La trayectoria hacia un futuro de energía limpia y sostenible, que trazamos a diario en nuestra imaginación, alimentada con promesas políticas y artículos científicos, proyectos, incentivos y márketing, ha tenido un hiato en 2021. Por primera vez en siete años, Estados Unidos (EEUU) ha registrado una subida de las emisiones contaminantes y el carbón. Probablemente, según los expertos en energía, sea un aumento puntual. Pero que ayuda a explicar las dificultades de cumplir los objetivos de reducción de gases del efecto invernadero que se ha propuesto la Administración Biden.
Según el centro de investigación independiente Rhodium Group, las emisiones de CO2 estadounidenses aumentaron un 6,2% en 2021 con respecto al año anterior. Un incremento que tiene, fundamentalmente, dos causas: la subida del 17% en la generación eléctrica a partir del carbón y el crecimiento, también, en el uso de diésel, debido al mayor movimiento de camiones comerciales.
“El incremento más grande [un 10%] se dio en el transporte”, dice por teléfono Alfredo Rivera, analista de Rhodium Group experto en energía y políticas climáticas. “Consumen diésel todos los camiones que son de transporte de bienes de consumo, en especial paquetería, envíos por correo, etc. Todo este tipo de transporte es un consumidor de diésel importante”.
2021, como 2020, ha sido el año en que la industria de los pedidos por internet se expandió hasta un talla casi omnipotente. La reina del sector, Amazon, vio crecer sus ventas un 44% interanual la primavera pasada. Más ventas indican más contrataciones, mayor uso de los almacenes, compra de aviones para ampliar la logística aérea, y, por supuesto, más camiones. Solo en el sur de California hay 34.000 almacenes de los que entran y salen constantente las flotas sobre ruedas.
“Si lo comparas con la gasolina, el medio por el que se mueven la mayoría de las personas en EEUU, su consumo sigue rezagado: no llega, en ninguno de los meses, a pesar de la campaña de vacunación, a niveles de 2019. Ni tampoco el uso de combustible de la aviación”, explica Alfredo Rivera. “El consumo de diésel es más alto que en cualquier otro momento en los últimos cinco años”.
La demanda de camioneros, sobre todo desde 2020, es tan alta que se están pagando salarios cercanos a los 100.000 dólares brutos anuales. El 90% de las empresas de camiones representadas por la Illinois Trucking Association subieron las nóminas el año pasado, por ejemplo, y la propia Casa Blanca ha facilitado la tramitación de licencias para que se puedan contratar más camioneros.


El otro protagonista de este hiato es el carbón, que durante 2021 se ha hecho más atractivo, de forma indirecta, como fuente de electricidad. Dado que los precios del gas natural, afectados, entre otros factores, por la reducción de producción durante la pandemia, subieron vigorosamente, muchas eléctricas volvieron al carbón: más asequible y sencillo de gestionar.
“El consumo de carbón está muy específicamente ligado a la generación eléctrica”, continúa Alfredo Rivera. “Este incremento se relaciona mucho más con el hecho de que el precio del gas natural estuvo históricamente alto. Hay que recordar que los precios en EEUU son de los más bajos del mundo. Pero hay una demanda creciente que viene de China, y que sigue creciendo, y una escasez de gas natural en Europa. Todo esto tiene un efecto en el precio”.
En otras palabras, se observa un movimiento inverso al que hemos visto en los últimos siete años, cuando el bajo precio del gas natural, como apunta Rivera, llegó a estar tan asequible que posibilitó un progresivo distanciamiento de las plantas eléctricas en base al carbón. Una transición animada también por los sucesivos gobiernos estadounidenses y sus políticas de apoyo a las energías renovables.
Aunque este aumento del consumo del carbón, y de las emisiones contaminantes, pueda ser momentáneo (es probable que también se prolongue a 2022), el dato escenifica la complejidad de un mercado energético donde las viejas maneras de producir siguen resultando atractivas. Y, sobre todo, cuestiona la idea de que la pandemia, con su reducción masiva del transporte y de una parte de la actividad económica, no tiene por qué redundar en una bajada de la contaminación.
Aquellas imágenes de Los Ángeles sin smog, donde uno podía admirar el cielo azul de California y ver nítidamente las letras de Hollywood, solo fueron, estadísticamente, un espejismo. La caída del transporte particular y de la aviación, que vio en 2020 un descenso del 75% en la demanda internacional de pasajeros, ha sido compensado por la crecida de la industria de paquetería y pedidos, y por esas fluctuaciones en el precio energético.
Pese a este momento dulce del sector, la tendencia de fondo de las plantas eléctricas de carbón es la de seguir reduciendo su actividad. Como dice Alfredo Rivera, muchas de estas plantas rebasan los 30 años de edad, lo que las pone al final de su vida útil. En Estados Unidos hay 241 plantas de este tipo, que generaron algo menos de la cuarta parte de la electricidad en 2019. Según datos del Gobierno federal, se espera que, para 2035, se retire un 28% de las plantas de carbón.


“Vamos a seguir viendo cómo las plantas de carbón seguirán cerrando”, dice Rivera. «El carbón se mantiene vivo cuando hay precios altos de otros combustibles. Es un combustible al que es fácil acudir cuando hay precios altos de gas natural. La industria va a depender mucho de qué volumen de capacidad de energías renovables podamos instalar en el corto plazo, de tal manera que se le permita o no a esa industria competir en el mercado de generacion eléctrica”.
¿Y cómo incidirán estos pormenores en los objetivos de la Administración Biden, que quiere reducir a la mitad las emisiones contaminantes para 2030, en base a las de 2005? Si el futuro energético es incierto, más aún lo es el futuro político de Biden. Su gran plan de gasto socio-climático, el Build Back Better, fue tocado y aparentemente hundido en el Senado, gracias al senador de la carbonífera Virginia Occidental, Joe Manchin. La agenda política de Biden habría quedado herida.
Las últimas informaciones, recogidas en la prensa norteamericana, apuntan a que Biden todavía no ha renunciado al plan. No va a lograr que se apruebe entero, con su precio total de 1,75 billones (trillions) de dólares, pero está dispuesto a intentarlo en fragmentos: como si quisiera dárselo al Senado en cucharaditas, para facilitar la digestión, sobre todo, del escéptico Manchin.
La realidad, tal y como reconocen hasta los propios paladines demócratas, es que, sin Build Back Better, la estrategia climática del Gobierno quedaría reducida a un pálido reflejo de las intenciones iniciales. El paquete de gasto incluiría, entre otras cosas, una esfuerzo para electrificar el transporte, con la construcción de estaciones de carga, la incentivación de compra de vehículos eléctricos y el establecimiento de una flota de buses escolares limpios. Además de una apuesta por la energía solar y eólica y la renovación sostenible de viviendas e infraestructuras.
Mientras, el tiempo pasa, y la Organización Meteorológica Mundial, de Naciones Unidas, ha declarado que los últimos siete años han sido los más cálidos desde que existen registros. Con una media de 1,11 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales.
