Las calles de Nueva York están desiertas. Solo los repartidores mantienen el latido de la ciudad en un confinamiento que ha disparado los pedidos online. El periodista afincado en la gran manzana Argemino Barro, autor del libro El candidato y la furia, narra para El Ágora la situación que están viviendo estos duros trabajadores y el conflicto surgido con Amazon por las condiciones laborales a causa del coronavirus



En tiempos de plaga, con la economía a oscuras y millones de ciudadanos encerrados en sus viviendas, el sector del reparto a domicilio ha alcanzado una talla divina, casi omnipotente. El ruido de los camiones y las pilas de cajas en los portales siempre han sido parte del paisaje neoyorquino, pero estos días son la única señal de vida.
La dura raza de los repartidores, capaces de sortear el tráfico endiablado que viene de Jersey y de sobrevivir a las peores tormentas de invierno, se encuentra ahora con la ciudad entera a su disposición: avenidas despejadas, silencio, aire primaveral. Su día a día, sin embargo, nunca ha sido tan frenético y tan delicado.
La crisis del coronavirus ha disparado la demanda por internet, y los soldados rasos de la industria, los repartidores y empleados de los almacenes, se han visto de la noche a la mañana en una situación de fragilidad: sin guantes ni mascarillas suficientes, expuestos al contagio y arrastrados por el aluvión de pedidos.
Algunos de ellos se han rebelado.
“Nuestra salud también es esencial”, decía un cartel en la manifestación que se dio este lunes a las puertas de un almacén de Amazon, en Staten Island. Varias docenas de trabajadores exigían a la compañía que cerrase el almacén para limpiarlo, ya que dos de los empleados habían dado positivo de Covid-19.
Uno de los organizadores del piquete, Chris Smalls, fue despedido el mismo día. “Amazon prefiere esconder un problema debajo de la alfombra antes que mantener seguros a sus trabajadores y a la comunidad”, declaró Smalls a Business Insider.
El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, ha ordenado investigar el despido de Smalls. Si se prueban las sospechas contra la compañía, dijo el regidor, se trataría de “una violación de las leyes de derechos humanos de la ciudad y tomaríamos medidas inmediatamente”.
La empresa alegó que Smalls no había respetado los protocolos de distancia física, necesarios para mitigar la propagación del virus, y aseguró estar haciendo lo posible para proteger a su personal.
Otros trabajadores, sin embargo, dicen no poder darse de baja pese a que muestran síntomas de lo que podría ser Covid-19. La baja por enfermedad solo se concede si el trabajador da positivo en la prueba. El problema: no hay pruebas disponibles.
«Amazon quiere contratar a 150.000 trabajadores temporales y ofrecerles un aumento salarial de dos dólares la hora hasta finales de abril»
“Dado que he decidido ser tan responsable como recomiendan los médicos, no me están pagando”, decía un indignado cocinero de Whole Foods, propiedad de Amazon, en un testimonio al que ha tenido acceso El Ágora. “Trabajo para la compañía más rica de la historia pero no tenemos baja por enfermedad ilimitada durante la pandemia”.
Amazon, que emplea a 800.000 personas en Estados Unidos, ha hecho levas de emergencia para satisfacer el tsunami de pedidos: quiere contratar a 150.000 trabajadores temporales y ofrecerles un aumento salarial de dos dólares la hora hasta finales de abril. La empresa ha dicho que dará prioridad a las entregas de bienes de primera necesidad, como alimentos, medicinas o productos de higiene.
Sus acciones, de momento, aguantan el tipo. Cuando el índice bursátil S&P 500 se descalabró un histórico 28% en una semana, la corporación de Jeff Bezos apenas se llevó un rasguño de 11 puntos, aproximadamente la mitad que sus competidoras tecnológicas.
Muchos de sus trabajadores, organizados en sindicatos virtuales como Athena, han aprovechado la coyuntura para reiterar sus tradicionales demandas.
La aplicación de pedidos Instacart, que emplea a 200.000 repartidores, también ha tenido una rebelión interna. Un número indeterminado de sus empleados se declararon en huelga este lunes por todo el país. Exigían más material desinfectante, una mayor porción del precio de venta y una baja por enfermedad más generosa.
“Gano una media de 200 dólares a la semana trabajando a tiempo completo y mi nuevo trabajo consiste en mantenerme vivo”, declaró Matt Telles, uno de los responsables del parón, al canal ABC News.
Desde la estrechez de su confinamiento, algunos ciudadanos han pedido gratitud hacia estos “trabajadores esenciales”.
“Los restaurantes y bares de Nueva York están cerrados”, tuiteó Francisco Goldman, escritor y periodista. “Eso significa que los repartidores, muchos de ellos mexicanos y centroamericanos, están en primera línea de la pandemia. Dadles enormes propinas, dadles las gracias y bendecidlos (De forma segura)”.
“También puede usted cocinar”, replicó una usuaria, en una ciudad donde seis de cada diez comidas, según un estudio de Zagat, se hacen fuera.
Hasta hace unos días, el reparto a domicilio obstruía las arterias de la Gran Manzana. Cada día se realizaban un millón y medio de entregas y no había ninguna calle que no tuviera al menos un camión de FedEx aparcado en doble fila.
La pandemia ha desatascado las calles, como un medicamento contra el colesterol, y ha dejado al rudo gremio de los repartidores en un vacío fantasmagórico: entre el mamut de comercio online más grande de Estados Unidos y el coronavirus.