No hay imagen más bucólica que la de un jardín flotante, con flores de loto nutriéndose a través de sus tallos empapados del limo de aguas dulces. Es fácil imaginarse esa estampa situada en algún lugar de Japón o de Vietnam y, sin embargo, la milenaria cultura azteca también supo cultivar sus flores y sus hortalizas en islas flotantes, en el lago Xochimilco, en la periferia misma de la ciudad de México. Este sistema de producción de los mexicas son las llamadas chinampas, que conocieron su esplendor en el siglo XVI y que lograron la supervivencia de un sistema de canales que mantienen circulando el agua entre los lagos y lagunas del valle de México. Sanear este ecosistema, a través del rescate de las chinampas, es el objetivo de unos científicos de la Universidad de México (UNAM), cuyo fin último es salvar a una especie de salamandra, llamada ajolote, de su extinción.
La palabra chinampa viene del náhuatl y significa “en la cerca de cañas” porque cada una de estas islas artificiales es una suerte de balsa hecha de varas y ramas sobre las que se asientan capas del sedimento nutritivo extraído de los fondos del lago (lo que conserva la profundidad de los canales que permite que estos sean navegables). Los bordes de las islas se delimitan plantando árboles que, a su vez, hunden sus raíces en el suelo y mantienen a las islas en sectores estables.
La fertilidad de la red chinampera, de mil años de antigüedad, logró la supervivencia de lo que hoy es la ciudad de México
Para fortalecer los contornos de las chinampas no sirve cualquier árbol: son ahuejotes –de la familia del sauce– y sabinos –a los que les dicen “cipreses de Moctezuma”– las especies capaces de fijar sus raíces firme y superficialmente inclusive en terrenos muy húmedos y pantanosos. En este caso, se trata de raíces muy largas que se dejan mecer por las aguas de los canales, ya que necesitan suelos con un porcentaje altísimo de materia orgánica, raros y nutritivos, como son estos de limo negro (que contienen cerca de un 30% de materia orgánica).
En tiempos prehispánicos, los canales se alimentaban de manantiales que, con el paso de los siglos, fueron desapareciendo. Hoy son las aguas residuales, depuradas, de la inmensa capital las que abastecen el hábitat de una especie de fauna muy peculiar, entre la que destaca el mencionado ajolote mexicano, un anfibio único en el mundo cuyo nombre, en náhuatl, significa “monstruo acuático”.
Pirámides vivas
“La técnica de la chinampa surge para ampliar la superficie destinada a la producción de alimentos en una región inundada de lagos, porque los toltecas necesitaban granos, maíz, calabaza o frijoles y los canales chinamperos lo hicieron posible”, nos explica el investigador Carlos Sumano, de la UNAM.
Esos entramados de cañas sobre las que se colocan los lodos sedimentarios que han sido raspados con bastones del fondo de las lagunas “son como pirámides vivas que todo el tiempo se están construyendo”, según Sumano, quien lidera un programa de recuperación de estos ecosistemas que han llegado hasta nuestros días manteniendo viva la producción agrícola. Actualmente, pequeños agricultores de los suburbios del sur de la ciudad de México cosechan flores y hortalizas que venden en los mercados locales, aunque las condiciones ecológicas de los canales se han degradado.


La medida de ese perjuicio sobre un ecosistema que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1987, es la difícil supervivencia del ajolote (o salamandra Ambystoma mexicanum). Según los censos de estos investigadores, en 15 años, la población de ajolotes pasó de 6.000 ejemplares a solamente 0.3 por metro cuadrado. “El ajolote es un depredador y si este desaparece es señal de que todo el hábitat está muy deteriorado”, advierte Carlos Sumano.
Los invasores del Nilo
Entre las razones que cita el científico para explicar la degradación del entorno de las chinampas figuran la pérdida de profundidad de los canales y la introducción, en los años 80, de especies invasoras de fauna como las tilapias o blancos del Nilo (Oreochromis niloticus). Estos peces africanos “se han adaptado demasiado bien, no tienen competencia natural y se reproducen a una velocidad de 800 a 1.000 huevos por puesta”. A esto se sumó, en su criterio, “la contaminación de las aguas debido, entre otras causas, al uso de agroquímicos por parte de algunos agricultores; esto, además de provocar la disminución de los ajolotes, aceleró la pérdida de otras especies autóctonas”.
Con todo, sobre estos armazones de caña y barro se siguen cultivando espinacas, lechugas, coles, calabazas y remolachas, entre plantas aromáticas y flores ornamentales. Las verduras que allí se cosechan representan alrededor de un 5% del mercado y, aunque esta no sea una cifra significativa en términos de cuotas de la industria alimentaria, el valor de esa producción radica en su contribución a la preservación de la diversidad cultural y biológica de la zona.


La chinampa representa, sin duda, un modelo de producción de alimentos que es, a la vez, un hallazgo único en términos de sostenibilidad ambiental y un espacio excepcionalmente rico en biodiversidad. De ahí la relevancia de esta labor de rescate que viene llevando a cabo, desde hace más de una década, el grupo de biólogos y ecólogos de UNAM, en colaboración con medio centenar de productores: “La chinampería ocupa actualmente unas 2.500 hectáreas y, hasta ahora, hemos conseguido restaurar unos ocho kilómetros de canales”, afirma el investigador.
Sumano asegura que, mientras cuenten con medios, seguirán rehabilitando la red chinampera, de mil años de antigüedad, cuya fertilidad logró la supervivencia de lo que hoy es la ciudad de México.
