A pesar del frío, las temperaturas de los últimos meses siguen demostrando que el planeta no se está parando de calentar. Algunos estudios demuestran que los veranos se prologarán mientras los inviernos se acortan, gestando un mundo que puede llegar a ser inhabitable en algunas de sus regiones



Un patrón inquebrantable ha gobernado durante años el tiempo del hemisferio norte. Un patrón caracterizado por dos estaciones transitorias, primavera y otoño, y una fría y otra cálida, conocidas como invierno y verano, respectivamente, que se han encargado de teñir con sus mantos climáticos cada rincón de toda esta región.
Sin embargo, los impactos antropogénicos sobre este planeta están demostrando que incluso estos aparentes pilares inamovibles son más bien espejismos dentro de nuestro ideario, evidenciando que nuestras vidas se sustentan sobre una base edificada en la fragilidad.
Tan solo hace falta remitirse a los informes mensuales de las temperaturas, concretamente a los teóricamente más fríos, emitidos por el Servicio de Cambio Climático Copernicus (CS3) para entender la enorme variabilidad a la que están sometidas las estaciones y las tendencias que están siguiendo.


Según este servicio, tan solo la temperatura europea desde diciembre del 2020 a febrero de este año (el llamado invierno boreal) fue 0,6 grados Celsius más elevada con respecto al nuevo promedio 1991-2020 (1,1°C superior al promedio 1981-2010), lo que supone un descenso de 2,3°C con respecto al anterior invierno, pero una prueba más de que las temperaturas no paran de incrementarse.
“El invierno de este año fue similar a las medias europeas de los inviernos 2017/18 y 2018/19, aunque se sitúa dentro los últimos 10 inviernos más cálidos desde el 79, mayoría de ellos presentes en la última década”, aclaran desde el CS3.


Febrero fue, en parte, el encargado de frenar la subida media de la temperatura durante este invierno gracias a la desestabilización del vórtice polar. Entre otras cosas, esta perturbación desencadenó una ola de frío que afectó al 73% de los Estados Unidos, así como al norte de Europa, mismas regiones que días después sufrirían récords de temperatura máxima.
Como recuerdan desde el CS3, solo en Alemania y Francia las temperaturas sufrieron variaciones de hasta 40°C en apenas un día mientras que los termómetros de Noruega registraban las temperaturas más frías desde el 2010.
“En contraste, las condiciones fueron suaves en el noreste de Canadá, Groenlandia y el Océano Ártico y los mares costeros al este desde Groenlandia hasta el este de Siberia. Las temperaturas también estuvieron muy por encima del promedio de febrero de 1991-2020 en una banda que incluía el noroeste de África, Oriente Medio, Asia central y China”, resaltan desde el CS3.
Enero fue más tranquilo, en este sentido, aunque sobre todo los países de Europa se vieron azotados por una ola de frío, también por una desestabilización del vórtice, que, por ejemplo, en España, provocó una de las mayores nevadas de los últimos 50 años. Aun así, las temperaturas se mantuvieron en general 0,24°C por encima del nuevo promedio y 0,43°C con respecto al antiguo, siguiendo así la estela dejada por diciembre del 2020, el sexto más cálido desde que se tienen registros.
Un invierno que se solapa
La entrada de la primavera meteorológica, que abarca los meses de marzo, abril y mayo, ha frenado en cierto modo la enorme variabilidad climática que se vivió en el pasado mes de febrero, aunque todavía se siguen dado ejemplos de extremos climáticos.
Es el caso de los observados por los voluntarios del proyecto FrostSE, de la Universidad de Murcia, que han logrado registrar por primera vez en el sur peninsular, concretamente en la provincia de Jaén, temperaturas que rozan los -30°C durante esta semana.
❄️❄️ “Por primera vez se rozan -30ºC en la mitad sur peninsular”
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— FrostSE (@_FrostSE) March 8, 2021
Según detallan, la temperatura alcanzada el 6 de marzo en la Nava de los Troncos (Jaén) fue de -28,8 grados Celsius, los mismo que lograron observar sus termómetros el día 12 de enero en ese mismo lugar.
No obstante, se tratan solo de eso: casos puntuales que enmascaran una realidad que cada vez está más presente en la boca de los científicos y que no es otra que la posibilidad de que los constantes incrementos de temperaturas terminen por prolongar el verano hasta seis meses al año.


«Los veranos son cada vez más largos y calurosos, mientras que los inviernos son más cortos y cálidos debido al calentamiento global”, comenta Yuping Guan, autor de un último estudio que aborda este solapamiento entre estaciones.
Según sus investigaciones, basadas en datos del hemisferio norte, el verano creció de 78 a 95 días entre 1952 y 2011, mientras que el invierno se redujo de 76 a 73 días. La primavera y el otoño también se contrajeron de 124 a 115 días y de 87 a 82 días, respectivamente.
En consecuencia, la primavera y el verano comenzaron antes, mientras que el otoño y el invierno comenzaron más tarde, siendo la región mediterránea y la meseta tibetana las áreas que experimentaron los mayores cambios en sus ciclos estacionales.
Si estas tendencias continúan sin ningún esfuerzo por mitigar el cambio climático, los investigadores predicen que para 2100, el invierno durará menos de dos meses, y las temporadas de transición de primavera y otoño también se reducirán aún más.
Riesgos para las personas
Los cambios climáticos entre estaciones pueden causar estragos ecosistemas enteros, así como problemas para la salud de las personas hasta el punto de que muchas áreas del mundo no podrán ser ni siquiera habitables para el ser humano.
Así lo expone un reciente estudio publicado en la revista Nature Geoscience que advierte que de no alcanzar la meta del 1,5°C expuesta en el Acuerdo de París, las regiones tropicales, donde vive alrededor del 40% de la población mundial, no podrán ser aptas para la vida humana.
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«Si está demasiado húmedo, nuestros cuerpos no pueden enfriarse evaporando el sudor, por eso la humedad es importante cuando consideramos la habitabilidad en un lugar caluroso», expone Yi Zhang, autor de este estudio, que añade que “las temperaturas corporales elevadas son letales”.
Para llegar a sus conclusiones, el equipo analizó varios datos históricos y simulaciones para determinar cómo cambiarán los extremos de temperatura de bulbo húmedo a medida que el planeta continúa calentándose, y descubrió que estos extremos en los trópicos aumentan aproximadamente al mismo ritmo que la temperatura media tropical.
Por ello, destacan que los trópicos no deberían sufrir episodios de «calor extremo» que «excedan el límite de supervivencia humana» si se logra mantener la subida de la temperatura por debajo de los 1,5 grados.
No obstante, también precisan que incluso un aumento menor de esa temperatura podría tener «serias consecuencias» para la salud, por lo que recomiendan que se efectúen más estudios al respecto, en un mundo que parece verse abocado hacia una nueva normalidad marcada, eso sí, por los impactos del cambio climático.
