Muchas aceras y parques de España emulan tras la nevada el paisaje después de una batalla. Por todas partes pueden verse los efectos del temporal sobre el arbolado urbano: ramas rotas, algunas de gran volumen, y también ejemplares que se han desplomado por completo, desarraigados sobre el asfalto.
En Madrid, por ejemplo, según los primeros datos del Ayuntamiento, más de 150.000 árboles de las zonas verdes y de las vías de la capital podrían estar afectados por el temporal, es decir, casi un 20% de los 800.000 que hay plantados en estos espacios.
Y eso en lo que respecta a calles y pequeños jardines, sin contabilizar los grandes espacios verdes de la capital como la Casa de Campo o el Retiro. La situación es tal que el Ayuntamiento de Madrid ha puesto en marcha un contrato de 15 millones de euros para revisar el arbolado de la capital tras el paso de Filomena en un plazo de 60 días, ha informado el alcalde, José Luis Martínez-Almeida, en una entrevista a la cadena Cope.


Una de las primeras evidencias es que las especies más afectadas han sido las de hoja perenne, algunas de ellas acostumbradas a un clima más benigno y que, al estar provistas de hojas en invierno, se han cargado de nieve. Las estructuras vegetales no han podido soportar las tensiones mecánicas provocadas por el volumen que sostenían y el efecto del viento. Han resistido mejor los especímenes de hoja caduca, que no han tenido que resistir tanta carga sobre sus ramas.
«Para los expertos, la explicación de que han sido las hojas las causantes del destrozo resulta incompleta»
Entre estas especies perennes hay ejemplares de hoja ancha, como laureles o madroños, especies propias de nuestro país, o aligustres y magnolios, propios de Asia y América del Norte, respectivamente. También tienen hojas en invierno -agujas o acículas- muchos de los pinos, cipreses y cedros que han visto tronchadas ramas de hasta un metro de diámetro en estos días en Madrid.
Grandes ejemplares de cedros, una especie que crece en las montañas del Atlas marroquí y del Himalaya han sido víctimas de la nevada, y esto resulta extraño si se tiene en cuenta que es un tipo de vegetación acostumbrada de forma natural a los hielos y la nieve.
Por eso, para los expertos, la explicación de que han sido las hojas las causantes del destrozo resulta incompleta.
Mal estado del arbolado urbano
“Los árboles llevan 400 millones de años sobre la Tierra sobreviviendo a vientos, lluvias y nevadas. ¿Por qué cuando ocurre algo especial se nos cae entre el 10% y el 20% de los árboles urbanos?”, se pregunta retóricamente el botánico Bernabé Moya, un experto español en árboles monumentales reconocido internacionalmente por su experiencia en este ámbito.
La respuesta para Moya, es simple: “Algo estamos haciendo mal para que los árboles urbanos se rompan, se partan o se hagan peligrosos”, afirma.
Y cuando se indaga en qué es lo que falla, el botánico lo tiene claro. Hay cuatro elementos bien conocidos que provocan que el arbolado urbano esté debilitado: la carencia de espacio, cuestiones de ubicación, mala selección de plantas y falta de cuidados.
Falta espacio para que crezcan
Según Moya, la causa está primero en el espacio que se dedica al árbol en la ciudad. “Las ciudades no están preparadas para albergar vida y no tienen espacio subterráneo y aéreo” para que las plantas puedan extender sus raíces o desarrollar sus ramas y copa, explica.
Como consecuencia de esto, los árboles crecen débiles, tanto en energía como en su agarre al suelo.


Diseño y mala selección del lugar
Una de las claves es que cuando se planta un árbol no se suele pensar en su desarrollo posterior. Son muchas las calles estrechas, con aceras mínimas en las que se plantan, o se plantaron en el pasado, especies que en la naturaleza pueden alcanzar un gran tamaño. «Si plantamos arboles de 40 metros en aceras de dos metros estarán debilitados porque tienen dimensiones y características de crecimiento que no son apropiadas para el lugar», afirma Moya.
Además, sucede otro problema posterior. Como el árbol es demasiado grande para la calle, se le somete a podas sistemáticas y radicales para tratar de contenerlo en un tamaño donde no moleste a edificios y vecinos. Como consecuencia se consigue tener un árbol mutilado, mal estructurado y muy debilitado, señala el botánico.
Calidad de la planta
La calidad de la planta que se selecciona en los viveros no siempre es la mejor para la función que se le pide al árbol urbano, que es ornamental. A menudo la formación inicial que se le da en vivero está pensada para la agricultura, se hacen podas en vaso, como las que se les da a los frutales, donde se busca una forma que ayuda a recibir luz y producir más fruto, es decir, una estructura simple y con forma de candelabro abierto. Pero esta estructura va contra natura en la mayoría de los casos.
«A menudo todo repercute sobre un punto de anclaje. Se crea una especie de árbol bola, no un tronco ramificado del que van surgiendo ramas y las tensiones están repartidas», explica Moya. El aligustre, por ejemplo, el típico árbol bola de muchas calles, está pensado así. Y cientos de ellos han partido estos días por ese punto de inserción entre tronco y copa que tienen todos ellos. Lo curioso es que, en la naturaleza, los aligustres no crecen así.
Malos cuidados
Los cuidados y el mantenimiento que se la da a los arboles en la ciudad no son los apropiados para tenerlos en buen estado. Lo que se intenta es «que no molesten», afirma Bernabé Moya. Por eso se los somete a podas radicales, para evitar que las ramas tapen las ventanas o incluso para que no tengan hojas que luego hay que barrer.
Como consecuencia, los árboles crecen con debilidades estructurales y problemas biomecánicos que hacen que en cuanto se les somete a un esfuerzo un poco mayor se caigan. «Cada planta tiene una forma, un modelo arquitectónico con el que crece, y si este se modifica pierde la unidad y la fortaleza que debería tener», explica el experto.
La poda es algo que se puede practicar de forma preventiva para evitar problemas estructurales inmanentes. Lo que se pide a la poda es que evite problemas, no que los genere, explica Moya. Los árboles que hemos visto partirse estos días tenían todos problemas estructurales, no precisamente achacables a ellos, sino a una mala formación adquirida durante décadas por la mano humana.
Para conocer cómo va a resistir un árbol ante una nevada como esta hay que estudiar si tiene un eje único o ramificado; si tiene horquillas en horizontal o vertical; cuál es el ángulo de inserción de de las horquillas y numerosas cuestiones más. Todo esto es lo que convierte la arboricultura en una ciencia, dice el experto. Hemos visto partirse ejemplares de madroño y de pino, por ejemplo, que en el monte aguantan perfectamente las nevadas, explica. Sin duda, tenían una estructura con fallos y es por ahí por donde han partido, añade.
«Cada planta tiene una forma, un modelo arquitectónico con el que crece, y si este se modifica pierde la unidad y la fortaleza que debería tener», afirma Bernabé Moya
En opinión del experto en arbolado urbano, «hay que hacer una revisión completa del árbol en la ciudad, un plan de gestión a futuro, donde se aborden las problemáticas conocidas, se creen ciudades más resilientes y acordes con el desarrollo de la infraestructura verde que propone en la UE«. En la situación actual, añade, la vida media de un árbol en la ciudad está entre 30 y 50 años, cuando en la naturaleza pueden llegar a siglos de vida.


Adaptarse al cambio climático
Por su parte, el jefe de la unidad de Jardinería y Arbolado del Real Jardín Botánico/CSIC de Madrid, Mariano Sánchez, considera igual que Bernabé Moya que la borrasca Filomena puede suponer una oportunidad para que los ayuntamientos aprovechen la ocasión para replantear su arbolado en el futuro y la manera de tratarlo.
En su opinión, además de los cuidados, hay que pensar bien la selección de especies, ya que el cambio climático va a traer tensiones futuras, como olas de calor, sequías o inundaciones que no harán fácil la situación.
En su opinión, esta ha sido una nevada «esporádica», que no se repetía en más de medio siglo, pero los efectos del cambio climático ya están haciéndose presentes. Por ello, recomienda a las autoridades municipales de parques y jardines que analicen las especies más convenientes porque el calentamiento global obligará a hacer cambios y a buscar especies que resistan mejor al calor, informa Europa Press.
De este modo, Sánchez, que también preside la Asociación Española de Arboricultura considera que algunas especies que requieren más humedad, como robles, tilos o castaños de indias, están condenadas a desaparecer en unos 40 años en muchas urbes españolas.
El experto del RJB-CSIC insiste en que hay que acelerar este análisis porque el cambio climático también se acelera y hace un ofrecimiento al consistorio de la capital de crear una mesa redonda de colaboración con la Asociación Española de Arboricultura y Real Jardín Botánico.
No es la única iniciativa en ese sentido. Un grupo de colectivos ciudadanos ha lanzado un llamamiento en Change.org para solicitar «Un tratamiento y mantenimiento profesional para los árboles de Madrid tras el paso de Filomena».
Por su parte, la organización SEO/BirdLife y la Asociación Española de Arboricultura (AEA) han comunicado que de debe realizar un buen análisis del estado del arbolado afectado, valorar la viabilidad de cada ejemplar y en los casos en los que esta no sea posible, hacer nuevas plantaciones. En ese caso, abogan por planear una variada cobertura vegetal con especies arbóreas y arbustivas autóctonas, para crear una infraestructura ecológica más resiliente y mejorando el aspecto paisajístico de nuestras calles, añaden.
La española no es una sociedad especialmente conocedora de sus árboles. A diferencia de otros países, como Inglaterra, donde existe una larga tradición jardinera y la preocupación por el tema está extendida entre millones de ciudadanos de a pie, en nuestra cultura el árbol en las ciudades es visto muchas veces como un mueble.
Tampoco hay una cultura de su cuidado. En España se practica sistemáticamente un método de poda radical que transforma la estructura del árbol y no hace más que debilitarlo. Por una parte, pierde armonía y estructura y se hace proclive a roturas. Además, las propias heridas causadas por la motosierra generan heridas que no se cierran y permiten que los hongos penetren y carcoman el tronco.
