La OMM informó que el agujero de la capa de ozono de la Antártida formado durante el 2020 y, según sus datos, uno de los más grandes y profundos desde que comenzó el monitoreo de la capa de ozono hace 40 años, se cerró con la llegada del nuevo año



El cambio de año supone el final de un ciclo lleno de vaivenes que, aunque han estado presididos principalmente por la crisis del coronavirus, no han dejado de lado los aspectos ambientales. Entre estos últimos sobresale el agujero de la capa de ozono que, tras una temporada “excepcional”, logró cerrarse durante los últimos vestigios de diciembre.
Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el agujero de la capa de ozono antártico del 2020 batió récords al crecer desde mediados de agosto, alimentado por un vórtice de temperaturas y vientos muy frías localizados en la estratosfera -la capa atmosférica situada entre los 10 kilómetros y los 50 kilómetros de altitud-.


Para la OMM, el crecimiento del agujero fue tan acusado que incluso fue capaz de alcanzar un máximo de 24,8 millones de kilómetros cuadrados de extensión, registrados concretamente el 20 de septiembre del año pasado. Esto lo convirtió en el “más grande y profundo desde que comenzó el monitoreo de la capa de ozono hace 40 años, así como en uno de los más duraderos”, de acuerdo con la OMM.
“El agujero del 2020 contrasta enormemente con el inusualmente pequeño registrado durante el 2019. Esto demuestra la variabilidad de un año a otro del agujero y nos ayuda a mejorar nuestra comprensión de los factores responsables de su formación, extensión y gravedad”, señaló Oksana Tarasova, jefa de la División de Investigación del Medio Ambiente Atmosférico de la OMM, que supervisa Red de estaciones de vigilancia de la Vigilancia de la Atmósfera Global de la OMM.
Formación del agujero
El agotamiento del ozono está estrechamente relacionado con la formación de las nubes estratosféricas polares, que se originan con temperaturas inferiores a -78 grados Celsius. Según la OMM, estas nubes contienen cristales de hielo que pueden convertir compuestos no reactivos en reactivos con la capacidad de destruir el ozono tan pronto como tengan a su disposición la luz solar.
“Durante la temporada del hemisferio sur, entre agosto y octubre, el agujero sobre la Antártida aumenta de tamaño, alcanzando un máximo a mediados de septiembre. Mientras que, cuando las temperaturas comienzan a incrementarse a principios de noviembre, el agotamiento del ozono se ralentiza, el vórtice polar se debilita y finalmente se descompone. Para finales de diciembre los niveles de ozono han vuelto a la normalidad”, declaró la OMM.
No obstante, durante el 2020 un vórtice polar fuerte, estable y frío mantuvo la temperatura de la estratosfera sobre la Antártida, evitando que entrase a la región un aire más rico en ozono y, a su vez, que las nubes estratosféricas polares desapareciesen.


Por este motivo, durante gran parte de la temporada de 2020 se registraron concentraciones de ozono con valores cercanos a cero y una profundidad de la capa de ozono cercana a 94 unidades Dobson -unidad de medida de la capa-, o lo que es lo mismo, un tercio de su valor normal.
Para evitar el agotamiento de la capa de ozono, la comunidad internacional acordó el Protocolo de Montreal, un acuerdo histórico ambiental multilateral que regula la producción y el consumo de casi 100 sustancias químicas denominadas sustancias que agotan la capa de ozono (SAO).
Desde la prohibición de los gases llamados clorofluorocarbonos, que se empleaban como refrigerantes y propelentes de sprays, la capa de ozono se ha ido recuperando lentamente y los datos muestran claramente una tendencia a la disminución del área del agujero de ozono, sujeta a variaciones anuales.
La última evaluación científica del agotamiento de la capa de ozono de la OMM y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, publicada en 2018, concluyó que la capa de ozono está en vías de recuperación y de posible retorno de los valores de ozono sobre la Antártida a los niveles anteriores a 1980 para 2060.
“Necesitamos una acción internacional continua para hacer cumplir el Protocolo de Montreal sobre los productos químicos que agotan la capa de ozono. Todavía hay suficientes sustancias que agotan la capa de ozono en la atmósfera para causar el agotamiento de la capa de ozono anualmente”, concluyó Oksana Tarasova.
Un caso de éxito
La cuestión del agujero de ozono se tiene como uno de los grandes éxitos de los acuerdos internacionales sobre temas ambientales a escala global. Hace décadas, la comunidad científica advirtió de que la emisión de los gases CFC de origen humano causaba el deterioro de esta capa de gas de ozono en capas altas de la atmósfera que protege la Tierra de los dañinos rayos ultravioleta.
El Protocolo de Montreal, de 1987, sentó las bases para la disminución de estos gases y evitó que el problema fuera a más. El agujero se ha mantenido en las últimas décadas por el efecto acumulado de los gases que ya habíamos emitido y que los científicos ya sabían que seguirían actuando durante largo tiempo.
Pero el problema no ha ido a más gracias a la disminución de emisiones de CFC que se adoptó hace más de 30 años por la comunidad internacional. De no haber sido así, las consecuencias actuales serían mucho mayores.
Esto es lo que precisamente vincula el ozono, como ejemplo, con el cambio climático. Los llamamientos actuales a reducir emisiones ahora mismo para evitar daños dentro de décadas se alimentan con ejemplos positivos como el ozono: un reto que la Humanidad supo abordar, pese a lo cual aún sentimos los coletazos de los errores del pasado.
