El calentamiento global está aumentando la duración e impacto de la temporada de huracanes en la región centroamericana, algo que puede causar miles de desplazados climáticos a EEUU



Al mismo tiempo que los estadounidenses elegían presidente, el huracán Eta tocaba tierra en Nicaragua, dejando por Centroamérica un paisaje de viviendas inundadas, árboles tronzados y calles convertidas en lagos marrones y turbulentos. Dos semanas después, el 16 de noviembre, el huracán Iota entraba por la misma franja costera y ampliaba la destrucción iniciada por Eta: más daños, más desplazados, más muertos. Solo en Honduras fallecieron al menos 150 personas y casi 100.000 han tenido que montar campamentos improvisados junto a las carreteras.
La fuerza de los huracanes, ambos de categoría 4 (el Iota llegó a ser técnicamente de categoría 5), capaces de alcanzar vientos de hasta 250 kilómetros por hora, es inusual en esta región y en esta época del año. “Raramente vemos, si es que lo hemos visto alguna vez, huracanes tan poderosos formarse en esta latitud sureña del Caribe”, dijo Tim Padgett, periodista de la radio WLRN especializado en Centroamérica y el Caribe. “Y sin embargo este año hemos tenido dos de ellos tan al sur. De hecho, meteorólogos de Nicaragua dicen que el Iota ha sido el huracán más fuerte jamás registrado en ese país”.
Además de su intensidad, tampoco es habitual que los huracanes se formen en una fecha tan avanzada del otoño. La temporada atlántica de huracanes ha batido el récord en 2020 y hecho que los meteorólogos agotaran la lista de nombres previstos, teniendo que volver al principio del abecedario. Antes del mes de septiembre se formaron 13 tormentas tropicales: el mayor número jamás registrado desde que los científicos empezaron a llevar la cuenta en 1851.
20 días consecutivos de fuertes lluvias, vientos y corrimientos de tierra han golpeado de lleno al 40% de la población de Honduras, sobre todo en su zona norte. El tejido económico de la segunda ciudad del país, San Pedro Sula, que aporta el 60% del PIB hondureño, ha sido diezmado. El castigo de los huracanes se suma al castigo del Covid-19, que ya de por sí, según cálculos del Banco Mundial, habría hecho contraerse en 7,5 puntos la economía nacional.
En los campamentos de desplazados, que muchas veces consisten en un colchón sobre el barro y unos plásticos, se mezclan la pobreza y las enfermedades, entre ellas el coronavirus. “Cientos de familias afectadas por el huracán están hacinadas en refugios temporales sin mascarillas para protegerse, incapaces de mantener la distancia social y sin acceso a agua para lavarse las manos”, declaró Tom Cotter, director de Preparación y Respuestas de Emergencia de la organización humanitaria HOPE. “Los refugios colectivos podrían ser un campo de cultivo para la rápida propagación del virus, aumentando la vulnerabilidad entre una población que ya está afectada por los desastres naturales y los efectos devastadores del cambio climático”.


El Gobierno hondureño estima que la reconstrucción costará cerca de 10.000 millones de dólares, una cantidad desorbitada para un país cuyo PIB es poco más del doble de esa cantidad. La comunidad internacional, de momento, solo ha aportado 75 millones de dólares. Desde Estados Unidos han llegado algunos paquetes de ayuda humanitaria a bordo de helicópteros militares, así como 250 soldados del Ejército Sur, con sede en San Antonio, Texas, para apoyar en las tareas de rescate. También en Nicaragua y en Guatemala.
“Es una verdad desafortunada que este país está extremadamente versado en gestionar desastres naturales”, dijo el capitán Max Vandervort, de la Compañía Bravo, destacada en Guatemala, al Servicio de Noticias del Ejército. “A pesar de todos los aludes de barro, altos niveles de agua, y enfermedades, el pueblo guatemalteco ha sido muy amigable y agradecido”, explicó.
La talla del daño material recuerda al huracán Mitch, que en 1998 dejó en torno a 11.000 muertos en Centroamérica. En aquel entonces, según Tom Padgett, que cubrió la catástrofe, ya empezaban a salir informes que ligaban la intensidad y frecuencia de los huracanes con el calentamiento global. Un vínculo que ha ido siendo esbozado por sucesivos estudios: cuando la superficie de los mares está más caliente, aumentan las posibilidades de que se generen vientos más fuertes y húmedos, lo que puede ser un factor decisivo en la fiereza de los huracanes.
Los efectos del Mitch provocaron una reacción de Estados Unidos. El Congreso aprobó a las pocas semanas un paquete de ayudas de 1.000 millones de dólares a los países damnificados, además de una ampliación de las relaciones comerciales y una relajación de las leyes migratorias. La administración Clinton otorgó a los ciudadanos de Honduras, Nicaragua y El Salvador el Estatus de Protección Temporal, que incluye un permiso de trabajo y garantía de no ser deportados. Washington esperaba así ofrecer un alivio y evitar una inmigración aún mayor, asegurando la estabilidad sociopolítica de los vecinos.
En esta ocasión Estados Unidos, más allá de la limitada ayuda logística y humanitaria, parece demasiado centrado en sus múltiples problemas internos, entre ellos una transición de poder que el presidente saliente, Donald Trump, continúa entorpeciendo con sus espúreas alegaciones de fraude electoral. Pero no mirar hacia un problema no implica que el problema desaparezca, y el reguero de percances dejado por Eta y Iota puede acabar dándole un zarpazo al país de las barras y estrellas. Los expertos en inmigración vaticinan que, como consecuencia del estropicio, miles o decenas de miles de hondureños, nicaragüenses y guatemaltecos emigren hacia el vecino rico del norte.


“Esto va a ser mucho más grande de lo que hemos estado viendo”, declaró Jenny Arguello, socióloga de de San Pedro Sula, a la agencia Associated Press. Arguella, que se especializa en flujos migratorios, añadió que “el pronóstico es desgarrador (…). Creo que comunidades enteras se van a marchar”.
En Honduras, por ejemplo, el salario medio mensual es inferior a 300 euros. Aunque el coste de la vida sea también más reducido que en otros países, se trata de una cantidad que puede no bastar para reconstruir lo perdido, como dijo Lilian Gabriela Santos. “Si hay una caravana [de inmigrantes], me marcho”, declaró esta trabajadora de 29 años que limpia las instalaciones de un hospital. Santos perdió su casa en el barrio de La Lima y calcula que rehacer materialmente su vida le llevaría una década. Bastante menos, si todo sale bien, que en Estados Unidos, donde actualmente viven casi un millón de personas de origen hondureño. Otros trabajadores del país pueden ganar mucho menos: unos 15 o 20 euros semanales.
Los huracanes están entre las numerosas razones que justifican la inmigración desde Centroamérica, como son la pobreza, la inestabilidad política y la violencia entre bandas. De esta manera, entre 1980 y 2017, el tamaño de la población centroamericana en Estados Unidos se multiplicó por diez. Cifras que siguen aumentando. Solo en 2018 la policía estadounidense arrestó a más 100.000 adultos centroamericanos y 48.000 que atravesaron ilegalmente la frontera sin sus familias.
El presidente electo de EEUU, Joe Biden, ha prometido relajar o deshacer los duros decretos migratorios aplicadas por Donald Trump estos últimos cuatro años. Desde 2017 el republicano ha logrado bajar a la mitad la inmigración legal, según un análisis de la National Foundation for American Policy. Biden quiere volver a atraer talento extranjero restaurando el sistema clásico de visados como el H-1B, que alimentan sectores como el de las nuevas tecnologías. También planea evitar la deportación de los llamados dreamers (“soñadores” en inglés): aquellas personas que llegaron a este país cuando eran menores y no han podido regularizar completamente su estatus.
Sin embargo, no hay indicaciones de que Biden tenga previsto modificar mucho las políticas respecto a la inmigración ilegal. El Gobierno de Barack Obama, del que Biden fue vicepresidente durante los dos mandatos, deportó a más gente que ninguna otra administración en la historia: entre 2009 y 2015 las autoridades federales mandaron de vuelta a sus países a unos dos millones y medio de personas, sin contar aquellas que retornaron voluntariamente.
La inmigración, junto a la pandemia y la crisis económica, será uno de los numerosos frentes abiertos del naciente ejecutivo. Su margen de maniobra dependerá, en parte, de la segunda vuelta en las elecciones a los dos escaños senatoriales de Georgia, en enero. A ellos se supedita el que los republicanos mantengan el control de la Cámara Alta, o sean los demócratas quienes conquisten una mayoría estrecha y puedan dar luz verde a las políticas de Biden.
