La huella humana sobre el planeta se ha acelerado de forma rápida en las últimas décadas. Apenas quedan ya territorios en los que de una u otra forma no se haya dejado sentir el efecto de la población y la industrialización. Un reciente estudio publicado en la revista Global Change Biology indicaba que actualmente hay un 50% de terrenos que han sido modificados de forma notable .
Pero este avance sobre los ecosistemas no se restringe solo al medio terrestre. También mares y océanos están cada vez más expuestos a la explotación y la alteración de muy diversas maneras. La extensión del mar siempre nos ha parecido inabarcable. Los océanos cubren un 70% de la superficie terrestre y ocupan 360 millones de kilómetros cuadrados del globo terráqueo, pero no están libre de construcciones.


Ahora, por primera vez, un grupo de oceanógrafos ha elaborado un cálculo de las infraestructuras levantadas sobre el medio marino. Es un inventario de todo el cemento, acero y tierra que el ser humano ha echado sobre el mar hasta la fecha.
El área ocupada por estas instalaciones totaliza aproximadamente 30.000 kilómetros cuadrados. Esto supone que el equivalente al 0,008 por ciento del océano ha sido modificado por la construcción humana, según afirma el estudio recién publicado en la revista científica Nature Sustainability y dirigido por la doctora Ana Bugnot de la Facultad de Ciencias de la Vida y el Medio Ambiente de la Universidad de Sydney
“Las infraestructuras humanas sobre el mar ocupan unos 30.000 kilómetros cuadrados”
Las infraestructuras contabilizadas en el estudio consisten en túneles y puentes; instalaciones para la extracción de energía, como plataformas de petróleo y gas además de parques eólicos marinos; puntos de transporte como puertos y marinas, además de diques, rompeolas, arrecifes artificiales sumergidos e instalaciones de acuicultura.
Algunas de estas últimas, cuya foto destacan los autores en el estudio, son las granjas de cultivo de pescado situadas en las costas de China y que se internan hasta seis kilómetros en el mar.


Si se compara el porcentaje de territorio marino urbanizado con el de zonas terrestres intervenidas de la misma forma se observa que las diferencias son grandes. Según el estudio recién publicado, en el caso del mar lo urbanizado sería el 0,008 por ciento. En el medio terrestre, la fuente de referencia es el Global Land Cover-SHARE que publica la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU (FAO). En 2015, este trabajo estimaba que hay un 0,6 por ciento del medio terrestre modificado por urbes y carreteras a escala global.
Sin embargo, los autores de la recién publicada cartografía de zonas marinas urbanizadas señalan que el efecto de estas va mucho más allá del espacio que ocupan y que cabe hacer una comparación con lo construido en tierra firme.
“Cuando se calcula el impacto colateral de estas áreas modificadas, como el cambio en el flujo de corrientes y sedimentos alrededor, o el impacto de la contaminación que generan tenemos que concluir que realmente su huella ecológica afecta a dos millones de kilómetros cuadrados, es decir, más del 0,5% del océano” o el equivalente a cuatro veces España, afirma la investigadora Ana Bugnot.


Esto equipara la superficie relativa afectada del mar a la de ese 0,6% terrestre que señala la FAO y lleva a los autores a defender que el impacto de la urbanización marina es bastante similar al de la urbanización terrestre. En el caso de los océanos, la mayor parte se levanta, lógicamente, en las zonas costeras, que son precisamente las más ricas en vida y las más productivas desde el punto de vista natural.
Presión en aumento
“La ocupación del océano no es nada nuevo”, afirma la doctora Bugnot. “Ha estado en marcha desde 2.000 años antes de Cristo”, añade. “El tráfico marítimo necesitó de puertos comerciales y de rompeolas, pero desde mediados del siglo XX el desarrollo del océano se ha multiplicado y esto ha producido efectos complejos”, concluye.
En ese sentido, la investigadora explica que aunque hay estructuras como los arrecifes artificiales que se han usado como medio de potenciar la vida submarina y evitar la pesca de arrastre de fondo, también es cierto que algunos de ellos afectan a las praderas submarinas y a la calidad de las aguas.
El equipo liderado por Ana Bugnot también ha estimado el nivel de crecimiento actual de infraestructuras marinas y la tasa de expansión prevista para la próxima década, con conclusiones “alarmantes” desde su punto de vista.


«Se prevé que la infraestructura para la energía y la acuicultura, incluidos cables y túneles, aumente entre un 50% y un 70% para 2028”, afirman los investigadores. «Sin embargo, esto es una subestimación: hay una escasez de información sobre el desarrollo de los océanos, debido a la mala regulación de este en muchas partes del mundo», añaden.
«Hay una necesidad urgente de mejorar la gestión de los entornos marinos. Esperamos que nuestro estudio impulse iniciativas nacionales e internacionales, como la Directiva Marco de la Estrategia Marina de la UE, a una mayor acción», defiende Bugnot en un comunicado público.
Un punto que preocupa especialmente a los investigadores es la presión que el cambio climático va a provocar sobre estas infraestructuras. El aumento del nivel del mar las hará más vulnerables. Y con ello crecerá también la necesidad de defender de la erosión costera a las personas y los bienes materiales, lo que alimentará todavía más el ciclo de construcción sobre el mar y sus riberas, especialmente.
Ingeniería «blue and green»
Ante la evidencia de que la reclamación de espacios en el mar es un fenómeno contra el que no se puede luchar, la doctora Bugnot lleva tiempo defendiendo aplicar conceptos de diseño sostenible a este tipo de instalaciones, aplicando las ideas de las smart cities o ciudades inteligentes y resilientes a lo que llamaríamos las smart islands.
“Las islas artificiales tienen el potencial de crear paisajes marinos fragmentados, pero con una planificación espacial cuidadosa y diseños inteligentes podrían crear corredores para algunos migrantes climáticos o aquellas especies amenazadas con mayor riesgo de pérdida de hábitat”, defiende la investigadora en un artículo publicado en The Conversation.


Son numerosos los proyectos en marcha para crear nuevas islas artificiales sobre el mar, siguiendo el ejemplo de los resorts turísticos que Dubai ha construido en sus aguas, como la conocida Palm Jumeirah, con forma de palmera, y su gemela Palma Jebel Alí. En China, por ejemplo, se ha planteado toda una ciudad llamada Forest City y situada sobre el mar. En Malasia está en marcha también una iniciativa para construir cuatro islas artificiales que tendrán 14 kilómetros cuadrados y albergarían a 700.000 personas.
En Singapur, uno de los estados más tecnológicos y más pequeños del mundo, la lucha por ganar terreno al mar es constante y en los últimos años se han ganado 60 kilómetros cuadrados a las aguas saladas que rodean a la ciudad.
Ante estas tendencias, Bugnot aboga por elegir cuidadosamente la ubicación de futuras construcciones para garantizar la preservación de hábitats marinos importantes. Y en aquellas que se lleven a cabo aplicar tecnologías Blue and Green, aplicando por ejemplo sistemas eficientes de tratamiento de la escorrentía de aguas superficiales contaminadas proveniente de las islas artificiales o apoyando el medio marino creando grandes granjas con organismos filtradores, como muchos moluscos, que ayuden a purificar y hacer las aguas menos turbias en torno a las nuevas tierras ganadas al mar.


Todo ello suena muy futurista. Pero también lo era inventarse de la nada una enorme isla llena de rascacielos y jardines anclada en el mar y frente a uno de los desiertos más hostiles del mundo. Y eso ya se ha hecho hace una década… en Dubai.
La famosa isla artificial de Palm Jumeirah, levantada sobre las aguas del Golfo Pérsico, en Dubai, es solo un llamativo ejemplo de todo lo que el ser humano ha construido sobre el cambiante entorno de los océanos.


Los mapas permiten identificar más de 450 islas artificiales en todo el mundo. Muchas de ellas se celebran con maravillas de la ingeniería, pero “¿a qué costo para el medio marino?” se pregunta la doctora Bugnot.
Un ejemplo notorio de terreno ganado al mar es el de los Países Bajos. Los holandeses han estado drenando lagos y expandiendo su costa para combatir el avance del mar desde el siglo XVI. Construyeron una de las primeras y más grandes islas artificiales, que ahora alberga a unas 400.000 personas.
Pero hay más casos. El tercer aeropuerto más transitado de Japón, el Aeropuerto Internacional de Kansai, fue construido en una isla artificial en 1994. China también ha estado construyendo en los océanos, conquistando más de 13.000 kilómetros cuadrados de lecho marino.
