. Porque no hay que olvidar que, lo que puede llegar detrás, en forma de recesión económica, va a tener también un enorme potencial destructivo.
