Llevan días bajando por la Península con sus rebaños. Este fin de semana atravesarán el Valle del Ambroz (Cáceres), tras haber dejado atrás la Comunidad de Madrid. Aunque este año las ovejas no han pasado por el centro de la capital, como llevan haciendo desde el año 1994.
La Covid-19 ha obligado a cambiar un poco el trazado del paso del ganado por el centro peninsular y a celebrar su jornada de entrada a la Comunidad en un punto alejado de la Cibeles para evitar concentraciones de gente curiosa. Y es que este fenómeno despierta mucho interés desde que se iniciara en los 90; incluso se ha convertido en una retransmisión obligada para las televisiones.
Pero, más allá de los llamativo, estos actos sirven a sus organizadores, la Asociación Trashumancia y Naturaleza, para recordar y reivindicar la importancia de una actividad tan arraigada a la Península como importante en la lucha contra el cambio climático. Esta vez lo hacen en un momento, sin duda, atípico, como este de la pandemia.
Sin embargo, para la gante que faena con el ganado al aire libre todavía en nuestros días la reducción de la movilidad ha tenido su parte positiva, “porque no había perros ni ciclistas y por primera vez hemos tenido el campo solo para el ganado”, explica Jesús Garzón, presidente de la Asociación Trashumancia y Naturaleza, uno de los mayores defensores de esta actividad y un personaje fundamental para entender la historia del estudio y conservación de la naturaleza en España, en la que ha estado activo desde los años 70 del pasado siglo.
«Está renaciendo una nueva generación de pastores que heredan el oficio de sus padres. Y en este caso son, sobre todo, las hijas las que están al frente de esta actividad»
Desde que comenzaran, explica Garzón, el pastoreo o al menos la percepción social que se tiene de él, ha pasado por varias fases. En el año 1992, cuando el Estado pasa las transferencias a las comunidades autónomas se llegó a creer que la trashumancia iba a desaparecer.
Con la llegada de la modernidad las ovejas o las vacas empezaron a coger trenes o camiones para llegar antes a sus nuevos destinos de pasto. No lo hacían voluntariamente se entiende, como tampoco involuntariamente dejaron de ser la herramienta perfecta para sembrar biodiversidad en su lento peregrinar.
Lo que antes se tardaba semanas en realizar, ahora se hacía en un día, perdiendo todos los beneficios que deja el ganado a su paso. «Es el uso normal del territorio desde hace miles de años. Las ovejas o las vacas van diseminando semillas por donde pasan. Uno solo de estos animales siega mientras come, limpia el terreno dejando libre ante posibles incendios y va abonando al suelo y fijando carbono a su paso”, continúa Garzón.
Los primeros caminos
Los caminos que las manadas de los cazadores del Paleolítico van haciendo durante siglos configura los primeros caminos de la Península. “España es el único país del mundo con más de 125.000 kilómetros de caminos oficializados desde el siglo XIII. Fue Alfonso XIII quien creó el Concejo de la Mesta para facilitar el movimiento de los rebaños por el territorio diseñando una red de caminos que han seguido en activo casi hasta nuestros días”, dice Garzón.
Es más, muchas especies que desaparecen en el resto de Europa con los hielos de hace 10.000 años resisten en España dejando un legado de biodiversidad único en el viejo continente. “Estas vías representan el 1% del territorio español y es en ellas donde se ubican las primeras fuentes y abrevaderos que luego formarán parte de lo núcleos urbanos. El pastoreo es fundamental para luchar contra el cambio climático y para la soberanía alimentaria, porque fertiliza el suelo y ayuda a fijar CO2.


«Con esta actividad se bajaría algún grado el calentamiento global”, dice el naturalista. Además de ayudar a evitar incendios y ser verdaderas autopistas de biodiversidad, desde 2017 la trashumancia se considera Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, es decir, tradición o expresión viva heredada de nuestros antepasados.
Cuando en 1993 se inicia la primera trashumancia reivindicativa, nadie pensó que sería todo un éxito mediático. Es más se pensaba que las comunidades autónomas se repartirían el rico patrimonio de vías y como mucho se conservarían pequeñas áreas para actividades deportivas y poco más.
«El ganado trashumante en España es, hoy, seis veces menos que en el siglo XIX»
Los pastores recibieron numerosos homenajes y el público de la calle se sorprendió al descubrir que prácticamente se puede recorrer toda la Península andando. Este éxito momentáneo se materializó en una Ley, la de Vías Pecuarias, dictada a mitad de los años 90 pero que nunca se ha llegado a desarrollar reglamentariamente ni a aplicar convenientemente, o en el apoyo de Europa, que veía en esta línea de trabajo un terreno alineado con las más avanzadas normativas de la comunidad de protección del paisaje y el paisanaje.
Sin embargo, al abandono poblacional del campo se sumaron ya en el siglo XXI una sucesión de desastres, como la enfermedad de las vacas locas y la de la lengua azul. De esta forma, si en el siglo XIX había tres millones de cabezas de ganado de pasto trashumante, el número a día de hoy no sobrepasa el medio millón. Tampoco quedan muchas familias que se dediquen a esto. En total serán unas 100 en toda España. Y no hay que olvidar que el oficio de pastor es un oficio familiar, que se transmite a menudo de padres a hijos.
La importancia de las pastoras
Eso sí, desde hace cinco o seis años la actividad está renaciendo encarnada en una segunda generación de pastores que heredan el oficio de sus padres. Y en este caso son, sobre todo, las hijas las que están al frente de esta actividad. “Ya desde Cervantes se retrata la importancia de la figura de la mujer pastora. Pero ahora hay que darles visibilidad y ayudarles a tener sus propios proyectos y explotaciones”, dice Garzón. Por eso una parte de su programa de este fin de semana por el valle de Ambroz tiene que ver con ellas.
La delicada labor del pastoreo tiene incluso más importancia este año, ya que coincide con el 25 aniversario de la aprobación de la Ley de Trashumancia. Y dos décadas y media después algunas de las reivindicaciones que llevaron a las ovejas a tomar las calles siguen estando vigentes. “La Ley establece que las cañadas son bienes de dominio público (inalienables, imprescriptibles e inembargables) de uso prioritario para la ganadería extensiva. Y también que son las comunidades autónomas las que reciben el encargo de tener que deslindar, amojonar y conservar», explica Garzón.


Es decir, que son las autonomías las que tienen que declarar que un terreno es vía pecuaria (deslindar) y, además, señalizarla con piedras (amojonar) y evitar que se llenen de materiales garantizando que son practicables para el ganado trashumante (conservar). Sin embargo, algunas comunidades autónomas están incumpliendo la normativa, explican desde la plataforma que lidera Jesús Garzón, un naturalista que en los años 70 se hizo famoso por salvar espacios como Monfragüe, en Cáceres, o estudiar a las últimas poblaciones silvestres amenazadas, y que ahora lleva años abogando por salvar al protagonista más amenazado del campo español: el pastor, nuestros paisanos.
Este año se ha esquilado tarde, mucho más que otros años. Algunas ovejas perdían su lana casi a final de junio, semanas después de cuando suelen hacerlo. El confinamiento impidió que los profesionales que cada año llegan de Uruguay aterrizaran en la Península para hacer un trabajo que ya casi nadie hace aquí. Todos los años llegan de aquellos lares unos 500 personas altamente cualificadas para esquilar el ganado que queda en España.
El esquilado no es sólo un oficio duro, que supone pelar varias decenas de animales en jornadas maratonianas, también hay que aguantar su peso, hasta 90 kilos y, sobre todo, tener una técnica muy depurada para no dañar a la oveja ni la lana. Hay que saber cortar en una dirección u otra, posicionar al animal lo mejor posible, ir aplanando la rugosa piel para pasar la máquina y hacer el corte de la lana limpio, sin pillar la carne.
