«Cuando te das cuenta del valor de la vida, empiezas a preocuparte menos de discutir sobre el pasado y te concentras más en la conservación para el futuro»
Última anotación en el diario de Dian Fossey


Un día como hoy, 16 de enero de 1932, nacía Dian Fossey, uno de los grandes iconos de la conservación mundial de la naturaleza, inmortalizada en la premiada película Gorilas en la niebla (Michael Apted, 1988) donde Sigourney Weaver se mimetiza con el personaje en una de las mejores actuaciones de su carrera.
La gran pantalla retrató la trepidante vida de una joven estadounidense que llegó a la salvaje África por una mezcla de casualidad y obstinación. Nacida en una familia adinerada y desestructurada de California, la joven Fossey estudió Enfermería y ejercía como monitora de niños autistas en la tranquila ciudad de Louisville (Kentucky) huyendo de un padre ausente, un padrastro represor y una madre mortificante, antes de que su vida diera un vuelco por completo.
Nada hacía suponer que se convertiría en una naturalista y primatóloga de primer orden, acapararía las portadas de las revistas y documentales de la National Geographic Society y los programas de naturaleza de la BBC, se haría globalmente popular y pasaría a la historia como un icono de la conservación de la naturaleza del siglo XX.
«La vida de esta enfermera de provincias cambió radicalmente cuando se acercó al eminente antropólogo británico Louis Leakey durante una conferencia y le dijo que ella era sin duda la persona que tenía que enviar a África para estudiar sobre el terreno a los gorilas»
Pero algo cambió cuando un día de 1966 se acercó durante una conferencia en Louisville al eminente antropólogo británico Louis Leakey y le dijo que ella era sin duda la persona que necesitaba para ir a África y estudiar sobre el terreno a los gorilas.
Leakey acaba de impresionar al mundo al enviar a Jane Goodall a investigar sobre el terreno a los chimpancés. De allí ella volvió con la tremenda revelación de que los chimpancés tenían cultura que se transmitía entre generaciones y clanes, y que generaban herramientas con procesamientos complejos, indicativo claro de una inteligencia superior. Una conmoción para el momento. «Tras los descubrimientos de Jane Goodall, cambiaremos la definición de lo que es un ser humano, de las herramientas o tendremos que aceptar que los chimpancés son humanos», afirmó Leakey por aquel entonces.
Tras ese éxito que avalaba la certeza de su visión, Leakey andaba pensando en hacer lo mismo con otra especie, los gorilas. Y Dian Fossey no había soñado con otra cosa en su vida que visitar África. Cuidaba niños porque eran para ella una extensión de lo que siempre había deseado, un contacto con seres vivos genuinos y libres.
La gran intuición del visionario y controvertido Leakey, un genio de la ciencia y el marketing que no dejaba indiferente a nadie, era afirmar que estudiar a los grandes simios, su comportamiento, permitiría conocer mejor cómo actuaban los homínidos primitivos que veíamos en los fósiles.
«El comportamiento no fosiliza», afirmaba, y para ello lo más importante era saber cómo era la etología de los seres más cercanos al ser humano: chimpancés, gorilas, bonobos y orangutanes, las especies de grandes simios que comparten entre un 97% y un 99% del genoma con nosotros y que se separaron anteayer, como quien dice, de nuestra rama del árbol evolutivo.
La propuesta científica de Leakey, atrevida para su época, añadía componentes aun si cabe más arriesgados sobre el trabajo de campo. Era importante que el estudio lo hiciera alguien sin formación académica. Según él, los zoólogos al uso estaban demasiado formalizados y estructurados por ideas y metodologías antiguas. Quería alguien fresco de mente.
Además, si era posible, deseaba que fuera mujer. Según defendía, el género femenino estaba más preparado para el trabajo. Las mujeres realizaban mejor la tarea de lenta observación, eran más sensibles a pequeños detalles y tenían más interés por las interacciones sociales.
«‘El comportamiento no fosiliza’, afirmaba Louis Leakey, y para ello lo más importante era saber cómo era la etología de los seres más cercanos al ser humano, los grandes simios»
Desde luego, todas estas ideas de Leakey sonaban raras en su momento y más lo podrían ser ahora, vistas desde una perspectiva de género. Sin embargo, el debate que abrió sigue vivo en nuestros días. Es una evidencia que buena parte del trabajo de campo con primates hoy en día es llevado a cabo por mujeres. No se sabe si por la impronta que las contratadas por Leakey imprimieron sobre nuevas generaciones o porque realmente hay algo en el carácter femenino que las hace más hábiles para la tarea.


En defensa de esta última versión hay voces significadas y femeninas. Una de ellas es la divulgadora Sy Montgomery, quien tras hablar con todas las primatólogas de prestigio del momento hacía interesantísimas reflexiones sobre esta aventura científica en Walking with the Great Apes (Chelsea Green Publishing, 2000).
Otra voz si cabe más autorizada es la propia Jane Goodall, quien ha declarado: «El doctor Leakey opinaba que las mujeres somos mejores para los proyectos de observación porque somos más pacientes y observadoras. Estoy de acuerdo. A lo largo de la historia, para ser buena madre la mujer ha tenido que demostrar gran paciencia y además ha tenido que entender el comportamiento, los deseos y las necesidades de criaturas que no saben hablar», tal y como afirmaba en el documental The lost film of Dian Fossey (National Geographic, 2002).
El nacimiento de una leyenda
Sea como fuera, de la loca idea de Leakey, y de su fortuito encuentro con un enfermera en Kentucky durante una conferencia, surgió el mito de Fossey.
Ahí eclosionó todo, y el resto ya es historia. En 1967 Fossey viajaba a África para instalarse durante 20 años en una cabaña de madera situada a más de 3.000 metros en las húmedas y frescas laderas de los volcanes Virunga. Empezó a estudiar a los gorilas de montaña y, poco después, a defenderlos. Porque la presión de furtivos, ganaderos, personas que cortaban el bosque y hasta turistas indiscretos ponía en peligro a los pocos cientos de ejemplares que quedaban.
Fossey escribió una de las grandes páginas de la historia de la ciencia de la evolución, de la ecología de especies y de la conservación. Quien quiera conocerla no tiene más que leer Gorilas en la Niebla, un libro recién reeditado en España (Pepitas de Calabaza, 2019) tras la vieja versión de los 80 de Salvat con que algunos la descubrimos. Se lee de forma deliciosa, como una joya de la literatura de aventuras y la naturaleza del siglo XX.
Gorilas en la Niebla, publicado originalmente en 1983, tiene el problema de que sabemos cómo acaba apenas dos años después. Un spoiler de tintes funestos.
Dian Fossey fue asesinada a machetazos el 26 de diciembre de 1985 en Ruanda, en la cabaña de los volcanes Virunga donde había pasado los últimos 20 años estudiando a los gorilas de montaña. Nunca se supo quién de sus muchos enemigos en la zona llevó a cabo el crimen. Tras su muerte, pasó a la historia del siglo XX como un símbolo de la defensa de la naturaleza, una mártir que pagó con la vida su compromiso con la conservación de la fauna.
La película Gorilas en la niebla, un filme edulcorado sobre el personaje, contribuyó a afianzar entre el gran público un guión fácil de asimilar, efectista y con final dramático: una joven americana, sin ninguna formación en zoología ni experiencia en África, se convierte en la gran abogada de los simios y paga con la vida por ello.
«Si la especie se salvó de la extinción fue seguramente gracias a ella»
El relato apenas tiene matices; para el imaginario colectivo es un icono, una heroína con final funesto. Ese valor arquetípico sigue vigente hasta nuestros días: su muerte, ocurrida en una década de eclosión del movimiento ecologista en el mundo, ayudó a colocarla en el panteón de los héroes trágicos del medio ambiente.


Sin embargo, cuando se ahonda en lo que dijeron de ella quienes la conocieron –sus colegas científicos, el establishment de la conservación de la fauna o los profesionales de la cooperación al desarrollo–, se descubre un personaje más complejo, con una biografía llena de zonas oscuras.
Luces y sombras de Dian Fossey
De Fossey sabemos por sus propios escritos autobiográficos que mataba a tiros a las vacas que invadían el Parque Nacional de los Volcanes, que azotaba a los furtivos, quemaba sus casas y secuestraba a sus hijos; que retaba a las autoridades ruandesas, despreciaba a las organizaciones internacionales de conservación y pedía a los investigadores occidentales que acudían a su centro que dejaran la ciencia de lado para dedicarse a patrullar armados, buscar trampas y detener furtivos.
Al margen de lo que ella mismo contó en sus diarios, otros han dicho de ella que su acercamiento a los gorilas era demasiado emocional, que los trataba como animales domésticos, que su enfoque era de aficionada y sus modos de investigación no respondían a los estándares académicos. Sus detractores la tachan de fanática, violenta, depresiva, colérica, colonialista, racista, alcohólica y loca…
«Para el imaginario colectivo, Dian Fossey es un icono, una heroína con final funesto, un guión perfecto y sencillo que simplifica su extraordinaria y volcánica personalidad»
Saber dónde se encuentra la verdad no resulta fácil. No hay que olvidar que fue un fenómeno mediático prácticamente desde el primer momento y generó una considerable literatura antes incluso de su muerte, alimentada por el propio impulso de Leakey, que ya era una estrella y que tras el éxito de Goodall y la propia Fossey consiguió patrocinios para enviar a la lituano-canadiense Biruté Galdikas a Borneo para seguir a los orangutanes y componer junto a sus antecesoras el trío de heroínas conocidas como las Trimates, en un juego de palabras entre el número tres y la palabra mono en inglés.
El éxito global de las Trimates
Las tres primatólogas se convirtieron en celebridades, figuras que mezclaban ciencia y aventuras en lugares remotos y salvajes. Las investigaciones de Fossey sobre el comportamiento de los gorilas de montaña se iniciaron del todo en 1967, tras un año previo de exploración, financiadas por la National Geographic. Las fotos, los artículos y los documentales de Fossey aparecieron en revistas y pantallas que llegaban a millones de personas.


Tras su muerte, hubo una avalancha de artículos periodísticos y libros centrados en su figura que componen un coro de voces donde puede sentirse admiración y reconocimiento, pero también resentimiento, envidia y venganzas personales. Muchos de quienes la conocieron, incluidos los muchos investigadores que trabajaron con ella en África, no perdieron la oportunidad de decir que también estuvieron allí.
Entre las decenas de obras publicadas sobre ella destacan las escritas por el canadiense Farley Mowat, Woman in the mists (1988), y por el estadounidense Harold Hayes, The dark romance of Dian Fossey (1990).
El primero tuvo acceso a su legado personal y a sus diarios y correspondencia, que ofrecen abundante material sobre sus pensamientos y sentimientos más íntimos, desde las cuitas de amor a los excesos con el alcohol. La biografía de Mowat compone el más completo relato cronológico de su vida.
«Tras su muerte, hubo una avalancha de artículos periodísticos y libros centrados en su figura que componen un coro de voces donde puede sentirse admiración y reconocimiento, pero también resentimiento, envidia y venganzas personales»
En contraste, Harold Hayes no tuvo acceso a esas fuentes de primera mano. En su texto, un monumental ejercicio periodístico, entrevista a unas 200 personas que la conocieron, amigas y enemigas, y la retrata como la veían los demás, no según se percibía ella. Muestra a una mujer llena de contradicciones, una personalidad volcánica que pasaba de la exaltación a la depresión, con una gran voluntad de ayudar a los demás, pero muy exigente en cuanto a la lealtad e implacable en sus enfados. A esto habría que añadir una resistencia ante la enfermedad y el dolor que iba más allá del estoicismo y se acercaba a la autodestrucción.
Otra fuente de referencia es Gorilas en la niebla, el libro que la propia Fossey escribió sobre su vida con los gorilas. Conviene leerlo con cuidado porque es una obra sobre animales, no sobre personas. Los nombres que aparecen son Beethoven, Uncle Bert, Peanuts, Rafiki, Digit, Flossie, Winnie… cada gorila con su carácter e individualidad. De hecho, sus propias peripecias están reducidas al mínimo y se cuentan con una especie de falsa modestia, y suavizando las situaciones difíciles.
«Sus detractores la tachan de fanática, violenta, depresiva, colérica, colonialista, racista, alcohólica y loca…»


Una vida novelada
Hay que tener en cuenta, además, que en ocasiones Fossey modifica o adorna algunos hechos importantes de su vida, como la forma en que conoció a Louis Leakey, su mentor, el modo en el que se despertó en ella el interés por los gorilas de montaña o cómo logró salir del Congo en 1967 en plena persecución de los occidentales. Un buen ejemplo de esta mistificación es la historia del apodo que le daban los nativos ruandeses.
Según cuenta en Gorilas en la niebla, la llamaban «Nyiramachabelli», que según le explicaron significaba «la vieja que vive en el bosque sin un hombre». Muchos autores han dado esta versión por buena. Sin embargo, otros afirman que, en realidad, «Nyiramachabelli» significa «mujer que camina muy rápido», y era el apodo de su amiga Alyette de Munck, una belga que había estado en las montañas antes que ella. Fossey heredó el mote y lo usó para afianzar su propio mito.
Precisamente, si su figura se ha mantenido viva hasta nuestros días se debe a que reúne muchos mitos en uno. No sólo es un símbolo del medio ambiente, es también un icono feminista, una mujer audaz e independiente que lucha contra las convenciones y logra imponerse en el competitivo ámbito de los egos científicos y en el violento terreno de los montes plagados de furtivos.
En cierto sentido, es también un símbolo del sueño americano de la persona hecha a sí misma que, a fuerza de voluntad y ambición, sale de un pequeño pueblo para hacerse famosa. Pero, a la vez, representa la otra cara de esa moneda, la occidental arrogante que se planta en el continente africano, su patio particular, impone sus normas y gasta aires coloniales.
«Para entender su figura no hay que olvidar que fue un fenómeno mediático prácticamente desde el primer momento y eso oscurece la zona de contacto entre el personaje y la realidad»
Para los conservacionistas puede ser un símbolo de integridad y compromiso, pero también un caso de fanatismo y obsesión llevados hasta la muerte. Ciertamente, conecta de muchas maneras con la psique estadounidense. Puede vérsela como un personaje de la gran novela americana: un capitán Ahab que tuvo en los Virunga su Pequod y en la salvación de los gorilas su Moby Dick.
La verdad sobre Fossey, si es que existe tal cosa, debe encontrarse en un punto intermedio entre la inocencia de Gorilas en la niebla, el atormentado mundo interior de sus diarios íntimos y el retrato contrapuesto de quienes la odiaron o amaron. Pues, antes de convertirse en mito, fue una mujer real con el coraje suficiente para estar en el sitio y el momento justos y hacer lo que creía que debía.
Si la especie se salvó de la extinción fue seguramente gracias a ella. No le faltaba razón en su postura extrema de conservación. En la actualidad, las patrullas de policías armados -como las que ella puso en marcha- defienden los Virunga. Y en las laderas del Congo y Uganda los parques han estado cerrados por la presencia de bandas que han matado a decenas de guardaparques y amenazado a los turistas.
Estos primeros días de enero de 2021, por ejemplo, se conocía la noticia de que un grupo armado ha matado a seis guardaparques de la zona protegida de los Virunga situada en la República Democrática del Congo. Un área que lleva décadas sometida al desgobierno.
Los Virunga, ya se ve, siguen siendo una región convulsa, y Fossey vivió allí 20 años sin flaquear ni transigir jamás.
El legado de Dian Fossey y los gorilas
¿Cuál es el legado de Dian Fossey? ¿Cómo juzgarla desde nuestros días? «Si alguien puede decir que salvó a una especie creo que es ella. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para proteger a los gorilas y, si alguna persona se interponía en su objetivo, peor para ella. Esta no es la forma de hacer amigos e influir en la gente, y al final pagó el precio», afirma David Attenborough.
Richard Leakey, el hijo de Louis Leakey, opina: «Dian Fossey se caracterizaba por su lengua afilada y un temperamento difícil, por lo que mucha gente tenía buenas razones para molestarse por cosas que les dijo, por la influencia que tuvo en sus futuros académicos y en los salarios de los que fueron sus empleados. Su personalidad tenía suficientes cualidades para no ser de las que se ganan muchos amigos».


Para Biruté Galdikas, que se ha enfrentado a problemas similares en Borneo, la valoración es esta: «Dian se mostraba dictatorial, de eso no hay duda; sin embargo, como mujer extranjera y sola en una tierra donde a menudo impera la razón de la fuerza, estaba obligada a actuar así […] tuvo que aprender a jugar según las reglas africanas».
Precisamente, sobre su tormentoso carácter, Ian Redmond, su mejor ayudante en Karisoke, opinaba: «Sus arrebatos son como las cargas de un macho de espalda plateada defendiendo a su grupo, el noventa y nueve por ciento de farol. Si te mantienes firme en el terreno igual que lo haces con el gorila no hay ningún problema».
El eminente primatólogo Frans De Waal considera: «Una característica compartida por las protegidas de Leakey es que […] cada una de ellas se convirtió en una cruzada de la especie que estudió. Estas mujeres se enfrentaron a quienes amenazaban o maltrataban a “sus” monos. Si bien esto ha ayudado a crear conciencia […] también ha colocado a estas mujeres en desacuerdo con la población local, las autoridades e incluso los conservacionistas».
«Chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes, las cuatro especies de grandes simios, comparten entre un 97% y un 99% del genoma con nosotros!
«Es cierto que algunas veces se comportó de manera hostil con determinadas personas, y que los funcionarios del Gobierno, las organizaciones benéficas, los estudiantes y ex amantes confusos le provocaron sentimientos de amargura. Pero a pesar de todo esto y de la falta de salud, el cariño que sentía hacia los gorilas, sus fieles empleados y las mismas montañas consiguieron que saliera adelante […] Fue odiada, pero, como muchas mujeres fascinantes, no fue ni tan sólo una villana despreciable ni una heroica y consumada víctima», afirma Carole Jahme.
Sobre Dian Fossey, una persona repleta de contradicciones, resulta difícil emitir un juicio sencillo. Con sus claros y sus oscuros, su legado es el paisaje de unas montañas donde, seguramente gracias a ella, aún sobrevive una especie única. Allí, a 3.000 metros de altura, entre las nieblas y la jungla, junto a muchos de los gorilas que amó, descansa bajo este epitafio:
Dian Fossey (1932-1985)
Nadie amó tanto a los gorilas.
Descansa en paz, querida amiga.
Protegida eternamente
en esta tierra sagrada
que se ha convertido en tu casa
a la cual perteneces


Pedro Cáceres, de la redacción de El Ágora, es autor del libro Dian Fossey, una mujer en la niebla, publicado por ediciones El País en el año 2019. Es la primera y única biografía en castellano publicada sobre la primatóloga hasta el momento.
Existen dos especies distintas de gorila, cada una con dos subespecies a la vez. La primera, y más abundante, es la del gorila occidental (Gorilla gorilla), del que existen unos 360.000 ejemplares según el último censo de 2018, liderado por la Wildlife Conservation Society.
Habita zonas cálidas y boscosas de Angola, Camerún, Congo, Guinea Ecuatorial, Gabón, Nigeria y la República Centroafricana, en áreas de tierras bajas, con una altitud máxima de 1.900 metros.
La segunda es el gorila oriental (Gorilla beringei), separada geográficamente de la anterior por las selvas del río Congo. En esta, se distinguen dos subespecies: el gorila oriental de llanura (Gorilla beringei graueri), que habita en las selvas bajas del este del Congo y cuya población ha pasado de 17.000 a 5.000 ejemplares en las últimas dos décadas; por su parte, el gorila de montaña (Gorilla beringei beringei) tiene una población aún menor.
El último censo, de 2018, la situó en ochocientos ejemplares en el macizo de los Virunga (entre el Congo, Uganda y Ruanda) y otros 400 en el Parque Nacional del Bosque Impenetrable de Biwindi, en Uganda.
Los gorilas de montaña viven entre los 1.400 y los 3.800 metros de altitud. Su existencia se conoció en 1902, cuando el capitán alemán Oscar von Beringe los encontró por primera vez y disparó a dos. En los siguientes años, se mataron más de 50 en los Virunga.
Carl Akeley, del Museo Americano de Historia Natural, mató cinco en 1921 y, debido a su singularidad, sugirió al Gobierno belga que creara una reserva para protegerlos. Así nació el Albert National Park en 1925. Akeley terminó enterrado en el parque que había invitado a crear, en Kabara, el mismo lugar donde Fossey inició sus trabajos, una zona de prados a 3.400 metros de altura, en el lado congoleño de los volcanes. Después, las turbulencias políticas y civiles del Congo, que aún persisten, la hicieron desplazarse al otro lado de la ladera.
