El sector automovilístico eléctrico de Estados Unidos no deja de hablar estos días de uno de los objetivos verdes del presidente electo: hacer que para el año 2030 haya en el país 500.000 estaciones de carga de vehículos eléctricos. Nos lo cuenta nuestro corresponsal en Nueva York Argemino Barro



La propuesta siempre ha estado ahí, oculta entre los ropajes del ambicioso plan ecológico de Joe Biden, pero la extrema rudeza de la campaña presidencial, seguida de los bulos de fraude y la tercera ola de la pandemia, ahogó sus detalles. Ahora el sector automovilístico eléctrico no deja de hablar de uno de los objetivos verdes del presidente electo: hacer que para el año 2030 haya en Estados Unidos 500.000 estaciones de carga de vehículos eléctricos. La inversión rondaría los 5.000 millones de dólares.
Se trata de un objetivo ambicioso, dado que su conclusión depende no solo de las intenciones del Gobierno, sino también de los avatares del sector privado y de la innovación, y de la voluntad de millones de norteamericanos que puedan o no lanzarse a la aventura de comprarse un coche eléctrico. De momento, los números y la industria apuntan que el sector crece y seguirá creciendo.


En Estados Unidos se han vendido, desde 1999 y 2010 respectivamente, unos 5,4 millones de coches híbridos y 1,4 millones de coches eléctricos. Según datos del Departamento de Energía, ahora mismo hay disponibles 90.000 enchufes en aproximadamente 28.000 estaciones de recarga. Aunque no todos funcionan igual. Uno de cada cinco son exclusivos de la empresa Tesla y, del resto, uno de cada 10 es capaz de cargar rápidamente la batería para un viaje largo. El 90% sigue siendo de recarga lenta. Los lugares mejor surtidos, relativamente a su tamaño, son Misuri y Kansas, seguidos de cerca por California. Solo el “estado dorado” tiene unos 20.000 enchufes.
Esto significa que a nivel nacional hay suficiente infraestructura: por cada enchufe público, según cálculos de la agencia Bloomberg, hay 20 coches eléctricos circulando por las carreteras. Cifras óptimas teniendo en cuenta que el ratio de sostenibilidad estaría entre 40 y 50 vehículos por enchufe. Si Biden logra sus 500.000 estaciones, se podrían sostener, por tanto, 25 millones de coches eléctricos. Una cifra que, con todo, seguiría siendo menos de la décima parte del total actual de vehículos.


Cualquier recorte del número de vehículos que funcionan con combustibles fósiles, naturalmente, se notaría en la calidad del aire. La industria del transporte genera a día de hoy en torno al 28% de las emisiones de efecto invernadero de Estados Unidos: más que ningún otro sector. Por eso se concentran aquí muchos de los esfuerzos ambientalistas, incluido el plan de Biden.
El mundo de los vehículos eléctricos, por otra parte, pasa por un momento dulce, de pujanza. Según Katherine Stainken, directora de políticas de Plug In America, entrevistada por el portal Car and Driver, se está dando un “boom” de creación de empleo automovilístico eléctrico en estados republicanos. El Cadillac Lyriq, por ejemplo, está siendo manufacturado en Tennesse, igual que los modelos eléctricos de Volkswagen y Nissan. Proyectos similares se perfilan en Ohio y Arizona, y SK Innovation tiene previsto abrir una fábrica de baterías en Georgia. También se espera que en los próximos cuatro años Ford y Lordstown saquen al mercado sus competitivas camionetas eléctricas, capaces, al menos la de Ford, de arrastrar un tren de más de 500 toneladas.
El sector también tiene sus famosos. El inventor y magnate de origen sudafricano Elon Musk, CEO de Tesla y amigo de los focos y del ruido en las redes sociales, se encarga de poner los proyectos de la compañía en el punto de mira. Además de los Modelo 3 y Modelo S, el magnate ha presentado cibercamionetas supuestamente antibalas y ha colocado literalmente en el espacio (Musk también dirige la empresas aeroespacial Space X) uno de sus descapotables. De momento Tesla es la punta de lanza del mundillo. Un símbolo brillante de cómo puede ser el futuro, con esos coches que, según quienes los han probado, se sienten “como conducir un iPhone”.


Los planes de Joe Biden, sin embargo, tienen dos enemigos. El primero, la oposición republicana. Si los conservadores consiguen al menos uno de los dos escaños del Senado que están en juego en las elecciones del 5 de enero, mantendrán su mayoría y podrán dinamitar gran parte de los proyectos demócratas. Incluyendo muchos aspectos de su plan verde. El segundo enemigo es el precio de la gasolina.
Llenar hoy el depósito en Estados Unidos es tan barato como en el año 2004. El exceso de producción petrolera, entre otros factores, ha ido mermando el valor del barril de petróleo desde 2014, tumbando los precios: malas noticias para la industria energética, excelentes para el consumidor de a pie. Como consecuencia de la pandemia de coronavirus, además, la drástica reducción de la demanda de petróleo ha bajado todavía más los precios. Llenar el depósito en EEUU siempre ha sido económico, sobre todo ahora. El litro de gasolina vale 0,55 dólares. Por comparación, en España cuesta más del doble: 1,26 dólares.
El presidente electo, sea cual sea la configuración final del Senado, también puede recurrir a los decretos para al menos cerrar algunos avances. Por ejemplo, tiene autoridad para hacer que la flota de vehículos del Gobierno federal sea eléctrica, apretar algo más los estándares contaminantes y coordinarse con alcaldes y gobernadores para ir cumpliendo metas a nivel local y estatal. El sueño de ver un parque móvil exclusivamente eléctrico tendrá que esperar.
