La historia de la humanidad y la botánica están ligadas como las raíces a las plantas. Sin ir más lejos la teoría más extendida sobre el colapso de la civilización maya tiene que ver con una crisis ambiental que ellos mismos provocaron con su forma de cultivar basada en la tala indiscriminada y la quema. Cuando la tierra dejaba de ser productiva se mudaban a otra zona de la selva. Cambios en el clima provocados por esta voracidad con la tierra y una dispersión de la población fueron los detonantes del colapso de esta sociedad de grandes matemáticos entre los siglos VIII y IX.
Tampoco está muy claro que provocó el fin de la civilización de la isla de Pascua, a 3.770 km de Chile, pero la deforestación todavía figura como una de las posibilidades. También se ha barajado la posibilidad de que fueran las voraces ratas las que provocaron el ecocidio o que en realidad se trató de un burdo genocidio cometido por los primeros europeos en llegar.
Hay otros ejemplos más recientes como el del Mar de Aral. El que fuera el gran lago salado de Asia se encuentra hoy convertido en desierto debido a los grandes planes de la Unión Soviética de los años 50 de convertirse en potencia mundial en la producción de algodón. Aunque tampoco hace falta salir del país para ver colapsos ambientales, basta la foto de los miles de peces muertos en el Mar Menor escasos meses antes de estallar la pandemia. La causa: las aguas provenientes de la agricultura.
Plantas y civilización
“Gracias al conocimiento de las plantas se desarrolló la agricultura y aparecieron los gremios, las ciudades y las religiones. Hay evidencias de que la aparición de la agricultura supuso el inicio de la vida en sociedades porque se podía acumular grano para todo el año incluso para los momentos de escasez. Otras hipótesis derivadas de los registros arqueológicos afirman que para evitar los problemas de potabilidad del agua se empezaron a utilizar de forma más segura bebidas derivadas de la cebada», explica Mario Mairal, investigador del departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución de la Universidad Complutense.
Es decir, que que los grandes avances para el desarrollo de las sociedades provienen del conocimiento botánico. «También ahora, ya que por mucho que haya pasado el tiempo nuestras sociedades se siguen sustentando en las plantas. Hay 4 o 5 especies que representan el 90% del cultivo mundial. Si desaparecieran especies como el trigo, la cebada y el arroz, la humanidad estaría en serio peligro”, alerta el también miembro de la Sociedad Botánica Española.


El investigador constata una realidad: “Hay una desconexión cada vez mayor con la naturaleza y la ciudadanía no sabe lo que le rodea. Si te pongo delante una foto de tres animales básicos seguro que los reconoces, pero con tres plantas habituales no sucede lo mismo. Ante una foto de una borraja, una tomatera y un plátano, igual un ciudadano no saben qué decir”. Y la pregunta que surge entonces es, ¿cómo es posible que estando tan necesitados de las plantas no somos capaces de verlas?
Lo que explica este fenómeno es la llamada «ceguera vegetal», un término acuñado por dos botánicos James H. Wandersee y Elisabeth Schussler en los noventa. Los dos investigadores publicaron un estudio en el que ponían de relieve el creciente desconocimiento de los jóvenes americanos hacia el mundo vegetal y la preferencia por el animal. Mairal también considera que la Botánica también ha perdido peso a nivel académico, quedando desplazada por otras especialidades.
Cuadros y desaparición de especies
Hay una tabla en el Museo del Prado de Hans Baldung Grien llamada Las Edades y la Muerte en “la que aparece un tipo de liquen que crecía en Estrasburgo y que ahora no se encuentran sino mucho más al norte”, explica Eduardo Barba, jardinero e investigador botánico. Barba acaba de publicar un libro titulado El Jardín de El Prado en el que ha identificado 600 especies en 1.100 cuadros.
En él hay historias tan fascinantes como la del cuadro de la Crucifixión de Juan de Flandes, donde lo que más abunda son las chiribitas o margaritas blancas, una planta que en la simbología está asociada a la resurrección. “Las plantas en los cuadros hablan de historia del arte. Los egipcios, los griegos o los romanos fijaban con mucha precisión y realismo las especies vegetales. Se ve en los frescos de las casas de las familias nobles de Roma: para mí eso significa que antes la ceguera visual de las plantas no era tan grande. Ahora no las reconocemos, pero para otras civilizaciones era su alimento y tenían un contacto más estrecho con ellas», explica Barba.


«Con el Románico el realismo dio paso a una representación menos cuidada, donde lo importante era el mensaje a transmitir. En el Gótico vuelve al realismo a su máxima expresión sobre todo en los manuscritos. También se aprende mucho de la personalidad de los artistas. Brueghel el Viejo o Patinir tenían gran conciencia de su entorno natural. Lo más habitual era que cada uno pintara lo que había en su entorno, pero también sucedía lo contrario. Los pintores del norte de Europa incluían cipreses en sus cuadros cuando en sus lugares de origen no los hay y eso habla de la influencia de sus maestros, muchos de ellos de la escuela italiana», avanza.
Y es que, en algunos casos la vegetación hasta nos indica en qué periodo del año se hizo el cuadro y o puede incluso revelar el linaje. «Por ejemplo, la rosa del linaje de Lancaster en un retrato de María Tudor”, asegura Barba. Sus dos pasiones, el arte y la jardinería se han unido en este trabajo que, a su vez, está sirviendo para conocer mejor el arte de museos como El Prado o el Lázaro Galdiano, por un lado y, por otro, está ayudando a los restauradores e investigadores del arte. “Recientemente me llamaron para consultarle sobre Botticelli, para aclarar algunas dudas sobre una flor antes de proceder con la restauración del color”, dice.
Asegurar nuestro futuro
Ahora que estamos en un contexto de cambio climático, las plantas no solo sirven para conocer de dónde venimos si para garantizar nuestro futuro como especie. “El conocimiento de las plantas es capital para la humanidad, incluso para asegurar la calidad del aire que respiramos. Hay especies de nuestros alrededores como la encina, el pino piñonero, la jara pringosa o el enebro que son vitales para el equilibrio de nuestro ecosistema», explica Mairal.
Por otro lado, «un conocimiento general de 15 o 20 especies básicas de la Península nos permite interpretar un paisaje a muchos niveles: histórico o económico (viendo la productividad del suelo) y a entender cómo es el clima a lo largo del año. En la historia de la Tierra hubo un helecho que por un desajuste natural empezó a crecer de forma desmesurada, lo que provocó una bajada de la concentración de dióxido de carbono de la atmósfera y un enfriamiento muy rápido de la tierra. Si conocemos la dinámica de las plantas podemos evitar muchos problemas”, asegura el investigador.


La Sociedad Botánica Española quiere contribuir a quitarnos la venda de los ojos y sacarnos de la ceguera vegetal y con ese fin ha organizado el primer Biomaratón de Flora Española, que tendrá lugar entre el 21 y el 23 de mayo. Con ello buscan dar visibilidad a la importancia de las plantas en nuestra sociedad, y abrir un frente para combatir el problema que supone la «ceguera vegetal». Esta plataforma de ciencia ciudadana no solo servirá para que el ciudadano aprenda sino que todos esos datos también tendrán un uso científico.
“Puede dar sorpresas como que aparezcan nuevas especies y que la floración haya cambiado de un año a otro. La botánica moderna ahora está estudiando la evolución vegetal o la secuenciación de los genomas. Estas investigaciones básicas que pueden ayudar a la biotecnología de los alimentos, por ejemplo”, dice Mairal
Una maratón contra la «ceguera vegetal»
Cualquier interesado puede participar mediante el registro en la aplicación iNaturalist cada usuario puede subir fotos de las plantas que observe, vincularlas al proyecto del Biomaratón o a sus subproyectos regionales y hacerlas disponibles para otros usuarios. Sin necesidad de saber inicialmente de qué planta se trata, aquellos usuarios con mayor experiencia propondrán de forma participativa la identidad de la especie en cada fotografía.
“Puedes ver más información acerca del manejo de la aplicación y mantenerte informado en nuestras redes sociales, como Twitter e Instagram. Las observaciones que se registren y cuya identidad se confirme se subirán a una red de datos mundial de uso libre (Gbif). Estos datos serán de utilidad en investigaciones científicas, que ayudarán al registro de especies raras, al mejor entendimiento de los hábitats de las plantas, o a averiguar cómo pueden éstas responder al cambio climático”, explica Mairal.
