Si hubiera que declarar un ganador de 2020, además del propio coronavirus y del presidente Joe Biden, habría que mirar a la Costa Oeste de Estados Unidos: habría que mirar a Amazon. La gigante fundada por Jeff Bezos ha visto crecer todavía más su poder, hasta convertirse en una especie de muleta material de la civilización americana. Dos datos: uno, el comercio electrónico estadounidense aumentó un 35% durante la pandemia. Y dos, un tercio de ese comercio lo gestionó Amazon.
Que se lo digan a los habitantes del sur de California. La región que rodea Los Ángeles concentra el mayor número de almacenes de Estados Unidos, en torno a 34.000, una cantidad que no deja de crecer, como también crecen las hileras de camiones que transportan sus productos a los sedientos hogares estadounidenses. Solo en el mes de julio del año pasado Amazon entregó 415 millones de paquetes; dos de cada tres, con sus propios repartidores. Y solo es el principio: Amazon quiere aumentar un 50%, este año, el espacio de sus almacenes en EEUU.
Son buenas noticias para la corporación y para los consumidores encerrados; no tanto para el clima, o para los barrios aledaños de estas instalaciones. La actividad de Amazon y de otras empresas de reparto y logística empeora cada vez más a la calidad del aire, y los reguladores medioambientales del sur de California han dado un puñetazo en la mesa.
“Aproximadamente la mitad de las sustancias contaminantes aéreas que contribuyen al smog provienen de la industria de transporte de bienes, siendo la principal fuente los camiones pesados que se dirigen a los almacenes del sur de California”, dijo Wayne Nastri, miembro del órgano que supervisa la contaminación en la zona. “Tras muchos años de desarrollo, la adopción hoy de la ‘regla de los almacenes’ es un gran paso hacia la reducción de la polución aérea y la protección de las millones de personas directamente impactadas por este tipo de polución”.
Dicha regla, aprobada el pasado viernes 7 de mayo, obliga a rebajar los niveles aéreos de óxido de nitrógeno en los próximos tres años. Concretamente, los 3.300 almacenes de la zona que tienen una superficie superior a 9.200 metros cuadrados habrán de reducir sus emisiones contaminantes para aligerar el smog en un 10% o un 15% y ceñirse a los nuevos límites federales a la polución.


Las propietarias de los almacenes pueden alcanzar estos objetivos tomando medidas por su cuenta o siguiendo las recomendaciones del Gobierno local. Por ejemplo, instalando paneles solares o sistemas de filtrado de aire en las escuelas y guarderías de la zona. La recomendación principal es que inviertan en camiones eléctricos y en la instalación de estaciones de carga para dichos camiones. Las empresas más contaminantes pagarán una tasa destinada a financiar esta infraestructura, una de las grandes apuestas, por otra parte, de la Administración Biden.
Si bien la venta de coches eléctricos avanza a buen ritmo, los camiones eléctricos todavía no se han consolidado como una alternativa recurrente a los tradicionales. A finales de 2019 solo había en las carreteras norteamericanas en torno a 2.000 camiones eléctricos. Mientras, ese año se vendieron 245.000 coches de batería.
Varios grupos ambientalistas han denunciado la proliferación del almacenes, que solían instalarse cerca de los puertos y de las autopistas, en zonas residenciales: vecindarios en los que suele vivir una mayoría de gente de color y de limitados ingresos. Un estudio de la National Library of Medicine liga el óxido de nitrógeno y las partículas contaminantes con todo tipo de enfermedades respiratorias, empezando por el asma. La reducción de las emisiones en la zona podría bajar significativamente estas dolencias en la próxima década.
El sur de California no es la única región de Estados Unidos en la que se multiplican los almacenes. Los aledaños de Houston, en Texas, están viendo una auténtica explosión de estos espacios. Según datos de Colliers International, el año pasado se inauguraron en la ciudad casi 800.000 metros cuadrados de almacenes: el doble que en el año anterior, hasta el punto de que el mercado se está saturando.
Algo similar ocurre en Nueva York. En 2020 Amazon abrió aquí nueve almacenes. La expansión del espacio es la única forma de gestionar los casi 2 millones y medio de paquetes que se entregan cada día en la ciudad, uno de los principales laboratorios de pruebas de la industria del comercio electrónico.


De hecho el crecimiento de los almacenes va tan rápido que resulta difícil encontrar, precisamente, camioneros que trasladen los productos. Una escasez que ya era evidente antes de que el virus desembarcara en las costas de EEUU. La falta de conductores, sobre todo para transportes de larga distancia, obliga a las empresas a ofrecer incentivos y elevar aún más los sueldos.
La mayor transportista norteamericana que trabaja con camiones, Knight-Swift Transportation Holdings, dice ha subido los salarios un 40% en los últimos meses. Un conductor novato solía ganar 47.000 dólares al año. Desde la pandemia, está ganando más de 60.000.
Según The Wall Street Journal, la competidora Yellow Corp está contratando más conductores, abriendo academias para formarlos y celebrando ferias de empleo. “Necesitamos más conductores y los necesitamos ahora”, dijo al diario Darren Hawkings, consejero delegado de la empresa. “La demanda es fuerte, la capacidad queda justa, y vamos a estar en modo de contratación” hasta, por lo menos, finales de año.
La misma tendencia se ve por todo el país. Las empresas de camiones, que mueven el 70% de las cargas por tierra de Estados Unidos, también están gastando dinero en equipos y tecnología. En el primer trimestre de 2021 se encargaron 126.000 camiones pesados: el triple que en el mismo periodo del año anterior. Y, sin embargo, hay 33.000 conductores menos que en 2020.
La compañía de Texas Sisu Energy necesita urgentemente transportar sus productos, por eso ofrece pagar hasta 14.000 dólares semanales a los camioneros que puedan aportar sus propios vehículos. La empresa estima que la escasez de camioneros, no es algo puntual, y posiblemente durará más allá del verano.
Así que la falta de transportistas que era patente hace más de un año, ha empeorado durante la pandemia y, por si fuera poco, se ha ensalzado todavía más en los últimos días. El ciberataque a Colonial Pipeline, el oleoducto de petróleo de refino más grande de Estados Unidos, con casi 9.000 kilómetros de tuberías y capaz de bombear 3 millones de barriles diarios entre Texas y Nueva York, interrumpió el servicio. Un servicio que abastece el 45% del combustible de la Costa Este.


El presidente de EEUU, Joe Biden, declaró el estado de emergencia para lidiar con el mayor ciberataque de la historia contra las infraestructuras energéticas estadounidenses, y los ciudadanos, como suele suceder en estos casos, se abalanzaron a acaparar combustible por si la situación empeoraba. Y ahí se evidenció la falta de camioneros: con el oleoducto paralizado, alguien tenía que mover esa gasolina y ese diesel por las carreteras de la fachada atlántica del país.
“Cada enlace en la cadena de suministro incluye un camionero”, declaró al canal 7 News Rick Todd, presidente y CEO de la Asociación de Camiones de Carolina del Sur. “En cualquier parte de la cadena de suministro, vamos a ver retrasos y, en ocasiones, aumentos de precio”.
Muchas gasolineras se quedaron vacías y hubo casos de ladrones que robaban el combustible de los camiones. Colonial Pipeline, que pagó un rescate a los hackers, presumiblemente radicados en Rusia aunque sin relación con el Kremlin, ha reanudado poco a poco las operaciones. La Casa Blanca espera que las dificultades en el suministro se acaben este fin de semana o a principios de la semana que viene.
