Paisajes del vino, una misión vitivinícola

Paisajes del vino, una misión vitivinícola

Por Fernando Fueyo y Bernabé Moya

El botánico Bernabé Moya recuerda las expediciones llevadas a cabo hace siglos para encontrar variedades silvestres de vid que permitieran a los cultivos europeos recuperarse de las plagas del oídio, la filoxera y el mildiu. Una aventura científica que pone en valor la importancia del patrimonio genético y anticipa retos a los que el cambio climático puede exponernos de nuevo. El pintor Fernando Fueyo ilustra esta colaboración entre científico y artista que mensualmente traemos a nuestras páginas en la sección «Del Natural»

¿No es claro que miéntras no tengamos exâctas descripciones de los vidueños cultivados en diversos países, ignoraremos los que nos faltan, no sabrémos apreciar los que tenemos, y nos será difícil ó imposible imitar los buenos vinos extrangeros, quando tal vez adquirida la casta que los da, llegaríamos por la superioridad de nuestro clima á ser los árbitros de su comercio?

 Simón de Rojas Clemente (1777- 1827)

El mundo del vino mueve pasiones. Y la economía. España es una de las grandes naciones vitivinícolas, ocupa los primeros puestos del ranking mundial tanto en extensión del cultivo como en la elaboración de caldos. Una parte importante de la economía rural de la España despoblada depende de los viñedos y las bodegas. El futuro es prometedor, pasa por producir vinos de calidad y alto valor añadido, mejorar el rendimiento justo de la cadena alimentaria y reforzar la agricultura sostenible. Pero la emergencia climática, la degradación de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad abre nuevos interrogantes. Las dudas se agolpan y las preguntas nos asaltan ¿podríamos quedarnos sin vino? Esta no es una pregunta retórica, ni siquiera catastrofista o alarmista, es una situación a la que ya nos hemos enfrentado, pero que hemos olvidado. La bonanza enológica que disfrutamos en la actualidad es el fruto del trabajo llevado a cabo hace más de un siglo por médicos, botánicos, entomólogos, micólogos, microbiólogos, agrónomos, viticultores, bodegueros, enólogos, pintores…

«La bonanza enológica que disfrutamos en la actualidad es el fruto del trabajo llevado a cabo hace más de un siglo por médicos, botánicos, entomólogos, micólogos, microbiólogos, agrónomos, viticultores, bodegueros, enólogos, pintores…»

Paisaje de viñas por el artista Fernando Fueyo.

El 28 de septiembre de 1887, las más amargas lágrimas de un joven botánico de 28 años ruedan sin consuelo por sus mejillas. Con trazo nervioso y letra minúscula deja anotado en el libro de viajes su angustia y desconsuelo: “lloré como un niño”. Poco más se puede descifrar de lo escrito a lápiz; el resto resulta prácticamente ilegible dada su desesperación. La pequeña bolsa de viaje en la que guarda su tesoro más preciado, se la ha dejado de forma descuidada en el asiento del coche de caballos con el que ha cubierto el corto trayecto que separa las ciudades de Temple y Belton, en mitad del extenso estado de Texas.

Lleva cuatro meses de dura exploración botánica en busca de vides silvestres por los estados de Boston, Tennessee, Missouri, Texas, Ohio, Colorado, California, Nebraska, Iowa y la frontera con México. Tras haber superado todas las dificultades administrativas y obstáculos legales; tras haberse internado en territorio indio y convivido con las tribus de los Wyandotte, los Modoc, los Seneca y los Cherokee; tras haber caminado por lugares inexplorados y pasado hambre, sueño y sed… Pobre Pierre, todo el inmenso esfuerzo perdido en un instante: “El infortunio me persigue”, “mi honor a quedado mancillado”. El equipaje extraviado contiene en su interior las valiosas notas de campo que han de salvar los viñedos y el vino europeo.

«El equipaje extraviado contiene en su interior las valiosas notas de campo que han de salvar los viñedos y el vino europeo»

Cuatro días más tarde, la diosa de la fortuna vuelve a sonreírle, y la bolsa de viaje con las notas botánicas le son retornadas íntegras. Emprende el regreso. Durante la vuelta en trasatlántico a la Vieja Europa trabaja con ardor, prepara excitado el resumen del viaje y el plan detallado de actuación. A su llegada a Francia da cuenta de los resultados de la exploración botánica, un extenso documento de 386 páginas que lleva por título Una misión vitícola en América. Para el botánico, agrónomo y profesor de viticultura Pierre Viala, las especies americanas de vides silvestres: Vitis berlandieri, Vitis cinerea, Vitis riparia, Vitis rupestris, Vitis cordifolia… son la tabla de salvación contra la plaga de la filoxera que arrasa los viñedos europeos. La solución pasa por utilizarlas como patrones, o portainjertos, y hacer crecer sobre ellas las variedades locales.

Paisajes del Vino, Chulilla (Valencia). | Crédito: Fernando Fueyo

Solo de una, de las entre 40 y 60especies de vides silvestres que se conocen en el mundo -según distintos autores-, se obtienen caldos de calidad. Es una planta trepadora leñosa que crece en los sotos y bosques de ribera del centro y sur de Europa, el sudoeste de Asia y el norte de África, Vitis vinifera, el resto de las especies están repartidas por el sur de Asia y el norte de América. La domesticación dio comienzo hace unos 8.000 años en los refugios climáticos de Transcaucasia e Irán, donde las vides quedaron a salvo de los hielos durante la última glaciación. Tras miles de años de selección, siembras, estaquillados, hibridaciones, injertos y mejoras de todo tipo, se conocen en la actualidad miles de viduños, castas o variedades de vid, hay quien afirma que más de 10.0 00. Algo que supone una gran riqueza en biodiversidad intraespecífica, pero que implica una cierta debilidad a nivel ecológico, ya que cualquier patógeno puede causar enormes daños a los cultivos dada su similitud genética.

«Más de cinco millones de hectáreas de viñedo fueron arrancadas en Europa, entre 1870 y 1930»

Los peores presagios, que a los ojos de cualquier biólogo o médico resultan obvios, se cumplieron. En la segunda mitad del siglo XIX los viñedos europeos sufrieron enormes pérdidas a causa de la introducción de organismos patógenos provenientes de América del Norte: el oídio, la filoxera y el mildiu. Algunos viveristas ingleses y franceses tratando de mejorar los viñedos europeos, habían importado nuevas especies de origen americano, y con ellas a los temibles polizones.

De las tres, la filoxera de la vid resultó ser la plaga más devastadora. Su vertiginosa progresión en un territorio sin depredadores, la falta de experiencia de los agricultores para manejarse con ella y los impresionantes daños económicos causados – más de cinco millones de hectáreas de viñedo fueron arrancadas en Europa, entre 1870 y 1930-, llevaron a la viticultura del viejo continente a una situación crítica. Para comprender la dimensión de la tragedia hay que tener en cuenta que en España hay en la actualidad alrededor de un millón de hectáreas en cultivo.

Francia es el país que toma la iniciativa científica, y no va a dudar en poner en marcha todos los recursos, y sus mejores investigadores, al servicio de un producto y un modo de vida que forman parte de su carta de presentación ante el mundo. Pero mientras llegan las soluciones necesitan proveer de vino a su población, pasando a abastecerse en otros países como España o Argelia, donde las nuevas plagas y enfermedades llegan con cierto retraso. Productores de todo tipo y amplias zonas geográficas del país se dedican a elaborar grandes cantidades de caldo para mezclas, o coupage, aprovechando la alta demanda y los buenos precios para la exportación.

En 1875, la Dirección General de Agricultura, Industria y Comercio del Ministerio de Fomento se apresta en dar a conocer a los cultivadores españoles el problema de la filoxera y su honda preocupación: “Apenas dominada la calamidad producida por el Oidium, aparece otra mayor, que amenaza con concluir rápidamente la obra destructora de aquella perniciosa parásita. Los viñedos de Europa están gravemente amenazados y su extinción es cierta, si pronto la ciencia no atina con los medios de combatir un enemigo poderoso por su número infinito y temible por su modo de atacar, casi siempre atrincherado por vías subterráneas que le ocultan a nuestra vista…” .

La filoxera, un insecto chupador de savia minúsculo, tipo pulgón, Daktulosphaira vitifoliae, descrita inicialmente como Phylloxera vitifoliae, parasita principalmente las raíces, y en ocasiones las hojas, de las plantas de la vid provocando heridas, nudosidades y tuberosidades; favorece la infección de otros patógenos y termina con la muerte irremediable al secarse las hojas.

Las especies de vides americanas que han evolucionado con los organismos patógenos en las zonas de origen están adaptadas. La España vitícola va a ser arrasada en unas pocas décadas, la ruina económica y la miseria social de los pequeños agricultores es ya inevitable. La pandemia se extiende, se ha perdido un tiempo precioso, y los viñedos filoxerados van a tener que ser destruidos y quemados.

Un notable grupo de investigadores, encabezados por Mariano de la Paz Graells, médico y director del Real Museo de Ciencias Naturales, junto con los profesores y egresados de la Escuela de Agronomía de Madrid a finales del siglo XIX, se van a poner manos a la obra: Nicolás García de los Salmones, Cristóbal Mestre Artigas, Leopoldo Alas Amat, Juan Marcilla Arrazola, Joan Miret, José Álvarez Mariño, Rafael Roig y Torres, Antonio Ubach y Soler, Aurelio Ruiz Castro, Víctor Cruz Manzo de Zúñiga o Rafael Janini Janini, entre otros.

«Un grupo de investigadores europeos van a salvar los viñedos europeos, en especial las variedades locales, y la enología, pero la filoxera, el mildiu y el oídio permanecerán para siempre»

Van a beber de las fuentes del conocimiento: la Escuela de Agronomía de Montpellier, el Instituto Nacional Agronómico de París, la Escuela de Grignon, la Escuela de Grandjouan-Rennes, la Estación Vitícola de Cognac… Donde llevan a cabo su labor botánicos, médicos, agrónomos, viticultores y bodegueros de la talla de Jules- Emilie Planchon, Pierre- Marie-Alexis Millardett, Gustave Foëx, Camile Saintpierre, Auguste Bouffard, Louis Ravaz… y también el flamante químico y bacteriólogo, Louis Pasteur, entre muchos otros. Este grupo de investigadores van a salvar los viñedos europeos, en especial las variedades locales, y la enología, pero la filoxera, el mildiu y el oídio permanecerán para siempre mientras haya vides en el Viejo Mundo.

Paisajes del Vino, Castillo de Turis (Valencia). | Crédito: Fernando Fueyo

En 1911, Rafael Janini tradujo las palabras del secretario general de la Sociedad de los Viticultores de Francia en la obra La reconstrucción del viñedo, cantidad o calidad: “Plantad las viñas nuevas con los mejores vidueños conocidos en vuestro contorno, cada uno puede escogerlos perfectamente en su localidad.” Están hablando de salvaguardar las variedades de vid que en la actualidad constituyen la marca diferenciadora de calidad y exclusividad en las Denominaciones de Origen: Airén, Alarije, Albariño, Bobal, Brancellao, Ohanes, Forcallat, Godello, Loureiro, Malvasía volcánica, Macabeo, Mencía, Merseguera, Monastrell, Palomino fino…

El joven botánico francés con el que comenzábamos el relato, Pierre Viala, publicó entre 1901 y 1910, junto con Víctor Vermorel, -un empresario, industrial, viticultor y enólogo que apoyó económicamente la operación-, la obra “Traité general de viticulture”. Un compendio en siete volúmenes, que describe 5.200 variedades de vid, e incorpora 840 grabados y más de 500 láminas a color de gran formato de pámpanos y racimos, magníficamente ilustradas por dibujantes y pintores como J.B. Drouot, Henry Gillet, Alexis Kreÿder o Jules Troncy. Entre los más de ochenta colaboradores de la magna obra, investigadores y estudiosos franceses, italianos, portugueses, serbios, rusos, tunecinos, estadounidenses, rumanos, alemanes, húngaros, y por supuesto españoles.

“Plantad las viñas nuevas con los mejores vidueños conocidos en vuestro contorno; cada uno puede escogerlos perfectamente en su localidad», recomiendaba la Sociedad de los Viticultores de Francia hace un siglo

Llegados a este punto, es el momento de valorar en su justa medida el titánico y entusiasta, pero sobre todo muy avanzado esfuerzo, que llevó a cabo con un siglo de antelación el botánico español Simón de Rojas Clemente y Rubio para determinar, ordenar y clasificar 119 viduños en la obra: Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía, con un índice etimológico y tres listas de plantas en que se caracterizan varias especies nuevas, publicado originalmente en 1807, y posteriormente traducido al francés y al alemán en vida del autor.

En 1879, dado el impacto de las pandemias en los viñedos españoles, se celebró en Madrid la Exposición Vinícola Nacional, motivo por el que la obra fue reeditada de nuevo, acompañándola de 40 originales litografiados a color de las variedades de vid, obra de los pintores: P. Sánchez Acuña, P. Rodríguez, R. Botella, E. García, J. Guzmán, M. Obrén, J. Sanz, entre otros.

El trabajo de Simón de Rojas, tal y como reconoce Pierre Viala al inicio de su magna obra, es de referencia obligatoria, y lo sigue siendo en la actualidad. Su aportación científica, muy adelantada a la época, radica en que era la única forma de hacer frente a la confusión reinante, derivada tanto de la utilización de nombres distintos para referirse a una misma variedad de vid, como de designar a diversas variedades de uvas con un mismo nombre. En estas circunstancias era muy difícil llegar a conclusiones científicas.

Las variedades de vid propias, salvadas de una extinción segura hace un siglo, nos ofrecen en la actualidad la mejor de las oportunidades. Es hora de abordar las soluciones relacionadas con el cambio climático, la degradación de los hábitats, la pérdida de biodiversidad y el uso sostenible de los recursos naturales en el mundo del vino. Unos paisajes en los que es imprescindible restaurar las funciones ecosistémicas, y también estéticas, si queremos competir en el futuro con garantías, diversidad, diferenciación y exclusividad. Son buenas noticias, así que levantemos nuestras copas y brindemos: ¡Por la historia de nuestros antepasados, y por los paisajes del vino!


Oídio de la vid

El oídio de la viña, o cenicilla de la vid, Erisiphe necator (ex Uncinula necator) es un hongo ectoparásito, oriundo de América del Norte, que fue introducido accidentalmente en el Viejo Mundo en 1845, causando la primera gran pandemia en los viñedos europeos.

Fue detectado por primera vez por el jardinero Edward Tucker en unos invernaderos de parras de uva de mesa en Inglaterra, pasando posteriormente a expandirse por Francia en 1848, y al resto de los viñedos de los países europeos en 1851. Se desarrolla en ambiente cálido y húmedo, formando un característico polvillo blanco o grisáceo sobre las hojas, brotes, sarmientos, flores y racimos.

El tratamiento a base de azufre en espolvoreo permitió controlar la enfermedad en la década de 1850 en Europa. Todas las variedades de la vid cultivada son susceptibles de poder sufrir el ataque del oídio, aunque con diferentes niveles de sensibilidad.


Mildiu de la vid

El mildiu de la vid, o “mancha de aceite”, Plasmopara viticola es una enfermedad originaria de América del Norte que fue descrita por primera vez en Francia, en 1878, por el médico, farmacéutico y botánico Jules- Emilie Planchon.

Fue introducida accidentalmente tratando de encontrar una solución al problema de la filoxera. Está causada por un organismo unicelular -un protista filamentoso endoparásito, a mitad de camino entre un animal y un vegetal-, que se desarrolla sobre los órganos verdes de la vid dando lugar a la aparición de manchas de color verde claro que se van extendiendo y tornando amarillentas y finalmente marrón al desecarse.

Requiere de periodos lluviosos con temperaturas elevadas y, en estas condiciones, la enfermedad se extiende rápidamente. En 1885, el investigador, botánico y micólogo Pierre- Marie-Alexis Millardett demostró que el caldo bordelés, una mezcla constituida por sulfato de cobre y cal hidratada, resultaba eficaz para prevenir la infección.



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