La llegada del coronavirus ha sacado del baúl de los recuerdos a los pueblos, lugares olvidados que se presentan ahora como potenciales búnkeres frente a la pandemia. Sin embargo, sus habitantes nos explican que, en realidad, la vida allí es mucho más complicada de lo que parece y que ahora, más que nunca, hay que ser responsables



Suena el despertador. Es muy temprano y a veces cuesta encontrar las fuerzas a esas horas, pero Alberto Jiménez sabe que si ese día no acude a su trabajo es posible que corran riesgo las vidas que están a su cargo y a las que lleva cuidando sin descanso, generación tras generación, desde que era joven.
“Ya sabes cómo es mi trabajo. Tengo que estar todos los días al pie del cañón, por la mañana o por la noche si hace falta”, me comenta Alberto. Él es ganadero en El Tiemblo, uno de esos pueblos olvidados pertenecientes a la mal llamada “España profunda” y que ahora están siendo reconsiderados por presentarse como posibles búnkeres frente a la pandemia.
El coronavirus está provocando que el futuro económico de Alberto penda de un hilo porque «los precios de las carnes están por los suelos»
El motivo es simple: la mayoría de las personas que viven en pueblos como el de Alberto tienen una avanzada edad, carne fresca, sin duda para el coronavirus. “Antes solía tomar algo en el bar con la gente que conocía, pero ahora ya no queda nadie aquí. Todo el mundo se ha quedado en sus casas, no por miedo, sino por respeto a un virus que te puedes encontrar en cualquier parte”, argumenta Alberto.
“Yo voy a trabajar y me vuelvo directo. En ocasiones saludo a mi abuela cuando la veo en la ventana, pero nada más. No me arriesgo a ir a verla por si pasa algo”, continúa explicando.
A pesar de la enorme concienciación, Alberto también nos habla de que existe un numeroso grupo de personas que se saltan el confinamiento y salen a las calles “como si nada pasara”.
En la comarca donde se ubica El Tiemblo y El Hoyo de Pinares hay más de 120 casos confirmados
Un bancario que trabaja en el Hoyo de Pinares, un pueblo cercano a El Tiemblo nos relata este problema. “La gente aquí está muy concienciada también, pero no deja de ser un pueblo lleno de gente anciana que no quiere entender lo que está pasando y que no tiene con qué pasar el tiempo en casa. Casi siempre son ellos a los que se ve por la calle, pero los hay de todo tipo, aquí y en todos los pueblos”.
“Mira. A pesar de la cuarentena, esta mañana han venido al banco 28 personas. Como mínimo, una o dos personas acuden sin protección. Se piensan, como dicen ellos, que nos les va a pasar nada, que al pueblo no llegan esas cosas. Algunos ponen como excusa el ir a ver a las gallinas o tirar la basura para darse un paseo. Menos mal que la policía recorre las calles de vez en cuando para recordarles lo que está pasando en el mundo”, añade el empleado.
A pesar de saltarse el confinamiento, tampoco sería justo echarle las culpas a ellos y llamarles irresponsables. Al fin y al cabo, son personas mayores con un estilo de vida que les ha sido arrebatado y porque, en muchas ocasiones, viven ajenos a lo que pasa fuera de las fronteras de su pueblo.
Como tampoco sería injusto llamar propagadores de la enfermedad a aquellos que viajan a los pueblos, y a los que se ve vagando por las calles, porque no se conoce su situación real. Sin embargo, aquí entra en juego un matiz sutil e importante: en los pueblos todo el mundo se conoce y todo el mundo sabe realmente quien acude a ellos por trabajo y quien por oportunismo.


Como ejemplo de lo anterior podemos tomar a Valdeobispo, un pequeño pueblo de Cáceres de no más de 700 habitantes que sufre, al igual que otros municipios, un confinamiento que para nada les corresponde, pero que tienen que acatar.
“Antes solía dar paseos con mis padres y mis perros. También quedaba con los amigos, nos íbamos de bares y también al embalse que tenemos cerca a pasar las tardes. Ahora no podemos hacer nada. Todo ha cambiado”, nos relata Clara Alcón, una universitaria natural de Valdeobispo.
Ella está frustrada por el confinamiento y más sabiendo que Valdeobispo es inocente, al igual que otros muchos municipios, de sufrir esta condena. ¿Por qué un pueblo tan pequeño que solo acoge a sus gentes la mayor parte del año tiene que pagar como los demás? ¿De verdad sus habitantes tienen la culpa de que el virus se haya propagado si apenas nadie sale de allí?
La respuesta es difusa, pero al igual que en otros muchos pueblos, todas apuntan a una sola dirección: a los “extranjeros” que poseen segundas residencias allí y que aprovechan el momento de incertidumbre para mudarse con la idea de vivir un confinamiento menos severo.
“Claro que se mira con otros ojos a la gente que viene de las ciudades a pasar la cuarentena en sus segundas residencias. Sus casas están en Madrid, no aquí. No tienen derecho a saltarse la cuarentena y poner en riesgo a la gente que vive aquí, y más sabiendo que mínimo el 80% de la población de la mayoría de los pueblos es gente de tercera edad. Todos esos que vienen sin necesidad desde los focos de contagio son unos irresponsables”, detalla Clara.
En la retaguardia tecnológica
Al final, en los pueblos se cumple la cuarentena y viven unos problemas que en la ciudad son inexistentes. ¿Os imagináis pasar la cuarentena en vuestras casas sin una conexión a Internet? Pues eso es lo que la mayoría de las visitantes se encuentra al llegar a los pueblos.
Sofía Jiménez, estudiante universitaria, nos relata cómo vive este problema en sus carnes. Con una conexión que apenas alcanza una velocidad de 7Mbps, ella se ve desbordada para visualizar con normalidad las clases online o para descargar todo el contenido que le envían.A eso se suma que en su casa viven cuatro personas más que están permanentemente conectadas y que, si llueve o hay tormenta, como en estos días, hay una alta probabilidad de que la conexión se pierda por completo.
“Sinceramente, Internet va fatal”, nos comenta nada más hablar con ella. “Constantemente pierdo la conexión al ver mis clases y si uno de mis hermanos se pone a ver una película o, simplemente, a seguir sus correspondientes clases, ya te puedes olvidar de tan siquiera cargar una simple página. Esto es desesperante. ¿Así pretenden las universidades que continuemos con nuestras carreras? Tienen que comprender que no todos vivimos en Madrid”.
Al final, la vida en los pueblos no es tan bonita como la pintan. Como argumentan todos y cada uno a los que he entrevistado y que no he podido mencionar, como Juan Manuel González, del municipio madrileño de Cenicientos: ¡Esto es un sinvivir!
El único pensamiento que anhelan es el de saborear la libertad con la que antes vivían y poder disfrutar del más preciado de sus tesoros, que es la naturaleza que les brindaba sus pueblos y que ahora la cuarentena les ha arrebatado.
Porque ¿qué es un pueblo sin naturaleza? Pues solo un puñado de casas, al mismo nivel que Madrid o Barcelona, con la diferencia que, después de la cuarentena, las de los pueblos permanecerán olvidadas y sumidas en el aislamiento que las caracteriza.
