Una nueva investigación revela que sin la prohibición mundial de los clorofluorocarburos (CFC) lograda por el Protocolo de Montreal, la capacidad del planeta para absorber el carbono de la atmósfera podría haberse degradado de forma masiva, disparando las temperaturas globales



Naciones Unidas y varias de sus insituciones llevan años alertando del gigantesco peligro que supone el cambio climático para la humanidad, que necesita intensificar sus esfuerzos de reducción de emisiones de dióxido de carbono para poder limitar la subida de las temperaturas y la destrucción de la biodiversidad a nivel global. Es más, según el último informe del IPCC, estamos en camino de alcanzar muy pronto la subida de los termómetros en 1,5 grados centígrados que marcaba el Acuerdo de París como límite deseable y el ritmo actual de las emisiones nos sitúa en casi 3°C de calentamiento a finales de siglo, una trayectoria que no invita al optimismo si tenemos en cuenta que muchos países aún no están tomando ninguna acción concreta para limitar la contaminación. Sin embargo, el mundo tiene un espejo en el que mirarse a la hora de ser conscientes de que una transformación de calado es posible: la prohibición de los clorofluorocarburos (CFC) y el Protocolo de Montreal.
Y es que, según los investigadores que miden el impacto de este acuerdo internacional alcanzado en 1987, sin la prohibición mundial de los CFC ya estaríamos ante la realidad de una «tierra quemada». Sus nuevas pruebas revelan que la capacidad crítica del planeta para absorber el carbono de la atmósfera podría haberse degradado de forma masiva, disparando las temperaturas globales si siguiéramos utilizando productos químicos que destruyen la capa de ozono.
La nueva modelización realizada por el equipo internacional de científicos del Reino Unido, Estados Unidos y Nueva Zelanda, publicada en la revista Nature, dibuja una visión dramática de un planeta Tierra calcinado sin el Protocolo de Montreal, un auténtico apocalipsis climático que la sociedad logró evitar. Además, este estudio establece un nuevo y duro vínculo entre dos grandes preocupaciones medioambientales: el agujero en la capa de ozono y el calentamiento global.El equipo de investigación, dirigido por un científico de la Universidad de Lancaster, revela que si no se hubieran controlado las sustancias químicas destructoras de la capa de ozono, entre las que destacan los CFC, su uso continuado y creciente habría contribuido a que la temperatura del aire en el mundo aumentara 2,5 ºC más a finales de este siglo. Sus conclusiones demuestran que la prohibición de los CFC ha protegido el clima de dos maneras: frenando su efecto invernadero y, al proteger la capa de ozono, protegiendo a las plantas de los aumentos perjudiciales de la radiación ultravioleta (UV). Además, ha protegido la capacidad de las plantas de absorber y retener el dióxido de carbono de la atmósfera, evitando así una mayor aceleración del cambio climático.
«Un mundo en el que estas sustancias químicas aumentaran y siguieran eliminando nuestra capa de ozono protectora habría sido catastrófico para la salud humana, pero también para la vegetación», explica el doctor Paul Young, autor principal de la Universidad de Lancaster. «El aumento de la radiación ultravioleta habría mermado enormemente la capacidad de las plantas para absorber el carbono de la atmósfera, lo que supondría mayores niveles de CO2 y un mayor calentamiento global», prosigue.
La realidad alternativa de los CFC
La modelización revela que el el crecimiento continuado de los CFC habría provocado un colapso mundial de la capa de ozono en la década de 2040, mientras que en 2100 habría habido un 60% menos de ozono sobre los trópicos. Este agotamiento sobre los trópicos habría sido peor que el observado en el agujero que se formó sobre la Antártida. Los investigadores calculan que en 2050 la intensidad de los rayos UV del sol en las latitudes medias, que incluyen la mayor parte de Europa, incluido el Reino Unido, Estados Unidos y Asia central, sería más fuerte que la de los trópicos actuales y la capa de ozono agotada habría hecho que el planeta, y su vegetación, estuvieran expuestos a muchos más rayos UV del sol.
Las plantas absorben dióxido de carbono (CO2) a través de la fotosíntesis y los estudios han demostrado que los grandes aumentos de UV pueden restringir el crecimiento de las plantas, dañando sus tejidos y perjudicando su capacidad de realizar la fotosíntesis. Esto significa que las plantas absorben menos carbono, un fenómeno que a su vez da lugar a que menos carbono quede atrapado en los suelos, que es lo que le ocurre a mucha materia vegetal después de morir. Todo esto habría ocurrido a escala global.


Los modelos de los investigadores muestran que, en un mundo sin el Protocolo de Montreal, la cantidad de carbono absorbida por las plantas, los árboles y los suelos se reduce drásticamente a lo largo de este siglo. En general, a finales del XXI y sin la prohibición de los CFC del Protocolo de Montreal, los investigadores consideran que habría habido 580.000 millones de toneladas menos de carbono almacenado en los bosques, otra vegetación y suelos; habría entre 165 y 215 partes por millón de CO2 adicionales en la atmósfera, dependiendo del escenario futuro de las emisiones de combustibles fósiles (en comparación con las 420 partes por millón de CO2 actuales, esto supone un 40-50% más) y la enorme cantidad de CO2 adicional habría contribuido a un calentamiento adicional de 0,8°C por su efecto invernadero.
«Con nuestra investigación, podemos ver que los éxitos del Protocolo de Montreal se extienden más allá de la protección de la humanidad contra el aumento de los rayos UV para proteger la capacidad de las plantas y los árboles para absorber el CO2 » destaca Young. «Aunque podemos esperar que nunca hubiéramos llegado al mundo catastrófico que simulamos, nos recuerda la importancia de seguir protegiendo la capa de ozono. Siguen existiendo amenazas totalmente imaginables para ella, como el uso no regulado de los CFC», concluye.
Desde mediados del siglo pasado, los halocarbonos o fluorocarburos estuvieron de moda. Las grandes industrias y los hogares los utilizaron dentro de miles productos que no tenían otro uso que aumentar la comodidad de las personas, como los esprays de desodorante o las lámparas halógenas. Sin embargo, lo que fue placentero para algunos, fue destructivo para otros, en concreto, para la capa de ozono. Se ha estimado que una sola molécula de CFC tiene capacidad para descomponer aproximadamente 100 000 moléculas de ozono.
Sin embargo, las sustancias que agotan la capa de ozono, como los CFC, también son potentes gases de efecto invernadero y las investigaciones anteriores han demostrado que su prohibición evitó su contribución al calentamiento global por su efecto invernadero.
