La generación con las expectativas más altas, los millennials, se ha convertido en la generación perdida. Los sueños rotos por la crisis de 2008 empezaban a levantarse cuando la pandemia del coronavirus se ha llevado por delante sus trabajos y esperanzas. Nuestro corresponsal en Nueva York, Argemino Barro, nos cuenta las claves de esta caída



Hace tiempo que decir la palabra “millennial”, antaño sinónimo de fascinación y modernidad, de las promesas del nuevo milenio, equivale a pintar un paisaje de sueños frustrados y expectativas pulverizadas. La palabra millennial evoca un futuro sin buenas jubilaciones. Un paisaje de jóvenes de barbas blancas, con sus dolores de espalda y sus lagunas, condenados a trabajar hasta el último aliento para pagar un pisito de alquiler.
La tragedia griega de los millennials, aquellos nacidos entre 1981 y 1996, se compone de tres actos. El primer acto es el de las expectativas, que habrían ido creciendo desde mediados del siglo XX hasta hacerse poco menos que irrealizables. Si los abuelos hubieran estado satisfechos con un techo y dos comidas por día, y los padres con un buen empleo y unas vacaciones en verano, a los millennials se les habría inculcado ir más allá: el deber de encontrar una vocación y de perseguirla. De buscar una vida plena, creativa, original y, muchas veces, no exenta de fama y gloria. Y que ningún mediocre envidioso les diga lo contrario.
Las altas expectativas del millennial han sido reflejadas en varios estudios, como este de 2013, y también han sido presa de la caricatura y la mofa por parte de generaciones rivales. Pero las altas expectativas quizás no hubieran tenido tanta importancia si el suelo económico no se hubiera desvanecido entre 2008 y 2011. Este sería el segundo acto de la tragedia millennial.
Las primeras remesas de su generación acabaron la universidad pensando en ese futuro promisorio que, en una situación de progreso continuado, les correspondía. Sin embargo, el agujero negro desencadenado por la burbuja de las hipotecas basura se llevó por delante el tejido económico y, en lugar de obtener un primer empleo como trampolín a otros empleos mejores, se vieron rodeados por trabajado precarios y con escasas posibilidades de promoción.
“Los millennials se hicieron adultos durante la Gran Recesión, lo cual creó un efecto dominó de penalidades financieras para su generación”, escribe Hillary Hoffower en Business Insider. Este retraso en alcanzar los hitos financieros de una vida adulta, según los estándares de un país industrializado, se da sobre todo entre los millennials de más edad. Un estudio de la Reserva Federal de San Luis estima que los norteamericanos nacidos en los años ochenta poseían, en 2016, niveles de riqueza un 34% inferiores a lo que hubieran sido de no haber ocurrido la crisis.
Dado que el mercado laboral no estaba a la altura de las expectativas educativas, los millennials acumularon una gigantesca deuda estudiantil. En Estados Unidos una licenciatura en una universidad privada cuesta más de 35.000 dólares al año. Este hecho, sumado a la precarización, hace que 44 millones de norteamericanos deban una media de 37.000 per cápita sólo por haber estudiado. En total, la deuda estudiantil supera el billón y medio de dólares, el doble que hace una década.
Adquirir una casa en Estados Unidos cuesta un 40% más que hace 40 años
De manera paralela a la precarización, también se ha encarecido la compra de una vivienda: adquirir una casa en EEUU cuesta casi un 40% más, después de ajustar la inflación, que hace cuatro décadas. El resultado es que los millennials tardan más que las generaciones anteriores en hacerse propietarios. También se casan más tarde que ninguna otra generación y han llevado el índice de natalidad a los niveles más bajos jamás registrados. Los millennials, así mismo, tienden a prescindir más de coche y de seguro médico y se han vuelto, a la vista de las circunstancias, financieramente conservadores.
(Por no hablar de las consecuencias políticas: el socialismo, esa palabra tradicionalmente tóxica en el país de las barras y estrellas, es ahora una ideología popular entre los jóvenes estadounidenses. Una encuesta de Gallup refleja que el socialismo es tan popular entre los millennials como el propio capitalismo: proporciones impensables en cualquiera de las generaciones anteriores).
Esta era la situación de los nacidos en los ochenta y primera mitad de los noventa, cuando hace aproximadamente cinco meses dio comienzo el tercer acto. La pandemia de coronavirus no ha dejado ningún sector social o económico indemne. Pero diferentes cifras indican que son los millennials, una vez más, los que han absorbido el grueso del golpe.
El think tank Data for Progress recoge que, en estos últimos meses, más de la mitad de los estadounidenses menores de 45 años han visto su empleo afectado: bien por despido, por baja forzosa o por recorte del horario laboral. El doble, proporcionalmente, que los mayores de 45 años. Según los datos del paro del mes de mayo, el desempleo es más alto entre los millennials que entre los miembros de la Generación X (nacidos entre 1965 y 1980) y del Baby Boom (1946-1964).


Esta concatenación de factores ha agravado la letanía que inspira la palabra millennial. Un artículo del Washington Post se refiere a ellos como “la generación más desafortunada de la historia de Estados Unidos”: aquellos que, cuando ya estaban saliendo del agujero de la Gran Recesión, han sido arrojados de vuelta al hoyo por un virus originado en China. Annie Lowrey, en The Atlantic, los llama directamente “generación perdida”. Una etiqueta que, en Estados Unidos, no se le ponía a una generación desde la Primera Guerra Mundial.
Las fases históricas son distintas. Los jóvenes adultos de 2020 no tuvieron que batirse en unas trincheras de Francia, ni dormir envueltos en papel de periódico, como solía ocurrir durante la Gran Depresión. No mueren al dar a luz en la misma proporción ni caen abatidos por enfermedades que se curan rutinariamente desde hace décadas. Pero, si miramos al PIB concentrado en sus manos, tienen peores cartas que ninguna otra generación desde finales del siglo XIX.