Cada año, el 3 de mayo es una fecha importante para los periodistas. Es el día en el que se celebran los principios fundamentales de la libertad de prensa, se evalúa este derecho a nivel mundial, se reivindica el papel de los medios de comunicación y se denuncian los ataques sobre su independencia. Y sobre todo, se rinde homenaje a los compañeros que han perdido la vida en el desempeño de su profesión.
Este año, en España se recordarán con dolor las muertes, hace apenas unos días, de los periodistas David Beriain y Roberto Fraile, dos brillantes reporteros de investigación asesinados Burkina Faso, donde se encontraban elaborando un documental sobre la protección del medio ambiente y la fauna.
Los dos nombres de estos grandes profesionales se unen a los de miles de periodistas asesinados a lo largo de la historia por investigar e informar sobre asuntos incómodos, informadores que han metido el dedo en la llaga ante injusticias o ilegalidades que se cometen a lo largo y ancho del planeta.


Si hace pocos años la mayoría de muertes de periodistas en acto de servicio se producían en conflictos armados, actualmente el grueso de las bajas y atentados contra la libertad de prensa se produce en la cobertura de asuntos de justicia social, corrupción e ilegalidades. Y el ámbito de acción en el que estos ataques más han crecido en los últimos años es el medioambiental.
La organización Reporteros sin Fronteras (RSF) fue la primera en estudiar este fenómeno y publicó un estudio revelador al respecto en 2015 que presentó en la COP21 de París y que actualizó en agosto de 2020. En la última década, 20 periodistas ambientales han sido asesinados en el desarrollo de su labor profesional, y centenares fueron detenidos, torturados, procesados o encarcelados por investigar e informar sobre temas relacionados con el medio ambiente.
Estos periodistas han sido en muchas ocasiones nuestros ojos ante las masacres medioambientales, testigos de la deforestación y la minería ilegal, las voces de las comunidades indígenas en parajes vírgenes donde los recursos naturales son explotados sin control. Relatan episodios de contaminación del agua, la tierra y el aire que están acabando con la salud de poblaciones enteras… luchan por un mundo mejor a la vez que informan y crean conciencia en una sociedad necesitada de verdades.
Si bien los ataques contra los periodistas medioambientales se producen en todos los continentes, el 66% de los incidentes registrados se concentran en Asia y América. India, Indonesia y Filipinas ostentan las mayores cifras de muertes, mientras Perú, Ecuador y Guatemala tienen la mayoría de los casos de violencia física contra los periodistas. Latinoamérica ha dado recientemente un paso adelante para proteger a estos profesionales y a los activistas ambientales con la entrada en vigor del Acuerdo de Escazú, que garantiza los derechos de acceso a la información ambiental.
“El periodismo ambiental se ha vuelto considerablemente más peligroso de lo que era en el pasado”, constata a RSF Peter Schwartzstein, periodista especializado y autor del informe The Authoritarian War on Environmental Journalism (La guerra autoritaria contra el periodismo ambiental), y señala que esta tendencia está “íntimamente ligada a una creciente toma de conciencia sobre la importancia del medio ambiente”. El aumento de la contaminación y los efectos visibles del calentamiento global han ayudado a sensibilizar al público, pero también a los gobiernos, sobre “preocupaciones que ayer eran marginales” y que anteriormente estaban fuera del radar de los medios.
Y es que el periodismo «verde» va más allá de los reportajes de flora y fauna. Tiene que ver con justicia social, economía, política, ciencia… Tiene que ver con los derechos humanos, con el derecho a un medio ambiente sano y con el derecho a vivir de las próximas generaciones.
El periodismo ambiental ha hecho una labor impagable en los últimos años para poner en la agenda cuestiones apremiantes como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, y debe seguir informando con rigor y con pasión. El futuro del planeta nos va en ello. Y desde El Ágora seguiremos aportando nuestro granito de arena, más bien, nuestra gota de agua, para que así sea.
