Hubo una época en que Estados Unidos movió realmente sus músculos. Hablamos de los años 30 y 40, de la salida la Gran Depresión y de la victoria en la Segunda Guerra Mundial. La misma época en que este país se hizo, por así decirlo, adulto, y recibió las credenciales de primera potencia del planeta. Entre todas las fuerzas económicas y soluciones humanas que movilizó la administración de Franklin D. Roosevelt, hubo una particularmente verde, particularmente esperanzadora. Una agencia que, casi un siglo después, el presidente Joe Biden está devolviendo a la vida.
“Al crear el Cuerpo Civil de Conservación (CCC), vamos a matar a dos pájaros con la misma piedra”, declaró el antiguo presidente demócrata en una de sus primeras alocuciones radiofónicas. “No solo vamos a conservar nuestros recursos naturales, sino también nuestros recursos humanos”.
Los resultados fueron bastante elocuentes. En sus nueve años de existencia, el CCC, como recuerda The Guardian, dio empleo a tres millones de jóvenes ociosos en un país con un paro del 25%. Este ejército, el apodado “ejército árbol”, se movió de este a oeste, hacia las inmensidades casi vírgenes de Colorado, Utah o California; un periplo en el que trazaron 200.000 kilómetros de carreteras, levantaron postes de teléfono, construyeron presas y puentes, desbrozaron rutas de senderismo y plantaron, de ahí su apodo, unos 3.000 millones de árboles.
En 1942, sin embargo, se les dio un uniforme, un macuto y un entrenamiento. Sus energías eran requeridas en otro continente: la Europa ocupada por los nazis.
Han pasado varias generaciones y un señor nacido en aquellos años ocupa el Despacho Oval. Cada vez que Joe Biden mira hacia atrás, a la Historia, a los retratos que le rodean en los alfombrados salones de Palacio, ve a Roosevelt: el capitán de las inversiones públicas y de los ambiciosos programas transformadores. El presidente que, como quiere hacer su actual sucesor, aprovechó una crisis para volver a encarrilar al país en una dirección más social.


Una de las primeras órdenes ejecutivas de Biden se encargó de revivir el CCC, que él ha llamado Cuerpo Civil Climático, con el objetivo de “movilizar a la próxima generación de trabajadores de la conservación y la resiliencia y maximizar la creación de oportunidades de instrucción y buenos empleos”.
La iniciativa, aún así, quedaría muy por debajo de las dimensiones rooseveltianas. El CCC de Biden, según el grupo ecologista Sunrise Movement, tiene previsto emplear a unos 20.000 jóvenes al año: 15 veces menos que su antecesora. Los 10.000 millones de dólares destinados a la agencia también están lejos, proporcionalmente, de la cantidad original, por eso varios congresistas demócratas han propuesto aumentar el presupuesto a 40.000 millones de dólares y hacer que el CCC deje una verdadera huella en el medio ambiente.
La mera plantación de árboles, además de dar empleo e iniciar carreras en el sector verde, sería una manera natural y probada de limitar los efectos del cambio climático. Un ejemplo evidente de las “soluciones basadas en la naturaleza”, que no tienen que recurrir a la ingeniería para regenerar la tierra, limitar los incendios o absorber las emisiones contaminantes de las industrias aledañas.
Estados Unidos, según un estudio publicado en Science Advances, tiene un inmenso potencial para reducir la polución con este tipo de proyectos. El informe alega que la gestión de la tierra está “escasamente entendida”, pero que una política adecuada de restauración de flora y suelos puede acabar absorbiendo en torno a una quinta parte (el 21%) de las emisiones contaminantes del país.


La principal baza sería la reforestación de las tierras propiedad del Gobierno, sobre todo en el noreste y el sur central de Estados Unidos, lo que levantaría una sólida muralla vegetal en beneficio de la pureza del aire. Después, la gestión debida de las tierras en manos privadas. Por ejemplo, ampliando los ciclos de la cosecha, rotando el tipo de cultivo, cuidando la tierra y liberando el crecimiento natural de los bosques. La tercera baza sería mejorar la administración forestal para prevenir los incendios, cada vez más numerosos y devastadores en las regiones occidentales de EEUU.
El profesor de la Universidad de Berkeley, Scott Stephens, y otros siete científicos recomendaron al Gobierno estatal una política forestal más enérgica: talar adecuadamente los bosques, reducirlos de tamaño, mitigaría los incendios, lo cual evitaría el vertido anual de miles de toneladas de CO2 a la atmósfera y preservaría centenares de miles de árboles cuyo follaje almacenaría una parte de la contaminación. El problema es que muchas zonas de la región están tan tupidas y alejadas de los centros urbanos que resultan casi inaccesibles a los leñadores. Stephens teme que los expansivos incendios, si mantienen la tendencia de los últimos años, sumarán la capacidad de destrucción del aciago bombardeo de Dresde, en 1945.
No solo hay que mirar a la tierra y los bosques. Cada vez más grupos ecologistas exigen prestar atención al “carbono azul”, los ecosistemas de los ríos y las costas, como los manglares, las ciénagas y las acumulaciones de algas. Masas vegetales que capturan igualmente las emisiones de carbono y aportan muchas otras ventajas: entre otras, proteger las reservas de agua dulce y con ellas la fauna, la flora y la calidad de vida humana en los territorio cercanos.
En el considerado epicentro del cambio climático de EEUU, Miami, una ciudad donde 1 de cada 4 viviendas está amenazada por el aumento del nivel del mar y las inundaciones se han vuelto tan frecuentes que las palmeras se mueren y la salinidad penetra en los depósitos de agua potable, las autoridades estudian, entre otras medidas, la regeneración de los manglares. Una forma de mantener a raya el agua salada y proteger las delicadas infraestructuras de la metrópoli más grande de Florida. Un manglar desarrollado, además, puede almacenar 1.000 toneladas de dióxido de carbono por hectárea.


Estrategias complementarias al desarrollo de los ecosistemas de “carbono azul” incluyen el cultivo de algas marinas y la reproducción de crustáceos; condiciones obligadas para regenerar la castigada biodiversidad marina.
Según American University, sin embargo, el consenso científico asegura que las soluciones basadas en la naturaleza, pese a su tradición y sus numerosas ventajas, son insuficientes para combatir por si solas los efectos del cambio climático. Un estudio publicado en la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences) también calcula que, de implementarse todas estas estrategias, las emisiones contaminantes solo se reducirían un 20% de lo necesario entre hoy y el año 2050, si el objetivo, fijado por el Acuerdo de París, es limitar a 2 grados como máximo el calentamiento global.
Algunas industrias contaminantes, como la de las plantas de carbón, llevan décadas menguando y resulta factible imaginarse unos Estados Unidos sin ellas, algo más limpios, algo más sostenibles. Otras industrias, como la agricultura, la ganadería o el transporte, emiten una contaminación masiva cuya limitación va a requerir un mayor esfuerzo social tecnológico si se quieren cumplir los objetivos medioambientales.
Las buenas noticias es que, al contrario que las medidas sostenibles que requieren fuertes inversiones o sacrificios en algunas industrias, como la de los combustibles fósiles, las soluciones naturales gozan de un sólido apoyo del pueblo estadounidense. Incluso entre los republicanos. Un 62% apoya resucitar el CCC: la agencia que un día formó un ejército ecologista dispuesto a replantar los Estados Unidos.
