Trece de los 19 glaciares de la península de Kenai, en Alaska, muestran un claro retroceso como consecuencia de calentamiento global y la falta de precipitaciones de nieve, alentadas por el cambio climático



La mayoría de los glaciares del mundo retrocede de forma acelerada desde los años 90 y la única solución pasa por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para rebajar la temperatura global y amortiguar el impacto del cambio climático sobre estas reservas de agua helada. Un equipo científico ha examinado los cambios que durante 38 años se han producido en los glaciares de Kenai, en Alaska, y ha concluido que 13 de los 19 glaciares muestran un retroceso sustancial, cuatro están relativamente estables y dos han avanzado.
Los resultados de la investigación se publican en The Journal of Glaciology y está liderada por la Universidad de Washington y el servicio de parques nacionales de Estados Unidos; sus autores aseguran que en Alaska gran parte del retroceso de los glaciares está siendo impulsado por el cambio climático.
«A medida que los glaciares de todo el mundo retroceden debido al cambio climático», los gestores de los parques nacionales necesitan datos para prepararse para el futuro, señala una nota de la citada universidad.
«Estos glaciares son un gran atractivo para el turismo«, apunta Taryn Black, de la Universidad de Washington: «Los gestores del parque disponían de alguna información procedente de imágenes de satélite, fotos aéreas y fotografías repetidas, pero querían una comprensión más completa de los cambios a lo largo del tiempo«.
Los datos muestran que los glaciares que terminan en lago, entre los que se encuentran los populares glaciar del Oso y el Pedersen, son los que más rápido retroceden. Por ejemplo, el glaciar Bear retrocedió 5 kilómetros entre 1984 y 2021, y el Pedersen lo hizo 3,2 kilómetros durante ese período.


«En Alaska, gran parte del retroceso de los glaciares está siendo impulsado por el cambio climático«, concluye Black, que explica que estos glaciares están a una altura muy baja, lo que posiblemente esté provocando que reciban más lluvia que nieve en invierno, además del calentamiento de las temperaturas, lo que coincide con otros estudios climáticos en esta región».
Un «hallazgo sorprendente» fue que el glaciar Holgate, que termina en el océano, ha avanzado en los últimos años; el nuevo análisis muestra que en general ha estado avanzando durante unos 5 años y parece pasar por ciclos regulares de avance y retroceso.
Los bordes de la mayoría de los otros glaciares de marea fueron relativamente estables durante el período de estudio.
Los seis glaciares que terminan en tierra mostraron una respuesta intermedia, y la mayoría retrocedió, especialmente en los meses de verano, pero a un ritmo más lento que los glaciares que terminan en lagos.
El único otro glaciar que avanzó durante el período de estudio fue el glaciar Paguna, de terminación terrestre, que está cubierto de escombros de roca procedentes de un desprendimiento de tierra causado por el terremoto de 1964. Estos restos aíslan la superficie del glaciar del deshielo.
Para realizar los cálculos, se utilizaron 38 años de imágenes captadas por satélites en otoño y primavera para trazar los contornos de cada uno de los 19 glaciares, un total de unos 600 contornos.
¿Qué ocurre si un glaciar desaparece?
El ambientólogo e investigador del Observatorio Pirenaico de Cambio Climático (OPCC) Juan Terrádez, ha explicado a EFE que cuando un glaciar desaparece «supone un nuevo nicho ecológico» que abre paso a las «especies colonizadoras», primero en forma de musgos y posteriormente, poco a poco, a través de plantas.En Pirineos, las plantas potenciales colonizadoras de estos espacios son el Fireweed o la Hutchinsia alpina, por tratarse de especies propias de espacios frescos o muy húmedos, así como la Festuca de los glaciares, perteneciente a entornos calcáreos, según ha explicado a EFE el director del Conservatorio Botánico Nacional de los Pirineos (Francia), Gérard Largier.
Juan Terrádez ha añadido que en el caso de la desaparición de neveros situados en áreas periglaciares, también consecuencia del cambio climático, desaparece con ellos un tipo de vegetación «que antes permanecía un par de meses al año totalmente recubiertas de nieve».
El ambientólogo ha puesto como ejemplo a los Rododendros, plantas que durante los meses que permanecen sepultadas en la nieve se mantienen a temperaturas estables, lo que «hace que lleguen bien a la primavera para poder germinar las semillas».
El aumento de temperaturas también provoca «un ascenso generalizado de los pisos bioclimáticos», según Terrádez, que explica que de esta manera, «las especies más termófilas -aquellas que exigen más calor- van colonizando zonas más altas», y pone como ejemplo en Pirineos a los bojs o los espinos.
Además, la desaparición de glaciares supone la aparición de nuevos lagos glaciares o ibones; Terrádez ha afirmado que en los últimos diez años han aparecido aproximadamente 12 nuevos ibones, siendo «el caso más significativo» el del ‘Ibón Innominato’, «a los pies de la Maladeta».
