La bióloga Joanne Chory diseña plantas que fijan más CO2 en el suelo - EL ÁGORA DIARIO

La bióloga Joanne Chory diseña plantas que fijan más CO2 en el suelo

La bióloga Joanne Chory diseña plantas que fijan más CO2 en el suelo

El Premio Princesa de Asturias de Investigación ha recaído este año en la bióloga estadounidense Joanne Chory, quien investiga formas de mitigar el cambio climático usando las plantas. Su trabajo consiste en modificar especies agrarias para que capturen más cantidad de CO2 en sus tejidos y retengan el carbono durante más tiempo en el suelo


Eva van den Berg | Especial para El Ágora
Barcelona | 3 noviembre, 2019


Lo que la estadounidense Joanne Chory se lleva entre manos puede suponer una herramienta poderosísima para luchar contra la emergencia climática que nos atenaza y por ello ha recibido, junto Sandra Myrna Díaz, el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica de este 2019.

Botánica y experta en genética, Chory, nacida en Boston y de padres libaneses, tiene muy claro que el calentamiento global es una amenaza existencial para la supervivencia humana y que el tiempo apremia. «Quiero involucrarme en la búsqueda de una solución, pues tengo nietos y  me preocupa en qué mundo vivirán», explicó hace unos días en el auditorio del gaudiniano edificio de La Pedrera de Barcelona, en el marco del foro Ciencia Afterwork (organizado por la Fundación Catalunya-La Pedrera).

La bióloga estadounidense Joanne Chory, durante la ceremonia de entrega del Premio Princesa de Asturias de Investigación 2019, un galardón compartido con la botánica argentina Sandra Myrna Díaz. | Fotos: FPA

Ella es especialmente consciente del paso del tiempo porque, a sus 64 años, sobrelleva un párkinson desde 2004 que le causa visibles movimientos involuntarios, pero a pesar de ello, o quizás precisamente por esa causa, se mantiene lo más activa posible. «Por una parte creo que es una forma de ralentizar el progreso de la enfermedad y por otra… no hay tiempo que perder si queremos mantener el calentamiento global bajo control», afirma.

Joanne Chory se doctoró en la Universidad de Illinois con sus estudios sobre bacterias fotosintéticas, luego investigó en la Facultad de Medicina de Harvard y desde 1988 trabaja principalmente para el Instituto Salk de Estudios Biológicos, en La Jolla, California, un pionero complejo de laboratorios cuyo nombre conmemora la figura del virólogo estadounidense Jonas Edward Salk, quien inventó en 1955 la vacuna contra la poliomielitis.

«Salk solía decir que la esperanza está en los sueños, en la imaginación y en el coraje de quienes se atreven a hacer realidad los sueños, y eso es lo que nos debe inspirar hoy», cree Chory. Esta mujer de mente clarividente y discurso diáfano cree que gracias a las plantas podríamos mantener bajo el suelo una ingente cantidad de CO2, el principal gas de efecto invernadero, acicate del calentamiento global.

Plantas «ideales» o modificadas

Su idea, en la que empezó a trabajar 25 años atrás, consiste en modificar genéticamente todo tipo de plantas (con métodos tradicionales de horticultura y también con técnicas pioneras de edición genética como CRISPR) para que generen más cantidad de raíces que lleguen a mayor profundidad en el suelo y que puedan albergar más suberina, un biopolímero que es el principal constituyente del corcho y que tarda mucho en descomponerse.

«Aumentando la suberina de las raíces podríamos conseguir que las plantas retengan un 20% más de CO2 de lo que hacen normalmente y durante más tiempo», explica. Chory alaba las virtudes del dióxido de carbono, un compuesto químico realmente interesante, dice, fuente de alimento para las plantas que, mediante la fotosíntesis, lo transforman en azúcares. A resultas de ese proceso emiten oxígeno a la atmósfera. Y cuando usan los azúcares para convertirlos en energía liberan parte del CO2 absorbido, sustancia que también exhalan al morir.

Así pues, lo que está consiguiendo Chory no es que las plantas capturen más CO2 de la atmósfera, sino que lo mantengan secuestrado en el suelo mucho más tiempo. «Esas plantas modificadas tendrán raíces más profundas y fuertes, lo que ayudaría a frenar la erosión, otra consecuencia del aumento de las temperaturas, y mejoraría las condiciones del suelo y su capacidad de producción».

En la actualidad, la naturaleza captura hasta 746 gigatoneladas de CO2 cada año  (GtCO2, siendo una Gt = 1×109 toneladas), y reemite 727. El problema es que los seres humanos nos hemos sumado alegremente a ese aporte con otras 37 GtCO2 anuales, lo que arroja un exceso de 18 de Gt. Las consecuencias de ello son tan graves que se estima que en 10 años llegaremos al punto de no retorno, en el que muchos de los problemas provocados por la emergencia climática no tendrán solución.

El proyecto Ideal Plants

El proyecto de Chory, llamado Ideal Plants, está ya en fase de experimentación. Ella y su equipo han usado como modelo la especie Arabdosis thaliana, que es a las plantas lo que la mosca del vinagre (Drosophila melanogaster) a los animales: un modelo muy bien conocido a nivel genético de gran utilidad en los laboratorios.

Con Arabdosis sp. los resultados son muy prometedores. ¿Lo serán con otras especies de planta? Sin duda el interés de este proyecto es poderlo transferir a cualquier planta de cultivo, dice Chory. Una gran ventaja es que, una vez conseguidos los prototipos de cada especie a cultivar, lo que cree pueden conseguir en cinco años, luego el proceso sería sencillo y barato.

Chory calcula que reducir una tonelada de CO2 costaría unos 10 dólares. Con estas plantas ideales se podrían reducir de aquí a 10 años hasta ocho GtCO2, casi la mitad de lo que deberíamos eliminar.  «Creo que tienen muchas posibilidades de funcionar —señala esta gran botánica— porque es una idea que puede aplicarse a escala global, es iterativa, distributiva, no necesita nuevas infraestructuras y puede ser monitorizada a escala planetaria». Es decir, es de fácil implementación y puede hacerse en todo el planeta.

Nueve cultivos en marcha

Hoy, el Instituto Salk está probando ya nueve cultivos agrícolas con estas plantas ideales, empezando con pruebas de campo con especies de trigo, soja, maíz y algodón, en gran parte gracias al aporte económico de origen privado. Como el que ofrece el mecenas Howard Newman, miembro de la junta de Salk y veterano inversor en los sectores del petróleo y el gas, que impulsó el proyecto en junio pasado con una donación de dos millones de dólares.

O la subvención de TED Audacious, que les dio 35 millones para apoyar el plan. No solo eso: Chory ha recibido también un premio de tres millones de dólares (el Breakthrough Prize en Ciencias de la Vida) por descubrir cómo las plantas optimizan su crecimiento, desarrollo y estructura celular para transformar la luz solar en energía química. Todo ello se invertirá en lo que puede ser una gran llave para la salvación de la biosfera. Aunque habrá que superar, se teme Chory, el tema de la animadversión que causan los organismos genéticamente modificados (OGM), que tantos malentendidos provoca.

«Afrontar el tema del cambio climático es también un tema filosófico», ha dicho Chory en alguna otra ocasión. Mucha gente ha decidido que a ella no le afecta y que, por tanto,  no es necesario reaccionar. Pero para cuando todos los humanos suframos las consecuencias, quizá sea demasiado tarde. Para nosotros y nuestros descendientes, que poca culpa tienen de todo lo sucedido. «Nuestra mayor responsabilidad es ser buenos antepasados», dijo Jonas Salk en su día.

Joanna Chory y Sandra Myrna Díaz, Premio Princesa de Asturias 2019 de Investigación por su trabajo pionero sobre botánica y cambio climático

El Premio Princesa de Asturias de Investigación 2019 ha recaído en las biólogas Joanne Chory (EEUU) y Sandra Myrna Díaz (Argentina). Según el jurado, «el trabajo que realizan por separado las ha situado en la vanguardia de nuevas líneas de investigación con futuras implicaciones destacadas en la lucha contra el cambio climático y sus efectos y en la defensa de la biodiversidad»

Las investigadoras Joanne Chory y Sandra Myrna Díaz. | Foto: FPA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los trabajos de Joanne Chory sobre las respuestas moleculares y genéticas de las plantas a las variaciones ambientales, en particular luz y temperatura, ayudan a comprender y mejorar la adaptación de los sistemas naturales al calentamiento global.

De forma complementaria e independiente, las investigaciones de Sandra Myrna Díaz permiten cuantificar la importancia de la conservación de la biodiversidad funcional para garantizar los beneficios que los ecosistemas prestan al ser humano.



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