El suelo, clave para la supervivencia de la agricultura mediterránea - EL ÁGORA DIARIO

El suelo, clave para la supervivencia de la agricultura mediterránea

El cambio climático está provocando sequías más prolongadas y fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes. El proyecto Life Agriadapt ha estudiado 120 explotaciones agrícolas por toda Europa para establecer las mejores medidas de adaptación de los cultivos. Y su principal conclusión es que hay dejar de mirar al cielo para centrarse en mantener la tierra viva


La borrasca Gloria, el temporal de intensas nevadas, lluvias y viento que azotó a la Comunidad Valenciana, no sólo ha causó la muerte de 13 personas y ha cambiado el perfil del litoral levantino, sino que ocasionó graves daños en el campo. Así lo afirma la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-ASAJA) que explica que las rachas de viento superiores a los 100 km/h tiraron al suelo hasta el 80% de los cítricos en algunas parcelas. La preocupación de la entidad se ve agravada, dicen, por el hecho de que los vientos del mes de diciembre ya auguraban una merma del 30% de la producción.

España ha sufrido en nuevo meses tres temporales sin precedentes. Y es que tal como predice en sus informes el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) las olas de calor, las sequías y los fenómenos extremos se intensifican con el calentamiento global. “El deshielo del Ártico incide directamente en lo que ocurre en la Península La corriente atmosférica que iba de Estados Unidos a Europa arrastrando las borrascas ha cambiado y se ha hecho inestable. Ahora va más lenta y se mueve dibujando meandros. Dicha corriente se encuentra encima de un ambiente más cálido y húmedo en el Mediterráneo produciendo estas borrascas tan intensas”, explica Jorge Olcina, director del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante.

Vista general desde un dron del Delta del Ebro. En la zona, campos de cítricos, explotaciones de hortalizas y granjas de acuicultura son los sectores más damnificados por las fuertes lluvias, el viento, el granizo, la nieve e incluso la llegada de olas a primera línea de playa por el temporal Gloria. EFE/ Susanna Sáez

El comienzo de año no está siendo bueno en el campo, pero tampoco lo fue el 2019. El motivo: la sequía. Según la publicación resumen del año de la Unión de Pequeños Agricultores: “Cerramos un año muy complicado meteorológicamente. Lo iniciamos con una fuerte sequía que arrancó en otoño de 2018 y que en muchas zonas limitó de forma importante las producciones de secano. En otoño, la falta de agua se tornó en fuertes inundaciones. La virulencia de las lluvias de estos episodios superaron las cifras de los últimos 140 años“.

Adaptar la agricultura

Que el clima ha cambiado en los últimos años es seguro y que uno de los sectores más sensible a dichos cambios es el campo también. De hecho, según datos del IPCC, el rendimiento de los cultivos podría reducirse entre un 10 y un 15% para 2050. Además, el Mediterráneo se considera la zona cero del cambio climático. Los impactos que se esperan a nivel global se agravarán en esta área en la misma medida en que se espera que lo hagan en los polos. Todo eso se traduce en costes económicas. Algunos cálculos hablan ya de más de 500 millones de euros en pérdidas desde la Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) de septiembre.

Un 2020 que empieza movido, un 2019 seco, un 2018 que fue bueno pero que siguió a un 2017 también malo… “Los agricultores del Mediterráneo están acostumbrados a cosechas muy inestables; eso se ve incluso en ciertas técnicas ancestrales que todavía se aplican, por eso están mejor capacitados para adaptarse al cambio climático. En Alemania y otros sitios de Europa, sin embargo, están sufriendo por primera vez temperaturas de 38 grados en verano”, explica Jordi Domingo, coordinador de proyectos de la Fundación Global Nature.

 

Zona de Los Alcázares (Murcia) anegada tras la DANA del pasado mes de septiembre. | EFE

En 2016 la entidad puso en marcha el proyecto LIFE Agriadapt, junto a la Fundación del Lago Constanza de Alemania, Solagro de Francia y la Universidad de Ciencias Naturales de Estonia. Durante cuatro años se han centrado en buscar las mejores medidas para adaptar el sector primario al cambio climático. Para ello han trabajado con tres grupos principales de producciones: los cultivos herbáceos, los permanentes, como el viñedo, y la ganadería, tanto intensiva como extensiva. El objetivo: definir de qué forma cultivar para asegurar las producciones a pesar de las olas de calor, la sequía o las borrascas explosivas.

Han trabajado con más de 120 explotaciones en Europa (30 en España), en diferentes áreas: el Mediterráneo, el Atlántico y el de Europa Central. “El cambio climático ya está ocurriendo y los agricultores ya aplican medidas en sus explotaciones. Sin embargo, la ciencia y los estudios les ayudan a encontrar las soluciones óptimas en menos tiempo”, afirma Margarita Ruiz Ramos, investigadora del Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Medioambientales), Universidad Politécnica de Madrid. La institución lleva años estudiando cómo afectará el calentamiento a cultivos tan relevantes como el maíz, el trigo o los cítricos. “A nivel general, el trigo que se siembre en invierno tendrá problemas de estrés hídrico. El maíz, cuyo riego es en verano, sufrirá por estrés hídrico y altas temperaturas. Todo esto son líneas generales porque la intensidad de las afectaciones dependerán de la zona”, detalla Ruiz Ramos.

Plantación de tomates que sigue las recomendaciones del proyecto Agriadapt. | Imagen: Global Nature

Lo que se ha hecho ha sido tomar datos durante un año para buscar indicadores clave para cada tipo de cultivo. Al final se ha creado una herramienta de evaluación de riesgo a nivel de explotación agraria, la Agro Climatic Zone Tool (ACZ). Este instrumento cruza datos de rendimientos y registros climáticos en una cuadrícula de 25×25 km y puede representar más de 65 indicadores agroclimáticos para el pasado reciente y el futuro cercano.

Pero lo mejor para entender lo que se ha hecho es buscar un caso concreto. “Estudiando el tomate para producción industrial que se cultiva en Badajoz se ha visto que en época de floración y cuajado de la planta si la temperatura supera los 25 grados los rendimientos agrícolas bajan. Se busca la frecuencia con la que se van a producir estos eventos y de ahí se deduce la vulnerabilidad de este cultivo y las medidas a aplicar. En este caso, por ejemplo es aconsejable sembrar y cosechar antes”, detalla Vanesa Sánchez, coordinadora del proyecto Agriadapt.

Una vez analizado cada caso particular, se propusieron medidas concretas que se han ido monitorizando a partir del primer año de aplicación. Y es que, como dicen desde la fundación, “para adaptarse no hay una fórmula mágica que sirva para todos los agricultores y ganaderos. Una de las claves de la adaptación es actuar localmente”. Por eso, los investigadores han creado otra herramienta, AWA Tool, en la que además de predicciones sobre cultivos y riesgos, se proponen medidas concretas por cultivo y situación geográfico.

Agua, pero también suelo

Si hay un tema básico y crucial para el futuro del campo ese es el de la gestión del agua. No se tiene certeza sobre si cambiará el volumen de lluvia a lo largo del año con el calentamiento global, pero sí que los periodos de sequía serán más largos y las lluvias más infrecuentes. Eso sí cuando llueva lo hará de forma torrencial. Y ojo, porque las llamadas DANA están dejando de circunscribirse al otoño, para suceder en cualquier momento del año. “Es uno de los temas más difíciles de abordar. El régimen de precipitaciones está cambiando. Eso hace que muchos cultivos, incluso los de secano, vayan a necesitar en algún momento riego de apoyo. Ahora que se están revisando los Planes Hidrológicos hay que tener en cuenta el cambio climático. Lo que consideramos es que quizá habrá que redistribuir la cantidad de agua del regadío y que se aproveche ese recurso como riego de apoyo”, opina Sánchez.

Finca dedicada al cultivo del girasol que aplica medidas del proyecto Agriadapt. | Imagen: Fundación Global Nature

Lo que está claro, comentan tras presentar las conclusiones del proyecto, es que sólo el agua no va a solucionar los retos a los que se enfrenta el campo. “Hay que dejar de mirar el cielo para empezar a observar el suelo y garantizar que está vivo”, dice Sánchez. Y es que una correcta gestión de la tierra se convierte en el mejor aliado del recurso hídrico. De hecho, la primera medida que recomiendan implementar en cualquier finca (se produzcan herbáceos como los cereales o permanentes como las vid, e incluso en las fincas de ganado en extensivo) es la apuesta por un suelo vivo.

Quienes trabajan en la bodega de Los Frailes, en Valencia, conocen de primera mano la importancia de la tierra. De hecho, quienes han colaborado con ellos dice que tienen “obsesión por el suelo”. Cultivan siguiendo parámetros biodinámicos y utilizan los orujos y las pepitas sobrantes para cubrir la tierra. Lo mezclan con el abono orgánico de sus ovejas y lo dejan para enriquecer la tierra. De esa forma, se facilita que surja materia orgánica. Esta es capaz de absorber 20 veces su peso en agua, ayudando al suelo a retener la lluvia torrencial y garantizando el suministro de las plantas en periodos de escasez. “De nada sirve que llueva 300 litros en una jornada, es decir, la mitad o incluso hasta el 70% de lo que tiene que llover en todo el año, si mi suelo está muerto, es duro y el agua sale de la finca en el mismo momento que llega”, exclama Domingo.

Calidad en lugar de cantidad

Las explotaciones que priman la cantidad respecto a la calidad y que venden la uva por kilos producidos están más expuestas al cambio climático. Y es que según un estudio científico publicado recientemente en la revista PNAS se pueden perder hasta el 56% de las tierras aptas para su cultivo si la temperatura aumenta por encima de los 2 grados.

Explotación vinícola que desarrolla medidas propuestas por el proyecto Agriadapt. | Imagen: Fundación Global Nature

“En estos cultivos se ha practicado la poda en verde. El agricultor renuncia y poda una parte de las hojas y los racimos para ayudar a que el resto de la cosecha crezca de forma óptima, redirigiendo los nutrientes. Puedes tener producciones de 4.000 kg por hectárea, en lugar de 10.000 y, sin embargo, el precio que se obtiene por un vino de una uva de mejor calidad supera a lo obtenido de vender por kilos”, explica Domingo. No hay que olvidar la importancia de este cultivo en España; somos el tercer productor mundial sólo por detrás de Italia y Francia.

Aunque cada explotación es un mundo, hay varias líneas que se pueden seguir a pie de campo. Algunas de ellas son arar de forma más superficial, utilizar riego de apoyo, adelantar la siembra, apostar por variedades tradicionales es y hacer cultivos variados y rotatorios con legumbres, por ejemplo. Estas, además, aportan nitrógeno a la tierra (hacen de fertilizante natural). “Las cubiertas vegetales protegen de la erosión y hacen el suelo más poroso favoreciendo la absorción de lluvia y evitan que se seque. Sin embargo, es una medida que no siempre resulta popular entre los agricultores, que temen que estas cubiertas compitan en recurso hídrico con los cultivos productivos, cuando no es así. Además, esa misma plantación se puede aprovechar como abono orgánico para el cultivo productivo”, concluye Sánchez.



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