Un huracán es lo más parecido a la ira divina: una fuerza que, salida aparentemente de la nada, puede aplanar una isla entera o coger un pedazo de Nueva York y depositarlo en el oceáno Atlántico. No es extraño que las culturas precolombinas vieran en el huracán el enfado de los dioses. La versión más extendida de su etimología dice que “huracán” significa, en lengua taína, “el centro del viento”: un concepto que desembarcaría en Occidente gracias al historiador español Pedro Mártir de Anglería, fallecido en 1526.
Los huracanes son un rasgo distintivo del Caribe y de las regiones atlánticas de Estados Unidos. Un elemento con el que lidiar cada verano y otoño, y que, en 2020, siendo fieles al espíritu de este año difícil, golpea con más insistencia. Al menos en número.


Los huracanes y tormentas tropicales acaban de batir un récord en Estados Unidos. Desde que se empezaron a registrar en 1851, esta es la primera vez que se han formado nueve tormentas tropicales antes del mes de agosto y 13 antes de septiembre. Cifras muy superiores a la media, que, como apunta Suzanne Rowan Kelleher en Forbes, suele traer un total de “12 tormentas tropicales nombradas y seis huracanes, incluidos tres grandes”, hasta el 30 de noviembre. 2020 ya es, por encima de 2005, la temporada más activa hasta la fecha.
Ahora mismo los florideños se preparan para la que suele ser la más dura de las semanas, el epicentro de la temporada de huracanes: el 10 de septiembre.
El 2020 ya es, por encima de 2005, la temporada más activa hasta la fecha
El primer producto básico que suele agotarse en las tiendas son las baterías, dicen distintos expertos al Tampa Bay. Las baterías y las garrafas de agua. Es necesario comprar el doble de alimentos imperecederos de lo que uno espera. Cuando se vaya la luz, la comida que había en la nevera y en el congelador se puede estropear. Una manera de saber si, al cabo de unas horas, todavía se puede comer, es con la técnica del céntimo. Hay que poner un céntimo en un vaso de papel con hielo dentro del congelador. La altura del céntimo nos irá indicando el grado general de descongelación. Para guardar el hielo y las bebidas en un lugar fresco, lo mejor es la lavadora.
Es importante conservar los álbumes de fotos y otras reliquias familiares en bolsas de plástico aislantes, y dejar estos objetos listos, cerca de la puerta, en caso de evacuación. Si uno tiene un perro o un gato, sería bueno haber preparado una lista de hoteles que acepten mascotas. Conviene también sacar fotos del tejado de la casa antes de la tormenta. Es común que las compañías aseguradoras se nieguen a reconocer que esas tejas que faltan han sido arrancadas por el huracán.
En el momento de mayor nerviosismo, cuando uno mira las noticias y se prepara para, o bien huir o bien atrincherarse, es conveniente pedir a los amigos y familiares que viven en otros estados que dejen de mandar mensajes: quitan tiempo y sobre todo generan ansiedad. El exceso de energía nerviosa puede canalizarse hacia tareas físicas y aburridas como hacer la colada u ordenar el garaje.
“Florida ha sido el estado norteamericano más castigado por los huracanes, seguido por Texas, Carolina del Norte y Luisiana”
Florida ha sido el estado norteamericano más castigado por los huracanes: desde mediados del siglo XIX ha sufrido 120, seguido por Texas, con algo más de la mitad, Carolina del Norte y Luisiana.


El estado criollo acaba de resistir el azote del huracán Laura. Los vientos de 240 kilómetros por hora han causado entre 8.000 y 12.000 millones de dólares en daños materiales. Porciones de la red eléctrica estatal han sido destrozadas. Ahora mismo unas 177.000 personas carecen de agua corriente y más de 300.000 están a oscuras en el suroeste de Luisiana. Las crónicas describen los efectos psicológicos de perder la vivienda: la falta de apetito, el entumecimiento y la náusea. La negra perspectiva de volver a empezar de cero en medio de una pandemia y de la mayor recesión económica en casi un siglo.
Aunque no todo son víctimas. Empresas como Down and Out siguen el rastro de la destrucción y hacen dinero limpiando las calles de árboles caídos. “Estás todo contento, animado por ganar más dinero”, dice a National Geographic Jack Terrell, uno de los empleados de esta compañía. “…Pero luego llegas aquí y piensas: hostias, esto es grave”.
“Los vientos de 240 kilómetros por hora del huracán Laura han causado entre 8.000 y 12.000 millones de dólares en daños”
Como suele ser la tradición, el presidente de Estados Unidos, en este caso Donald Trump, se presentó en el área de mayores estragos. La vista desde el Air Force One debía de ser elocuente: kilómetros de ruinas húmedas, árboles tronzados y carreteras bloqueadas. Donald Trump habló con los servicios de emergencia y preguntó cuántos de los afectados tenían seguro. “Aproximadamente el 50%”, respondió el gobernador, John Bel Edwards. El Gobierno federal ha distribuido por ahora 2,6 millones de litros de agua y 1,4 millones de comidas.
Laura, que llegó a alcanzar la categoría 5, no ha sido tan destructivo como un huracán técnicamente menor: Katrina, de categoría 3. El hecho de que Katrina arrasara con toda su furia la zona de Nueva Orleans provocó los mayores daños de la historia de Estados Unidos: 1.836 muertos y unos 160.000 millones de dólares en estropicios materiales. Más que todo el PIB de Ucrania.


“Nos estamos quedando sin nombres para los huracanes de 2020”, observó la periodista Amanda Kooser en CNET. El número de tormentas tropicales y huracanes es tan alto que los servicios meteorológicos han tenido que cambiar sus previsiones varias veces. La última dice que este año habrá como mínimo 25 tormentas. Acaba de empezar septiembre y ya vamos por los nombres que empiezan por la letra N. De ahí que los científicos teman quedarse cortos.
La nomenclatura de los huracanes
Los huracanes y las tormentas tropicales, a diferencia de las personas, no se bautizan al poco de nacer o cuando los científicos los detectan en los sensores de los satélites meteorológicos: observando la formación de las nubes o los patrones de las corrientes de aire. Estos fenómenos son bautizados de antemano. Hay una lista previa de nombres que los huracanes y las tormentas, a medida que aparecen, van recibiendo. Por eso, sabemos que después de Omar llegarán Paulette, Rene, Sally, Teddy, Vicky y quizás Wilfred, que sería, con la letra W, el número 21. Si al final hay 25, como se estima, habría que ampliar la lista.
Los huracanes no siempre han tenido un nombre humano. Los primeros en bautizarlos fueron los isleños del Caribe. Les daban el nombre del santo del día en que surgían. Por ejemplo, si el huracán se materializaba un día de San Juan, se le llamaba “Huracán San Juan”. Y, si otro año, había otro huracán en la misma fecha, este pasaría a la posteridad como “San Juan II”, formando, a su modo, una dinastía meteorológica.
«Diferentes estudios científicos ligan la incidencia y poder de los huracanes al cambio climático»
Los huracanes en Estados Unidos, al principio, recibían un frío nombre técnico. Se los nombraba por sus coordenadas geográficas: la latitud y longitud en que se originaban. Este método, sin embargo, solía llevar a confusión. A veces coincidían dos o tres huracanes a la vez y tener que memorizar sus números para diferenciarlos resultaba cansino. Por eso ha habido huracanes catastróficos que apenas han quedado grabados en la memoria histórica.
En Florida hubo uno en 1935 que alcanzó vientos de casi 300 kilómetros por hora. Vientos tan fuertes que lograron arrancar de las vías un tren que llevaba pertrechos a las víctimas. Este horrible diosecillo meteorológico no tiene nombre. A día de hoy se le llama “el huracán de los Cayos de Florida”.
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Los militares americanos, durante la Segunda Guerra Mundial, decidieron simplificar dándoles nombres de mujer, igual que los marinos a sus barcos. Nombres cariñosos, como si quisieran apaciguar a los dioses del mar y de las tormentas. El Servicio Nacional de Meteorología de Estados Unidos adoptó la práctica en 1953.
A partir de 1979, se empezaron a usar también nombres masculinos. Los nombres se pueden reutilizar a partir de seis años. Si el huracán es poderoso e histórico, se queda para siempre con ese nombre exclusivo. Tal es el caso del huracán Sandy: grabado con letras de fuego, inundaciones y vientos infernales en la memoria de millones de neoyorquinos.
Diferentes estudios científicos ligan la incidencia y poder de los huracanes al cambio climático. El recalentamiento de las aguas aumenta el nivel del mar y las posibilidades de inundaciones costeras, así como la potencia de los vientos. A medida que los trópicos se ensanchan, también lo hace el radio de acción de los huracanes.
Ahora mismo hay dos fenómenos formándose lentamente en el océano Atlántico. Se mueven hacia el oeste, hacia las costas americanas, a una velocidad plácida de 25 kilómetros por hora. No se sabe el tamaño que alcanzarán ni si llegarán a tierra. Los meteorólogos vaticinan, al menos, que los habitantes costeros tendrán una semana de paz.
