El lince ibérico recupera nuevos espacios - EL ÁGORA DIARIO

El lince ibérico recupera nuevos espacios

Cada vez son más las crías de lince que se aventuran por la Península en busca de territorios donde asentarse, gracias a unos programas de conservación que ahora se centran en nuevo reto: asegurar la diversidad genética mediante la creación de poblaciones intermedias


Si hay algo parecido a un Houdini entre los ejemplares de lince ibérico (Linx pardina), ese es, sin duda, Litio. Este ejemplar aficionado al escapismo ha sido atrapado dos veces, en 2016 y 2018, en territorios muy lejanos a su lugar de nacimiento y cría en el sur de Portugal. En 2016 se le atrapó en Huelva, a los dos años de edad, y dos años más tarde se le volvía a ver en Barcelona. En esa ocasión recorrió 1.200 km él solo, cruzado campos de cultivo, poblaciones y autovías, puntos muchas veces aciagos para estos animales.

Kentaro es otro campeón de las andanzas. Viajó desde los Montes de Toledo hasta la provincia gallega de Ourense hace también unos años. Antes de morir atropellado había recorrido más de 3.000 km. Los nuevos cachorros están haciendo de las suyas; se han visto ejemplares jóvenes en entornos cercanos a grandes núcleos urbanos como Sevilla, Córdoba, Toledo (hace un año aparecía un ejemplar en una cementera), Murcia… Y hace unas semanas, en Albacete, los lugareños se encontraron con una nueva vecina: la hembra de lince Quastellana.

Aunque en general se trata de una animal que se asienta y no se mueve de su zona una vez que encuentra un lugar adecuado -con abundancia de conejo (del que depende el 90% de su dieta) y matorrales-, la necesidad de encontrar terrenos donde asentarse libre de competidores de su especie, empuja a lo más jóvenes a la aventura. El hecho de que cada vez sea más habitual ver linces lejos de estos centros de cría es síntoma del éxito de los programas de conservación y reintroducción llevados a cabo en los últimos 20 años. Actualmente, las poblaciones estables de lince ibérico se encuentran en  Andújar-Cardeña (Jaén), donde se contabilizan 145 ejemplares; Guarrizas, también en Jaén con 71; Doñana y Aljarafe, que suman 69 ejemplares; y Guadalmellato en Córdoba tiene 46.

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Liberación en febrero de un ejemplar joven de lince criado en cautividad en Torrenueva (Ciudad Real). EFE/Beldad

En ellas nacieron además 122 cachorros a lo largo del pasado año, según apunta El Periódico en un artículo reciente. En Castilla-La Mancha, entre los Montes de Toledo y Sierra Morena Oriental, hay 84 linces, y en Extremadura, otros 58. La situación de este felino, el más amenazado del planeta, ha variado mucho desde que se realizó el primer censo. En 2002 saltaron todas las alarmas en Europa cuando gracias a las pruebas de fototrampeo se hizo claro que solo quedaban cien ejemplares de lince viviendo en libertad en la Península Ibérica.

En 2019 la última vez que se contabilizaron ejemplares sumaban 894 individuos, según datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el reto Demográfico (Miteco). “Ahora hay muchos más cachorros que hace dos décadas y aumenta la dispersión. En 2019 había 250 cachorros nuevos… con que un 10% se mueva para hacer nuevas colonias ya se explican tantos avistamientos”, explica Ramón Pérez de Ayala, experto en esta especie de WWF.

Un camino complicado

Su reintroducción hasta ahora ha sido un camino largo y lleno de complicaciones. De hecho, hay un dicho entre los naturalistas que enfatiza la facilidad con la que los humanos podemos hacer desaparecer una especie y la dificultad que, sin embargo, tiene volver a introducirla. “Lo primero que se hizo fue precisar en qué situación se encontraban los animales. Nadie sabía cuántos linces había y lo que señaló el primer censo fue bastante devastador. Entonces aparecieron los primeros proyectos; al principio se trataba de conseguir que no desapareciera ningún ejemplar más. Luego cuando se empezó a reintroducir en otros zonas, había que buscar las mejores lugares para soltar a los linces. Primero se contemplaron los espacios cercanos y se priorizó la suelta de ejemplares silvestres. A los nacidos en cautividad les cuesta más adaptarse a un nuevo entorno”, explica Pérez de Ayala.

La suelta parece una cosa de coser y cantar así contada, pero tal y como relata este experto, a las sueltas les siguieron meses de vigilancia para que los linces no escaparan y para comprobar cómo se iban adaptando a los territorios conquistados. Al inicio, hasta se tenían que cercar de forma artificial las zonas elegidas.

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Cachorros de lince nacidos en cautividad.

La experiencia de todos estos años ha agilizado el proceso, ya que una vez que hay población en un punto, los ejemplares que abandonan su hogar de cachorros tienen más tendencia a quedarse. Por lo que ahora pueden reintroducir en varias zonas a la vez. Eso sí, existe otro problema añadido con el conejo, animal en claro declive y que desde hace unos meses ha sido declarado en vías de extinción. “Sus poblaciones van en picado, sobre todo en monte y no hay que olvidar que supone el 95% de la dieta de los linces; pueden comer otras cosas, pero no cría igual. En Andújar en un año que hubo infección de hemorragia vírica en conejos se pasó de 60 a 15 cachorros”, dice Ayala.

Por desgracia, y aunque tradicionalmente se haya identificado el conejo como el rey de la reproducción, las tasas de mortalidad de las crías es muy alta. Dos enfermedades se están cebando con este animal: la mixomatosis y la hemorragia vírica. Esta última es igual de contagiosa que la gripe pero que tiene sobre sus cuerpos los devastadores efectos del Ébola. Además, al conejo se lo come todo el mundo en el reino animal: por eso, en el monte están desapareciendo y proliferan en campos de cultivo que sufren daños o en las cunetas de las carreteras. De hecho, no es difícil verles en las glorietas de la M-30 y en lugares similares donde no encuentran ningún depredador.

Además de la falta de alimento, los atropellos o el furtivismo son otros dos de los problemas que acechan cada día al lince ibérico y para las que se está buscando soluciones. Entre un 5 y 6% de estos animales muere cada año por cada una de estas causas.

Éxito de conservación

A pesar de todo, los datos de nacimientos también son síntoma de que se han hecho bien los deberes. Solo en 2020 han nacido en libertad 146 cachorros en Castilla-La Mancha y hace unos días se verificaba el nacimiento por primera vez de seis cachorros de una misma camada. Ahí reside el éxito de programas como el Life Iberlince con el que se pretendía que hubiera al menos cinco hembras reproductoras en cada población estable. A día de hoy al menos hay diez en cada una de ellas.

Eso sí, aún queda trabajo. Se calcula que para que el lince ibérico alcance el Estado de Conservación Favorable hacen falta todavía otros 20 años de programas de conservación y cuidado. “El año pasado hubo una jornada para decidir en qué momento se podía decir que el lince estaba ya a salvo. Siguiendo los estándares de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) tendría que haber 750 hembras y 3.500 ejemplares totales. Ahora se contabilizan 188 hembras. Eso significa que igual para 2040 conseguimos sacarle de la lista de animales amenazados”, explica Ayala.

De hecho, se están identificando nuevas zonas donde podrían asentarse otras poblaciones, entre otros Valencia o Aragón, pero antes hay un reto pendiente: asegurar una correcta diversidad genética. Y es que los problemas de endogamia (no hay que olvidar que quedaban solo cien ejemplares en 2002) se han hecho ya visibles en las poblaciones de Doñana. Los científicos empezaron a advertir que de los tres tipos de mancha o mota que tienen estos animales, los de esa colonia solo presentaban motas grandes y, además, sufrían de muchos problemas de riñones.

Ejemplar de lince ibérico. | Foto: Ramón Carretero

En algunos casos se ha recurrido al refuerzo genético, es decir, a introducir ejemplares de un colonia en otra de forma artificial, pero lo que se propone ahora es ir más allá y que esto suceda de forma natural, creando poblaciones intermedias que además pueden ayudar a esos cachorros cada vez más aventureros. En este sentido, el pasado otoño arrancó un nuevo proyecto Life llamado Life Lynxconnect que buscará asegurar esa variabilidad genética. “La idea en la que se trabaja es crear poblaciones puente para que el lince ibérico no tenga que recorrer tanta distancia para establecerse en un nuevo territorio. Todas las poblaciones de Sierra Morena ya son una metapoblación en la que distan 40 kilómetros unas de otras. Esas ya están conectadas, pero quedan otras como los Montes de Toledo que están a unos 130 km de allí.

Llegados a este punto de éxito, aparece un nuevo reto secundario: hacer seguimiento de los ejemplares. No es lo mismo hacerlo de forma visual viendo las manchas cuando se trata de cien individuos que ahora que son casi mil. “Estamos pensando en probar dos opciones: una, montar una plataforma digital con Inteligencia Artificial para que el reconocimiento se haga de forma automática. Y otra, hacer seguimiento genético a través de los excrementos. Una técnica que hasta hace poco no era posible y que permite comparar datos con el fototrampeo”, cuenta el experto de WWF. Para eso se acaba de poner en marcha un proyecto, de nombre 20Lince40, en el que participa tanto esta organización como la Fundación Biodiversidad.

Se ha hecho mucho esfuerzo en la conservación de este felino, pero no hay que olvidar que el lince ibérico es lo que se llama una especie paraguas. Al ser un depredador en la cúspide de la cadena alimenticia protegerle significa proteger el resto de especies que están por debajo. Con el lince, se cuida al conejo y al hábitat. Y al conejo se lo comen hasta 40 especies, por lo que no es raro que donde hay lince se esté recuperando la población de águila e incluso de perdiz.



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