Si en 2019 las mujeres rurales celebraron su día mundial como hacedoras de la resiliencia frente al cambio climático, este 2020 reivindican resiliencia para ellas frente a la pandemia de la COVID-19 que ha impactado en este colectivo esencial para el medio rural



Las mujeres rurales, una cuarta parte de la población mundial, trabajan como agricultoras, asalariadas y empresarias. Labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras. Además, garantizan la seguridad alimentaria de sus poblaciones y ayudan a preparar a sus comunidades frente al cambio climático.
Siete millones de españolas celebran hoy su condición de mujeres rurales, pilar fundamental para mantener vivo y poblado el territorio de la “España vacía” y protagonistas de la resiliencia y adaptación al cambio climático
Las barreras estructurales y las normas sociales discriminatorias continúan limitando el poder de las mujeres rurales en la participación política dentro de sus comunidades y hogares. Su labor es invisible y no remunerada, a pesar de que las tareas aumentan y se endurecen debido a la migración de los hombres.
Mundialmente, con pocas excepciones, todos los indicadores de género y desarrollo muestran que las campesinas se encuentran en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres urbanas.
En desventaja ante la pandemia
Las mujeres y las niñas están en desventaja en esta pandemia, un problema que se agrava más aún en las zonas rurales.
Las mujeres rurales ya enfrentaban, y se enfrentan, a batallas previas específicas en su vida diaria a pesar de sus roles clave en la agricultura, el suministro alimentario y la nutrición. Ahora, desde el COVID-19 y las necesidades de salud únicas en áreas remotas, les es menos probable tener acceso a servicios de salud de calidad, medicamentos esenciales y vacunas. Las normas sociales restrictivas y los estereotipos de género también pueden limitar la capacidad de las mujeres rurales para acceder a los servicios de salud.
Además, muchas de ellas sufren de aislamiento, la difusión de información errónea y la falta de acceso a tecnologías críticas para mejorar su vida laboral y personal.
A pesar de todo ello, han estado al pie del cañón en la pandemia, incluso con un trabajo de cuidados del hogar no remunerado que ha ido en aumento.
Desde esta perspectiva, Naciones Unidas afirma que en las aldeas remotas, especialmente en las más marginadas, se necesitan medidas para aliviar la carga del cuidado y redistribuirla mejor entre mujeres y hombres. También es necesario abogar por servicios e infraestructuras básicas suficientes (agua, salud, electricidad, etc.) para apoyar el trabajo doméstico y de cuidados productivo y no remunerado de las mujeres, que se ve agravado por la crisis.
La pandemia también ha aumentado la vulnerabilidad de los derechos de las mujeres rurales a la tierra y los recursos.
Las normas y prácticas discriminatorias de género impiden que las mujeres ejerzan los derechos sobre la tierra y la propiedad en la mayoría de los países y las viudas de COVID-19 corren el riesgo de ser desheredadas. La seguridad de la tenencia de la tierra de las mujeres también se ve amenazada a medida que los migrantes desempleados regresan a las comunidades rurales, lo que aumenta la presión sobre la tierra y los recursos y agrava las diferencias de género en la agricultura y la seguridad alimentaria.
Las inversiones con perspectiva de género en las zonas rurales nunca han sido más críticas, incide la ONU.
Es por ello que el tema de este Día Internacional de las Mujeres Rurales es «Construir la resiliencia de las mujeres rurales a raíz del COVID-19», para crear conciencia sobre las luchas de estas mujeres, sus necesidades y su papel fundamental y clave en nuestra sociedad
¿Sabías qué?
Las mujeres rurales, una cuarta parte de la población mundial, trabajan como agricultoras, asalariadas y empresarias.
Menos del 20% de los propietarios de tierras en todo el mundo son mujeres. En las zonas rurales, la brecha salarial de género llega al 40%
Reducir la brecha en las tasas de participación de la fuerza laboral entre hombres y mujeres en un 25% para el año 2025 podría aumentar el PIB mundial en un 3,9%.
Si las mujeres de las zonas rurales tuvieran el mismo acceso a los activos agrícolas, la educación y los mercados que los hombres, se podría aumentar la producción agrícola y reducir el número de personas que padecen hambre en 100-150 millones.
España lidera el empoderamiento de las mujeres rurales


En los últimos años las mujeres rurales se han hecho visibles y han roto moldes conquistando espacios que les estaban vetados
Esto significa que las mujeres empiezan a tomar las riendas en explotaciones agrarias y la voz en sindicatos, cooperativas, organizaciones agrarias, confederaciones empresariales y en grupos de acción local”.
El análisis de los datos de la última Encuesta de Explotaciones Agrarias publicada en 2017 habla de 285.467 mujeres titulares o jefas de explotación agraria, lo que supone un incremento de 7.123 mujeres respecto al inicio de la presente década (278.344).
Este aumento en la incorporación de mujeres a la actividad agraria cobra especial relevancia en un contexto de pérdida de explotaciones e invita al optimismo porque se concreta especialmente entre las menores de 30 años, cuestión vital para asegurar un relevo general sostenible en el campo español y un futuro para nuestro medio rural.
Fuerza rural femenina
En promedio, las mujeres representan el 40% de la fuerza laboral agrícola de los países en vías de desarrollo; en América Latina dicho porcentaje equivale al 20%, mientras que en algunas partes de África y Asia llega a un 50% o más.
Las mujeres habitualmente se desempeñan en la agricultura de subsistencia, como trabajadoras remuneradas o no remuneradas en granjas familiares o bien a cargo de sus propias empresas, agrícolas o de otro tipo.
Por otra parte, las mujeres son las principales encargadas de las tareas domésticas y de cuidado no remuneradas en zonas rurales, razón por la cual son las responsables de las generaciones actuales y futuras de trabajadores tanto en sus hogares como en sus comunidades.
A pesar de su importante aporte al sector agrícola, las mujeres rurales suelen encontrarse en situaciones menos ventajosas. Al comparárseles con los hombres, se puede observar que las mujeres tienden a experimentar mayores restricciones al acceso a activos y recursos productivos, a servicios financieros y a protección social.
En este sentido, normas sociales, leyes y prácticas con un sesgo de género también limitan la participación de las mujeres en actividades lucrativas, en organizaciones de trabajadores y productores y en especial en instituciones organizadas de trabajadores, tales como los sindicatos. Abordar este sesgo es un componente clave de las estrategias de desarrollo sostenible.
Asimismo, es primordial aumentar el acceso de las mujeres rurales a oportunidades de empleo digno a fin de mejorar su productividad y generación de ingresos, lo que a su vez elevará el ingreso familiar y su seguridad alimentaria.