Aunque sea un ingrediente imprescindible en cualquier comida y símbolo de riqueza durante muchos siglos, la sal también es sinónimo de destrucción. Cuenta la leyenda que el general romano Escipión Emiliano sembró los suelos de Cartago con sal después de conquistar la ciudad durante las Guerras Púnicas para evitar que en esa zona volviera a crecer nada. No es la única anécdota histórica en este sentido: después de derrotar a la ciudad italiana de Palestrina en 1298, se dice que el Papa Bonifacio VIII lavó sus tierras con sal, «para que nada, ni hombre ni bestia, sea llamado con ese nombre».
Este proceso artificial de salinización de suelos es hoy en día inconcebible, ya que recolectar suficiente sal para hacer infértiles grandes extensiones de tierra sería un desafío logístico muy costoso. Pero eso es precisamente lo que está haciendo de forma silenciosa el cambio climático y la actividad humana en muchas partes del mundo, convirtiendo este proceso en uno de los problemas mundiales más importantes para la producción agrícola, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad, especialmente en las regiones áridas y semiáridas, donde la salinización del suelo inhabilita hasta 1,5 millones de hectáreas de tierras agrícolas por año.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (conocida como FAO) estima que el 8,7% de los suelos del planeta están afectados por la salinidad, una cifra que se eleva hasta entre el 20 y el 50% en el caso de los terrenos de regadío, donde la pérdida anual estimada de productividad agrícola por salinización es de 31 millones de dólares. Ante esta situación, no extraña que el Día Mundial del Suelo 2021 sirva para lanzar una campaña con el lema «Detener la salinización de los suelos, aumentar su productividad», que tiene como objetivo crear conciencia sobre la importancia de mantener ecosistemas saludables abordando los desafíos en la gestión del suelo, luchando contra su salinización, y alentando a todas las sociedades a comprometerse a mejorar la salud de la tierra de la que dependemos.


Eso sí, antes de nada, es importante señalar que la tierra con un alto componente de sal no tiene nada intrínsicamente malo. De hecho, los suelos salinos o sódicos ocurren naturalmente y albergan valiosos ecosistemas, incluida una variedad de plantas que se han adaptado a las condiciones saladas. En total, según los cálculos de la FAO, hay más de 833 millones de hectáreas de suelos afectados por la sal en todo el mundo, lo que supone el 8,7% de la superficie del planeta. La mayoría de ellos se pueden encontrar en ambientes naturalmente áridos o semiáridos en África, Asia y América Latina.
Sin embargo, los suelos salinos naturales pueden desarrollarse rápidamente en respuesta a las actividades humanas y no solo se expanden, sino que se ven a menudo afectados por una mayor salinidad, ya sea porque el riego o la fertilización están mal gestionados o porque ha habido infiltraciones en los cultivos de agua salina del mar, río o agua subterránea. En estos casos, los suelos sufren un rápido deterioro de la salud, perdiendo su capacidad de producción de biomasa, filtración natural, secuestro de carbono y otras funciones necesarias del ecosistema.
Además, los suelos salinos contienen sales más solubles que el yeso en una concentración suficiente para afectar negativamente la capacidad de las plantas para absorber agua, mientras que los suelos sódicos contienen altas cantidades de iones de sodio que debilitan la unión entre las partículas que forman la estructura del suelo. Esta desestructuración a través de la dispersión conduce a la compactación del suelo, lo que reduce severamente el flujo de agua e impacta también el crecimiento y la salud de las plantas.
Salinización exacerbada por el clima
A estos problemas provocados por la actividad humana, se suma el cambio climático. A medida que aumenta el nivel del mar, las zonas costeras bajas se inundan cada vez más con agua salada, lo que contamina gradualmente el suelo. Es cierto que estas sales pueden disiparse con la lluvia, pero el cambio climático también está aumentando la frecuencia y la gravedad de los fenómenos meteorológicos extremos, incluidas las sequías y las olas de calor. De esta manera, se produce un círculo vicioso, ya que este tipo de condiciones llevan a una escasez que conduce a un uso más intensivo de las aguas subterráneas para beber y para riego, lo que agota aún más el nivel freático y permite que se filtre aún más sal en el suelo.
En este sentido, también las inundaciones ayudan a la salinización del suelo. Según la FAO, los eventos catastróficos como los tsunamis, en los que agua de mar invade grandes áreas del interior también han sido la causa del aumento de la sal en los suelos, especialmente en el Sudeste asiático. Un claro ejemplo de esto es Bangladesh: allí, los campos que durante siglos habían sido vastos cultivos de arroz ahora yacen vacíos, incapaces de sostener el crecimiento de las cosechas tradicionales a causa de las incesantes inundaciones y consecuente salinización de la tierra y el agua de riego


Además, una mayor evapotranspiración debido al aumento de las temperaturas y la posibilidad de una reducción de las precipitaciones en áreas sin riego pueden conducir a un aumento de los niveles de sal en los suelos debido a la reducción del movimiento neto del agua a través del suelo, que normalmente eliminaría las sales de la zona de las raíces.
Por otro lado, y aunque en un principio pueda costar imaginar la conexión, el deshielo del permafrost, otra de las consecuencias del cambio climático, también está relacionado con la salinización. Y es que el progresivo derretimiento de esta capa orgánica helada no solo provoca la liberación de grandes cantidades de dióxido de carbono y metano a la atmósfera sino también de sal. Efectivamente, como parte del hielo del permafrost contiene una cantidad significativa de este elemento y el deshielo progresivo del permafrost también está afectando aquellas áreas de las regiones polares que contienen suelos salinos congelados, actualmente se están disolviendo y liberando sales que eran relativamente estables bajo las temperaturas anteriormente más bajas.
Más investigación y recursos
En cualquier caso, para empezar a solucionar este problema es necesario no solo para asegurar la alimentación del planeta, sino para seguir en la senda del desarrollo sostenible. Al fin y al cabo, los suelos saludables según Naciones Unidas (ONU) uno de los requisitos previos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Sin embargo, faltan investigación y recursos: aunque algunos de los procesos involucrados en la salinización y sodificación del suelo se han estudiado a fondo, como los relacionados con el riego, hay otros muchos no, y según la FAO “la magnitud de algunos de sus impactos en los suelos aún se desconoce en gran medida”.
El potencial catastrófico de no actuar es enorme: si no se gestiona con cuidado, la salinización tendrá un mayor impacto en los precios de los productos básicos producidos en áreas vulnerables, además de aumentar el riesgo de inseguridad alimentaria y del suelo en las regiones afectadas y el potencial de migración masiva de personas hacia el futuro. Por eso, combatir el problema requiere una variedad de herramientas, que van desde la sensibilización hasta la adopción de prácticas sostenibles de gestión del suelo, la promoción de la innovación tecnológica y, por supuesto, un mayor compromiso político.


“El mundo debe buscar formas innovadoras de transformar nuestros sistemas agroalimentarios para que sean más eficientes, más inclusivos, más resilientes y más sostenibles», aseguró el director general de la FAO, Qu Dongyu, en el Simposio mundial sobre suelos afectados por la Sal organizado en octubre.
Por el momento, ya existen herramientas como el Mapa mundial de suelos afectados por la sal, un proyecto conjunto en el que participan 118 países y cientos de procesadores de datos con el que la FAO espera informar mejor a los responsables políticos cuando se ocupan de los proyectos de riego y adaptación al cambio climático. Pero es necesario seguir apostando por la innovación tecnológica y la recopilación de información para ayudar a gestionar mejor estos terrenos y que las políticas cuenten con la evidencia científica necesaria para acelerar la restauración de zonas afectadas y promover una verdadera gestión sostenible de estos suelos.
