La OMM ha lanzado un informe en el que se indica que los efectos del cambio climático son reales y sus consecuencias están impactando ya con fuerza en la vida de las personas, produciendo hambre, muerte y destrucción. Ante esto, la ONU ha reclamado la necesidad de no olvidar esta crisis que, a diferencia del coronavirus, tendrá consecuencias durante siglos



La sociedad actual ha hecho suya más que ninguna otra la sentencia latina Carpe diem que acuñara el poeta Horacio en sus odas. Vivimos el presente sin tener en cuenta las posibles repercusiones que tienen nuestras acciones, tal vez conducidos por la adrenalina que produce el momento o simplemente por el egoísmo de pensar que estamos solos en este mundo.
El coronavirus y todo lo acontecido alrededor de él estos días es la prueba perfecta que avala ese fenómeno. Ya sea por una razón u otra, las personas hemos asaltado los supermercados para hacer frente a una hipotética situación extrema. ¿Está justificada esta acción? Puede ser dada la falta de transparencia de las autoridades, pero habríamos hecho lo mismo en cualquier caso solo por el morbo que produce vivir peligrosamente, como si no hubiera futuro.
Con la crisis climática ocurre lo mismo: contaminamos y destruimos los ecosistemas sin pensar lo más mínimo en las posibles consecuencias de esas acciones. La diferencia en ambos casos es que las repercusiones del coronavirus son rápidas e inmediatas mientras que las del cambio climático parecen más lentas y se prolongan en el tiempo, por lo que son susceptibles de no ser tomadas en serio o incluso de pensar que no están pasando, aumentando así la espiral de destrucción planetaria.Sin embargo, lo cierto es que esas consecuencias ya están cambiando el mundo, y eso es lo que ha querido poner de manifiesto la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en su último informe sobre el Estado del Clima Mundial, en el que se recogen las señales físicas que nos alertan sobre el cambio climático y sus impactos en las personas.
«El coronavirus es una enfermedad que esperamos que sea temporal, con impactos temporales, pero el cambio climático lleva entre nosotros muchos años y se mantendrá por décadas, y requiere de acción continua», ha afirmado Antonio Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) durante la presentación del informe.
El secretario se ha referido además a la reducción de las emisiones en China y otros países a raíz de la epidemia, sobre la que ha comentado que no se pueden sobreestimar ya que son temporales.
«No vamos a combatir el cambio climático con un virus. Aunque se le debe dar toda la atención necesaria, no podemos olvidarnos de la lucha contra el cambio climático, y los demás problemas que enfrenta el mundo», ha apuntado.
En este sentido, Petteri Taalas, secretario general de la OMM, ha aclarado que “es muy desafortunado lo que está pasando con el coronavirus y las muertes que ha causado”, pero que el cambio climático es «mucho peor».
«El virus tendrá un impacto económico negativo a corto plazo, pero las pérdidas serán masivas si pensamos en el calentamiento global. Estamos hablando de un problema de otra escala, con consecuencias en la salud de las personas y en nuestras sociedades mucho más graves», ha indicado el experto de la OMM.
Indicadores climáticos
El aumento de la temperatura media mundial se presenta como el factor por antonomasia que evidencia el cambio climático. Según el estudio de la OMM, 2019 finalizó con una media mundial de 1,1 °C por encima de los niveles preindustriales estimados, un valor superado únicamente por el récord de 2016, cuando un episodio muy intenso de El Niño agravó el aumento de la temperatura mundial vinculado a la tendencia general del calentamiento.
En este sentido, cabe destacar que el 2019 fue el segundo año más cálido desde que se realizan mediciones instrumentales. El quinquenio 2015-2019 comprende los cinco años más cálidos de los que se tiene constancia, y el período de 2010 a 2019 ha sido la década más cálida jamás registrada. A partir de los años ochenta, cada nuevo decenio ha sido más cálido que todos los anteriores desde 1850.
“Actualmente estamos muy lejos de cumplir los objetivos del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C o 2 °C”, ha explicado António Guterres.
El aumento de los gases de efecto invernadero están detrás de esa escalada de temperaturas. En 2018, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera se situó en 407 partes por millón (ppm), las de metano en 1.869 partes por mil millones (ppmm) y las de óxido nitroso en 331 ppmm. Unos datos relevantes teniendo en cuenta que los niveles de CO2, CH4 y N2O se situaron en la época preindustrial en 220 ppm, 720 ppmm y 140 ppmm respectivamente.
A falta de elaborar los datos de 2019, una proyección preliminar apunta a un incremento de las emisiones de CO2 durante el año pasado.


“Dado que las concentraciones de gases de efecto invernadero no dejan de aumentar, el calentamiento continuará. Según un reciente pronóstico, es probable que en los próximos cinco años se produzca un récord de temperatura mundial anual. Es solo cuestión de tiempo”, ha declarado el secretario general de la OMM.
El incremento de estos dos indicadores también se ha hecho notar en los océanos. Por un lado, estas masas de agua experimentaron en promedio dos meses de temperaturas inusualmente cálidas, y el 84% de las aguas oceánicas pasaron por al menos una ola de calor marina.
Por el otro, entre 2009-2018, los océanos absorbieron aproximadamente el 23% de las emisiones anuales de CO2, amortiguando los efectos del cambio climático, pero a costa del incremento de la acidez de sus aguas.
Además, tanto las observaciones como los resultados de los modelos indican una reducción de la concentración de oxígeno en las aguas litorales y en mar abierto, así como en estuarios y en mares semicerrados. De hecho, desde mediados del siglo pasado, se estima que se ha producido una disminución de entre el 1 y el 2% en el inventario de oxígeno oceánico en todo el mundo (entre 77.000 y 145.000 millones de toneladas).
La desoxigenación, junto con el calentamiento de los océanos y la acidificación de sus aguas, se considera una de las mayores amenazas para los ecosistemas oceánicos y el bienestar de las personas que dependen de ellos. Según las previsiones, con un calentamiento de 1,5 °C los arrecifes de coral serían reducidos a entre un 10 y 30% de lo que son hoy en día, y sólo quedaría un 1% si el calentamiento alcanzara los 2° C.
El calor también está disminuyendo la cantidad de hielo almacenado en la Tierra. En la Antártida, la extensión del hielo marino había presentado un leve incremento a largo plazo. A finales de 2016 esa tendencia se interrumpió por una repentina reducción en la superficie de hielo hasta niveles mínimos sin precedentes. Desde entonces se ha mantenido en niveles relativamente bajos.En Groenlandia se han registrado nueve de los diez años con el menor balance de masa superficial de su manto de hielo, y en 2019 se registró el séptimo valor más bajo del que se tienen datos.
En cuanto al balance de masa total, la isla ha perdido aproximadamente 260 gigatoneladas ( 1 gigatonelada=1000 millones de toneladas) de hielo cada año en el período comprendido entre 2002 y 2016, y la reducción máxima se produjo en 2011/2012, cuando se perdió un máximo de 458 gigatoneladas. En 2019, la reducción del manto de hielo se fijó en 329gt, un valor muy por encima de la media.
El exceso de agua vertida a los océanos está incrementando el aumento del nivel del mar que ya amenaza a cerca del 44% de la población mundial que vive en las costas.
Impactos en las personas
Todos estos factores ya están impactando de un modo u otro en las personas, sobre todo en su salud, que está siendo expuesta a nuevos escenarios presididos por olas de calor más frecuentes y una atmósfera más contaminada, y en general por episodios meteorológicos extremos.
Solo con las olas de calor del año pasado, Francia tuvo que lamentar la pérdida de 1.500 personas como consecuencia de las altas temperaturas. La contaminación, por su parte, es capaz de acortar la esperanza de vida una media de tres años no solo en ese país, sino alrededor del mundo.
Además, estas condiciones climatológicas extremas están propiciando la aparición de periodos de sequía en numerosas partes del mundo que, además de poner en peligro un bien tan necesario como el agua, impulsan el nacimiento de incendios de sexta generación, como los que han destruido el 20% de la superficie forestal de Australia.La variabilidad del clima y los fenómenos meteorológicos extremos figuran entre las causas principales de las graves crisis alimentarias que han propiciado el reciente aumento del hambre en el mundo.
Tras una década de reducción constante, el hambre repunta: más de 820 millones de personas padecieron hambre en 2018. De los 33 países afectados por crisis alimentarias en 2018, en 26 de ellos la variabilidad climática y los fenómenos meteorológicos extremos fueron, junto con las perturbaciones económicas y las situaciones de conflicto, factores que agravaron la coyuntura imperante, mientras que en 12 de esos 26 países, los aspectos climáticos y meteorológicos señalados fueron la causa principal de la crisis.
Por otro lado, entre enero y junio de 2019 se contabilizaron más de 6,7 millones de nuevos desplazamientos internos debidos a desastres, entre los que cabe destacar fenómenos hidrometeorológicos. De todos los peligros naturales, las inundaciones y las tormentas fueron los que más desplazamientos propiciaron.
El caso de España
España es un país muy vulnerable al cambio climático. Este 2019, nuestro país ha experimentado numerosos desastres vinculados al nuevo escenario climatológico al que nos enfrentamos.
La sequía acontecida este verano es un ejemplo palpable, pero, sin duda, las DANAS y las inundaciones posteriores se llevan el premio gordo.
Por ejemplo, el temporal que azotó el Levante peninsular entre el 4 y el 10 de septiembre provocó siete muertes y cuantiosos daños en infraestructuras y viviendas, valorados en más de dos millones de euros.


Apenas empezado este año, el Levante se ha enfrentado a otro temporal que muchos de los que lo han sufrido han clasificado como “el más violento jamás vivido”. En Peñíscola, en cuestión de horas la borrasca borró del mapa el paseo marítimo del municipio, arrastrando la tierra de la playa y el agua hasta las viviendas de los vecinos, que vieron cómo todo quedaba enterrado bajo una capa de más de un metro de sedimento.
Y eso solo en enero de este año. “¿Qué pasará en el futuro?” es la pregunta que se hacen muchos de los afectados. La respuesta es sencilla: estos episodios se van a volver normales y solo podremos hacerles frente si todos somos conscientes y los gobiernos asumen la nueva situación como la realidad que hay que enfrentar.
Hacen falta acciones concretas y ambiciosas con repercusiones positivas importantes y menos sermones. El coronavirus es el tema de actualidad, es grave pero pasará. Ahora, es nuestro deber aprender de nuestros errores y evitar que la crisis climática ocupe el lugar del virus en los titulares de los periódicos. Dejemos de vivir el presente como si fuera el pasado y comencemos a construir un futuro en el que no haya que vivir peligrosamente.
