El corazón de la ballena azul se adapta a sus piruetas acuáticas - EL ÁGORA DIARIO

El corazón de la ballena azul se adapta a sus piruetas acuáticas

Con la ayuda de una pequeña lancha, un equipo de científicos ha conseguido medir por primera vez la frecuencia cardíaca del mayor animal del mundo, la ballena azul. El cetáceo fue monitorizado durante varias horas nadando en mar abierto y los biólogos han descubierto cómo los latidos de su corazón se adaptan a sus movimientos


“Es como escalar el monte Everest”. El biólogo marino Randall W. Davis no tiene dudas en describir así lo que ha conseguido un equipo de científicos estadounidenses: medir la frecuencia cardíaca de una ballena azul (Balaenoptera musculus) surcando el mar abierto. Nunca se había hecho hasta ahora.

Trabajar con el mayor animal que existe en el planeta no es una tarea sencilla. Lo primero que hicieron los investigadores fue elegir a un ejemplar de ballena azul. En concreto, seleccionaron a un macho de unos 15 años que había sido avistado en la bahía de Monterrey, en California (EEUU).

Para medir su frecuencia cardíaca –el número de veces que se contrae el corazón durante un minuto– sin causarle daños, los científicos utilizaron una etiqueta unida a una ventosa que iba equipada con sensores. Con la ayuda de un pequeño bote y una barra de fibra de carbono de seis metros de largo, los científicos consiguieron colocarle el dispositivo y que lo llevara fijado durante 8,5 horas.

El líder de la investigación, Jeremy Goldbogen, cuenta a El Ágora que una de las partes más difíciles fue colocar la etiqueta lo más cerca del corazón de la ballena y asegurarse de que estaba funcionando correctamente. La última fase, recuperar el dispositivo una vez que se había desprendido del cetáceo y flotaba en la superficie, también fue crucial porque todos los datos tenían que descargarse de ahí.

Durante las inmersiones profundas para buscar alimento el corazón de la ballena azul puede bajar a un ritmo de dos latidos por minuto

“El hallazgo más sorprendente es que observamos frecuencias cardíacas extremadamente bajas durante las inmersiones profundas para buscar alimento, de hasta dos latidos por minuto, pero después de esas inmersiones, cuando la ballena estaba en la superficie respirando y recuperándose de la falta de oxígeno, estas eran de 25 a 37 latidos por minuto”, explica Goldbogen, que trabaja en la Estación Marina Hopkins de la Universidad Stanford (EEUU) y cuya investigación publica hoy la revista PNAS.

Durante el tiempo en el que el cetáceo estuvo monitorizado, los científicos comprobaron que sus inmersiones para buscar alimento se prolongaron hasta los 16 minutos y alcanzaron una profundidad máxima de 184 metros. Los intervalos en superficie solían durar mucho menos, por debajo de los cuatro minutos. Según el investigador, lo interesante de las frecuencias cardíacas en superficie es que se acercan al ritmo cardíaco máximo.

De esta forma, el estudio refleja cómo el sistema circulatorio de la ballena se adapta perfectamente a las diferentes actividades que realiza, como el buceo, el reposo y la alimentación.

Una hazaña para los biólogos 

Todo lo que rodea a este gigante marino fascina. A científicos que no forman parte de la investigación, esta les parece “muy bien hecha y técnicamente difícil”, como señala a El Ágora Randall W. Davis, profesor del departamento de Biología Marina de la Universidad de Texas A&M en Galveston (EEUU) que la ha comparado con subir a la cumbre más alta del mundo.

La ballena azul está presente en todos los océanos del mundo, como indica el color marrón del mapa. / Foto: IUCN

El biólogo recuerda que la mayoría de los datos sobre la frecuencia cardíaca de los mamíferos corresponden a especies con una masa corporal inferior a 1.000 kilogramos y, en este caso, los científicos han medido la de un animal que pesa alrededor de 143.000 kilogramos. En cuanto a la longitud, pueden superar los 30 metros, lo que equivale a unos seis-ocho vehículos tipo turismo puestos en fila.

«Se sabía que la frecuencia cardíaca de la ballena es muy lenta, entre 15 y 25 latidos por minuto, en promedio. Cuanta más masa tiene un animal, más lenta es esta. Un pajarillo, por ejemplo, llega casi a los 1.000 latidos/minuto», compara a El Ágora José Luis Palma, vicepresidente de la Fundación Española del Corazón.

Por su parte, Terrie M. Williams, directora del Centro de Investigación y Conservación de Mamíferos Marinos en la Universidad de California en Santa Cruz (EEUU) que tampoco ha participado en la investigación, elogia lo que han conseguido sus compatriotas: “Es una de las mediciones fisiológicas más emocionantes que he visto”, destaca a El Ágora. “La frecuencia cardíaca del mayor corazón de la Tierra en movimiento”, añade.

Similar al corazón humano

El corazón de estos descomunales cetáceos equivale, aproximadamente, al tamaño de un ser humano. Por tanto, según la bióloga estamos ante el corazón más grande de cualquier animal que haya vivido en la tierra o en los océanos, incluidos los dinosaurios.

Una ballena azul emerge a la superficie en la costa de California, en la bahía de Monterrey (EEUU). / Foto: Duke Marine Robotics y Remote Sensing Lab.

Aparte de las más que evidentes proporciones, ¿qué diferencias hay entre el corazón de una ballena azul y el nuestro? Pues lo cierto es que, más allá de que nuestra frecuencia cardíaca es más rápida –en reposo oscila entre 50 y 100 latidos por minuto–, apenas hay diferencias. “El corazón de la ballena azul se compone de los mismos tejidos y de la misma forma general, con cuatro cámaras, que el corazón humano”, describe Williams.

Si comparamos otras partes del sistema circulatorio sí que encontramos diferencias. Una de ellas es que las ballenas azules presentan un arco aórtico elástico que, según Goldbogen, actúa como una especie de depósito para la sangre que expulsa el corazón. Así, cuando registran pausas largas y variables entre los latidos de su corazón, les sirve para mantener esa sangre.

Las amenazas del gigante marino

Con su lento ritmo cardíaco, este majestuoso cetáceo surca todos los océanos del mundo. Según las últimas estimaciones, se calcula que existen entre 5.000 y 15.000 ejemplares adultos, una cifra alarmantemente baja, por lo que la especie está catalogada como ‘en peligro’ en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés).

Aunque en los últimos años la población se está recuperando –ha crecido en las regiones donde más había descendido (en el Atlántico Norte y en el océano Antártico)–, lo cierto es que, respecto a 1926, cuando unas 140.000 de estas ballenas nadaban por todo el mundo, la cifra se ha desplomado entre un 89% y un 97%.

Prohibida su caza desde los años 60 gracias a la Comisión Ballenera Internacional, sus principales amenazas hoy son los choques con los buques por el aumento del tráfico marítimo y la escasez de alimentación.

Su principal comida, el krill, podría disminuir debido al calentamiento global y al aumento de la acidez del océano. Dos serias amenazas a las que tendrán que adaptarse los latidos de este gigante marino.

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Referencia bibliográfica: J. A. Goldbogena et al. “Extreme bradycardia and tachycardia in the world’s largest animal”, PNAS, 25 de noviembre de 2019. DOI: 10.1073/pnas.1914273116.



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