A veces, para resistir el despiadado azote del clima, hay que encomendarse a Dios. O eso es lo que decidió el gobernador de Utah, Spencer Cox, la semana pasada. El dirigente republicano pidió a sus conciudadanos que rezasen juntos el fin de semana para que el cielo trajese lluvia y así poder “evitar los aspectos más mortales de la prolongada sequía”. Una sequía que no se veía en Utah desde 1956.
Un año más, pintan bastos en las regiones occidentales de Estados Unidos. Aquellas que, en 2020, como fue el caso de las ciudades de Portland o San Francisco, se aureolaron de un color rojo sangre debido a la agresividad de los incendios forestales. Una postal de ciencia ficción que pareció culminar, al menos estéticamente, los tintes apocalípticos de un año aciago.
Por suerte, desde entonces, Estados Unidos ha recuperado pie. Más de la mitad de su población adulta está vacunada, las infecciones de Covid-19 continúan cayendo en todos los estados y la economía está casi completamente abierta, como si nada hubiera pasado. Ni siquiera hace falta usar mascarilla, salvo algunas excepciones, en lugares atiborrados y de fuertes restricciones como Nueva York.
No solo eso: el PIB se está recuperando a una velocidad extraordinaria, muy por encima de las previsiones más optimistas. Los americanos hacen uso del dinero ahorrado durante el confinamiento, la creación de empresas ha alcanzado niveles récord y no hay empleados suficientes para llenar las ofertas de trabajo. Si se mantiene el pulso, la primera economía del mundo habrá recuperado su tamaño pre-pandémico este mismo trimestre.
Sin embargo, los científicos todavía no han encontrado una vacuna para los efectos del cambio climático. Como demuestra el caso de Utah, la creciente sequedad pende como una espada de Damocles sobre los estados del oeste: pues ha de traer escasez de agua, turbulencias económicas y, previsiblemente, otra dura temporada de incendios puede comenzar dos meses antes.
Y usar 2020 como referencia no es poca cosa. La combinación de sequía, vientos fuertes y criticadas políticas forestales, que han permitido grandes concentraciones de madera, hizo que los incendios quemasen el año pasado, solo en California, un territorio similar al del País Vasco y Navarra combinados. 18.000 kilómetros cuadrados. Al menos 31 personas perdieron la vida.


En lo que va de 2021, los calores de la primavera ya han fundido buena parte de las nieves de Sierra Nevada, que aportan en torno a un 30% del suministro de agua de California. Las reservas de los lagos Folsom y Orovill contienen la mitad de agua de lo que suele ser habitual y por eso el gobernador, Gavin Newsom, ha declarado condiciones de sequía en 41 de los 58 condados californianos. Además, el demócrata ha destinado más de 500 millones de dólares a políticas de prevención de incendios y 5.100 millones para modernizar las infraestructuras de cara a futuras sequías.
“Hemos mirado a la cuestión de la hidrología, hemos mirado a la cuestión del fundido de las nieves”, declaró Newsom durante una visita a la Reserva de San Luis, que mostraba en mayo escasas cantidades de agua. Newsom se refirió a “esta sequía inducida por el clima, que es obviamente extrema y evidente”.
La empresa de suministro eléctrico Pacific Gas and Electric Co, que abastece a una buena parte de los hogares californianos, alerta de que los fuegos se adelantarán aún más este año. Por eso la corporación lleva semanas preparándose, instruyendo a sus técnicos e incluso moviendo sus helicópteros por el cielo para que vayan practicando cómo solucionar los incidentes en medio de peligrosos incendios.
Las bajas condiciones de humedad vienen “uno o dos meses adelantadas en el calendario”, dijo Scott Strenfel, director de meteorología y ciencia de incendios de la empresa, a The Sacramento Bee. “Simplemente están en un estado de sequedad que se suele ver típicamente a mediados de julio, y lo estamos viendo en junio. Estamos adelantados un mes, o dos meses, en términos de peligro de indendios”.
Pacific Gas and Electric Co tiene motivos para estar preocupada. Los fuegos de 2019 le causaron tantos costes y problemas que la empresa se tuvo que declarar en bancarrota. Desde entonces, en parte por presión de las autoridades, trata de prevenir el impacto de la catástrofe anual que sobreviene en California.


El estado que acoge las industrias de Hollywood y Silicon Valley no es el único que padece el aliento abrasador de la naturaleza. La vecina Nevada vive una situación parecida. El 95% del estado sufre una sequía “severa”, “extrema” o “excepcional”, según las autoridades. El gobernador de Nevada, Steve Sisolak, declaró que la época de incendios comenzará previsiblemente semanas antes de lo habitual.
“Pese a que los incendios son una parte natural del paisaje de Nevada, la temporada de fuegos está empezando antes cada año y terminando después”, dijo Sisolak en una reunión con periodistas. “A medida que los impactos del cambio climático siguen sumándose, está previsto que los fuegos aumenten tanto en frecuencia como en intensidad en los próximos años”. Sisolak se refirió, en concreto, a primaveras y veranos más cálidos y a la menor cantidad de nieve acumulada en las montañas.
Un poco más hacia el interior, Colorado ha alertado sobre el “peligro de incendios extremos” en sus condados occidentales, dadas las condiciones de calor y sequedad de la región. Los vientos de 60 kilómetros por hora, sumados a una humedad de entre el 5% y el 10%, plantean una situación arriesgada. Es la primera vez que se da esta alarma en 15 años.
Mientras tanto, las temperaturas en Arizona se vuelven cada día más altas y más insportables: tanto para la salud como para el bolsillo. “Todo el mundo conoce el estado por su desierto y sus altas temperaturas”, decía a El Ágora Adonias Arevalo, director de Poder Latinx, en septiembre del año pasado. “Pero pasan los años y existe una necesidad de políticas y leyes que protejan a la gente”. Una familia media de Arizona puede pagar 600 dólares mensuales de aire acondicionado en verano; un servicio que, además, está en manos de un duopolio.
Según un informe de Climate Central, la temperatura media de Arizona ha crecido dos grados y medio desde el año 1970, como puede comprobar a ojo cualquier de sus veteranos residentes. En Phoenix apenas llovió 15 días en todo el 2020, y se marcó el récord, según los anales, de 110 consecutivos sin una gota de agua. Circunstancias que empeoran la sequía y proceso de desertificación.
En estas condiciones, no es de extrañar que el gobernador de Utah, el único estado de mayoría mormona y uno de los más piadosos de EEUU, llamase al rezo para invocar el favor divino en forma de lluvia. Su iniciativa, en tiempos de Twitter, fue en parte saludada y en parte denostada por quienes le recordaron al gobernador que estos problemas los soluciona la ciencia y no las plegarias, a lo que Cox respondió sin miramientos.


“Nuestro estado tiene una larga historia de pedirle a la deidad que atempere los elementos”, dijo el gobernador en Twitter. “Pese a que rara vez miro las respuestas en las redes sociales, me sorprendió parte del histrionismo y el desprecio (…). En un momento en el que pedimos amor y amistad para aquellos que tienen diferentes orientaciones sexuales [Cox reconoció junio como el mes del orgullo LGBTQ, en un estado conservador como Utah], pediría la misma amabilidad para quienes creen en Dios y en su capacidad de ayudarnos. Incluso si uno no cree, unir nuestros corazones en una causa común puede ayudarnos a todos”.
Cox añadió que no solo se está valiendo de plegarias; su gobierno aprobó recientemente 280 millones de dólares para renovar las infraestricuras hídricas del estado, incluidos 100 millones para mejorar la conservación del agua y limitar así las sequías. Además ha dado consejos a las empresas y a los habitantes sobre cómo racionar el uso del agua. El propio Cox, propietario de una explotación agrícola, dice haber dejado de trabajar algunos campos para mejorar el ahorro del suministro.
El tiempo pasa y en estos momentos varios incendios castigan el este de Utah. Uno de ellos ha calcinado más de 2.000 hectáreas, lo cual puede ser un anticipo del verano. Los científicos advierten a los residentes de que no tiren colillas encendidas por la ventanilla del coche ni traten, si se van de acampada, de encender un fuego. Pero para el gran desafío, para los peligros del cambio climático, quizás haya que encomendarse a Dios.
