Sostiene Tom Waits que los hombres «somos monos con armas y dinero». A lo que añade: «Estamos inmersos en una versión gigantesca de la locura que se desarrolla en cada cerebro humano». ¡Nada más que añadir, señoría! Bueno, sí. Que lo clavó, el músico californiano, en esta respuesta de una remota y surreal autoentrevista. Puro Waits.
Puesto que a la vista está que seguimos siendo aquel mono, aunque con menos pelo y más ardor de estómago, que un día descendió de la rama de su árbol favorito para cumplimentar, displicente, el modelo 145 de la Agencia Tributaria. Quizá sea hora de regresar a esa rama, castigados, como quien va a un rincón de pensar, para reflexionar y replantearnos de nuevo, desde nuestro lugar de origen, el sitio hacia dónde debemos ir.
Etólogo trabajando
Y para ello, nada mejor que escuchar lo que los etólogos tenga que decir al respecto. No en vano son ellos quienes, básicamente, se dedican a estudiar el comportamiento de los animales. Con lo que una buena parte de su comprometido trabajo consiste en observarlos para reflexionar, una vez hecho, sobre lo que ellos y nosotros somos.
Carl Safina lo tiene bastante claro. De hecho, su experiencia es un grado. Si ya con su Mentes maravillosas: lo que piensan y sienten los animales nos obligó a suscribirnos al club selvático, vuelve ahora con este Aprender a ser salvajes: cómo las culturas animales crían familias, crean belleza y consiguen la paz, publicado en español, al igual que el anterior, por Galaxia Gutenberg, para poner los puntos sobre las íes a ese simio ilustrado que según Tom Waits y el propio Safina nunca dejamos de ser.


«El instinto llega hasta cierto punto; muchos animales necesitan aprender casi todo para ser lo que acaban siendo», escribe Carl Safina
El ‘otro’ libro de la selva
«Aprender de otros “cómo vivimos” es un rasgo humano», argumenta el afamado etólogo, a modo de explicación, en el prólogo de este nuevo libro. «Pero aprender de otros también es una característica de los cuervos. Del simio y la ballena. Del loro. Incluso de la abeja. Suponer que otros animales no tienen cultura porque no tienen una cultura humana es como pensar que otros animales no se comunican porque no tiene una comunicación humana. Tienen su comunicación. Y tienen sus culturas. No digo que la vida les parezca lo mismo que nos parece a nosotros; eso no ocurre con la vida de nadie. Solo digo que el instinto llega hasta cierto punto; muchos animales necesitan aprender casi todo para ser lo que acaban siendo».


«Los cachalotes, los guacamayos y los chimpancés que vamos a visitar representan tres grandes temas culturales: identidad y familia, las connotaciones de la belleza y las tensiones que crea la vida social y que la cultura debe suavizar», continúa Safina. «Estas tres especies, y muchas otras que figuran en estas páginas, van a ser nuestras maestras. De cada una de ellas vamos a aprender algo que hará que valoremos más el hecho de estar vivos en este milagro que llamamos con ligereza el mundo».
«Al adentrarnos en la naturaleza –y remata así el escritor la declaración de intenciones con que arranca su nuevo ensayo–, y observar a los animales de forma individual, en libertad y en sus comunidades, vamos a obtener una imagen privilegiada de las bambalinas de la Vida en la Tierra. Contemplar cómo fluyen los conocimientos, las habilidades y las costumbres entre otras especies nos proporciona una nueva comprensión de lo que pasa constantemente sin que lo veamos, fuera de la humanidad. Y nos ayuda a construir la respuesta a una de las preguntas más importantes que podemos hacernos: ¿quiénes son nuestros compañeros de viaje en este planeta, con quién estamos aquí? En eso consiste nuestra expedición actual, ¿Están listos?».
¡Por allí resopla!
Pues sí. Resulta que estamos listos, mucho más que listos, para embarcarnos, de manera literal, en el barco abierto de nueve metros de eslora capitaneado por un caribeño inmenso con rastas y una voz atronadora que responde al nombre de David Fabien y al grado de capitán. Navegamos en busca de un clásico monstruo de todos los mares: el cachalote, la ballena que enloqueció a un tal Ahab en Moby Dick e hizo añicos el Essex.


Palabras mayores, para empezar: los cachalotes son los únicos miembros supervivientes de una familia, los fisetéridos, de más de 20 millones de años de antigüedad, y durante más de 130 páginas nos dedicaremos a perseguir concienzudamente a «una de las criaturas más grandes y esquivas del mundo». ¿El objetivo? Reaprender de ellas que, sin mantener viva la llama de la hoguera familiar, no somos nada. El futuro viaja, y siempre viajará, a lomos de un cachalote, de esa cría agradecida que saluda a los adultos al cruzarse con ellos con el gesto de romper la superficie del mar con la cola.


Bailando con loros
Avistaremos más tarde, sin prisa pero sin pausa, las bandadas de guacamayos que viven en libertad en las selvas del Amazonas peruano. A los loros se los ha llamado, sin ánimo de ofender, «los humanos del mundo de las aves», en referencia a los genes que proporcionan, tanto a los unos como a los otros, vidas largas y mentes inteligentes. Los loros son capaces de recordar hechos pasados, hacer planes, asumir la perspectiva visual de otros y, a veces, crear herramientas nuevas para resolver problemas.
«¿Y qué sucede con los preciosos guacamayos que me han expandido el alma?», se pregunta Carl Safina ante la fascinante cercanía de estas aves y sus poderosos cantos. «La propia belleza, por supuesto, es un aspecto de la diversidad. Si las culturas sufren presiones que las erosionan o las simplifican, ¿cuáles son las connotaciones para la evolución de la belleza, o para la supervivencia de lo bello? Como escribió Shakespeare: “¿Qué podrá contra su ira la belleza?”».


Simios sobrados de autoestima
Y acabaremos dejándonos envolver por los chillidos y el contagioso entusiasmo de los chimpancés que habitan, con su deseo de paz, dentro de una tendencia a la guerra, una de las muchas cosas que tenemos con ellos en común, el bosque de Budongo, en Uganda.


Nos sorprenderá, al reparar en ellos, que reflejen de manera tan viva lo que fuimos, seremos y somos. ¿O es que tanto nos cuesta recordar que, junto con los gorilas, los chimpancés, los bonobos y los orangutanes, los humanos pertenecemos a una familia llamada homínidos, o «grandes simios»? ¿Nos verán ellos como a una especie de cuñaos que siguen, desde tiempos remotos, empeñados en hacerles la vida imposible?
Carl Safina lo tiene bastante claro, y así nos lo resume: «Los chimpancés son lo mejor que pueden ser. La pregunta que debemos hacernos es: ¿lo somos nosotros? Los chimpancés no se preguntan nada más. Nosotros no debemos preguntarnos nada menos. Mirarnos en el espejo. Reconocer lo que tenemos en común, la humanidad, las limitaciones, los dilemas, los dones. Los chimpancés apelan a lo mejor de sí mismos el 99 por ciento del tiempo. Que su éxito sea un desafío para nosotros».
O, en otras palabras, ¿cómo era aquello que decía Tom Waits sobre hombres, monos, armas y dinero?
