Agricultura y cambio climático son dos fenómenos interrelacionados y obligados a entenderse para optimizar recursos y producir más con menos. En el Día Mundial de la Agricultura analizamos los retos de atender la creciente demanda mundial y avanzar en sostenibilidad



Olas de calor extremo, sequías, inundaciones, heladas tardías, pedriscos de gran tamaño, erosión de suelos, son algunos de los fenómenos con los que el cambio climático amenaza a la agricultura y la ganadería.
Ambos sistemas esenciales de producción de alimentos básicos e imprescindibles para combatir el hambre y la pobreza, el primero y el segundo de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que afectan a 828 millones de personas en todo el mundo.
Como cada 9 de septiembre, se celebra el Dia Mundial de la Agricultura para recordar que esta actividad, desarrollada de una forma sostenible, puede impulsar la restauración y la salud de los ecosistemas, ser parte de la solución al impacto del cambio climático y motor de la Agenda 2030.
Los productores agropecuarios se enfrentan al reto de alimentar a una población cada vez mayor. Se estima que en 2050 la población mundial supere a los 9.000 millones de personas, por lo que sería necesario un incremento de la producción de entre un 60 y un 70% para poder suplir la demanda mundial.
Lograr el equilibrio entre producir lo suficiente para garantizar la seguridad alimentaria global sin sobreexplotar unos recursos, suelo y agua fundamentalmente, cada vez más presionados y escasos por el efecto del cambio climático, es la clave para compatibilizar la agricultura y la ganadería con la buena salud del planeta. Y para ello un desarrollo acelerado de tecnologías y la sustentabilidad de la tierra parecen ser las respuestas para afrontar lo que viene.


El desafío se intensifica debido a la extraordinaria vulnerabilidad de la agricultura al cambio climático.
Los impactos negativos del cambio climático ya se manifiestan en la forma de menores rendimientos agrícolas y fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes, afectando los cultivos y el ganado por igual. Se requerirán considerables inversiones en adaptación al cambio climático para mantener los actuales rendimientos y lograr los aumentos de producción necesarios.
Los desarrollos tecnológicos y la mejora del manejo ha logrado que, por ejemplo, en Argentina en 1950, una hectárea daba de comer a dos personas. En 2005 se estimaba que la misma superficie era capaz de alimentar a más de cuatro y se estima que en 2030 podrá alimentar a cinco individuos.
Gracias a la mejora de semillas y a las prácticas agronómicas, los rendimientos por hectárea se han multiplicado. La tecnología en el campo que favorezca una agricultura de precisión es una respuesta para generar el menor impacto en el suelo y aumentar la rentabilidad al máximo.
Esta optimización de recursos que son escasos hace posible imaginar que en el futuro se siga produciendo lo suficiente para alimentar a todo el mundo.
La agricultura resiliente tiene que venir de la mano de una innovación que se centra cada vez más en herramientas de recogida y análisis de datos que permitan anticipar riesgos y amenazas derivadas del clima.
En este sentido, las tecnologías de Big Data Analysis han permitido desarrollar modelos predictivos para conocer con precisión el cambio climático que debemos afrontar. El reto actual es llevar esas tecnologías a la producción agrícola.
A medida que se vaya aportando información sobre los procesos agropecuarios, los modelos predictivos podrán anticipar la evolución de los sistemas agrícolas y permitirán mitigar los posibles efectos negativos del clima. Las nuevas tecnologías de gestión de la información y la robotización han disparado la capacidad de adquisición de datos. El reto es generar un conocimiento útil para los productores, especialmente en las zonas más sensibles al cambio climático.
La agricultura también es un factor que incide de manera importante en el problema del cambio climático. En la actualidad genera entre el 19 % y el 29 % del total de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Si no se toman medidas, ese porcentaje podría aumentar considerablemente mientras otros sectores reducen sus emisiones de manera activa.
Agricultura Inteligente
Para el Banco Mundial la agricultura inteligente con respecto al clima es un planteamiento integrado para la gestión de los paisajes (tierras de cultivo, ganado, bosques y recursos pesqueros) que aborda dos desafíos relacionados entre sí —la seguridad alimentaria y el cambio climático— y procura producir tres efectos directos en forma simultánea:
1. Mayor productividad: producir más alimentos para mejorar la seguridad alimentaria y nutricional y elevar los ingresos del 75 % de los pobres del mundo, muchos de los cuales dependen de la agricultura para su subsistencia.
2. Mayor resiliencia: reducir la vulnerabilidad a las sequías, las plagas, las enfermedades y otras perturbaciones, y aumentar la capacidad de adaptación y de cultivo frente a factores de tensión a más largo plazo, como temporadas de cultivo más cortas y patrones meteorológicos irregulares.
3. Menos emisiones: procurar la generación de menos emisiones por cada caloría o kilo de alimentos producido, evitar la deforestación a causa de la agricultura y encontrar maneras de extraer el carbono de la atmósfera.
Si bien la agricultura inteligente con respecto al clima se basa en los conocimientos, las tecnologías y los principios de la agricultura sostenible existentes en la actualidad, es un planteamiento distinto en muchos aspectos.
Primero, se centra explícitamente en abordar el cambio climático. Segundo, considera sistemáticamente las sinergias y las soluciones de compromiso entre productividad, adaptación y mitigación, a fin de aprovechar las ventajas de contar con resultados integrados e interrelacionados.
Sin agua no hay alimentos
De acuerdo con la Oficina para la Alimentación de Naciones Unidas, la FAO, en 2020 un total de tres mil doscientos millones de personas vivían en zonas agrícolas donde el déficit hídrico o la escasez de agua era muy elevada; de ellas, 1.200 millones —aproximadamente una sexta parte de la población mundial— residen en zonas agrícolas con graves limitaciones de la disponibilidad de agua.
El número y la duración de las sequías han aumentado un 29% desde 2000
Esta situación de sequía no es ajena a Europa donde la grave sequía que afecta a muchas regiones y desde principios de año se está expandiendo y empeorando según el último informe del Observatorio de la Sequía de la Unión Europea. Las condiciones secas están relacionadas con una ausencia amplia y persistente de precipitaciones combinada con una secuencia de olas de calor extremo durante todo el verano.
El severo déficit de precipitaciones ha afectado ampliamente las descargas de los ríos en toda Europa y la reducción del volumen de agua almacenada ha tenido impactos severos tanto en el sector energético como para la agricultura, con cultivos muy afectados como el maíz, la soja y el girasol.
El peligro de sequía ha ido en aumento, especialmente en Italia, España, Portugal, Francia, Alemania, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Rumanía, Hungría, norte de Serbia, Ucrania, Moldavia, Irlanda y Reino Unido. El resto de Europa, ya afectado por la sequía, mantiene estables condiciones severamente secas.
En el caso de España, con un déficit de precipitaciones del 26% y una reserva hídrica que apenas llega al 35% la agricultura y la ganadería españolas aquejan ya importantes pérdidas derivadas de la falta de agua y las elevadas temperaturas que soportan los cultivos desde la primavera. El estrés hídrico y el calor ya han mermado un 80% los rendimientos del secano y las restricciones al regadío condicionan las siembras de la próxima campaña.
La factura climática del campo español asciende a 550 millones de euros al año


El calentamiento global y los fenómenos meteorológicos relacionados con olas de calor y eventos de temperaturas extremas amenazan con alterar el frágil equilibrio en el que se desarrollan muchos cultivos. Este riesgo es mayor en los países del Mediterráneo, una de las regiones más afectadas por el calentamiento global, y específicamente en España, donde un 75% de su superficie sufre ya algún tipo de riesgo de desertificación. Además, la producción agroalimentaria es uno de los principales y más dinámicos sectores de nuestra economía, siendo el que más contribuye a vertebrar el territorio y luchar contra el despoblación.
Según un estudio presentado por la organización agraria COAG la factura climática supone al año más de 550 millones de euros al año, lo que supone el 6% del valor de la producción agraria. Una factura que podría engordarse aún más a medida que los recursos hídricos disminuyan un 11% una vez se alcancen los 2°C de calentamiento y una mayor incidencia de plagas y enfermedades , hasta crecer un 60% respecto de las pérdidas actuales en algunos cultivos, como el trigo.
Según el estudio “Empieza la cuenta atrás. Impactos del cambio climático en la agricultura española”, décadas de emisiones de gases de efecto invernadero han hecho que los efectos del cambio climático sean ya visibles. De hecho, se prevé que la temperatura media global aumente entre 1,5 y 2ºC para mediados de siglo, de acuerdo con los dos escenarios climáticos futuros. Un sector tan importante en España como el agroalimentario sería de los más perjudicados por su elevada dependencia del clima.
En este sentido, en las conclusiones del estudio se resalta que, en general, un calentamiento global de 1,5°C se traduciría en una bajada apreciable de los rendimientos y de la calidad de la producción en las zonas actuales de cultivo, pero más especialmente en las zonas más calurosas y áridas del sur peninsular.
El estudio presentado por COAG estima que se podría llegar a perder más de un 10% de la superficie más apta para los vinos de calidad en toda España y un 80% de la superficie de variedades de olivo como hojiblanca o manzanilla en Andalucía; también podría llegar bajar en torno al 8% los rendimientos del trigo en España.
Con un incremento de 2°C los daños podrían ser muy graves y podrían peligrar las dehesas de encina en la parte occidental de Andalucía o Extremadura; podría llegar a descender más de un 15% el rendimiento de cereales como el trigo en algunas regiones; la superficie de viñedo de alta calidad podría reducirse en un 20%; y en el caso del olivar, únicamente la variedad picual podría mantener los rendimientos en secano en las zonas interiores de cultivo.
No obstante, a partir de un calentamiento de 2,5°C, incluso el rendimiento de esta variedad se resentiría de forma importante sin aportes de agua; además, las dehesas de encina podrían llegar a desaparecer en grandes zonas de la mitad sur.
Las mayores pérdidas irían asociadas al incremento del estrés hídrico en los cultivos debido al aumento de la evapotranspiración, por el aumento de las temperaturas, y al descenso de las precipitaciones.
Este descenso iría acompañado de una mayor frecuencia de sequías, hasta 5 y 10 veces más alta si se superan los 1,5 o 2°C.
Aunque los expertos insisten en que existen medidas de adaptación que podrían amortiguar parte del impacto, éstas tienen una capacidad limitada que podría verse sobrepasada si no hay una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global y en todos los sectores.
Hoy, celebrando su día mundial, agricultores y ganaderos tienen la responsabilidad y el compromiso de seguir alimentando al mundo y cuidando un planeta que ya no tiene recursos para atender la creciente demanda mundial de alimentos. Un reto fundamental para lograr acabar con el hambre y dar un impulso esencial para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la agenda 2030.
