El clima en la América ingobernable

El clima en la América ingobernable

El clima en la América ingobernable

El recuento de votos en las elecciones de Estados Unidos continúa por el filo de la navaja, y con él la manera en que la primera potencia del mundo actuará en los próximos cuatro años. Las potenciales administraciones de Donald Trump y Joe Biden encarnan distintas posturas y filosofías, en ocasiones totalmente opuestas: por ejemplo en lo que se refiere a las políticas medioambientales


Argemino Barro | Corresponsal en EEUU
Nueva York | 6 noviembre, 2020


Casi al mismo tiempo que 143 millones de norteamericanos depositaban sus papeletas, la decisión de Donald Trump de abandonar el Acuerdo Climático de París se hacía efectiva. Este miércoles 4 de noviembre Estados Unidos se convirtió en el primero de los 195 miembros en salirse del acuerdo, firmado a finales de 2015 y una de las señales más elocuentes de cómo difiere la manera de pensar de estas dos Américas: la demócrata, concentrada sobre todo en las grandes ciudades, y la América del interior, más rural y de tendencia conservadora.

La salida del acuerdo se ha producido con tanto retraso debido, precisamente, a que los firmantes originales querían cerciorarse de que las turbulencias políticas de un gigante como Estados Unidos, la segunda potencia contaminante del mundo, no iban a hacer descarrilar el proyecto por el hecho de elegir un nuevo presidente.

Los arquitectos del acuerdo tenían fresca la memoria del Protocolo de Kioto, que Bill Clinton no pudo ratificar en 1997 por la falta de apoyo del Senado republicano. Así que para salir de París se estableció un periodo de tres años más una notificación a Naciones Unidas de al menos 12 meses.

Aplauso del plenario tras la firma del Acuerdo de París sobre cambio climático en 2015.

“Esta será la segunda vez que los Estados Unidos han sido la fuerza principal detrás de la negociación de un acuerdo climático”, declaró a la BBC Andrew Light, antiguo responsable del clima con la Administración Obama. “Con el Protocolo de Kioto nunca lo ratificamos; en el caso del Acuerdo de París, lo abandonamos. Así que creo que obviamente hay un problema”. El país de las barras y estrellas se acaba de unir así a la minoría de díscolos que no son parte del acuerdo: Irak, Irán, Libia, Eritrea, Sudán del Sur, Yemen y Turquía.

«Estados Unidos se acaba de unir a la minoría de díscolos que no son parte del Acuerdo de París: Irak, Irán, Libia, Eritrea, Sudán del Sur, Yemen y Turquía»

La resolución de Trump, aunque forzosamente tarde, acaba de tumbar así una de las grandes iniciativas de su antecesor, Barack Obama, que trató de adoptar en los últimos años de su presidencia un mayor compromiso contra el cambio climático. Pero si Joe Biden se confirma como ganador, ha dicho que volverá a la senda marcado por su antiguo jefe, Obama. “Hoy, la Administración Trump ha dejado oficialmente el Acuerdo Climático”, tuiteó este miércoles el candidato demócrata. “Y en exactamente 77 días [tras su potencial jura del cargo el 20 de enero de 2021], una Administración Biden se unirá de nuevo”. Si este es el caso, tardaría apenas un mes, y en marzo del año que viene Estados Unidos estaría de vuelta.

El presidente Biden, sin embargo, tendría las manos parcialmente atadas por un Senado que, según los últimos datos del recuento, puede seguir siendo republicano. Cualquier ley de calado tiene que pasar por ambas cámaras del Congreso, y Biden quedaría limitado al mundo más superficial y efímero de los decretos. Un mundo en el que quizás no sería capaz de lanzar su principal promesa de campaña, Build Back Better, un plan de reconstrucción de la economía con una clara vertiente ecológica.

El apoyo a sus políticas ambientales, si no de un Congreso dividido, manaría de las ciudades y los estados controlados por el Partido Demócrata, con California a la cabeza, que han tratado de legislar por su cuenta durante los años de Donald Trump.

 

Debate electoral entre Trump y Biden celebrado el 22 de octubre de 2020 en Nashville. | Foto: Devi Bones

Si por el contrario Donald Trump retiene la presidencia, es de esperar que continúe desregulando los límites a la contaminación, favoreciendo las industrias del carbón y de los combustibles fósiles e ignorando las iniciativas internacionales para limitar el recalentamiento del planeta. Aún así resulta difícil de saber en qué manera concreta: su campaña no llegó a presentar una agenda de medidas.

Un país dividido

Sea quien sea el jefe de Estado a partir del próximo 20 de enero, Trump o Biden presidirán un país profundamente dividido y en mal estado institucional, hasta el punto de que nadie sabe si esta seguirá siendo una potencia gobernable.

“Si contamos los votos legales, gano con facilidad. Si contamos los votos ilegales, pueden intentar robarnos las elecciones”, reiteró el presidente de EEUU, Donald Trump, este jueves, después de 36 horas de silencio. Las alegaciones del comandante en jefe no vinieron acompañadas de pruebas, como detalla la verificación realizada, entre otros, por la agencia de noticias Associated Press. Aún así, es muy posible que sus declaraciones tengan buena acogida en grandes segmentos de la población estadounidense.

En las semanas y meses anteriores a las elecciones, varios sondeos dieron cuenta de lo deshilachados que estaban los tejidos sociopolíticos de Estados Unidos. La inmensa mayoría de los votantes, un 78% de los republicanos y un 91% de los demócratas, creían que el partido rival iba a intentar amañar los comicios. Son datos encuestados por la Universidad de Monmouth. Una encuesta aparte reflejaba que uno de cada tres norteamericanos, tanto a la izquierda como a la derecha, estaría dispuesto a usar la violencia si considera que el otro partido trata de conservar u obtener el poder de forma ilegítima. Otros indicadores sugieren lo mismo: que Estados Unidos está muy cerca del punto de ebullición.

«La inmensa mayoría de los votantes, un 78% de los republicanos y un 91% de los demócratas, creían que el partido rival iba a intentar amañar los comicios»

En esta atmósfera de recelo y descrédito, el presidente republicano lleva tiempo tratando de inculcar la creencia de que el voto por correo es fraudulento. Ya que el país se encontraba en medio de una pandemia y los demócratas favorecieron esta forma de votar como medida de precaución sanitaria, flexibilizando las reglas en varios estados y así abriendo espacios para el conflicto legal, se formó un escenario narrativo en el que rechazar unos resultados alegando fraude sería políticamente más factible.

Las papeletas por correo, además y dado el volumen de 64 millones que se ha dado este año, tienden a llegar más tarde a las oficinas electorales, por eso su recuento se está alargando ya unos días. Dado que los votos por correo llegan después y son de mayoría demócratas, el mapa electoral de las primeras horas del martes fue tiñéndose de rojo republicano. Es lo que en política electoral se llama un “espejismo rojo”: la sensación de que el partido de Trump iba ganando por goleada, cuando lo cierto es que solo era el principio del recuento. Luego los votos azules demócratas fueron apareciendo y el mapa se fue configurando con dos colores.

Antes del 3 de noviembre y sospechando las intenciones de Trump, que iba por detrás en todas las encuestas, varios observadores barajaron la posibilidad de que el magnate utilizara el “espejismo rojo” como plataforma para cantar victoria y exigir que se dejasen de contar el resto de votos, alegando que su retraso abriría la puerta a todo tipo de irregularidades. Llegada la madrugada del martes, empezado ya el recuento de la masa de votos por correo, eso fue lo que aparentemente hizo Donald Trump: se proclamó reelegido en la Casa Blanca y pidió al Tribunal Supremo, de mayoría conservadora gracias a sus nombramientos, que parase el proceso.

Ahora parece que el presidente se ha quedado solo, arropado por su familia pero abandonado por el Partido Republicano y sus aliados de la cadena Fox, que mostrarían una fría distancia con las infundadas denuncias de Trump. Aunque esto quizás sea, también, un espejismo.

El motivo es que Donald Trump sigue siendo el maná del que vive el Partido Republicano. Después de un año marcado por la pandemia, la crisis económica y las mayores protestas raciales en un siglo, el neoyorquino ha ganado casi 70 millones de votos: unos seis millones más que en 2016 y más incluso que el récord marcado por Barack Obama en 2008.

«EEUU, que representa el 4% de la población mundial, generan el 30% de la basura y la sexta parte del dióxido de carbono del mundo»

Siguen siendo menos que los 73 millones de Biden, pero indican que su base electoral no solo no ha encogido, como detallaban tantas encuestas, sino que se ha expandido notablemente: especialmente entre los latinos, que le dieron su decisiva victoria en Florida y Texas.

Y la lealtad de la base es férrea. Gracias a ella Trump ha podido moldear el partido a su imagen y semejanza. Cuando alguno de sus correligionarios le criticaba, Trump lo apuntaba con el dedo y este caía en desgracia, abandonado por los votantes. Y al revés: la bendición de Trump, incluso a políticos desconocidos, les granjeaba un escaño como por arte de magia. Es con esta dinámica con la que el Partido Republicano no solo ha podido mantener, seguramente, el Senado. También ha conseguido una gobernaduría, en Montana, y un nuevo Congreso estatal, en New Hampshire.

En otras palabras, Trump, pese a que probablemente pierda la presidencia, sigue siendo el caballo ganador republicano. Ahora mismo decenas de millones de votantes solo lo escuchan a él, y Trump les está diciendo que, si Biden llega al Despacho Oval, lo hará como usurpador: como un presidente ilegítimo. Una acusación que ganaría fuerza, desde el punto de vista de la óptica, con el hecho de que los márgenes de victoria de Biden serían exiguos y conseguidos tarde, in extremis, en unos pocos estados.

La palabra “incertidumbre”, de la que se ha abusado tanto en los últimos años, vive ahora mismo una edad de oro en Estados Unidos. Si Biden es investido comandante en jefe, no sería descabellado barruntar que una buena porción de Estados Unidos no lo reconocería como tal. Si, por el contrario, es Trump quien logra mantenerse en el poder, gracias a una magia electoral de última hora o a una serie hábil de feroces litigios y trucos parlamentarios, lo tangible, vistas las circunstancias, es que la otra mitad del país no lo reconozca.

Estas son las arenas movedizas sobre las que ahora mismo camina el sistema político de la primera potencia del mundo, que como tal ostenta el peso decisivo en la lucha contra el cambio climático. Sus habitantes, que representan el 4% de la población mundial, generan el 30% de la basura y la sexta parte del dióxido de carbono, y arrojan la mayor cantidad de plásticos al océano. Una gigante en el que todavía se quiere ver reflejado medio mundo, y que ahora camina cojeando, enfermo de sus propios virus y bacterias políticas. Lo sabían los que redactaron el Acuerdo de París, poniendo esas condiciones estrictas, y los acontecimientos lo han demostrado.

«La palabra ‘incertidumbre’, de la que se ha abusado tanto en los últimos años, vive ahora mismo una edad de oro en Estados Unidos»

En este escenario de polarización y recelo las creencias bailan, sometidas al vapuleo de la política, la desinformación y las redes sociales: por ejemplo la creencia en el cambio climático. Según una encuesta de Eco Pulse, la proporción de estadounidenses que creen en el cambio climático ha pasado de 65% en 2017 a 55% en la actualidad. Aquellos que lo niegan se mantienen en el 17%.

La América de Obama y la América de Trump, que se hacen y deshacen la una a la otra, como sucedió con el Acuerdo Climático o con centenares de regulaciones relativas a la protección de los ríos, el aire, los bosques y los océanos, se van alternando con cada vez mayor virulencia: como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, siendo el bueno o el malo quienes decidan los habitantes de cada una de estas dos Américas.



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