La costa de Bangladesh, de punta a punta, es el delta más grande del mundo, pero hoy en día, el agua, en lugar de ir hacia el mar, parece fluir en sentido contrario. Al este de la India, en la Bahía de Bengala, el río Ganges se une con varios otros provenientes del Himalaya y juntos inundan el terreno costero, formando el que es también el sistema de manglares más extenso del planeta. Las tierras que limitan aquel ecosistema siempre han sido muy fértiles, enriquecidas por los sedimentos arrastrados por los grandes ríos; sin embargo, con el reciente aumento del nivel del mar y la mayor recurrencia y potencia de ciclones, esos ricos terrenos se han visto gravemente afectados.
Los campos que durante siglos habían sido vastos cultivos de arroz ahora yacen vacíos, incapaces de sostener el crecimiento de las cosechas tradicionales a causa de las incesantes inundaciones y consecuente salinización de la tierra y el agua de riego. Ante esta situación, iniciativas gubernamentales, privadas y de cooperación se han propuesto salvar la producción agrícola que sostiene a tantos bengalíes.
No es tarea pequeña. Un poco más de la mitad de una población de 170 millones vive de la agricultura y se proyecta que la salinización podría afectar a hasta el 40% del territorio nacional en las próximas décadas. Según un estudio del Banco Mundial, esto significa que para 2050 puede que alrededor de 60 millones de personas en Bangladesh estén directamente en riesgo por el aumento en los niveles de sal. Además, los efectos de esta degradación del terreno forman una bola de nieve que comienza con el descenso de la productividad de la tierra, pero que también incluye efectos sobre la salud por beber agua con altos niveles de sodio, y culmina con una potencial migración masiva a las ciudades. Este es un escenario especialmente problemático pues las urbes bengalíes ya son algunas de las más densamente pobladas del mundo.


De hecho, estos movimientos migratorios ya se están produciendo. Entre los ciclones mayores y más recurrentes, los cambios en los patrones de lluvias y las consecuentes inundaciones, el sustento de muchas personas se ha visto destruido más allá de cualquier medida. Saiful Islam es profesor especializado en hidrología y cambio climático en la Universidad de Ingeniería y Tecnología de Bangladesh, y ha estudiado estas tendencias desde hace años. “La gente de estas zonas lleva décadas enfrentando y adaptándose a los problemas derivados de las inundaciones, la migración es simplemente la última solución. Pero no se nos permite llamarlos refugiados climáticos porque su migración es interna y técnicamente causada por los ciclones, aunque es lo que son”, asegura.
Algunas de las adaptaciones a las que se refiere Islam, sin embargo, han terminado por contribuir más al problema que a su solución. A finales de los años sesenta e inicios de los setenta se construyeron kilómetros de terraplenes para proteger los campos de inundaciones por las mareas altas. Inicialmente estas aumentaron la productividad de los terrenos, pero con el paso de los años terminaron por degradar los suelos, que tampoco se beneficiaban de los nutrientes que traían los ríos.
De igual manera, la cría de gambas fue una opción que se abrió con las mayores inundaciones que se empezaron a sentir por esas décadas. Era una gran alternativa para los campesinos pues suponía mayores beneficios al ser una actividad dirigida a la exportación. Sin embargo, la concentración de la producción ha sido tal, con estanques de agua salada dedicados a los criaderos, que la salinidad se filtró de manera permanente en los terrenos, degradándolos de manera definitiva.
La solución está en la tierra
A partir de estas experiencias los expertos se han dado cuenta de que las mejores adaptaciones deben comenzar por los agricultores. Si bien reducir mecánicamente los niveles de sal de la tierra es la solución más útil, es un proceso costoso y no es necesariamente estable a largo plazo. En cambio, aceptar la transformación del terreno e idear una manera de volver a hacerlo productivo se presenta como una solución sostenible.
Esto es precisamente lo que propone el proyecto The Salt Solution, liderado por ICCO. Desde 2017 han entrenado a unos 5.000 agricultores de las zonas de costa de Bangladesh introduciendo cultivos más resistentes a la sal que los que tradicionalmente sembraban.


Cuando empezaron, la impotencia de los agricultores era enorme, señala Arun Ganguly, coordinador del proyecto. “Las tierras se tornaban blancas en los periodos secos, una clara señal de la alta salinización, pero ellos simplemente se rendían ante la adversidad cuando veían que una y otra vez sus cultivos fallaban”. Desde entonces los niveles de sal en la tierra han seguido aumentando hasta niveles considerados extremadamente altos internacionalmente, pero aun así, los agricultores con los que trabajan -y unos 25.000 más de manera indirecta- han aumentado su productividad y, con ello, sus ingresos.
Gracias al trabajo de la empresa holandesa Salt Farm Texel, encargada de investigar qué plantas tenían el potencial de crecer satisfactoriamente en el terreno salinizado, se identificaron unas quince variedades de cultivos. En seguida se introdujeron las semillas de la mano de los campesinos y ahora los agricultores de la costa bengalí plantan remolacha, zanahorias, coliflor, colinabo y repollo, entre otros; productos que antes solo llegaban importados al país.
Además, gracias al repunte de la productividad, sumado a las campañas de educación del proyecto, principalmente dirigidas a mujeres cabeza de familia, ha aumentado el consumo de vegetales del 26% al 74% y la seguridad alimentaria de un 15% a un 65%. Asimismo, el empleo del sector primario en la zona también ha aumentado.
Un problema global
Para Ganguly, los beneficios son claros y espera que el mercado responda de manera acorde. “El problema de la salinización es global. Muchas otras zonas del mundo son vulnerables, así que hay potencial para producir y vender semillas resistentes para asegurar la producción alimentaria”. El coordinador del proyecto se refiere a que las grandes compañías de semillas inviertan en estos cultivos, y desarrollen otros más modificándolos genéticamente. Esto, por ejemplo, ya se ha hecho con una variedad de arroz que está siendo cultivada ahora en Bangladesh con resultados iniciales positivos.


No obstante, los retos abundan. La escasez de agua para el riego limita el alcance de estos proyectos, lo cual limita la inversión, pues el producto total sigue siendo relativamente pequeño a pesar del alto índice de productividad. Este es el siguiente reto de The Salt Solution, que a partir de ahora pasará a llamarse COAST y se enfocará en la agricultura a gran escala. Aun así, el profesor Saiful Islam ofrece una última advertencia: “la adaptación tiene un límite”.
Mientras no se reduzcan los niveles de C02 globales y el nivel del mar continúe su aparentemente inexorable aumento, todo el esfuerzo de los agricultores de Bangladesh habrá sido en vano, pues bajo el agua no hay semillas lo suficientemente resistentes para aguantar la sal.