Los comienzos de la carrera de Rob Dunn parecían destinarle a ser algo así como un Indiana Jones de la biología. Tras trabajar en remotos lugares selváticos de Costa Rica, Bolivia o Ghana, donde le sucedieron no pocas aventuras, en algún momento se dio cuenta de que no hacía falta recorrer medio mundo para enfrentarse a ricos ecosistemas llenos de extrañas criaturas.
Bastaba, por ejemplo, con mirarse literalmente el ombligo, lugar donde este profesor del departamento de Ecología Aplicada de la Universidad del Estado de Carolina del Norte, y del Museo de Historia Natural de Dinamarca, de la Universidad de Copenhague, descubrió una auténtica efervescencia de vida.
Desde entonces, los seres pequeños que habitan junto a nosotros (incluso en lugares muy queridos, como demuestran sus estudios sobre los distintos microorganismos que conviven en nuestras cervezas y en otros alimentos fermentados) ocupan el foco principal de su trabajo, que incluso ha llevado al descubrimiento de nuevas especies que conviven junto a nosotros, quizá en nuestro propio plato de ducha, o entre los pliegues de nuestras sábanas.
Consciente de la enorme tarea que el estudio de estos ecosistemas domésticos trae consigo, junto a un grupo de colegas puso en marcha el proyecto Never Home Alone (jugando con el título original de la famosa película protagonizada por Macaulay Culkin), donde voluntarios de todo el mundo se unieron para documentar las distintas criaturas que se iban encontrando en sus casas.
Este experimento global, espoleado también por los confinamientos causados por la pandemia, ha tenido tanto éxito que en poco tiempo alcanzó la cifra de los 10.000 avistamientos, y ahora busca los 20.000. Algunas de las conclusiones preliminares aparecen en su libro ¿Solo en casa?, que publica ahora Alianza Editorial en nuestro país, en traducción de Dulcinea Otero-Piñeiro.
La ley de la selva, la ley del hogar
«La ley de la selva no solo se aplica en la selva, sino también en el hogar», comenta Dunn cuando se le pregunta por qué le llevó a sustituir los grandes espacios salvajes por los aparentemente más anodinos domésticos. «Pero nadie había estudiado las casas, no en la forma en la que estudiamos las selvas. Así que, con algunos amigos y colegas, comenzamos a hacerlo, y mientras tanto nos fuimos encontrando con descubrimiento tras descubrimiento». Unos descubrimientos que han llevado a que lo que era una iniciativa innovadora haya cumplido una década en muy buena forma, y con la prometedora perspectiva de seguir haciendo grandes aportes a disciplinas como la zoología, la medicina, o incluso la nutrición.
Aunque, si uno se para a pensarlo, quizá no resulta tan extraño que apenas hubiera trabajo de campo con respecto a la pequeña fauna animal doméstica. Sobre todo si tenemos en cuenta que la percepción más extendida entre todos nosotros es que, si para nuestro horror descubrimos alguno revoloteando cerca del techo o arrastrándose por el suelo, tendemos a llegar a catalogarles automáticamente como intrusos que merecen el único destino de ser exterminados. Lo que se concreta en la reacción común, al menos en nuestra civilización occidental, de matar cualquier insecto que descubramos en nuestro hogar.
«Estamos favoreciendo la preeminencia de las chinches, los piojos o las bacterias más resistentes»
«Esa es la primera reacción en algunas culturas, pero no es universal», comenta Dunn. «Lo cierto es que todo el tiempo estamos rodeados por insectos, y por vida en general. Cuando aplastas esa cosa que has visto eres como Don Quijote cuando atacaba molinos de viento. En realidad, apenas estás alterando la ecología de tu hogar. Y muchas de las especies que te puedes encontrar son, o bien benéficas, o bien benignas».
Es más: muchas de ellas tienen el potencial de resolver graves problemas de la sociedad (residuos tóxicos, necesidad de nuevos tipos de comida, ayudarnos a enfrentarnos a enfermedades…). «Pero esos usos no se consiguen aplastando a esas especies, los conseguimos prestándoles atención. Lo más relevante es que nuestra primera reacción hacia la vida es matarla, y lo hacemos utilizando biocidas, con lo que de hecho estamos diezmando a esas especies y fortaleciendo a aquellas a las que esos biocidas no matan. Estamos favoreciendo la resistencia. Siempre vas a albergar vida en tu casa, te lo aseguro. ¿Quieres que esté formada exclusivamente por especies demasiado fuertes para los más desagradables productos químicos que usamos para matar? ¿Chinches resistentes, piojos resistentes, bacterias resistentes y demás?».
¿Excesiva higiene?
Entonces, ¿nos hemos pasado con la higiene? La creciente obsesión por la limpieza extrema, ¿puede terminar convirtiéndose, paradójicamente, en un riesgo? «Buena pregunta; es una cuestión difícil. Primero de todo: lava tus manos con agua y jabón. Funciona; salva vidas, especialmente en los tiempos del coronavirus. En segundo lugar, necesitamos hacer un trabajo colectivo para asegurarnos de que la gente tenga acceso a agua potable sin patógenos. Son dos pasos increíblemente importantes en la salud pública, y son esenciales para tener una sociedad sana».
«Necesitamos hacer un trabajo colectivo para asegurarnos de que la gente tenga acceso a agua potable sin patógenos»
«Al mismo tiempo, necesitamos utilizar biocidas más potentes solo cuando realmente sean necesarios. No emplees antimicrobianos, que matan a unas especies pero favorecen a otras, cuando puedas usar jabón. Usa solo antibióticos cuando realmente los necesites. Abre las ventanas de tu casa (si el aire exterior no está contaminado) para dejar entrar los microbios del suelo y de las hojas: ayudan a los sistemas inmunitarios a desarrollarse. Come alimentos fermentados. La meta no es abandonar la higiene; el objetivo es mantener lejos a las especies malas y favorecer a aquellas que nos prestan servicios. La meta es la jardinería y la moderación».


«Abre las ventanas y deja que entren en tu casa los microbios del suelo y de las hojas, que ayudan a fortalecer nuestro sistema inmunitario»
Uno de los aspectos más interesantes del proyecto Never Home Alone es que se trata de una iniciativa de ciencia ciudadana en la que prácticamente cualquiera puede participar. Algo que cobra una especial relevancia en un tiempo en el que la gente tiende a sentirse alejada del mundo científico. «Para mí es importante llevar la ciencia a la gente», afirma Dunn.
Pero lo mejor es que ese beneficio se produce en ambos sentidos. También colaboradores en principio ajenos al mundo académico pueden tener mucho que aportar, especialmente en lo que se refiere a sus investigaciones sobre los microorganismos involucrados en la elaboración de alimentos: «El público, a menudo, sabe cosas que los científicos no saben. A veces, saben qué especies viven en sus casas; hemos descubierto nuevas especies en Norteamérica así. Pero también, especialmente ahora que estamos trabajando mucho con la comida, a menudo nos encontramos con un conocimiento tradicional y popular del que nosotros carecemos; por ejemplo, qué ingredientes hay que añadir para acelerar la fermentación de una masa, o cómo la temperatura de esa misma masa puede influir en su sabor. O si hay lugares donde no puedes hacer un tipo particular de queso. Lo que quiero decir, es que somos una comunidad que sabe más cuando trabaja unida».
