En el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía de este año se pretende demostrar que la inversión en tierras saludables es una decisión inteligente, no solo en términos económicos, que actuará como palanca para alcanzar los 17 ODS en la próxima década



El hogar de 4.000 millones de personas, más de la mitad de las que viven en la actualidad, pende de un hilo. El motivo, según Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica (IPBES), está en el implacable avance de la desertificación, que cada año se lleva por delante 12 millones de hectáreas de tierra.
Este fenómeno no es nuevo, sino que se trata de un elemento que ha estado muy presente en nuestro desarrollo como especie. Así, las consecuencias que desencadenan la desertificación han sido en muchas ocasiones el motivo por el que se han levantado y caído civilizaciones enteras.
De acuerdo con el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, la desertificación significa la degradación de la tierra en áreas áridas, semiáridas y subhúmedas secas -aquellas zonas en las que la proporción entre la precipitación anual y la evapotranspiración potencial está comprendida entre 0,05 y 0,65- como resultado de varios factores, incluidas las variaciones climáticas y las actividades humanas.
En ningún caso se refiere a la desertización, es decir, a la expansión natural de los desiertos existentes por causas naturales y por un proceso que requiere miles de años
El problema es que el proceso de la desertificación se ha multiplicado por 30 durante los últimos años en relación con la media histórica, de ahí que las proyecciones apunten hacia un mundo en el 41% de la superficie terrestre y el 45% de la superficie agrícola, compuesta precisamente por tierras secas, puedan verse gravemente degradadas.
El IPBES explica que el ascenso de la desertificación responde a las complejas interacciones entre diferentes causas, aunque apunta directamente a una de ellas: las actividades humanas que, en esencia, han dado cabida a dos grandes lastres, siendo el primero de ellos el cambio climático.
En concreto, este fenómeno mundial nos está trasladando hacia un escenario en el que los periodos de calor y los fenómenos extremos relacionados con él están aumentando considerablemente. Mayor temperatura es sinónimo de una mayor demanda hídrica, algo que, precisamente, no se puede tolerar ante un más que probable futuro con cambios en las precipitaciones y menor disponibilidad de agua.
Por ejemplo, en España las precipitaciones estarán peor repartidas, tanto en tiempo como en espacio y convivirán con fenómenos extremos que harán peligrar su durabilidad en los suelos. Por lo tanto, un litro de agua futura tendrá un peor rendimiento que un litro de agua actual, convirtiéndose así en una autentica bomba de relojería para las el 75% del territorio español que incluso ahora ya es vulnerable a la desertificación. Sin olvidar que agua, irónicamente, erosionará en mayor medida el suelo débiles y los precipitarán a la desertificación.
Por este motivo, el IPBES recuerda que el cambio climático y desertificación son dos fenómenos que se retroalimentan porque mientras que el segundo contribuye a la aparición del primero, este “agrava los efectos de la degradación de la tierra y reduce la viabilidad de algunas opciones para evitar, reducir y revertir la degradación de la tierra”.
No hay que olvidar tampoco que el cambio climático, a pesar de haber favorecido un reverdecimiento a escala global, también ha degradado el 12,6% de las tierras secas, o lo que es lo mismo, 5,4 millones de kilómetros cuadrados de terreno.


El otro gran factor es la rápida expansión y la gestión insostenible de las tierras de cultivo y las tierras de pastoreo que en apenas 30 años han acabado con el 6% de las tierras secas del mundo. Y es que como recuerda el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), una cuarta parte de la superficie terrestre sin hielo de la Tierra está sujeta a la desertificación por estas prácticas.
De hecho, la tasa de erosión de suelo por la actividad agrícola es 100 veces más alta que la de formación del suelo, convirtiéndose así en el principal factor que impulsa la degradación del suelo, según el IPCC.
Este factor, unido a los efectos convidados del cambio climático, reducirán los rendimientos de los cultivos a nivel mundial en un 10%, y algunos sufrirán una reducción de hasta el 50%. Entre otras cosas, esto conducirá a un fuerte aumento del 30% en los precios mundiales de los alimentos, 700 millones de desplazados por el hambre y pobreza a mediados de siglo y un aumento 12% en las posibilidades de que estallen conflictos violentos, de acuerdo con el IPBES.
Y esto es solo el principio porque tampoco se han nombrado las pérdidas de biodiversidad, el Producto Interior Bruto Mundial…Está claro que la batalla por la supervivencia del suelo está más que inclinada hacia uno de los lados.
Restablecer nuestros suelos
La desertificación se presenta como un problema mundial, con profundas repercusiones y por ese motivo durante la Cumbre de la Tierra de Río de 1992 se identificó como uno de los mayores desafíos para el desarrollo sostenible, junto al cambio climático y la pérdida de biodiversidad.
Solo dos años más tarde, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CLD), el único acuerdo internacional jurídicamente vinculante que vincula el medio ambiente y el desarrollo con la ordenación sostenible de la tierra, y declaró el 17 de junio «Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía».


Este año, el lema elegido para este día es “Restauración. Tierra. Recuperación” y se centra en la conversión de las tierras degradadas en tierras saludables. Dado la retroalimentación inherente entre los sistemas agrarios de la Tierra, el clima y las sociedades humanas, alcanzar este objetivo tendrán beneficios multiplicativos.
“La seguridad alimentaria, energética, hídrica y de los medios de subsistencia, así como una buena salud física y mental de las personas y las sociedades, son, en todo o en parte, un producto de la naturaleza, y se ven afectadas negativamente por los procesos de degradación de la tierra”, recuerda el IPBES.
“Apostar por la restauración de las tierras nos ayudará a sobrepasar todos estos desafíos y, en esencia, a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) propuestos para el 2030 y obteniendo también beneficios económicos”, añade.
En este sentido, el presidente de la Asamblea General de la ONU, Volkan Bozkir, puntualizó en una cumbre sobre degradación de suelos celebrada este lunes en Nueva York que una inversión de 2,7 mil millones de dólares anuales, se “podría transformar la economía del mundo y en una década la economía mundial podría crear 395 millones de nuevos puestos de trabajo y generar más de 10 mil millones de dólares”.
Los compromisos actuales de más de 100 países especifican la restauración de casi mil millones hectáreas de tierra, una superficie similar a la que ocupa China, durante el llamado Decenio de la ONU sobre la restauración de los Ecosistemas, que se extenderá hasta el 2030.


De restaurar 250 millones de esas tierras para producir alimentos, la ONU señala que se podría reducir la inseguridad alimentaria mundial y asegurar la subsistencia de los próximos 9.000 millones habitantes que heredarán la Tierra.
Asimismo, la restauración de 350 millones de hectáreas de ecosistemas degradados podría eliminar hasta 26 gigatoneladas de gases de efecto invernadero de la atmósfera, cerca de casi la mitad de lo que el mundo emitió en 2019.
Eso sí, para comenzar este camino, los países deberán adoptar e implementar objetivos de neutralidad en la degradación de la tierra, que revitalicen la tierra a través de estrategias sostenibles de gestión de la tierra y el agua, y restauren la biodiversidad y las funciones del ecosistema, tal y como enfatizó el presidente de la Asamblea.
“La restauración de la tierra debe estar en el corazón de los procesos internacionales existentes, como las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) para combatir el cambio climático, el Marco Global de Biodiversidad posterior a 2020 y los planes de recuperación y estímulo del COVID-19”, agregó.
Our planet is facing an environmental crisis & our existence is entirely dependent upon how we reset & rebuild our relationship with the natural world. I hope that today’s Dialogue on Desertification, Land Degradation and Drought serves as a wakeup call to upscale land action. pic.twitter.com/nZEbQ1jLii
— UN GA President (@UN_PGA) June 14, 2021
También destacó la necesidad de una “mayor sinergia” entre la paz, el desarrollo y la acción humanitaria, con los ODS sirviendo como hoja de ruta: “La cooperación aquí se puede lograr a través de la implementación universal de un marco de la ONU sobre la reducción del riesgo de desastres, que dijo que mejorará los esfuerzos de prevención”.
Del mismo modo, el IPBES señala que la falta generalizada de conocimiento del problema de la degradación de la tierra es uno de los principales obstáculos para la acción y, por ello, pide generar conciencia acerca de los factores impulsores y las consecuencias de la degradación de la tierra y así para pasar de los objetivos de política de alto nivel a la aplicación a nivel nacional y local.
“La degradación de la tierra suele considerarse una consecuencia inevitable del desarrollo económico. Incluso en las ocasiones en que se reconoce el vínculo entre la degradación de las tierras y el desarrollo económico, no necesariamente se otorga la debida consideración a las consecuencias de esa degradación, lo que puede dar pie a la inacción”, expone el IPBES.
Dicen que el tiempo provee, pero es tiempo lo que ahora no podemos malgastar, por lo que la necesidad de intensificar nuestras acciones ahora es más que un imperativo para asegurar el futuro del planeta. La clave estará en empezar cuidando aquello que precisamente nos mantiene firmes en este planeta: los suelos.
