Anti-Trump S.A.: el rentable negocio de odiar al presidente - EL ÁGORA DIARIO

Anti-Trump S.A.: el rentable negocio de odiar al presidente

Los medios de comunicación estadounidenses han vivido económicamente en los últimos años de vapulear al presidente más detestado de la historia moderna. Pero este acoso y derribo permite a Trump ser omnipresente y controlar a la propia prensa, con el foco siempre sobre lo que quiere en ese momento. Nuestro corresponsal Argemino Barro analiza desde Nueva York las claves de esta simbiosis mediática


Aún no había llegado a las tiendas, pero el libro de Mary Trump, sobrina del presidente de Estados Unidos, ya había recibido casi un millón de encargos: el récord de la prestigiosa editorial Simon & Schuster. Decenas de entrevistas en los principales medios de comunicación y reseñas sobre el texto, un tradicional tell all en el que la autora se desquita sobre el aparentemente siniestro carácter de su tío, ayudaron a elevar esas cifras todavía más. Y colocaron otra muesca en el lucrativo mercado de atizar al presidente de Estados Unidos.

“Esto va más allá del narcisismo común y corriente”, escribe Mary Trump, doctora en psicología clínica, en uno de los capítulos. “Donald no solo es débil, su ego es una cosa frágil que tiene que ser reforzada a cada momento porque sabe que, en el fondo, él no es nada de lo que dice ser”.

El libro, titulado Too Much is Never Enough: How My Family Created the World’s Most Dangerous Man («Demasiado nunca es suficiente: Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo»), recuerda a una novela de terror psicológico, en la que las humillaciones y la ambición desmedida acabarían creando al actual inquilino de la Casa Blanca. Según Mary Trump, su padre, el mayor de los hermanos, Fred Trump Jr., era constantemente maltratado por el patriarca de la familia, que quería hacer de él un heredero sin escrúpulos. Fred Jr. acabó muriendo de alcoholismo en 1981, cuando Mary tenía 16 años, así que el patriarca tuvo que depender del hermano siguiente, Donald Trump, para que tomase las riendas de la empresa inmobiliaria.

El presidente Donald Trump regresa al despacho oval tras una rueda de prensa en el jardín de la Casa Blanca, el 14 de julio de 2020. | EFE/EPA/TASOS KATOPODIS / POOL

La autora cuenta cómo, una vez su tío fue elegido presidente, los periodistas llamaban a su puerta buscando información. Ella se negaba, pero luego, cuando vio cómo Trump “rompía las normas, ponía en peligro las alianzas, y pisoteaba a los vulnerables”, decidió empezar a compartir información sobre los tropiezos financieros del presidente en los años noventa. El resultado fue este artículo de 14.000 palabras en The New York Times.

El bestseller instantáneo de Simon & Schuster está lejos de ser una excepción. Menos de un mes antes, la misma editorial sacaba a la venta otro tell all sobre el presidente de EEUU. En este caso, escrito por el veterano funcionario republicano y tercer consejero de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton.

El texto de Bolton es tan duro con Trump como el libro de la sobrina, solo que, en lugar de desarrollarse en el ambiente dinástico, lo hace en la arena de la Casa Blanca y la política internacional. Según Bolton, que duró en el cargo menos de un año y medio, Trump ha cruzado todo tipo de líneas rojas: habría solicitado la ayuda de China para ser reelegido en noviembre, habría ofrecido favores personales a autócratas como el turco Recep Tayyip Erdogan, barajado la idea de gobernar más de dos mandatos (lo cual requeriría cambiar la Constitución) y demostrado más de una vez una completa, profunda y rigurosa ignorancia.

Simon & Schuster, que pagó a Bolton dos millones de dólares por los derechos del libro, amortizó gastos en la primera semana. The Room Where It Happened: A White House MemoirLa habitación donde sucedió: Unas memorias de la Casa Blanca») vendió 780.000 copias. El libro sobre Trump más exitoso en dos años.

Un ciudadano protesta contra Trump ante el Capitolio en Washington DC. | Foto: EFE/EPA/JIM LO SCALZO

Mary Trump y John Bolton siguen la estela de Omarosa Manigault, antigua colaboradora de Trump, o de Sean Spicer, quien fuera su primer portavoz en la Casa Blanca; o del exdirector del FBI James Comey, despedido por Trump. Y otros la seguirán en los próximos meses: Michael Cohen, exabogado personal del magnate, ha confirmado que escribirá sus memorias, lo mismo que Peter Strzok, exagente del FBI que promete desvelar detalles de la influencia extranjera en el Gobierno de Trump. Por no hablar de las decenas de politólogos y periodistas dispuestos a opinar y a escarbar todo tipo de perlas informativas. El reportero Michael Wolff, que chupó hasta la médula de la administración en sus primeros días y lo contó todo en sospechosas paráfrasis, vendió 1,7 millones de ejemplares en tres semanas.

Hace cuatro años que las grandes librerías de Estados Unidos tienen secciones enteras dedicadas al presidente, con cubiertas, por lo general, de color rojo intenso, como si fueran capotes tentando los instintos primarios del lector: una audiencia que desea, a la vez, informarse y alimentar su desprecio por el presidente más detestado de los tiempos modernos.

El hecho de que estos autores se hayan llenado los bolsillos con sus testimonios no significa que lo que digan no sea verdad, o que lo hayan dicho solo para ganar dinero. La rentabilidad puede ser un efecto secundario de su genuino interés en hablar del presidente, o ambos objetivos pueden ir unidos: la sincera misión de contarle al mundo lo que sucede en la Casa Blanca y la nada desdeñable posibilidad, por qué no, de embolsarse cuatro o cinco millones de dólares.

La demanda de este tipo de libros solo es el reflejo de una fiebre; otro síntoma de lo disparados que están los ánimos en Estados Unidos. Si el mercado literario tiene una fuerte demanda anti-Trump, los medios de comunicación han vivido los últimos años, en gran parte, gracias al oficio de vapulear al presidente.

El negocio ha sido generalizado, sobre todo en los días calientes de 2016, cuando el hecho de tener a Trump cercano a la presidencia, y luego en ella, era más novedoso. Ese año el ritmo de suscripciones al New York Times se multiplicó por diez; también subieron las suscripciones de Politico o ProPublica, que recibió el triple de donaciones que el año anterior. The New Yorker triplicó, entre noviembre de 2016 y enero de 2017, el número de suscripciones que había sumado el año anterior. Las de The Washington Post también batieron récords, como las de The Atlantic y The Boston Globe.

A este fenómeno, presente en todo tipo de cabeceras y canales televisivos, se le ha llamado Trump bump, o “bulto de Trump”, debido a la joroba que dibuja en los gráficos de resultados. Nadie se pudo resistir al contenido inigualable que ofrecía el republicano: ataques xenófobos, muros imposibles de construir, prohibición de entrar a los musulmanes en Estados Unidos, iconoclastias, promesas, bromas, rumores, insultos y falsedades. Cada alegación más controvertida y sabrosa que la anterior, de manera que las audiencias, como demostraban y siguen demostrando estos indicadores, no podían apartar la vista del televisor o de la pantalla del teléfono móvil. Los empresarios mediáticos lo sabían y se aprovecharon, como el camello que ronda a los adictos.

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, junto al vicepresidente Mike Pence y los responsables sanitarios de la Administración, el viernes en la Casa Blanca. | EFE/EPA/MICHAEL REYNOLDS

La CNN, supuesto azote del presidente, dejaba la cámara encendida en los mítines de Trump, que recibió más del triple de exposición televisiva que Hillary Clinton. El entonces consejero delegado de la CBS, Les Moonves, lo tuvo que reconocer. Trump “puede no ser bueno para América, pero es la leche de bueno para CBS”, declaró. “El dinero viene a espuertas”.

Los diarios, teniendo a un potencial autócrata en el despacho oval, se vistieron de grandes demócratas: aguerridos defensores de libertad. Un mes después de las elecciones, The Washington Post cambió su cita de portada, la que va debajo de la cabecera del periódico. Puso: “La democracia muere en la oscuridad”, erigiéndose como defensor de los más sagrados valores humanistas. Al mismo tiempo The New York Times lanzaba una campaña en la misma línea. En sus anuncios aparecían reporteros intrépidos persiguiendo la noticia, como en la película Spotlight, con una serie de referencias a la objetividad, los hechos y la honorable búsqueda de la verdad. Al mismo tiempo, sin embargo, empapelaban sus portadas con la última ocurrencia del presidente, dedicándole toda la cobertura, incapaces de apartar la mirada y dejar pasar una buena inyección de tráfico.

En realidad, Trump daba a cada uno lo que quería. Los seguidores del presidente, una gran parte de población rural y blanca venida a menos, desconfiada de las instituciones, recelosa de la inmigración y con un apetito por el nacionalismo económico, vieron maná en las palabras del millonario: se sintieron identificados con su forma de hablar plana y abrupta, con su retórica anti-élite y con el sueño impreciso de resucitar unos Estados Unidos dorados. Y sus críticos no podían dejar pasar la oportunidad para odiarlo aún más: para ver en él a un bufón de piel naranja, para vivir un efecto catarsis a través de este chivo expiatorio: la encarnación de todo lo que es malo y vulgar y despreciable.

El presidente de EEUU, Donald Trump, durante un mitin en abril de 2018 en Nashua. | Foto: Andrew Cline

Hay indicios de que esto, en realidad, forma parte de un plan. Los salvajes e incongruentes tuits de Trump, sus requiebros, su constante negación de la realidad o la agitación de amenazas que no existen o no están corroboradas, pueden ser un anzuelo: una carnaza que nos suelta para que pongamos el foco donde él quiere que lo pongamos, puede que para dominar la conversación pública, o como mera distracción. Sería una estrategia consciente.

En febrero de 2016, cuando Trump partía como favorito en las primarias, Politico publicaba el testimonio de varios operativos republicanos a los que se les había anunciado la campaña años antes, en 2013. Según los testigos citados en el artículo, Trump los había reunido entonces para hacerles un anuncio. Estos creían que el magnate les comunicaría su intención de ser gobernador de Nueva York. No se imaginaban que su apetito era bastante más grande.

“Vosotros seréis de mucha ayuda cuando haga algo grande”, les habría dicho Trump, sobre una mesa llena de sándwiches, en una sala de reuniones de su torre de la Quinta Avenida. Los presentes, veteranos consultores del partido en Nueva York, no daban crédito. Pero Trump parecía muy confiado: “Nos dijo, ‘me lo llevaré y ganaré rotundamente’”, declaró uno de los consultores. “Trump nos dijo, ‘Voy a unirme [a la carrera presidencial] y las encuestas se van a volver locas. Voy a chupar todo el oxígeno de la sala. Sé cómo manipular a los medios de manera que jamás serán capaces de quitar sus focos de mí”.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la cumbre del G20 en Osaka. | EFE/EPA/STEFAN ROUSSEAU / POOL

Desde este punto de vista, sería un error observar la presidencia de Trump solo a través de las lentes habituales de la política: siguiendo el viejo manual que nos servía para entender a Bill Clinton, a George Bush o a Barack Obama. Si queremos que Trump tenga más sentido, y que sus declaraciones y tuits y golpes de mano encajen en algún esquema, quizás deberíamos de ajustar un poco la lógica y verlo como lo que es y siempre ha sido: un showman. Una persona que equipara su éxito no a la calidad racional de sus decisiones, sino a la capacidad para absorber la atención y dominarla, como un narrador que nos convirtiera en personajes de su relato.

Varios académicos y lingüistas cognitivos, como George Lakoff o Lawrence Rosenthal, de la Universidad de Berkeley, han identificado los poderes de Trump en su forma de hablar: la manera de comunicarse directamente con nuestra emociones y nuestros prejuicios, usando metáforas, rimas y anécdotas pegadizas, dominando el lenguaje televisivo del rumor y del bulo. Apelando a los instintos más primarios, más virulentos, manipulando golpe a golpe las percepciones de Estados Unidos.

“Donald Trump ha sido vendedor desde hace casi medio siglo”, escribía Lakoff, autor del bestseller No pienses en un elefante. “Ahora se está vendiendo a sí mismo, su manera de ver el mundo y su visión egoísta de la ley y la verdad. Sus principales herramientas son el lenguaje y los medios. Transmitiendo fielmente las ideas y palabras de Trump, la prensa le ayuda a atacar, y por tanto a controlar, a la propia prensa”. El lingüista dice que la prensa tiende a repetir las alegaciones más polémicas, por eso se ha convertido en “la agencia de marketing de Trump”. Económicamente lógico: el coste de no hacerlo equivaldría a renunciar al maná de los clics, al Trump bump.

Los libros, artículos y documentales sobre Trump, las oleadas de odio y desprecio que se le profesan en ciudades como Nueva York, donde una manera habitual de romper el hielo es usar de piñata al presidente, solo son el reflejo inverso de la adoración que le profesa su base electoral. Las dos caras de un espejo emocional, donde los prejuicios de cada grupo son azuzados con cada nuevo tuit y cada nueva declaración.

Nada más ocupar el despacho oval, Trump le dejó claro a su equipo cuál habría de ser el espíritu de su administración. “Pensad en mi presidencia”, habría dicho a sus subordinados, según The New York Times, “como una serie de televisión en la que yo venzo a mis enemigos”.


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