Los observadores y activistas contra el cambio climático estaban indignados. De los seis bloques temáticos que el moderador de Fox News, Chris Wallace, había preparado para el debate entre Donald Trump y Joe Biden, ninguno hablaba del calentamiento global. Pero Wallace se había reservado el derecho de sorprender a los candidatos y a la audiencia, y hacia el final le lanzó la pregunta al presidente de los Estados Unidos: “¿Qué cree usted de la ciencia del cambio climático y qué hará en los próximos años para confrontarlo?”.
Era la primera vez que un moderador abordaba el tema desde el año 2008, cuando Barack Obama y John McCain se disputaron la Casa Blanca. En aquel entonces, pese a que el concepto de cambio climático resultaba más difuso que hoy, los adversarios coincidían en que no se hacía suficiente al respecto y que había que limitar las emisiones contaminantes en los 50 estados del país.
Ha pasado más de una década desde que McCain y Obama respondieron, durante su debate, a las preguntas de verdadero o falso sobre el calentamiento de la Tierra y la dependencia del petróleo. McCain ha fallecido y Obama, retirado en su mansión de Washington con el pelo prácticamente blanco, está terminando sus voluminosas memorias presidenciales. En estos años, científicos de todo el mundo han presentado numerosas evidencias de los efectos de la acción humana en el clima, Greta Thunberg es una estrella mundial y Estados Unidos padece los peores incendios de su historia, la temporada de huracanes más activa que se recuerda y un virus originado, en parte, por la destrucción de la biodiversidad y el mayor contacto entre animales y hombres.
Esta divergencia partidista se percibe también en la calle. Según un sondeo de Pew Research Center, el 88% de los votantes demócratas piensa que el cambio climático es una “importante amenaza”: una proporción casi tres veces mayor que entre los votantes republicanos (31%). La parte de la sociedad que está preocupada, más allá de la afiliación partidista, es del 59%, un número mucho menor que el de Grecia (90%), Corea del Sur (86%) o España (81%).
“Creo en un aire y un agua cristalinos”, respondió Trump a la pregunta sorpresa del moderador. “Creo en un aire bello y limpio. Ahora tenemos [las emisiones de] carbono más bajo, si miras a los números ahora mismo, lo estamos haciendo fenomenal. Pero no he destruido nuestras empresas”. Luego Trump echó la culpa de los incendios que devoran California a la mala gestión forestal, pese que el 60% de sus bosques están controlados por el Gobierno federal y a que existen pruebas de la relación entre la sequedad, generada por el aumento de las temperaturas, y los fuegos. Donald Trump, presionado por Wallace, dijo que creía, “hasta cierto punto”, que la polución humana tenía que ver con el calentamiento de la Tierra.
El moderador no indagó en las políticas del actual Gobierno. Donald Trump ha eliminado o reducido 74 regulaciones medioambientales, por ejemplo las multas por contaminar el agua y el aire, las medidas de seguridad para extraer petróleo en el mar o los estándares ambientales de los vehículos. La Agencia de Protección Medioambiental ha ido menguando en autoridad hasta tener el menor número de reglas en vigor de los últimos 30 años.
Al mismo tiempo, el presidente ha aprobado la construcción de varios gasoductos y ampliado los territorios que las madereras pueden. Una serie de intenciones que ya estaban larvadas en su campaña anterior y que tienen la guinda en la retirada del Acuerdo Climático de París, firmado por 195 países. Una retirada que se hará efectiva, si las urnas no dictan lo contrario, en noviembre.
La pregunta climática de Wallace provocó un efecto mágico: abrió un paréntesis de calma en el que ha sido considerado el peor debate de la historia reciente. Una hora y media de empujones y arañazos verbales entre los candidatos, que bajaron al fango a los pocos minutos de empezar, se atacaron personalmente y no dejaron de interrumpirse, sobre todo Trump: el moderador tuvo que llamarlo al orden en 35 ocasiones. Pero la cuestión sorpresa conjuró unos minutos de respiro, ante el alivio de las audiencias. Donald Trump redujo el ritmo de sus frases y, cuando le tocó responder a Biden, el presidente le dejó terminar sus párrafos.
«La manera en la que el moderador del debate televisivo formuló la pregunta generó las críticas de los observadores climáticos»
La manera en la que Wallace formuló la pregunta, sin embargo, generó las críticas de los observadores climáticos. “Chris Wallace también cayó en algunas de las trampas más comunes de preguntar si el cambio climático es real y debatiendo sobre el coste de la acción sin el contexto crucial del coste de la inacción”, declaró a The Guardian Bracken Hendricks, co-fundador del grupo Evergreen Action. “Los moderadores de los futuros debates deben de construir sobre estos cimientos e investigar los planes divergentes de los candidatos para la crisis climática”.
Más tarde volvieron a chocar en el mismo estilo bronco. Donald Trump acusó a Joe Biden de apoyar el llamado Green New Deal, un ambicioso proyecto de renovación económica nacional con un fuerte acento ecológico. Una idea creada por el ala socialista del Partido Demócrata, con la que los republicanos tratan de asociar al moderado Biden. Pero el veterano progresista no mordió el anzuelo y dejó claro que él no apoyaba el Green New Deal. El suyo era el Plan de Biden, que planea invertir dos billones de dólares en la reconstrucción económica pos-coronavirus y hacerlo de manera verde y sostenible: con idea de eliminar las emisiones de carbono para 2050.
Unas 48 horas después del primero de tres debates, mientras las autoridades electorales barajaban cambiar las reglas para que los candidatos no pudieran interrumpirse constantemente, el presidente Donald Trump dio positivo de Covid-19. El presidente de EEUU, de 74 años y en el límite de lo que se considera obesidad, es población de riesgo, según los parámetros del Centro de Control y Prevención de Enfermedades.
La campaña presidencial ha sido por tanto arrojada a un territorio desconocido. El presidente asegura que seguirá con su trabajo diario durante la cuarentena. Dada la crisis de salud pública y el carácter desenfadado del presidente, que rara vez se pone mascarilla y ha dado mítines en espacios cerrados y llenos, el Brookings Institution había publicado este verano una guía de qué sucedería si Trump contrae Covid-19
La prioridad ahora, mientras el presidente y su esposa observan el aislamiento, es proteger a la línea de sucesión, en este orden: el vicepresidente Mike Pence, la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, y el senador Chuck Grassley, que dada su veteranía sería el siguiente en la lista. Si Trump ve que va a ser temporalmente inhabilitado (por ejemplo si lo conectan a un respirador), puede comunicarlo por escrito al Congreso y el vicepresidente Pence ocuparía su lugar.
En cierto modo, el deterioro en las condiciones ambientales, que facilita la transmisión de virus entre animales y personas, parece haber dado un paso más lejos: y ha golpeado la campaña presidencial en su mismísimo centro.
