“Ley y orden”: el único camino de Trump para la reelección - EL ÁGORA DIARIO

“Ley y orden”: el único camino de Trump para la reelección

La mano dura parece ser la única estrategia que puede mantener a Donald Trump en la Casa Blanca. Mientras los desórdenes se suceden en ciudades demócratas, el presidente republicano invoca su cara más severa. Nuestro corresponsal en Nueva York, Argemino Barro, analiza la convulsa situación que vive el país


El repóquer de crisis nacionales en Estados Unidos tenía a Donald Trump en un agujero. Allí donde miraba le crecía un problema: el coronavirus se propagaba en oleadas invisibles, dejando cifras de enfermos proporcionalmente superiores a las de cualquier otro país industrializado; la debacle económica barruntaba un escenario de pesadilla, y las protestas contra la violencia policial y el racismo llegaron a sumar un nivel de apoyo inédito, con un 63% de la población, según una encuesta de ABC News y The Washington Post, a favor del movimiento Black Lives Matter.

Desde su sótano de Delaware, el demócrata Joe Biden, conocido por su notable verborrea, practicaba la disciplina. Hacía sus llamadas y actuaba como si fuera ya el presidente, mientras su rival ardía a fuego lento en las brasas de la pandemia. Las encuestas le daban una ventaja de hasta 15 puntos, así que Biden actuaba como el estadista sereno, a la espera, como diría el proverbio, de ver pasar frente a su casa el cadáver de su enemigo.

Entonces sonaron varios disparos en la noche de Kenosha, en Wisconsin. Un adolescente de 17 años, Kyle Rittenhouse, mataba a dos manifestantes que aparentemente lo perseguían. La desgracia coincidió con la Convención Nacional Republicana, en la que Donald Trump prometía restablecer la “ley y orden” en las ciudades demócratas, muchas de las cuales encadenaban meses de agitación y conatos de violencia. Otros dos disparos, que dejaban un muerto en las protestas de Portland, confirmaban el camino de Trump: la invocación de su yo más severo; el hombre al que no le temblará el pulso con los revoltosos.

“Los Alcaldes de la Izquierda Radical y los Gobernadores donde tiene lugar esta violencia loca han perdido el control de su ‘Movimiento’”, tuiteaba este lunes el presidente de Estados Unidos. “¡La única manera de parar esta violencia en las ciudades demócratas con altos índices de criminalidad es a través de la fuerza!”.

Coches quemados tras una noche de disturbios en Kenosha, Wisconsin. . Foto: EFE/EPA/TANNEN MAURY

En la América del 2020 no hay hueco para aquella vieja tradición de dejar, por unos días, las campañas a un lado; de unirse en memoria de algún muerto o en rechazo de alguna tragedia, aunque sea durante un breve encuentro frente a las cámaras. La muerte a balazos de Aaron Danielson, simpatizante de un grupo de extrema derecha, desató una pelea verbal entre Trump y el alcalde de Portland, Ted Wheeler. “Portland es un desastre”, dijo el presidente en Twitter. “Y si esta broma de alcalde no lo limpia, ¡iré yo y lo haré por ellos!”, a lo que Wheeler respondió que el presidente debía de apoyarles o “mantenerse fuera de nuestro maldito camino”.

El mes pasado, Trump envió tropas federales a “dominar” a los manifestantes de Portland, que amenazaban con crear una “república independiente” en el centro de la ciudad. Los choques dejaron varios heridos y el propio Wheeler fue afectado un ataque de gas lacrimógeno.

El equipo de Biden ha tenido que ponerse a la defensiva; ha condenado sin ambages los altercados y desórdenes y ha tratado de culpar al Trump de los incidentes violentos. “Hace mucho tiempo que el presidente renunció a cualquier liderazgo moral en este país”, declaró el candidato demócrata este lunes en Pittsburgh. “Él no puede parar la violencia, porque durante años la ha fomentado”.

Los republicanos, sin embargo, tienen una respuesta muy sencilla: tanto los casos de brutalidad policial de los últimos meses, como su respuesta masiva y muchas veces violenta en las calles, han tenido lugar en territorio demócrata: en ciudades como Nueva York, San Luis, Mineápolis, Chicago, Los Ángeles o Atlanta. Una situación angustiosa para los progresistas, que por un lado tratan de abanderar estas protestas por la igualdad racial y por otro no se quieren manchar con su lado más feo: los saqueos, la violencia y el envalentonamiento de la parte más radical de la izquierda, que reescribe la historia, censura las opiniones disonantes y exige “desfinanciar” o “abolir la policía”. En el peor de los casos, las muchedumbres intimidan a los ciudadanos por el mero hecho de no unirse a ellas.

La rueda de las emociones gira y gira, y lo que en junio parecía ser un escenario favorable para los demócratas ya no lo es tanto. Los electores llevan tres meses viendo los negocios arder en televisión y las turbas campando por las ciudades y las redes sociales. La mayoría de los actos siguen siendo pacíficos y respetuosos, pero los medios viven de lo que viven: y canales como Fox News narran a diario la supuesta destrucción de Estados Unidos a manos de las hordas marxistas. El canal conservador, liderado por el presentador Tucker Carlson, se ha convertido en líder de audiencia.

Partidarios de Trump contra oponentes, en Kenosha, Wisconsin. . Foto: EFE/EPA/TANNEN MAURY

Los votantes conectan los puntos y el respaldo a las protestas se va desinflando. Como apunta Harry Enten, el número de estadounidenses que consideran las marchas “mayoritariamente legítimas” ha bajado del 62% en junio al 53% en agosto, según una encuesta de NPR, PBS y Marist College. La proporción de quienes ven en ellas actuaciones ilegales ha subido 10 puntos, hasta el 38%. Este cambio de opinión se ve de manera más dramática en estados como Wisconsin, que será clave el 3 de noviembre: un estado que Donald Trump ganó por apenas un 0,8% de margen en 2016.

Al mismo tiempo, los apoyos a Biden, que se habían disparado en junio, pierden lustre: la ventaja del demócrata sobre Donald Trump, en la media de las siete encuestas nacionales más representativas, es de 6,2 puntos, muy parecida a la de Hillary Clinton por estas fechas hace cuatro años. Su solidez en los estados clave también está en entredicho.

Pero no hay que mirar tantos números para percibir este clima de bajo imperio. Aquí en Nueva York, la policía, que ha estado en el ojo del huracán de las protestas y a la que el alcalde, Bill De Blasio, ha recortado la sexta parte del presupuesto y ha limitado las opciones para inmovilizar a un sospechoso, está desmoralizada. Los agentes solo bajan del coche si es estrictamente necesario, de manera que los homicidios han aumentado casi un 90% interanual en agosto y las detenciones han bajado en torno a un 40%.

Ahora la noche, en determinados barrios, impone un silencio inquietante. Esa guerra sorda que enfrenta a criminales y policías, en un país por el que circulan 280 millones de armas de fuego, bulle en la superficie, dejando sus sarpullidos, los robos y los tiroteos, a la vista. Los restaurantes siguen sin poder acoger a clientes dentro, y su escasa actividad ha extendido el hambre entre las ratas, que se arremolinan en las aceras y gruñen como perros rabiosos. La basura burbujea en los calores del verano y la ciudad se desliza de nuevo hacia los sórdidos años noventa.

Llegada de Donald Trump a la Casa Blanca tras haberse reunido con las autoridades de Kenosha, Wisconsin. . Foto: EFE/EPA/Rod Lamkey / POOL

La perspectiva no es mucho mejor a nivel nacional. Estados Unidos, en palabras del columnista Andrew Sullivan, se asemeja a la República de Weimar. Un país asolado por los extremos, donde el centro ha colapsado y las milicias de extrema derecha le piden al presidente que despliegue tropas federales contra la “insurrección”. Un lugar disfuncional en el que las instituciones democráticas crujen y sueltan nubes de polvo, embestidas a diario por la demagogia y el miedo.

El presidente dará hoy un discurso en Kenosha, donde el tiroteo por la espalda de un afroamericano, Jacob Blake, desató la semana pasada esta última ola de protestas y disturbios. El gobernador demócrata de Wisconsin, Tony Evers, pidió a Trump que “reconsiderase” su visita dado el estado de ánimo en una ciudad que en pocos días ha sufrido incendios, destrozos, batallas campales y dos asesinatos.

Pero Trump no la ha reconsiderado. El eslógan primigéneo que ayudó a Richard Nixon, a Ronald Reagan y al propio Trump en 2016, “ley y orden”, es demasiado valioso como para no explotarlo. Sobre todo cuando la realidad le ofrece un camino todavía estrecho, pero algo más despejado, hacia la reelección.


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