Mientras la lucha contra el cambio climático ya está en el foco político y mediático, la pérdida de biodiversidad permanece prácticamente olvidada. El XIV Congreso de la Sociedad Española de Conservación y Estudio de los Mamíferos -SECEM- nos recuerda que la conservación también es una clave del reto global



Mientras la joven activista sueca Greta Thunberg era recibida por una vorágine de periodistas en Madrid, y los ojos de todo el mundo estaban puestos en los pabellones de IFEMA donde se celebra la COP25, casi 300 científicos se reunían en el Pirineo a compartir los últimos avances en una batalla en la que nos jugamos tanto como frente a la crisis climática: la lucha para detener la destrucción de las especies y los ecosistemas que sostienen la vida en la Tierra.
La crisis climática y de extinción de especies son dos caras de la misma moneda, como han sintetizado los jóvenes en las marchas por el clima con el cántico «ni un grado más, ni una especie menos». Pero mientras la lucha contra el cambio climático ya está en el foco político y mediático –al menos, en los discursos– la pérdida de biodiversidad permanece prácticamente olvidada.


Tal vez por eso, los participantes en el XIV Congreso de la Sociedad Española de Conservación y Estudio de los Mamíferos –SECEM-, entre ellos algunos de los investigadores más destacados de instituciones como la Estación Biológica de Doñana del CSIC o el CIBIO de la Universidad de Oporto, han pasado desapercibidos incluso en la propia Jaca, la capital extraoficial del Pirineo de Huesca, camuflados entre la invasión de turistas llegados por el puente de la Constitución.
En el gremio del estudio de la fauna salvaje, con perdón del resto de grupos animales, hay dos grandes familias: se puede ser de pelo, de mamíferos, o de pluma, de aves. La SECEM viene a ser el equivalente peludo de la SEO, la Sociedad Española de Ornitología, aunque más centrada aún en la ciencia y menos abierta al exterior. Fundada en 1991, sus congresos bianuales son un termómetro del estado de la investigación para la conservación de la vida salvaje en España y en Portugal.
Y por el ambiente que se respiraba en el Palacio de Congresos de Jaca, la cosa está remontando tras la travesía del desierto de los años de crisis. “Parte de las cosas que se presentan aquí luego se publican en las mejores revistas de ciencia del mundo, hay un nivel muy bueno. Intentamos mantener la asistencia y el interés porque creemos que los congresos son una vía de introducción a la investigación para los jóvenes. Se presentan desde trabajos de fin de grado y de fin de máster, hasta investigaciones punteras con los mejores científicos”, cuenta a El Ágora el presidente de la SECEM, Miguel Delibes de Castro.
Falta de información
Algo destacado estos días en Jaca es toda la información de base que falta sobre gran parte de las 114 especies de mamíferos que viven en España. Aunque se sabe bastante sobre osos, lobos o linces -aquí, con un poco de sorna, les llaman “animales totémicos”-, hay otras especies de los que casi no sabemos ni dónde viven ni cuántos hay.
“Hay gente estudiando topos, que son especies que viven bajo tierra el 90% de su tiempo y los identificas por los montoncitos de tierras que hacen en los prados. Son especies raras, difíciles de estudiar”, reflexiona el biólogo Francisco José García, de la Junta Directiva de la SECEM.


Un caso emblemático es el del desmán ibérico o desmán de los Pirineos, que además es el emblema de la SECEM. Una extrañísima especie de topo de agua que se alimenta de insectos en los cauces de montaña y que se está desvaneciendo en silencio de la Península Ibérica, su único refugio en todo el mundo. En parte, según apuntan los científicos, por el mal estado de los ríos.
“Los mamíferos y todos esos pequeños animalillos que pasan desapercibidos, nos informan con muchísima fiabilidad de cuando se están produciendo cambios, tanto a nivel climático como de usos del territorio, y nos permitirían poder tomar medidas para cambiar o encauzar nuestra actividad”, dice García. Como el canario en la mina, nos indican la degradación de los ecosistemas de los que depende no sólo su supervivencia, sino también la nuestra
En el Congreso se presentaron ponencias de gente que está en primera línea de la lucha contra la extinción. Colocando refugios artificiales para murciélagos, avanzando en la cría en cautividad de especies en peligro o sencillamente estudiando la biología o la ecología de estas especies, el primer paso para comprenderlas y conservarlas.
Sociología y nuevas tecnologías
Pero aunque estas reuniones de la SECEM van sobre todo de bichos, y no faltaban los puestos con guías de campo, cámaras trampa o accesorios para detectar murciélagos con el móvil, cada vez hay más hueco e interés para otras cuestiones. La conservación de la naturaleza tiene multitud de aristas y, en muchos casos, tiene más que ver con sociología, psicología o antropología que con la biología pura y dura. Por ejemplo, ¿por qué da de comer la gente a los jabalís en los parques alrededor de Barcelona? ¿Funcionan las medidas de prevención en ganadería y sirven realmente para reducir el conflicto del lobo?


Otra cosa que ha cambiado enormemente en el gremio son los métodos para estudiar la naturaleza. Poniendo la oreja en los corrillos era fácil escuchar una charla sobre modelos matemáticos, computación o estadística. Los investigadores en fauna salvaje ya no son tan solo locos que se arrastran por el campo con ropa de camuflaje, a merced de las garrapatas, sino también frikis de la informática.
En la SECEM acaban de formar un grupo de trabajo sobre datos, y hay proyectos en marcha que hace años hubieran parecido de ciencia ficción: Antón Álvarez, de WWF, presentó una herramienta -Wildbook for the Iberian Lynx- que están desarrollando para identificar a los linces ibéricos en las fotos de cámara trampa gracias a la inteligencia artificial.
“Es esperanzador ver que se está haciendo mucho y que están mejorando cosas, pero ciertamente no es suficiente”, reflexiona Delibes, que dirigió durante años la Estación Biológica de Doñana. “Estoy seguro de que mientras sigan desapareciendo especies a este ritmo, es señal de que no se les presta la suficiente atención.” Aunque para el veterano investigador, no es solo un problema de ponerle atención, sino “de hacer esa famosa transición ecológica hacia una manera de vivir distinta”.
