Los grandes incendios forestales se han convertido en una tragedia continua en nuestras vidas. Este año 2020 arrancó con los grandes fuegos de Australia, insólitos por su virulencia y duración y que arrasaron una superficie similar a la de media España.
Fueron solo una parte del mapa mundial, porque poco antes los incendios en Brasil habían conmovido a la sociedad y causado incluso un choque diplomático entre el gobierno brasileño de Bolsonaro y la UE encabezada por el francés Macron.


Y mientras el Amazonas ardía, también entraba en llamas la taiga boreal, en siniestros también sin precedentes por extensión. Detrás de estos incendios hay causas complejas, relacionadas con el uso y manejo del terreno por el ser humano, pero con un nuevo actor principal invitado, el cambio climático, que refuerza las condiciones meteorológicas adecuadas para que los incendios estallen fuera de todo control posible.
«En España, casi la mitad de las hectáreas quemadas cada año se deben a grande incendios de más de 5.000 hectáreas, incapaces de abordar»
Para llamar la atención sobre esta nueva normalidad de los grandes incendios forestales, la organización conservacionista WWF acaba de presentar el informe El planeta en llamas, que analiza cómo el cambio climático está generando unos incendios muy peligrosos e incontrolables.
La organización alerta de que los terribles incendios de 2019, como los del Círculo Polar Ártico o Australia, son una imagen del futuro y representan la “nueva normalidad” en muchas zonas del planeta. La solución global es actuar contra el cambio climático. En España y Portugal es urgente una ambiciosa política de prevención. WWF ha reflejado el mapa del fuego de nuevo cuño en una herramienta online que permite visualizar todos los superincendios de 2019.
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Incendios y cambio climático
WWF considera que los incendios forestales y el cambio climático son dos caras de la misma moneda. En ese sentido, los propios incendios contribuyen al calentamiento global al liberar en la atmósfera grandes cantidades de carbono retenidas en la vegetación y los suelos. Se estima que las emisiones debidas a los incendios en 2019 liberaron 7.800 millones de toneladas de CO2, el equivalente a unas 25 veces las emisiones anuales de España.


Los hechos muestran que el pasado 2019 registró una actividad incendiaria excepcional en términos de severidad y emisiones. “La combinación de olas de calor prolongadas, sequías acumuladas y baja humedad unida a una vegetación muy seca y bosques sin gestión está generando incendios mucho más rápidos y de una virulencia nunca vista”, afirman los técnicos de WWF.
Además, los períodos de riesgo se han alargado, porque las temperaturas están cambiando, de forma distinta en cada punto del planeta, pero con una pauta generalizada hacia la subida de los termómetros y a un alargamiento de los periodos de alto calor, como ocurre en la Península Ibérica, donde el verano comienza cada vez antes y termina más tarde. Nos quedamos sin primavera y otoño y empezamos a vivir un largo estío, caldo ideal para los incendios.
Esta misma semana, por ejemplo, es noticia el récord de temperaturas de 38ºC registrado en Siberia, donde no hay precedentes en la historia reciente por su intensidad, duración y latitud.
El hecho es que el Ártico se está calentando dos veces más rápido que el resto el planeta y, como consecuencia, se generan incendios de alta intensidad. El año pasado ardieron 5,5 millones de hectáreas.
Habitualmente los números de hectáreas, cuando superan ciertas cifras, no suelen decir nada al lector común. Pero traduzcamos los 5,5 millones de hectáreas a dimensiones reconocibles: el año pasado ardió en la taiga una superfice igual a dos veces Galicia. Se quemó un bosque que nunca se quema porque el suelo solía estar helado.
«El año pasado ardió en la taiga una superfice igual a dos veces Galicia. Se quemó un bosque que nunca se quema porque el suelo solía estar helado»
Incendios de sexta generación
Además, cambia la propia dinámica del fuego. Es tanta la superficie quemada y tanto el combustible acumulado que se generan incendios que crean su propia dinámica de corrientes de convección de alta temperatura, capaces de general rayos y de extender la tormenta ígnea decenas de kilómetros más lejos, arrastrando las pavesas ardientes que son focos de nuevos fuegos.
Son los llamados incendios de sexta generación. En el caso de los fuegos de Australia, donde se vieron auténticas tormentas ardientes de más de 1.000ºC, o lo que ocurrió en la isla de Gran Canaria el pasado mes de agosto, donde las llamas generaron un pirocúmulo de kilómetros de altura, similar a un hongo nuclear.
«España no tiene política forestal. Y si la tiene ha cambiado la de alto valor y plan de futuro, inversión a largo plazo y retorno grande, por la de inversión mínima y retorno breve en corto: el eucalipto»
Casos similares han ocurrido en veranos pasados en Grecia y Portugal arrasando cientos de miles de hectáreas y causando un gran coste en vidas humanas. En Galicia, en 2017, fuegos similares causaron cuatro víctimas.


El caso de España
En España las estadísticas señalan que hay menos incendios, es decir menos siniestros. De hecho, se han reducido un 36% entre 2010 y 2019 respecto a la década anterior. También hay menos superficie quemada. Todo ello tiene que ver sin duda con la mejora en la extinción. El despliegue de medios humanos y aéreos, con cientos de millones de inversión, permite actuar rápido y atajar cientos de conatos. Son muchos los incidentes que no pasan de una hectárea de tierra quemada, porque los servicios de extinción llegan a tiempo.
«Tenemos una oportunidad única para utilizar fondos de la reconstrucción económica y generar empleo en la gestión y adaptación al cambio climático de nuestra olvidadas masas forestales»
Pero precisamente este éxito genera lo que los expertos llaman la paradoja de la extinción. Cuanto mejor actúan los bomberos forestales, más masa forestal empieza a acumularse en los montes. La paradoja de la extinción ha sido bien estudiada en lugares como California y también se da en España. En ausencia de usos del monte como la ganadería o la explotación forestal, algo que ocurre en gran parte de los abandonados montes españoles sometidos a una política forestal que ha primado las plantaciones continuas de especies de poco valor y muy inflamables con el pino y el eucalipto, los espacios forestales acumulan una gran cantidad de combustible.
La despoblación de décadas atrás sumada a una política forestal fallida tras la Guerra Civil han convertido nuestras montañas en piras incendiarias. Desde los años 40 del siglo XX la administración española inició una bienintencionada política de reforestación cuyas fallas empezamos a sufrir.
«Desde los años 40 del siglo XX la administración española inició una bienintencionada política de reforestación cuyas fallas empezamos a sufrir»
Ya Delibes escribía en 1960 que en los tesos descarnados de Castilla se sembraban plantas que no iban a crecer. Vuelves a aquellos lugares 60 años después y ves brotar nuestras tenaces sabinas entre los restos amojamados de especies de crecimiento rápido enanizadas. Eran especies de acelerabo metabolismo en su lugar de origen, pero en nuestro clima y nuestro suelo son despojos.
Pese a la terca labor que se ha llevado a cabo para eliminar las resistentes especies ibéricas, estas siguen rebrotando hoy en día bajo al ramaje de árboles que nunca debieron llegar ahí. Nuestro país está lleno de pueblos llamados Castañar de… o Tejeda de … en los que no hay nada creciendo, o como mucho pinos o eucaliptos. En muchos de ellos, como en Galicia, la región potencialmente más productiva de Europa por horas de luz, temperatura y lluvia, aún siguen brotando alcornoques y robles bajo los eucaliptos. Pero la máquina infernal del gestor sigue eliminando a nuestros árboles que tratan de recuperar el terreno y la cordura.
España no tiene política forestal. Y si la tiene ha cambiado la de alto valor y plan de futuro, inversión a largo plazo y retorno grande, por la de inversión mínima y retorno breve en corto: el eucalipto. Es algo parecido a la industria turística de bajo valor añadido. El problema es que, como en nuestra costa, tenemos algunos de los terrenos más productivos de Europa destinados, tontamente, al ciclo de bajo valor económico.
En nuestro caso, se sustituyeron hace décadas, las especies locales, adaptadas al fuego, por especies de crecimiento rápido foráneas. Se confió en que esos nuevos cultivos forestales generaran una industria cuando hubieran crecido. Pero, por una parte, nunca llegaron a crecer porque nuestros pedregosos terrenos no eran aptos para ellos. Y, por la otra, las gentes que hubieran debido explotarlos huyeron a la ciudad en los años 50.
El resultado de todo ello es un paisaje rural plagado de grandes masas de pinos o eucaliptos sin gestión, producción ni población antes los que cualquier persona sensible a la ecología, la estética o la economía se lleva las manos a la cabeza.
«Nuestro país está lleno de pueblos llamados Castañar de… o Tejeda de … en los que no hay nada creciendo, o como mucho pinos o eucaliptos»
Son masas continuas de bosques sin uso ni valor que a los ojos del urbanita desavisado paracen paraísos naturales pero que a la vista del entendido son páramos. Páramos de biodiversidad, de adaptación al clima y de generación de riqueza. Son, sobre todo, el paisaje previo a una batalla. La trinchera sobre la que tarde o temprano caerán las andanadas de un fuego imparable. El del fuego que, sí o sí, ha de venir.


La paradoja de la extinción actúa en España sobre esas masas incendiarias sembradas a mano durante el franquismo y espoleadas por la despoblación y la desaparición del pastor, y sobre otras que el monte ha ganado por sí mismo.
«La paradoja de la extinción actúa en España sobre esas masas incendiarias sembradas a mano durante el franquismo y espoleadas por la despoblación y la desaparición del pastor»
Y lo que ocurre en las actuales condiciones del monte y de cambio climático es que, si durante años destinan todos los recursos a generar una industria dedicada a la extinción de incendios, tarde o temprano llegará el momento en el que llegará un gran fuego imposible de controlar que arrase con kilómetros y kilómetros de superficie ininterrumpida y queme en unas horas el combustible acumulado años atrás. Eso se llama la paradoja de la extinción. Aquí y en todo el mundo.
Lo que ocurre es una situación ideal para pedir más inversión en medios y seguir alimentando la industria de la extinción, que ha tenido algunos casos de connivencia entre actores para repartirse mercados y elevar los costes, que han llegado de forma sonada a los tribunales por la denuncia de la Fiscalía.
La regla de los 30/30/30
Todo esto ocurre teniendo en cuenta que el cambio climático pone el oxígeno que cualquier pira necesita para arder: temperaturas de más de 30 grados, humedad ambiental menor a 30% y vientos de más de 30 kilómetros por hora. La conocida regla de los 30/30/30. Condiciones ambientales cada vez más habituales en nuestro entorno y que equivalen a poner un ventilador sobre las brasas de una barbacoa. Eso, justo, es lo que está ocurriendo en nuestro país. Los montes arderán en grandes incendios incontrolables si no se cambia de dinámica.
En EEUU tienen un nombre rotundo para definir la interfaz forestal-urbana. La llaman ‘The Stupid Zone’. La zona estúpida. Toca salvar árboles o salvar casas. Y priman las últimas
Eso es lo que dicen las estadísticas. Estas señalan que en la última década aumenta la proporción de los grandes incendios forestales (GIF) respecto al total de siniestros. Se califica como GIF a un incendio que supere las 5.000 hectáreas de extensión quemada. Y es en esos pocos grandes incendios donde arde el 40% de la superficie total afectada.


Estos GIF generan oleadas de incendios extremadamente impactantes, muy peligrosos para la población e imposibles de apagar, y los hemos visto en Australia este año, en Galicia, en Portugal, en Grecia, en California y muchos otro sitios del mundo.
El lector español debería preocuparse al observar el listado de zonas. Se trata de regiones de clima mediterráneo, donde el extremo calor estival coincide con la época de menos lluvias. Es decir, nuestro típico verano. Sin embargo, y aunque estemos acostumbrado a ello y nos parezca normal, el verano mediterráneo es una anomalía. En general, en los climas de la Tierra las épocas de calor coinciden con mayor humedad, no al contrario. Nuestro verano mediterráneo es yesca para los incendios.
«En general, en los climas de la Tierra las épocas de calor coinciden con mayor humedad, no al contrario. Nuestro verano Mediterréno es yesca para los incendios»
En Portugal la situación es aún más grave que en España y es el país europeo más castigado por los incendios forestales, con un promedio anual de unos 17.000 incendios, un 35% más que en España, señala WWF. A ello se debe, sobre todo, que la política de reforestación con especies autóctonas ha llegado allí al extremo. Portugal es un monocultivo de eucaliptos para la industria papelera y de pinos resineros (Pinus pinaster) que ocupan el lugar de encinas, robles y castaños.
Si a eso se unen las condiciones atlánticas lusas, más húmedas y cálidas y propicias para el crecimiento vegetal, sumadas al abandono del campo por la despoblación y añadimos una dispersión rural de pequeños núcleos al estilo de Galicia y con población envejecida que apenas labora las tierras se dan las condiciones ideales para que los incendios forestales se lleven pueblos lusos por delante.
El drama es tan evidente en el país vecino que el presidente de la República Portuguesa encabeza una iniciativa para dar un giro brusco a la política forestal, cambiar los usos del suelo y las especies y recuperar el paisaje en mosaico, rico en nichos económicos y opciones laborales que ocupó estas tierras apenas hace unas décadas. Un paisaje cultural, ecosistémico y antropológico mucho más adaptado a las condiciones del siglo XXI pero que el espectro del progreso borró de un plumazo, dejando la marca de los bulldozers que aterrazaron el terreno sobre la tierra y los cerebros de un par de generaciones. Y enterrando chopos, nogales, higueras, olivos, frutales, encinas, alcornoques, castaños, robles melojos, viñedos, sembrados y campos de cereal resistente bajo una masa uniforme de pinos.
Prevenir, no solo extinguir
Lourdes Hernández, experta en gestión de incendios en WWF España, afirma: “Las políticas contra las llamas tienen que centrarse en una prevención integral, porque los incendios del futuro dependen de las medidas de prevención que apliquemos a partir de ahora. Es un error seguir confiando en las políticas de extinción para apagar fuegos ya que han demostrado ser ineficaces frente a los eventos extremos”.
«Es un error seguir confiando en las políticas de extinción para apagar fuegos ya que han demostrado ser ineficaces frente a los eventos extremos”
Y añade: “En España urge la puesta en marcha de las ya aprobadas Orientaciones estratégicas para la gestión de incendios forestales por parte del Gobierno central y las comunidades autónomas. Tenemos una oportunidad única para utilizar fondos de la reconstrucción económica y generar empleo en la gestión y adaptación al cambio climático de nuestra olvidadas masas forestales. Y así reducir la siniestralidad, promover y poner en valor paisajes más resistentes al fuego y mejor adaptados al cambio climático y minimizar el riesgo en las zonas de interfaz. A escala planetaria, urge luchar contra el cambio climático global y poner freno a la deforestación y degradación de los bosques en los trópicos”, concluye Hernández.
Como señala la experta de WWF, otro factor añadido que está dificultando la extinción de incendios en España y otros países es la llamada interfaz forestal-urbana, es decir, la zona de contacto entre el monte y los espacios urbanizados. En las últimas décadas esta zona de contacto ha ido en aumento. Por una parte, por la dispersión urbana y la creación de segundas residencias pegadas al monte. Y, por otra parte, por el abandono de cultivos y zonas de labor que han sido tomadas por el matorral y ahora llegan hasta las casas.
De este modo, cuando surge un siniestro las llamas amenazan las viviendas y las vidas de las personas. Los gestores de incendios tienen que elegir entre salvar la vegetación o a la población y sus activos económicos, y estos priman siempre.
En los últimos años, muchos incendios forestales han quemado más hectáreas de lo evitable debido a que los servicios de extinción se han derivado a salvar casas que se encontraban donde no debían estar. Los expertos en extinción de EEUU, país experto en esta dinámica, tienen un nombre bien rotundo para definir la llamada interfaz forestal-urbana. En la jerga de los bomberos norteamericanos se llama «The Stupid Zone». La zona estúpida.
