Como cada último miércoles de abril desde 1996, celebramos el Día Mundial de concienciación sobre el ruido y la contaminación acústica, un mal de nuestro tiempo que resta salud y calidad de vida tanto a los seres humanos como a los animales. La exposición a ruidos fuertes puede causar en las personas estrés, ansiedad, depresión, presión arterial alta, enfermedades cardíacas y muchos otros problemas de salud.
Los animales también sufren con estos impactos, solo hay que ver lo mal que lo pasan nuestras mascotas con los petardos y los fuegos artificiales. Pero los seres vivos que más padecen esta contaminación son sin duda los que viven en los océanos. Y es que el sonido se transmite a más velocidad y más distancia por el agua que por el aire.
Desde ballenas hasta medusas, una gran parte de los organismos marinos dependen de la producción, transmisión y recepción de sonido para aspectos clave de sus vidas y son capaces de escuchar ruidos imperceptibles para el oído humano a través de cuencas oceánicas enteras. A medida que los sonidos antropogénicos se han vuelto más fuertes y prevalentes en el medio marino, esta creciente cacofonía está poniendo en peligro sus comportamiento sociales.
Un reciente estudio publicado por la revista Science, con datos de más de 40 años de investigaciones y liderado por el científico español del CSIC Carlos Duarte, señala que, desde la Revolución industrial, los océanos se han ido convirtiendo en espacios cada vez más ruidosos, al mismo tiempo que sus sonidos naturales se han ido apagando.


El estudio analiza casos de ballenas, que antes podían mantener sus comunicaciones a cientos de kilómetros, y ahora no se pueden alejar unas de otras más de 10 millas (16 kilómetros) porque no son capaces de escuchar los avisos de sus compañeras. Incidentes con animales marinos estresados por el ruido de lanchas motoras que toman decisiones erróneas que pueden incluso llevarlos a la muerte. O casos de peces payaso condenados a vagar por el mar sin dirección al perder su capacidad de orientación por culpa del ruido.
La investigación demuestra con evidencias sólidas graves impactos para mamíferos marinos, peces, invertebrados, aves marinas y reptiles. Y apunta al ruido de las embarcaciones, aparatos de sónar, sonidos sintéticos (tonos artificiales y ruido blanco), dispositivos de disuasión acústica, ruido de la infraestructura energética y de construcción submarina y los estudios sísmicos, como los culpables de lo que denomina «cacofonía antropogénica». Los efectos son devastadores: pérdida de capacidad auditiva, cambios fisiológico y de comportamiento, pérdida de salud general y muerte prematura de crías.
El estudio también analiza las contribuciones sonoras alteradas de fuentes geofísicas, como el desprendimiento de hielo marino y las tormentas y huracanes más frecuentes e intensos, debido al cambio climático.


Hay esperanza
En comparación con otros factores de estrés que persisten en el medio ambiente, como el dióxido de carbono emitido a la atmósfera o los contaminantes orgánicos persistentes que afectan a largo plazo a los ecosistemas marinos, el ruido antropogénico es típicamente un contaminante de fuente puntual, cuyos efectos disminuyen rápidamente una vez que se eliminan las fuentes.
El estudio señala que durante la pandemia de covid19, la contaminación acústica marina ha descendido notablemente y los ruidos generados por los animales se han comenzado a registrar otra vez con mayor frecuencia y desde mayores distancias. Es decir, cuando el hombre calla, el mar vuelve a escucharse.
Por ello, la investigación alienta a las políticas nacionales e internacionales a ser más ambiciosas en la regulación y el despliegue de las soluciones tecnológicas existentes para mitigar el ruido marino y mejorar la administración humana de los paisajes sonoros del océano para mantener un océano saludable.
Entre estas soluciones para mitigar los impactos en los animales del ruido antropogénico, Duarte propone establecer nuevas regulaciones para limitar la emisión de ruido de los buques, como actualmente existen para los coches, o realizar exploraciones sísmicas con vehículos que se muevan sobre el lecho marino en vez de utilizar cañonazos de aire comprimido desde la superficie al fondo, lo que causa graves daños a todos los animales que se encuentren en esa columna de agua. También proponen establecer «cortinas de burbujas que disipen el ruido en obras y construcciones submarinas, tal y como hacemos con las barreras de sonido en tierra».
