Una serie de informes publicados en la revista Nature revelan que la apuesta por los alimentos acuáticos podría ser la llave para acabar con las deficiencias de los sistemas alimentarios actuales. Ahora bien, advierten que el cambio climático podría echar por tierra esta alimentación azul si no se cumple el Acuerdo de París



Uno de los últimos informes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) arrojó un dato devastador relacionado con la alimentación humana: 928 millones de personas de personas sufrieron inseguridad alimentaria en 2020, 148 millones más que en 2019.
Al mismo tiempo, casi 18 millones de personas murieron a finales de la década por enfermedades cardiovasculares causadas por deficiencias en la dieta, al tiempo que unas 2.100 millones padecen sobrepeso o son obesas. Datos que muchas organizaciones y países están decididas a abordar con una profunda transformación del sistema alimentario.
La Comisión EAT-Lancet, por ejemplo, detalló una estrategia que tenía como objetivo transformar sistema en uno más eficiente que no sobrepasase los límites del planeta a través de la apuesta por los alimentos terrestres. Sin embargo, como señala un grupo de expertos en la revista Nature, precisamente ahí está el problema, y es que normalmente en este tipo de estrategias no se tienen en cuenta el papel de los alimentos acuáticos.
“Los alimentos de origen animal acuático (AASF) presentan un sinfín de opciones para el suministro de nutrientes críticos que pueden mejorar la salud en general. De hecho, los AASF mejoran la salud humana a través de al menos tres vías: reduciendo las deficiencias de micronutrientes, al proporcionar la fuente dominante de ácidos grasos poliinsaturados y desplazando el consumo de carnes rojas y procesadas menos saludables”, señalan los autores del estudio de Nature.
A través del análisis de diversos modelos de sistemas alimentarios acuáticos y terrestres, los investigadores establecieron proyecciones con distintos porcentajes de producción para evaluar los posibles impactos en la salud humana de cada uno de ellos en 2030.


Para ellos, en un escenario en el que la producción de AASF aumentase un 8%, la llamada alimentación azul podría disminuir los precios de estos productos un 26%, así como el consumo de carne roja, aves de corral, huevos y productos lácteos de forma notable en hemisferio norte.
Desde el punto de vista nutricional, ese aumento de ASSF podría aportar un promedio global de 2,2% de energía, 13,7% de proteína, 8,6% de hierro, 8,2% de zinc, 16,8% de calcio, 1,1% de vitamina A y 27,8% de vitamina B12. Incluso en un escenario con un aumento moderado de la producción global, la investigación apunta que los alimentos acuáticos podrían proporcionar de media a la dieta un 186 % más de ácidos grasos omega-3 DHA y EPA, un 13 % más de vitamina B12, un 8 % más de calcio, un 4 % más de hierro y un 4 % más de zinc.
En cuanto al desempeño medioambiental de la producción de «comidas azules», otro estudio paralelo concluyó que los bivalvos, como las almejas y las ostras, y las algas marinas de cultivo producen menos emisiones que sus homólogos capturados.
Ahora bien, todos estos posibles beneficios pueden quedar desterrados si se tienen en cuenta los posibles impactos del cambio climático, tal y como apunta la experta Michelle Tigchelaar en esa misma revista científica.


En concreto, en un escenario de altas emisiones apuntan que la mayor parte de las pesquerías del África tropical, América Central y el sudeste asiático se enfrentes a graves peligros, sobre todo en los sistemas de agua dulce, para mediados de siglo. Para finales, la situación es aun más caótica en este escenario:
“Para 2100, los peligros estimados para la acuicultura de agua dulce en un escenario de altas emisiones alcanzarán el mismo nivel que los de los sistemas de pesca de captura, por lo que todos los países enfrentan puntajes de peligro ‘altos’ o ‘muy altos’ para la pesca marina y de agua dulce y la acuicultura de agua dulce”, señalan los autores de este último estudio.
La solución para evitar un posible colapso alimentario se centraría en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para conseguir un calentamiento medio inferior a 2 grados Celsius, tal y como expone el Acuerdo de París.
De ser así, los peligros se reducirían a “medio” sobre todo para el 2050, aunque advierten “que ciertos impactos como la subida del nivel mar podrían empeorar la situación durante todo el siglo XXI, incluso tomando medidas de mitigación a corto plazo”.
En vista de los beneficios de los AASF y los futuros desafíos a los que se enfrentan, los expertos de todos estos artículos piden dar la visibilidad que se merecen, sobre todo de cara a la futura Cumbre de sistemas alimentarios de las Naciones Unidas, que se celebrará la semana que viene, y aumentar la investigación para localizar y proteger las que pueden ser las principales fuentes de la alimentación humana futura, y ayudar a cumplir con el segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) referido al hambre.