En el archipiélago japonés, compuesto por más de 6.800 islas, la cultura japonesa entrecruza lo moderno y lo tradicional. Densas ciudades altamente tecnológicas junto a templos religiosos milenarios. Una gran flota pesquera junto a las buceadoras ama.
Algunos fechan la leyenda de las ama hace 2.000 años, pero lo cierto es que los primeros datos aparecen en la más antigua antología de poesía japonesa, Man’yoshu, en el siglo VII.
Al alba, una procesión silenciosa iluminada con antorchas de bambú recorría el camino hasta el puerto: eran decenas de amas, vestidas tan solo con un taparrabos blanco y un pañuelo en la cabeza, dejando el resto de su cuerpo desnudo, libre para poder nadar. Actualmente, han pasado a enfundarse un traje de neopreno rudimentario, al que cubren con telas blancas, por la creencia de que ese color ahuyenta a los tiburones, uno de sus grandes enemigos. Otro es el frío de las aguas (a veces se sumergen a 10 grados) o las intensas corrientes.


Mientras que la ama original buscaba ostras con perlas brillantes y mariscos, la actual se conforma con encontrar los cada día más escasos abulones, unos moluscos sin perlas pero con una carne muy preciada que venderá a restaurantes. Tras muchos años de pesca sin límites, las actuales regulaciones gubernamentales para estimular la regeneración sostenible de moluscos han provocado que el número de amas haya mermado hasta ser menos de 2.000 (llegaron a ser 10.000).
Ellas son testigo del cambio en la fauna del mar y su visibilidad a causa del cambio climático y la contaminación, pero parece que están abocadas a su propia extinción. Un oficio duro y mal remunerado que no quieren continuar las nuevas generaciones, ya que un día de trabajo puede reportar unos escasos 20 dólares.
La comunidad haenyeo de Corea del Sur
Las haenyeo, literalmente “mujeres del mar” en coreano, son también buceadoras. Pero su esencia es diferente. De hecho, en 2016 la UNESCO las declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad, por la transmisión de valores que representan, ya que desempeñan un papel importante en la unión de sus familias.
Además, contribuyen a mejorar la condición de la mujer en la comunidad, su participación en la gestión de las actividades pesqueras y mantienen un estilo de vida en armonía con la naturaleza. De hecho, cuando no pueden pescar, se dedican a la agricultura. Sus beneficios siempre son repartidos entre todas, puesto que es una economía comunitaria. También un día al mes limpian la playa de restos que deja el turismo y, entre otras actuaciones, han creado un refugio para las mujeres que son víctimas de la violencia de género.
Estas guerreras del mar residen en la paradisíaca isla de Jeju, donde el tiempo parece haberse detenido: no existe la industrialización, su clima es más benigno que en el resto del país y son los primeros en recibir la primavera. Sus características geológicas excepcionales hacen que su biodiversidad sea inigualable.
De hecho, Jeju posee la única triple corona de la UNESCO: Patrimonio Natural de la Humanidad, Geoparque Global y Reserva de la Biosfera, teniendo una de las dos secretarías técnicas de la Red Mundial de Reservas de Biosferas Islas y Zonas Costeras en la isla, que se centra en las cuestiones del cambio climático. La otra secretaría reside en Menorca. Se tratan de áreas sensibles por su alto nivel de biodiversidad, la gran cantidad de endemismos y ecosistemas frágiles que albergan. Son altamente vulnerables al cambio climático, pero a la vez, tienen un gran potencial de estudio de estos cambios y pueden servir como precursores de políticas de desarrollo sostenible.


Es en este lugar donde viven las buceadoras milenarias, de origen incierto, pero que a partir del siglo XVIII ya eran más mujeres que hombres. Cuando los varones emigraron por las guerras o del hambre, ellas se quedaron al frente de la recolección de marisco, ocupándose de llevar el sustento económico a casa y fueron las primeras mujeres que tuvieron un trabajo socialmente reconocido en el país.
En 1960, el 60% de la economía pesquera de la isla la conseguían las haenyeo. Su objetivo son algas, mariscos, crustáceos y moluscos, pero ellas mismas impusieron un período de veda para permitir que el océano se regenerase, y solo pescan 90 días distribuidos a lo largo del año.
Se trata de una comunidad muy jerarquizada, dividida en cuatro estratos en función de su experiencia, donde la técnica ancestral que utilizan (muljil), se transmite de madres a hijas.
Pueden sumergirse en profundidades que superan los 10 metros, donde las más expertas llegan a aguantar hasta tres minutos. Las daessangun, con una la técnica perfecta de buceo, pesca y sabiduría, lideran las expediciones de buceo, controlando la seguridad de todas y participando en la toma de decisiones de la comunidad.
Sus trajes, originariamente de algodón, fueron sustituidos en la década de los 70 por neopreno. En pleno siglo XXI, y en el epicentro de la modernización tecnológica, las buceadoras coreanas tan solo utilizan un traje de goma de color naranja, aletas, unas pesas atadas a la cintura, gafas de un solo cristal y un rastrillo con el que buscar entre las rocas.
En la superficie les aguarda un tewak (cesta de goma con una red donde depositan sus capturas) también naranja. Eligieron en la década del 2010 el color naranja por su vistosidad, como medida de seguridad para cuando desaparecen bajo el agua.
No obstante, su detalle más característico es el sumbisori, el silbido que realizan al regresar a la superficie y que es una mezcla de la inhalación del aire y la liberación del dióxido de carbono. Gracias a esta técnica, pueden trabajar más horas con menos periodos de descanso.
El futuro
Actualmente, el número de buceadoras ha descendido notoriamente: de su cifra máxima (alrededor de 23.000) hasta las 2.500. Pero lo que más preocupa es su edad media: prácticamente todas superan la barrera de los 50… llegando a bucear pasados los 80.


A medida que van alcanzando mayor edad, reducen el número de días de trabajo, sin dejar de zambullirse por completo nunca. La dureza del trabajo, la modernización y las oportunidades para tener un trabajo menos arriesgado y mejor remunerado ha hecho que ser haenyeo no sea atractivo para las nuevas generaciones.
Ellas se resisten a acabar como un mero reclamo turístico. Han solicitado ayuda al gobierno surcoreano. Y este ha subsidiado la adquisición de equipo para las buceadoras, incluidas las gafas de bucear graduadas y les ha otorgado derechos exclusivos para la venta de marisco fresco. Nadie quiere que se pierda una parte de la cultura coreana.
